(78) La conspiración del Traidor y la pereza de los Apóstoles -hoy como ayer- (de Sto.Tomás Moro: "La Agonía de Cristo", III )
“¿No es este contraste entre el traidor y los Apóstoles como una imagen especular, y no menos clara que triste y terrible, de lo que ha ocurrido a través de los siglos, desde aquellos tiempos hasta nuestros días? ¿Por qué no contemplan los obispos, en esta escena, su propia somnolencia? Han sucedido a los Apóstoles en el cargo, ¡ojalá reprodujeran sus virtudes con la misma gana y deseo con que abrazan su autoridad! ¡Ojalá les imitaran en lo otro con la fidelidad con que imitan su somnolencia! Pues son muchos los que se duermen en la tarea de sembrar virtudes entre la gente y mantener la verdadera doctrina, mientras que los enemigos de Cristo, con objeto de sembrar el vicio y desarraigar la fe (en la medida en que pueden prender de nuevo a Cristo y crucificarlo otra vez), se mantienen bien despiertos. Con razón dice Cristo que los hijos de las tinieblas son mucho más astutos que los hijos de la luz.”
En los párrafos que presentamos en esta III selección de la Agonía de Cristo, de Sto. Tomás Moro, comprobamos una vez más la tremenda actualidad de las palabras de los santos, ya que muchas iluminan poderosamente la situación presente de la Iglesia. Sabemos que a través de la historia, el avance de todo enemigo se produce en proporción al retroceso o pasividad de los “amigos”. Y es fácil echar la culpa, como Eva, a las insinuaciones de la serpiente, pero sabemos que no hay pecado si no abrimos antes la “puerta interna” de nuestra voluntad libre. Del mismo modo, como Iglesia, es oportuno repasar el mayor o menor grado de “complicidad” que cada miembro tiene en el avance del pecado a nuestro alrededor, porque no hemos sido suficientemente sal y luz del mundo, dejándolo en tinieblas, abriendo las “rendijas” para que todo se llene de humo…
Así deben haber hecho también los que en el Domingo de Ramos recibían con palmas a Quien el viernes pedirían crucifixión. Porque nuestra fidelidad puede ser como hoja que se lleva el viento, cuando no somos dóciles a la gracia de Dios.
Y ya que estamos en tiempos de un más profundo examen de conciencia, esperamos filialmente que nuestros pastores también lo hagan, viendo el hambre y desamparo espiritual en que andan muchos fieles, esperando que algunos de ellos terminen de una vez su siesta.
Sabemos que los hay apesadumbrados, perplejos, azorados, y por ellos rogamos insistentemente. Pero quisiéramos que sean más los pastores que levanten la voz, mientras los lobos siguen aullando desde universidades católicas, medios de comunicación e incluso catedrales, porque ese coro ya ensordece y “marea” a muchas ovejas.
Tal como señalaba hace unos años Benedicto XVI, al finalizar el ángelus del 26-8-2012, “También Judas pudo haberse ido, como lo hicieron muchos discípulos; es más, tal vez tendría que haberse ido si hubiera sido honrado. En cambio, se quedó con Jesús. Se quedó no por fe, no por amor, sino con la secreta intención de vengarse del Maestro. ¿Por qué? Porque Judas se sentía traicionado por Jesús, y decidió que a su vez lo iba a traicionar. Judas era un zelote, y quería un Mesías triunfante, que guiase una revuelta contra los romanos. Jesús había defraudado esas expectativas. El problema es que Judas no se fue, y su culpa más grave fue la falsedad, que es la marca del diablo. Por eso Jesús dijo a los Doce: «Uno de vosotros es un diablo» (Jn 6, 70).
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LA AGONÍA DE CRISTO (Sto. Tomás Moro)
Los Apóstoles se duermen mientras el traidor conspira
‘Levantándose del suelo y volviendo a sus discípulos, hallólos dormidos por causa de la tristeza. Les dijo: ¿Por qué dormís? Levantaos y orad para no caer en la tentación. Dormid y descansad. Pero basta ya. He aquí que llegó la hora y el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. Levantaos y vámonos de aquí. Ya se acerca el que me ha de entregar” .
Vuelve Cristo por tercera vez adonde están sus Apóstoles, y allí los encuentra sepultados en el sueño, a pesar del mandato que les había dado de vigilar y rezar ante el peligro que se cernía. Al mismo tiempo, judas, el traidor, se mantenía bien despierto., y tan concentrado en traicionar a su Señor que ni siquiera la idea de dormirse se le pasó por la cabeza. ¿No es este contraste entre el traidor y los Apóstoles como una imagen especular, y no menos clara que triste y terrible, de lo que ha ocurrido a través de los siglos, desde aquellos tiempos hasta nuestros días? ¿Por qué no contemplan los obispos, en esta escena, su propia somnolencia? Han sucedido a los Apóstoles en el cargo, ¡ojalá reprodujeran sus virtudes con la misma gana y deseo con que abrazan su autoridad! ¡Ojalá les imitaran en lo otro con la fidelidad con que imitan su somnolencia! Pues son muchos los que se duermen en la tarea de sembrar virtudes entre la gente y mantener la verdadera doctrina, mientras que los enemigos de Cristo, con objeto de sembrar el vicio y desarraigar la fe (en la medida en que pueden prender de nuevo a Cristo y crucificarlo otra vez), se mantienen bien despiertos. Con razón dice Cristo que los hijos de las tinieblas son mucho más astutos que los hijos de la luz
Aunque esta comparación con los Apóstoles dormidos se aplica muy acertadamente a aquellos obispos que se duermen mientras la fe y la moral están en peligro, no conviene, sin embargo, a todos los prelados ni en todos los aspectos. Desgraciadamente, algunos de ellos (muchos más de los que uno podría sospechar) no se duermen “a causa de la tristeza"., como era el caso con los Apóstoles. No. Están, más bien, amodorrados y aletargados en perniciosos afectos, y ebrios con el mosto del demonio, del mundo y de la carne, duermen como cerdos revolcándose en el lodo. Que los Apóstoles sintieran tristeza por el peligro que corría su Maestro fue bien digno de alabanza; pero no lo fue el que se dejaran vencer por la tristeza hasta caer dormidos. Entristecerse y dolerse porque el mundo perece, o llorar por los crímenes de otros, es un sentimiento que habla de ser compasivo, como sintió este escritor: “Me senté en la soledad y lloré” y este otro: “Me dolía el corazón porque los pecadores se apartaban de tu ley.” Tristeza de esta clase la colocaría yo en aquella categoría de la que se dice, ( …). Pero la pondría ahí sólo si el efecto, aunque bueno, es controlado y dirigido por la razón.
Si no es así, si la pena oprime tanto al alma que ésta pierde vigor y la razón pierde las riendas, si se encontrara un obispo tan vencido por la pesadez de su sueño que se hiciera negligente en el cumplimiento de los deberes que su oficio exige para la salvación de su rebaño, se comportaría como un cobarde capitán de navío que, descorazonado por la furia del temporal, abandona el timón y busca refugio mientras abandona el barco a las olas. Si un obispo se comportara así, no dudaría yo en juntar esta tristeza con aquella otra que conduce, como dice San Pablo, al infierno. Y aún peor la considerarla yo, porque esta tristeza en las cosas espirituales parece originarse en quien desespera de la ayuda de Dios.
Otra clase de tristeza, peor si cabe, es la de aquellos que no están deprimidos por la tristeza ante los peligros que otros corren, sino por los males que ellos mismos pueden recibir; temor tanto más perverso cuanto su causa es más despreciable, es decir, cuando no es ya cuestión de vida o muerte, sino de dinero. Cristo mandó tener por nada la pérdida de nuestro cuerpo por su causa. “No temáis a quienes matan el cuerpo, y no pueden hacer más. Yo os mostraré a quién habéis de temer: Temed al que después de quitar la vida, puede mandar también el alma al infierno. A ése os repito, habéis de temer"`.
Pero añade algo más para aquellos que llevan el peso y la responsabilidad episcopal: no permite que se preocupen sólo de sus propias almas, ni tampoco que se contenten refugiándose en el silencio, hasta que sean arrastrados y forzados a escoger entre una abierta profesión de fe o una engañosa simulación. No. Quiso que dieran la cara si ven que la grey a ellos confiada está en peligro, y que hicieran frente al peligro con su propio riesgo, por el bien de su rebaño.
El buen pastor da su vida por sus ovejas, dice Cristo. Quien salve su vida con daño de las ovejas, no es buen pastor. El que pierde su vida por Cristo (y así hace quien la pierde por el bien del rebaño que Cristo le confió) la salva para la vida eterna. De la misma manera, el que niega a Cristo (como hace el que no confiesa la verdad cuando el silencio ahoga a su rebaño), al querer salvar su vida empieza de hecho a perderla. Tanto peor, desde luego, si llevado por el miedo, niega a Cristo abiertamente, con palabras, y lo traiciona. Tales obispos -no duermen como Pedro, sino que, con Pedro despiertos, niegan a Cristo. Al recibir como Pedro, la mirada afectuosa de Cristo, muchos serán los que con su gracia llegarán un día a limpiar aquel delito salvándose a través del llanto. Sólo es necesario que respondan a su mirada y a la invitación cariñosa a la penitencia, con dolor, con amargura de corazón y con una nueva vida, recordando sus palabras, contemplando su pasión y soltando las amarras que los ataban a sus pecados.
Si tan amenazado estuviera alguien en el mal que no haya dejado de profesar la verdadera doctrina por miedo, sino que, como Arrio y otros como él, predica falsa doctrina bien por una sórdida ganancia o por una corrupta ambición, ese tal no duerme como Pedro, ni niega como Pedro, sino que permanece bien despierto como el miserable Judas y, como Judas, a Cristo persigue. La situación de ese hombre es mucho más peligrosa que la de los otros, como muestra el horrendo y triste final de Judas. No hay límite, sin embargo, en la bondad de un Dios misericordioso, y ni siquiera tal pecador ha de desesperar del perdón. De hecho, incluso al mismo -Judas ofreció Dios muchas oportunidades de volver en si y arrepentirse.
No le arrojó de su compañía. No le quitó la dignidad que tenla como Apóstol. Ni tampoco le quitó la bolsa, y eso que era ladrón. Admitió al traidor en la última cena con sus discípulos tan queridos. A los pies del traidor se dignó agacharse para lavar con sus inocentes y sacrosantas manos los sucios pies de Judas, símbolo de la suciedad de su mente. Con incomparable bondad le entregó para comer, bajo la apariencia de pan, aquel mismo cuerpo suyo que el traidor ya había vendido. Y, bajo la apariencia de vino, le dio aquella sangre que, mientras bebía, pensaba el traidor cómo derramar. Finalmente, al acercarse Judas con la turba para prenderle, ofreció a Cristo un beso, un beso que era, de hecho, la muestra abominable de su traición, pero que Cristo recibió con serenidad y con mansedumbre.
¿Quién habrá incapaz de pensar que cualquiera de estos detalles podría haber removido el corazón del traidor a mejores pensamientos, por muy endurecido que estuviera en el crimen? Es cierto que hubo un principio de arrepentimiento al admitir su pecado, cuando devolvió las monedas de plata (que nadie recogiera) gritando que era traidor y confesando haber entregado sangre inocente. Me inclino a pensar que Cristo le movió hasta este punto para salvarle de la ruina, lo que hubiera sido posible si no hubiera añadido a su traición la desesperación. Así se portaba Cristo con quien, con tanta perfidia, le había entregado a la muerte.
Después de ver de cuántas maneras mostró Dios su misericordia con Judas, que de Apóstol había pasado a traidor, al ver con cuánta frecuencia le invitó al perdón, y no permitió que pereciera sino porque él mismo quiso desesperar, no hay razón alguna en esta vida para que nadie, aunque sea como Judas, haya de desesperar del perdón. Siguiendo el santo consejo del Apóstol: “Rezad unos por otros para ser salvos” , si vemos que alguien se desvía del camino recto, esperamos que volverá algún día a él, y mientras tanto, recemos sin cesar para que Dios le ofrezca oportunidades de entrar en razón; para que con su ayuda las coja, y para que, una vez cogidas, no las suelte ni rechace por la malicia., ni las deje pasar de lado por culpa de su miserable pereza.
¿Por qué dormís?”
Al encontrar Cristo a los Apóstoles durmiendo por tercera vez, les dijo: “¿Por qué dormís?” como si dijera: “No es este tiempo para dormir, sino para estar bien despiertos y orar, como os he advertido ya dos veces, no hace apenas un rato.” Si no supieron qué responder cuando se durmieron por segunda vez, ¿qué excusa podían haber dado ahora, en que por tercera vez eran sorprendidos en la misma falta? ¿Era una excusa válida decir que se habían dormido “a causa de la tristeza” como menciona el evangelista? Así lo recuerda Lucas, pero también es cierto que no lo alaba en absoluto. Insinúa, sí, que su tristeza era de alguna manera loable; pero el sueño que la siguió no estaba libre de culpa. La tristeza, aquélla que puede ser digna de un gran premio, tiende algunas veces hacia un gran mal. Así ocurre si nos devora de tal modo que nos deja inutilizados; nos impide acudir a Dios con la oración, buscando de El consuelo, y desesperados y oprimidos, como queriendo escapar de una tristeza consciente buscamos alivio en el refugio del sueño. Mas, tampoco aquí encontraremos lo que buscábamos, y perderemos en el sueño el consuelo que podríamos haber obtenido de Dios si hubiéramos permanecido despiertos y orando. Se deja, entonces, sentir sobre nosotros el peso molesto de una mente perturbada incluso mientras dormimos, y aun con los ojos cerrados, tropezamos con las tentaciones y trampas preparadas por el diablo.
De ahí que Cristo, prescindiendo de cualquier excusa para el sueño, dijera: “¿Por qué dormís? Dormid ya y descansad. Basta. Levantaos y rezad para que no caigáis en la tentación. Ha llegado la hora y el Hijo del hombre será entregado en manos de los pecadores. Levantaos, vamos. Ya llega el que me va a entregar. Todavía estaba hablando, cuando llegó Judas…". Al despertar a los Apóstoles por tercera vez, cortó de golpe sus palabras con una cierta ironía grave y seria: “Dormid y descansad…”
Notad cómo da permiso para dormir: de tal modo que significa en realidad lo contrario. Apenas había dicho: “Dormid", añadió “Basta"; como si dijera: “Ya no necesitáis dormir más. Durante todo el tiempo que deberíais haber estado despiertos, habéis estado durmiendo, incluso en contra de lo que os mandé. Ahora ya no hay tiempo para dormir, y ni siquiera para quedarse un momento sentados. (…) Ya se aproxima la hora en la que el Hijo del hombre será entregado en manos de los pecadores. Muy cerca está quien me entrega.” Apenas hubo terminado estas pocas palabras, y todavía hablaba, cuando he aquí que Judas Iscariote (…)
“Levantaos y orad
“Levantaos y orad para que no caigáis en la tentación.” Les mandó antes vigilar y rezar; mas, ahora que han experimentado, y por dos veces, que el estar demasiado cómodamente sentados, favorece que el sueño se insinúe poco a poco, les enseña un remedio instantáneo contra la modorra y la somnolencia. Consiste en ponerse de pie. Del mismo Salvador viene este remedio, y ojalá tuviéramos ganas de practicarlo de cuando en cuando en plena noche. Comprobaríamos ser verdad lo que dice Horacio: Dirpúdium facti qui cepit habet, que “el que empieza tiene la mitad hecho". Y aún más, que “una vez empezado, está todo hecho".
En efecto, cuando luchamos contra el sueño, el primer encuentro es siempre el más duro y violento. No hemos, por consiguiente, de superar el sueño por una lucha prolongada, sino que, de un golpe, de una sola sacudida, debemos romper los lazos tentadores con los que nos abraza y así deshacernos de él de inmediato. Una vez arrojada la somnolencia de la desidia y apatía (verdadera imagen de la muerte), volverá la vida con todo su ardor y entusiasmo. (…) Observad cómo el pensamiento de cualquier tontería (algo relacionado con asuntos mundanales) interrumpe nuestro sueño y nos mantiene despiertos por largo rato, y hasta se nos hace difícil dormir en absoluto; la oración, por el contrario, no nos mantiene despiertos.
(…) Hemos de recordar con frecuencia que Cristo no nos mandó simplemente levantarnos, sino levantarnos para rezar. No es suficiente levantarse si no lo hacemos para algo bueno. De otro modo, habría menos pecado si se perdiera el tiempo en perezosa somnolencia que si sé aprovechara, estando bien despierto, para cometer intencionadamente crímenes llenos de malicia. Junto con la necesidad de rezar., les muestra para qué deben rezar. “Orad -dice- para que no caigáis, en la tentación". Una y otra vez les grababa esta misma idea: la oración es el único refugio contra la tentación, y si alguien no quiere admitir la oración en el castillo de su alma, sino que la excluye entregándose al sueño, permite con su negligencia que las tropas del diablo. (esto es, las tentaciones del mal) irrumpan como por inercia en su alma.
(…) Es necesario orar siempre sin desfallecer . Dice Gerson sobre estas palabras de Cristo que no se pronunciaron figurativamente, sino de modo directo y literal, y que, de hecho y literalmente, son cumplidas por hombres buenos y rectos. Apoya su opinión en un conocido Proverbio: Qui bene vivit semper orat (el que vive con rectitud está siempre rezando). Y esto es verdad porque, quien todo lo hace para la gloria de Dios (como reza la prescripción del Apóstol), una vez que ha empezado con atención nunca interrumpe luego su oración de tal modo qué la virtud meritoria no perdure, si no actualmente, al. menos virtualmente . (…)
Cuando hacemos cosa tan seria como la oración de modo negligente y descuidado, ni rezamos ni tenemos a Dios propicio; por el contrario, le alejamos de nosotros en su indignación. ¿0 habremos de pensar que no se dirige despectivamente a Dios quien le dice: “Oh, Dios, escucha mi oración” mientras su cabeza anda volcada en mil cosas vanas y superficiales, y algunas veces (ojalá no ocurriera nunca) hasta pecaminosas? Tal individuo ni siquiera oye su propia voz. En fin, al acabar la oración necesitamos muy a menudo alguna otra oración para pedir perdón por la anterior negligencia.
“Levantaos y rezad para que no caigáis en la tentación.” Y en seguida les advirtió Cristo del peligro tan grande que se cernía sobre ellos, para que quedara así claro que no sería suficiente una oración rutinaria o somnolienta. “He aquí que se acerca la hora en que el Hijo del hombre será entregado en manos de los pecadores” es decir: “Os predije que, iba a ser traicionado por uno de vosotros, y os horrorizasteis ante esas palabras. Advertí que Satanás os buscaba para sacudiros como el trigo, y escuchasteis esto con gran despreocupación., sin dar respuesta, como si la tentación fuera algo a no tener en cuenta. Para que supierais que no debe ser menospreciada, predije que todos os escandalizaríais de mí, y todos lo negasteis. Al que más negó escandalizarse le predije que me negarla tres veces antes de que el gallo cantara. Más él insistió en que no sería así, sino que moriría conmigo antes que negarme. Y lo mismo dijisteis los demás. Para que no consideraseis la tentación como algo fácil y sin importancia, una y otra vez os mandé que vigilaseis e hicieseis oración -no fuera que cayeseis en la tentación, Tan lejos estabais de estimar su fuerza y su atracción., que no os preocupasteis de rezar ni de vigilar contra ella. (…) Hasta ahora habéis visto la tentación como algo muy lejano, aunque os anuncié que el peligro se cernía esta misma noche. Mas ahora os advierto: no sólo la noche sino la hora precisa está ya muy cercana. Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre será entregado en manos de los pecadores. Ya no hay lugar para estar sentado o para dormir. Tendréis necesidad de estar despiertos, vigilantes, y apenas hay tiempo para rezar. Ya no anuncio cosas futuras, sino que en este mismo momento digo: Levantaos, vamos. El que me ha de entregar está cerca. Si no queréis estar despiertos para rezar, levantaos por lo menos y marchad rápidamente, no sea que más tarde no podáis escapar. Porque ya está aquí el que me traiciona.”
Al decir “Levantaos, vamos", también pudo significar, no que huyeran, sino que se adelantaran para hacer frente a los acontecimientos con confianza. Así lo hizo El mismo. No se marchó en la dirección opuesta, sino que, mientras hablaba, iba al encuentro de aquellos que le buscaban con el corazón lleno de furia criminal.
Cristo sigue siendo entregado en la historia
“Todavía mientras Jesús hablaba, he aquí a Judas Iscariote, uno de los Doce, y con él una gran muchedumbre con espadas y palos, enviada por los jefes de los sacerdotes, los escribas y ancianos del pueblo” . Nada hay tan eficaz para la salvación y para la siembra de todas las virtudes en un corazón cristiano, como la contemplación piadosa y afectiva de cada uno de los sucesos de la pasión de Cristo. Pero, junto a esto, no resulta de poco interés considerar el mismo hecho histórico -aquel tiempo en que los Apóstoles dormían mientras el Hijo del hombre era entregado- como una misteriosaimagen de lo que ocurriría en el futuro. Para redimir al hombre, Cristo fue verdaderamente Hijo del hombre.
(…) Pienso que no andamos equivocados al sospechar que se avecina de nuevo un tiempo en que el Hijo del hombre, Cristo, será entregado en manos de los pecadores, cuando observamos un peligro inminente de que el Cuerpo místico de Cristo, la Iglesia de Cristo, esto es, el pueblo cristiano, es arrastrado a la ruina a manos de hombres perversos e impíos. Y con dolor lo digo, porque ya son varios los siglos en los que no hemos dejado de ver cómo esto acontece, ora en un sitio, ora en otro; mientras, en algunos lugares, invade el cruel turco territorios cristianos, o, en otros, poblaciones enteras son desgajadas por las luchas intestinas de muchas sectas heréticas.
Cuando veamos u oigamos que tales cosas empiezan a ocurrir, aunque sea muy lejos de nosotros, pensemos que no es momento para sentarse y dormir, sino para levantarse inmediatamente y socorrer a aquellos cristianos en el peligro en que se encuentran y de cualquier manera que podamos. Si otra cosa no podemos, sea al menos con la oración. Ni se ha de considerar este peligro de modo frívolo y superficial por el solo hecho de que ocurra muy lejos de nosotros.
Si tan acertada es aquella frase del poeta cómico: “Hombre como soy, nada humano me es extraño” ¿cómo no sería merecedor de grave reproche la conducta de esos cristianos que duermen y roncan mientras otros cristianos están en peligro? Para insinuarnos esto dirigió Cristo su advertencia de que convenía estar despierto, vigilando y rezando, no sólo a los discípulos que estaban cerca suyo, sino también a los que El quiso que se quedaran a cierta distancia. Si los males y desgracias de aquellos que están lejos no nos llegaran a conmover y preocupar, muévanos, al menos, nuestro propio peligro. (…)
Otra idea se desprende de aquí, y es esta: Cristo es entregado de nuevo en manos de los pecadores cuando su Cuerpo sacrosanto en la Eucaristía es consagrado y manoseado por sacerdotes lujuriosos, disolutos y sacrílegos.
Cuando tales cosas veamos (y desgraciadamente ocurren con mucha frecuencia), pensemos que Cristo mismo nos habla de nuevo:"¿Por qué dormís? Despertaos, levantaos y rezad para que no caigáis en la tentación. Por que el Hijo del hombre es entregado en manos de los pecadores.” Por el mal ejemplo de esos sacerdotes perversos, la peste del vicio se extiende con facilidad entre el pueblo. Y cuanto menos idóneos son para recibir la gracia quienes, por obligación, han de vigilar y rezar por el pueblo, tanto más necesario es para éste estar bien despierto, levantarse y rezar con gran ardor, no sólo por sí mismos, sino también por estos sacerdotes. ¡Qué grandísimo bien se haría al pueblo si tales sacerdotes cambiaran y se hicieran mejores!
Una manera particular de entregar a Cristo en manos de los pecadores se da entre ciertas personas que, aunque reciben el sacramento de la Eucaristía con frecuencia, (…) se ponen a hablar contra los más evidentes pasajes de la Escritura, contra las interpretaciones clarísimas de todos los santos, contra la fe constantísima de toda la Iglesia durante tantos siglos, contra la verdad ampliamente atestiguada por miles de milagros, esa gente que marcha en este último tipo de infidelidad, ¿qué diferencia, me pregunto, existe entre ellos y los que cogieron prisionero a Cristo aquella noche? ¡Qué poca diferencia entre esos y aquellas tropas de Pilato que en actitud de burla doblaban sus rodillas delante de Cristo, como si le rindieran honor, mientras le insultaban y le llamaban rey de los judíos!.
Esta gente de ahora también se arrodilla ante la Eucaristía y la llama Cuerpo de Cristo mientras, de acuerdo con su doctrina, no creen en ella más que los soldados de Pilato creían que Cristo era rey.
En cuanto oigamos que tales cosas ocurren en otros lugares -no importa qué lejos estén-, imaginemos inmediatamente a Cristo diciéndonos con urgencia: “¿Por qué estáis dormidos? Levantaos y rezad para que no caigáis en la tentación.” No seamos ingenuos: dondequiera se presenta hoy esta plaga con extraordinaria virulencia, no cogen todos la enfermedad en un solo día. El contagio se extiende poco a poco y de manera imperceptible. Quienes al principio no le daban importancia, se levantan más tarde para oírlo y responder con cierta apatía o menosprecio; y luego son arrastrados al error, hasta que, como un cáncer (según expresión del Apóstol), el escurridizo mal acaba finalmente conquistando el país entero.
Mantengámonos bien despiertos, levantémonos y recemos asiduamente para que vuelvan sobre si todos cuantos han caído en esta desgraciada insana preparada por Satán, y para que Dios nunca permita entremos nosotros también en tal tentación, ni permita jamás al diablo desatar las ráfagas de esa tormenta hacia nuestras costas. (…)
(Continuará)
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Infocatólica agradecerá vuestra generosa colaboración; le sugerimos cómo hacerlo.
1 comentario
Meditar cada paso de "La agonía de Cristo" resulta un aprendizaje valioso e invita a reflexiones profundas.
Inmensamente agradecido.
Jao
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V.G.: Demos gracias a Dios que nos permite compartirlo.
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