(109) La Madre de Dios no es "una cualquiera"!

Más de una vez he sostenido que el acostumbramiento es una de las más graves amenazas que sufre la Iglesia, cuando los católicos creen que deben amoldarse a todo, comprender todo, agachar la cabeza ante todo y todos, porque todo es comprensible, justificable, perdonable, digno de ser mirado con indulgencia… Pero en medio de la “volteada”, muchos se van cansando, y urge que alguien tenga misericordia de aquellos que se cansan.

Un ejemplo que ilustra lo que decimos arriba es el caso de un anciano sacerdote salesiano, Pedro Marano s.d.b., de la diócesis de San Miguel, a quien “le gusta” oficiar las misas de modo cuasi payasesco, que comete regularmente abusos litúrgicos de diverso tenor (tomar gaseosa en medio de la misa, no usar la casulla ni en broma, permanecer sentado mientras un ministro es quien distribuye la comunión -sin impedimento para estar de pie el resto de la Misa-, y hasta –alguna vez he sido testigo- cambiar la lectura del Evangelio por una glosa “campechana” relatada por él mismo, aduciendo que el texto bíblico era “complicado”…) , pero que junto a una supuesta gran devoción por la Madre de Dios, se goza en la insistencia sobre su condición humilde…y con este pretexto, llega a decir barbaridades blasfemas, que si no escandalizan, al menos confunden gravemente a los fieles, habituándolos a un lenguaje completamente inapropiado para referirse a Ella.

De ese modo, todos sus “fans” le levantarán un monumento por su solícita asistencia psicológica a los feligreses y por su fundación y dirección de la casa Domus Mariae (de recuperación para sacerdotes “con dificultades” -adicciones, homosexualidad, pedofilia-), pero harán caso omiso, cuando suelta en las homilías que “María no tenía nada de extraordinario” (sic!). Hace un par de años, le debo a este señor el haberme abstenido de comulgar en Navidad por la tormenta interior que me provocó el escuchar una frase dicha a voz en cuello: “¡María parió como cualquier mujer de pueblo!”, y hoy mismo, hablando de la Encarnación del Verbo, me refieren unos fieles escandalizados que predicando sobre la Encarnación, no tuvo empacho en describir a Nuestra Señora como “una chica insignificante, una cualquiera…”. Por supuesto que esto no debe haber dicho con intención denigratoria, pero ¿desconoce acaso este hombre el significado que esta expresión tiene en el idioma castellano, como para no repugnarle el pronunciarla? ¿O todo este rebajamiento permanente de las formas forma parte de su ideario definidamente revolucionario y subversivo, ése que lo hace jactarse públicamente de que “luego del p. Mujica en las listas negras venía yo”?..

Perdón, pero no me sirven las hermenéuticas contextuales, ni las interpretaciones buenistas. Ya que se habla de la Encarnación del Verbo, hay que decir que la Encarnación comporta la asunción de una realidad concreta, no “volátil”, y que la Revelación no es el cuento de la Buena Pipa, que cada uno puede “interpretar” y reformar como le da la gana. El lenguaje humano es asimismo, capaz de expresar esa realidad revelada de manera apropiada, aunque no la aprehenda por completo. Los títulos y dogmas marianos no son puras flores que hoy se marchitan y se cambian por otras, sino faros enhiestos, perdurables y nítidos para iluminar nuestra fe y nuestro lenguaje para referirnos a dicha fe “que nos gloriamos de profesar".

El rebajamiento y “deconstrucción” del lenguaje es un paso estratégicamente calculado -y siempre eficaz a largo plazo-, en los programas de destrucción de la fe católica, por parte de la Revolución, que es siempre una, aunque con múltiples cabezas.

Una cosa es la perfecta humildad de María Santísima como virtud eminente suya, y otra muy diferente es nuestro modo de referirnos a Ella, y nuestro reconocimiento de su dignidad única en todo el universo, singularísima, como Reina de Cielos y Tierra, a quien Pablo VI llamaba “La Singular”, sin parangón posible. No podemos hacer tabla rasa de la Revelación, y remedar alegremente la ignorancia que tenían sus compatriotas sobre las maravillas que Dios había hecho en Ella, porque nosotros sí las sabemos, y es deber de un sacerdote insistir en ellas; NO en su apariencia, que por otra parte, no creo que haya podido ser “insignificante”.  Digamos que el único que se puede gozar en este tipo de lenguaje irreverente y hasta blasfemo, es el demonio.

Por eso tal vez sea hora de que Mons. Sergio Fenoy tenga misericordia de él y de nosotros y lo envíe de capellán-paciente en algún geriátrico, y vele mejor por los hijos de la Iglesia que se le han encomendado en Tortuguitas, a merced de los numerosos desórdenes y desidias de ciertos sacerdotes que andan por aquí. Esta feligresía tiene también derecho a una liturgia digna, y a recibir la fe verdadera, convenientemente expresada, por parte de los sacerdotes. Alguna vez me agradeció privadamente las varias denuncias que le envié, así que esta vez lo hago de manera pública, por si alguien desea sumarse a esta “súplica filial”. 

Filialmente pido, suplico, exijo, que a mi Madre, la Augusta Madre de Dios, se la trate con el respeto debido. No podemos ni debemos acostumbrarnos a lo contrario.

Que Ella sea el Lucero inconmovible en estos días, en este Año aún en pañales -como el Niño-, y bajo su manto lo transitemos creciendo en gracia y sabiduría, delante de Dios y de los hombres.

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