(99) Principios básicos para recordar, de cara a este Sínodo...

Ya en los últimos días del Sínodo de la Familia, vemos que ha proliferado una serie de artículos en diversos medios, profetizando, ponderando, lamentando y celebrando las diferentes posiciones que desde hace más de un año suscitan en el pueblo fiel desde la euforia más auspiciosa hasta la decepción más amarga. Si en algo deberíamos coincidir, es en el reconocimiento de que lo más ausente allí ha sido el espíritu de unidad.

Y pese al cúmulo de datos que ofrecen o que tergiversan los medios de comunicación, notamos que muchísimos hijos de la Iglesia, en vez de estar más o mejor informados, han sido cada vez más confundidos, por no estar suficientemente formados en la fe que profesan.

A ello se suman los “despistes” de los propios responsables de “bajar” este acotecimiento eclesial al común  de los fieles. Vemos, en efecto, que hoy no faltan catequistas, religiosas (en cuya administración recaen numerosos colegios, con muchísimas familias que allí nutren su fe en gran medida) y hasta sacerdotes que –inclinados hacia una u otra facción de la pulseada entre modernistas y católicos-, colocan la frutilla de la torta en sus homilías, clases y hasta en la oración de los fieles, diciendo que “el Sínodo nos enseñará hacia dónde debe ir la familia cristiana en este tiempo de misericordia” (?), o bien creyendo que el Espíritu Santo inspirará DECISIONES (?) que tendrán que ser acatadas por el común de los bautizados.

Y resulta que ni lo uno ni lo otro (ni las inspirará el Espíritu Santo necesariamente, ni se tratará de decisiones), y este tipo de afirmaciones denotan una grave incomprensión de lo que está sucediendo, que contribuye espantosamente al enrarecimiento de la atmósfera espiritual.

Por eso creemos que urge recordar una y otra vez, a diestra y a siniestra, un par de principios elementales para algunos -que éstos nos disculpen-, pero nuevos para otros muchos, que todos debemos tener presentes, pero especialmente quienes tienen la gran responsabilidad de formar a otros, ya sean hijos, alumnos, catecúmenos, feligreses.

Pues por un falso concepto del Magisterio, en los próximos días se nos puede proponer como virtud una obediencia que no es tal, y que incluso podría conducirnos a un precipicio.

Dichos principios -claros como el día-, son los siguientes:

a)       Para que cualquier documento del Magisterio Ordinario pueda obligar en conciencia, debe ser

-          sobre materia de fe y costumbres, y

-          seguir la línea del Magisterio ordinario precedente.

Si se apartara de esto último, aún tratándose de una encíclica, aunque tuviera el beneplácito del mundo, de muchísimos gobernantes y hasta obispos, y estuviese maravillosamente redactada, sería como “Las cuatro estaciones”, de Vivaldi. Hermosa música, y NADA MÁS. Por más trompetas y platillos que el mundo y los herejes hagan resonar, llenando el ambiente de fuegos artificiales.  Pero cuidado: porque Vivaldi es para muchos oídos embriagante, y puede adormecer todos los demás sentidos.. (también el de la fe).

b)       No existe pastoral separada de la doctrina católica, y quien proponga y suponga que ciertas prácticas pastorales están permitidas aunque no haya fundamento doctrinal que las sustente, arguyendo que “la teoría está muy lejos de la realidad”, pretende tomar el pelo a los fieles, lisa y llanamente, porque Nuestro Señor ha dicho que “Si me amáis, guardad mis mandamientos... ”(Jn.15,21) , y éstos siguen siendo diez, sin que NINGÚN poder en el cielo o en la tierra pueda hacer con ellos ningún recorte o “adaptación". Y por más caricaturas de misericordia que se ensayen, no se puede divorciar el amor de la obediencia, que recibe el nombre precioso de Fidelidad, y se traza como una Cruz de gloria cruzando todo el firmamento.

Cristo, Alfa y Omega, ya nos lo ha dicho: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mt.24,35).

Así que quien quiera enmendarle la plana a Nuestro Señor, ahí tiene a Mahoma, a Buda o a la Pachamama para que lo lleven “a otras latitudes”, pero no al Reino de los Cielos.

c)  Las expresiones de los cardenales que integran el Sínodo -ya sea tomados individualemente, como en conjunto, en la redacción  de sus documentos finales- NO SON Magisterio de la Iglesia, ni representan la voz de ésta. Por supuesto, mucho menos lo serán quienes sugieran apartarse de la fe de la Iglesia, o quienes cuestionen al mismísimo Evangelio, como se ha hecho días pasados, escandalosamente.

Repasando entonces, insistamos muchísimo sobre qué es un Sínodo y cuál es su alcance, según el Código de Derecho Canónico, que es la ley que regula la vida de toda la Iglesia:

Canon 342 - El Sínodo de los Obispos es una asamblea de Obispos escogidos de las distintas regiones del mundo, que se reúnen en ocasiones determinadas para fomentar la unión estrecha entre el Romano Pontífice y los Obispos, y ayudar al Papa con sus consejos.

No es, por tanto, una asamblea deliberativa sino consultiva.

No toma decisiones, sino que su función es aconsejar al Papa.

¿Y sobre qué aconsejan, cuál es el fin principal de este tipo de asambleas? Prosigue el mismo canon:

…para la integridad y mejora de la fe y costumbres y la conservación y fortalecimiento de la disciplina eclesiástica, y estudiar las cuestiones que se refieren a la acción de la Iglesia en el mundo.

Integridad y mejora de la fe y costumbres. No su rebaja, recorte, interpretación, etc.

Canon 343 - Corresponde al Sínodo de los Obispos debatir las cuestiones que han de ser tratadas, y manifestar su parecer, pero no dirimir esas cuestiones ni dar decretos acerca de ellas, a no ser que en casos determinados le haya sido otorgada potestad deliberativa por el Romano Pontífice, a quien compete en este caso ratificar las decisiones del Sínodo.

Significa esto que sólo el documento que el Papa emita con posterioridad al Sínodo –bajo la forma de Exhortación Apostólica, tal como lo han sido la Evangelli nuntiandi (1975) de Pablo VI, Catechesi tradendae (1979), Familiaris consortio (1984) y Reconciliatio et paenitentia (1984) del Papa Juan Pablo II, sobre la reconciliación y la penitencia en la misión de la Iglesia-, y siempre que lo haya, tendría carácter magisterial, y mientras no contradiga al Magisterio precedente.  

Canon 344 - El Sínodo de los Obispos está sometido directamente a la autoridad del Romano Pontífice, a quien corresponde:

1º convocar el Sínodo, cuantas veces le parezca oportuno, y determinar el lugar en el que deben celebrarse las reuniones; 2º ratificar la elección de aquellos miembros que han de ser elegidos según la norma del derecho peculiar, y designar y nombrar a los demás miembros; 3º determinar con la antelación oportuna a la celebración del Sínodo, según el derecho peculiar, los temas que deben tratarse en él; 4º establecer el orden del día; 5º presidir el Sínodo personalmente o por medio de otros; 6º clausurar el Sínodo, trasladarlo, suspenderlo y disolverlo.

Canon 347 - § 1. Cuando el Romano Pontífice clausura la asamblea del Sínodo de los Obispos, cesa la función que en la misma se había confiado a los Obispos y demás miembros.

§ 2. La asamblea del Sínodo queda suspendida ipso iure cuando, una vez convocada o durante su celebración, se produce la vacante de la Sede Apostólica; y asimismo se suspende la función confiada a los miembros en ella hasta que el nuevo Pontífice declare disuelta la asamblea o decrete su continuación.

¿Y qué sucedería si NO hubiese documento post-sinodal?

En ese caso, haya dicho lo que se haya dicho en el Sínodo (con o sin autorización para hacerlo público), habrá sido la OPINIÓN de un grupo de obispos (dicho sea de paso, con una escasísima representatividad, mirando sólo la desproporción entre la ausencia de obispos chinos y la cantidad de belgas..) y NADA MÁS.

Pero por supuesto, habrá una gran confusión, ¿y quién la abonará, sobre todo?

La ignorancia.

Porque es alarmante que a esta altura del partido, la gran mayoría de los católicos siga recibiendo dócilmente la información que les brinda la prensa internacional sin decir ni pío, sirviendo a sus intereses, que son los de la Revolución de ayer, de hoy y de siempre, ya toda en germen en el Non serviam.

Y es de prever que esa prensa, ayudada por la ignorancia de no pocos “agentes pastorales”, aproveche el río revuelto para afirmar (como ya lo está haciendo) que la Iglesia “del papa Francisco” ha cambiado tal o cual punto de doctrina para acercarla más al mundo, y todo con el moño misericordioso, que hay quienes creen que es una varita mágica, capaz de convertir el pecado en virtud.

Ante este panorama, el nuevo martirio que deberán sufrir los católicos -laicos, sacerdotes, obispos- que quieran permanecer fieles, será sin duda el escarnio de sus propias comunidades eclesiales, que los harán aparecer como rebeldes a la Iglesia y desobedientes a una autoridad que en realidad no es autoridad.

Sabemos que el Dueño de la mies no dejará a la Esposa: “el Espíritu de verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque ni le ve ni le conoce, pero vosotros sí le conocéis porque mora con vosotros y estará en vosotros. No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros.“(Jn.14,17-18).   Pero por eso hay que rogar, rogar y rogar, no sólo por la Iglesia, por el Papa y por los Cardenales -fieles e infieles-, sino por nuestra propia fortaleza y discernimiento, porque la caridad bien entendida empieza por casa, y la Palabra de Dios nos insta también, en la penumbra del Huerto de los Olivos, a vigilar (Mt.26,41): pues es preciso saber dónde estamos parados, para estar preparados.

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