(76) Sobre la tristeza, el miedo y la oración (de Sto. Tomás Moro: "La Agonía de Cristo", I )
Uno de los libros más oportunos y fecundos para el tiempo de Cuaresma es sin duda, “La Agonía de Cristo", de Sto. Tomás Moro. Teniendo en cuenta que se trata de un laico, y además, patrono de los políticos católicos, creo que en esta hora que vivimos es de una vigorosa actualidad para prestarle oídos más atentos y rogarle nos alcance fidelidad al Evangelio a toda costa, sin ceder a componendas fáciles con el mundo.
Quién sabe por qué aires “primaverales", lo cierto es que a menudo vemos a nuestro alrededor a algunos cristianos muy desanimados, atemorizados, atenazados por la tentación de bajar los brazos y dejar de remar contra corriente, para dejarse arrastrar o salir corriendo…Y es muy conveniente que no perdamos jamás de vista que el mismo Jesucristo ha sufrido primero -antes de consumar la entrega que fue nuestra Victoria- el temor y el cansancio por el abandono y la traición.
Personalmente, en las prédicas del Jueves Santo echo siempre de menos unas palabras sobre la Agonía de Cristo. Al menos en mi experiencia, normalmente he notado que las predicas de ese día se centran en el lavatorio de los pies y el servicio al prójimo (incluso sin mucho detenimiento en la institución de la Eucaristía y el Sacerdocio, pues eso lo dejan seguramente para la misa crismal, pero a la que no asiste todo el pueblo…), y el Viernes contemplamos el sufrimiento físico de Cristo, como si la Pasión comenzara en el Via Crucis.
Pero lo cierto es que -a excepción del I Misterio Doloroso del Rosario- tal vez no tenemos suficientemente presente el dolor infinito del alma de Nuestro Señor, en el tiempo previo a su captura. Por eso, la detenida meditación que realiza Sto.Tomás Moro, mientras él mismo espera su muerte en la torre de Londres, se halla en perfecta “sintonía” espiritual para interpretarla viviéndola en carne propia. ¿Cuántos hermanos nuestros están hoy también viviendo similares situaciones, sobre todo en Oriente?…Podríamos leer estas líneas pensando en ellos, y pidiendo que, en la Comunión de los Santos, reciban nuestro consuelo y se fortalezca su fidelidad.
Esperando entonces que a nuestros lectores les haga tanto bien como a mí, compartiré en dos o tres partes, una selección de este texto, que pueden también hallar completo aquí.
LA AGONÍA DE CRISTO (de Sto. Tomás Moro)
I. “SOBRE LA TRISTEZA, AFLICCIÓN, MIEDO Y ORACIÓN DE CRISTO ANTES DE SER CAPTURADO” (Mt 26, Mc 14, Lc 22, Ju 18).
Oración y mortificación con Cristo
“Y dicho el himno de acción de gracias, salieron hacia el monte de los Olivos".
Aunque había hablado de tantas cosas santas durante la cena con sus Apóstoles, sin embargo, y a punto de marchar, quiso acabarla con una acción de gracias. ¡Ah!, qué poco nos parecemos a Cristo aunque llevemos su nombre y nos llamemos cristianos. Nuestra conversación en las comidas no sólo es tonta y superficial (incluso por esta negligencia advirtió Cristo que deberemos rendir cuenta), sino que a menudo es también perniciosa, y una vez llenos de comida y bebida dejamos la mesa sin acordarnos de Dios y sin darle gracias por los bienes que nos ha otorgado.
(…) Nos quedamos tan contentos diciendo dos o tres palabrejas, cualesquiera que sean, e incluso ésas las susurramos descuidadamente y bostezando con indolencia.
Salieron hacia el monte de los Olivos, y no a la cama. El profeta dice: “En mitad de la noche me levanté para rendirte homenaje", pero Cristo ni siquiera se reclinó sobre el lecho. Ojalá pudiéramos nosotros, por lo menos, aplicarnos con verdad este otro texto: “Me acordé de tí cuando descansaba sobre mi cama. Y no era el tiempo veraniego cuando Cristo, después de cenar, se dirigió hacia el monte. Porque (…) aquella noche hubo de ser fría, como muestra la circunstancia de que los servidores se calentaban junto a las brasas en el patio del sumo pontífice. Ni tampoco era ésta la primera vez que Cristo hacía tal cosa, como claramente atestigua el evangelista al escribir secundum consuetudinem, “según su costumbre” .
Subió a una montaña para rezar, significando así que, al disponernos a hacer oración, hemos de elevar nuestras mentes del tumulto de las cosas temporales hacia la contemplación de las divinas. El mismo monte de los Olivos tampoco carece de misterio, plantado como estaba con olivos.
La rama de olivo era generalmente empleada como símbolo de paz, aquella que Cristo vino a establecer de nuevo entre Dios y el hombre después de tan larga separación.
El aceite que se extrae del olivo representa la unción del Espíritu: Cristo vino y volvió a su Padre con el propósito de enviar el Espíritu Santo sobre los discípulos, de tal modo que su unción pudiera enseñarles todo aquello que no hubieran podido sobrellevar si se lo hubiera dicho antes.
“Marchó a la otra parte del torrente Cedrón, a un huerto llamado Getsemaní".
Corre el Cedrón entre la ciudad de Jerusalén y el monte de los Olivos, y el vocablo “Cedrón” significa en lengua hebrea “tristeza", mientras que “Getsemaní” quiere decir “valle muy fértil” y también “valle de olivos". No se ha de pensar que es simple casualidad el hecho de que los evangelistas recordaran con tanto cuidado estos nombres. De lo contrario, hubieran considerado suficiente indicar que fue al monte de los Olivos, a no ser que Dios hubiera escondido bajo estos nombres algunos misteriosos significados que hombres estudiosos, con la ayuda del Espíritu Santo, intentarían descubrir, por el simple hecho de ser mencionados. Dado que ni una sílaba puede considerarse vana o superflua en un escrito inspirado por el Espíritu Santo mientras los Apóstoles escribían, y dado el hecho de que ni siquiera un pájaro cae a tierra fuera del orden querido por Dios, me es imposible pensar que los evangelistas mencionaran estos nombres de manera fortuita, o bien que los judíos los asignaran a lugares (cualquiera que fuese su intención al hacerlo) sin un plan escondido del Espíritu Santo, que guardó en tales nombres un depósito de misterios para que fueran desenterrados más adelante.
“Cedrón” significa tanto “tristeza” como “negrura u oscuridad” y da nombre no sólo al torrente mencionado por los evangelistas, sino también -como consta con claridad al valle por el que corre el torrente y que separa a Getsemaní de la ciudad. Así, todos estos nombres evocan a la memoria (a no ser que nos lo impida ver nuestra somnolencia) la realidad de que mientras estamos distantes del Señor, como dice el Apóstol, y antes de llegar al monte fructífero de los Olivos y a la agradable finca de Getsemaní -cuyo aspecto no es triste y áspero, sino fértil en toda clase de alegrías-, debemos cruzar el valle y la corriente del Cedrón. Un valle de lágrimas y un torrente de tristeza, en cuyas aguas puedan limpiarse la suciedad y negrura de nuestros pecados.
Mas, si cansados y abrumados con dolor y llanto intentamos perversamente cambiar este mundo, este lugar de trabajo y de sacrificio, en puerto de frívolo descanso; si buscamos el paraíso en la tierra, entonces nos apartamos y huimos para siempre de la verdadera felicidad, y buscaremos la penitencia cuando ya es demasiado tarde, y nos veremos además envueltos en tribulaciones intolerables e interminables.
(…) Y como las palabras de la Sagrada Escritura no están atadas a un solo sentido, sino cargadas con otros misteriosos, estos nombres de lugares armonizan bien con la historia de la Pasión de Cristo. (…) El que “Cedrón” signifique “ennegrecido” ¿no parece querer recordar aquella predicción del profeta sobre Cristo, anunciando que entraría en su gloria por un suplicio ignominioso, y que quedaría desconocido por las contusiones y los cardenales, la sangre, los escupitajos y la suciedad hasta tal grado que “no hay forma ni belleza en su rostro"?. (…) Y que el nombre del torrente que cruzó no en vano significa “triste” es algo que el mismo Cristo atestiguó al decir: “Mi alma está triste con tristeza de muerte.”
“Y le siguieron también sus discípulos", es decir, los once que habían quedado con El.
El diablo había entrado en el otro Apóstol después de cenar, y afuera también éste marchó, mas no para seguir como discípulo al maestro, sino para perseguirle como un traidor. Bien se cumplían en él aquellas palabras de Cristo: “El que no está conmigo está en contra de mí” (…) No imitemos la conducta de judas, abandonando a Cristo después de haber participado de sus favores y haber cenado espléndidamente con El, para que no caiga sobre nosotros aquella profecía: “Si veías al ladrón te ibas con él".
“Judas, que le entregaba, conocía bien el sitio porque solía Jesús retirarse muchas veces a él con sus discípulos". (…) Si hubiera ido allí únicamente algunas veces y no frecuentemente, no hubiera estado el traidor tan seguro como estaba de encontrar allí al Señor, hasta el punto de llevar a los servidores del sumo sacerdote y a la cohorte de soldados romanos, como si todo se hubiera acordado de antemano. (…)
Mientras tristes y amargados rezaban los hipócritas en las esquinas de las plazas para ser vistos por los hombres, El, apacible y amable, almorzaba con pecadores para ayudarles a cambiar sus vidas. Y, además, solía pasar la noche rezando al descubierto, bajo el cielo, mientras el fariseo hipócrita roncaba a pierna suelta en la blandura de su lecho. ¡Ojalá aquellos de nosotros que, esclavizados en tal forma por la pereza no podemos imitar este ejemplo de nuestro Salvador, tuviéramos, por lo menos, el deseo de traer a la memoria -precisamente mientras nos damos la vuelta en la cama medio dormidos- estas sus noches enteras en oración!
Ojalá aprovecháramos esos momentos mientras esperamos al sueño para dar gracias a Dios, para pedirle más gracias y para condenar nuestra apatía y pereza. Estoy seguro de que si hiciéramos el propósito de adquirir el hábito e intentarlo aunque sólo fuera un poco, pero con constancia, en breve tiempo nos concedería Dios dar un gran paso y aumentar el fruto.
La angustia de Cristo ante la muerte
“Y dijo a los discípulos: Sentaos aquí mientras yo voy más allá y hago oración. Y llevándose consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, empezó a entristecerse y a angustiarse. Y les dijo entonces: Mi alma está triste hasta la muerte. Aguardad aquí y velad conmigo” . (…)Era razonable que estuvieran muy próximos a El, en la agonía previa a su Pasión., los mismos que habían sido admitidos a tan maravillosa visión, y a quienes El habla recreado con un destello de la claridad eterna porque convenía que fueran fuertes y firmes.
(…) Una mole abrumadora de pesares empezó a ocupar el cuerpo bendito y joven del Salvador. Sentía que la prueba era ahora ya algo inminente y que estaba a punto de volcarse sobre El (…) Pesares y sufrimientos se revolvían como un torbellino tempestuoso en su corazón amabilísimo y lo inundaban como las aguas del océano rompen sin piedad a través de los diques destrozados.
Alguno podrá quizás asombrarse, y se preguntará cómo es posible que nuestro salvador Jesucristo, siendo verdaderamente Dios, igual a su Padre Todopoderoso, sintiera tristeza, dolor y pesadumbre. No hubiera podido padecer todo esto si siendo como era Dios, lo hubiera sido de tal manera que no fuese al mismo tiempo hombre verdadero. Ahora bien, como no era menos verdadero hombre que era verdaderamente Dios, no veo razón para sorprendernos de que, al ser hombre de .verdad, participara de los afectos y pasiones naturales de los hombres (afectos y pasiones, por supuesto, ausentes en todo de mal o de culpa). (…) Tal vez, se podría objetar: “Está bien. (…) pero no puedo explicarme el que deseara tenerlas de hecho. Porque El mismo enseñó a los discípulos a no tener miedo a aquellos que pueden matar el cuerpo y ya no pueden hacer nada más. ¿Cómo es posible que ahora tenga tanto miedo de esos hombres y, especialmente, si se tiene en cuenta que nada sufriría su cuerpo si El no lo permitiera? Consta, además., que sus mártires corrían hacia la muerte prestos y alegres, mostrándose superiores a tiranos y torturadores, y casi insultándoles. Si esto fue así con los mártires de Cristo, ¿cómo no ha de parecer extraño que el mismo Cristo se llenara de terror y pavor, y se entristeciera a medida que se acercaba el sufrimiento? ¿No es acaso Cristo el primero y el modelo ejemplar de los mártires todos? Ya que tanto le gustaba primero hacer y luego enseñar, hubiera sido más lógico haber asentado en esos momentos un buen ejemplo para que otros aprendieran de El a sufrir gustosos la muerte por causa de la verdad. Y también para que los que más tarde morirían por la fe con duda y miedo no excusaran su cobardía imaginando que siguen a Cristo, cuando en realidad su reluctancia puede descorazonar a otros que vean su temor y tristeza, rebajando así la gloria de su causa.”
Estos y otros que tales objeciones ponen no aciertan a ver todos los aspectos de la cuestión, ni se dan cuenta de lo que Cristo quería decir al prohibir a sus discípulos que tuvieran miedo a la muerte. No quiso que sus discípulos no rechazaran nunca la muerte, sino, más bien, que nunca huyeran por miedo de aquella muerte “temporal” que no durará mucho, para ir a caer, al renegar de la fe, en la muerte eterna. Quería que los cristianos fuesen soldados fuertes y prudentes, no tontos e insensatos. El hombre fuerte aguanta y resiste los golpes, el insensato ni los siente siquiera. Sólo un loco no teme las heridas, mientras que el prudente no permite que el miedo al sufrimiento le separe jamás de una conducta noble y santa. Seria escapar de unos dolores de poca monta para ir a caer en otros mucho más dolorosos y amargos.
(…) Aunque Cristo nuestro Salvador nos manda tolerar la muerte, si no puede ser evitada, antes que separarnos de El por miedo a la muerte (y esto ocurre cuando negamos públicamente nuestra fe), sin embargo, está tan lejos de mandarnos hacer violencia a nuestra naturaleza (como seria el caso si no hubiéramos de temer en absoluto la muerte), que incluso nos deja la libertad de escapar si es posible del suplicio, siempre que esto no repercuta en daño de su causa. (…) Hay también valerosos campeones que tomaron la iniciativa profesando públicamente su fe cristiana aunque nadie se lo exigiera; e incluso llegaron a exponerse y ofrecerse a morir aunque tampoco nadie les forzara. (…)
Sin embargo, Dios misericordioso no nos manda trepar a tan empinada y ardua cumbre de la fortaleza; (…) Quienes son llamados por Dios para esto, que luchen por conseguir lo que Dios quiere y -reinarán vencedores. (…) Si alguien es llevado hasta aquel punto en que debe tomar una decisión entre sufrir tormento o renegar de Dios, no ha de dudar que está en medio de esa angustia porque Dios lo quiere. Tiene de este modo el motivo más grande para esperar de Dios lo mejor: o bien Dios le librará de este combate, o bien le ayudará en la lucha, y le hará vencer para coronarlo como triunfador. Porque “fiel es Dios que no permitirá seáis tentados sobre vuestras fuerzas, sino que de la misma prueba os hará sacar provecho para que podáis sosteneros
Si enfrentado en lucha cuerpo a cuerpo con el diablo, príncipe de este mundo, y con sus secuaces, no hay modo posible de escapar sin ofender a Dios, tal hombre -en mi opinión- debe desechar todo miedo; yo le mandaría descansar tranquilo lleno de esperanza y de confianza, “porque disminuirá la fortaleza de quien desconfíe en el día de la tribulación” . Pero el miedo y la ansiedad antes del combate no son reprensibles, en la medida en que la razón no deje de luchar en su contra, y la lucha en si misma no sea criminal ni pecaminosa. No sólo no es el miedo reprensible, sino, al contrario, inmensa y excelente oportunidad para merecer. ¿0 acaso imaginas tú que aquellos santos mártires que derramaron su sangre por la fe no tuvieron jamás miedo a los suplicios y a la muerte? No me hace falta elaborar todo un catálogo de mártires: para mi el ejemplo de Pablo vale por mil .
(…)¿No escuchas de la boca del mismo Pablo, su miedo, su estremecimiento, su cansancio, más *insoportable que la misma muerte, hasta tal punto que nos recuerda la agonía de Cristo y presenta una imagen de ella? (…) Ningún temor, sin embargo, por grande que fuera, pudo detener a Pablo en sus planes para extender la fe; tampoco pudieron los consejos de los discípulos disuadirle para que no viajara a Jerusalén (viaje al que se sentía impulsado por el Espíritu de Dios).
El miedo a la muerte o a los tormentos nada tiene de culpa, sino más bien de pena: es una aflicción de las que Cristo vino a padecer y no a escapar. Ni se ha de llamar cobardía al miedo y horror ante los suplicios. Sin embargo, huir por miedo a la tortura o a la misma muerte en una situación en la que es necesario luchar, o también, abandonar toda esperanza de victoria y entregarse al enemigo, esto, sin duda, es un crimen grave en la disciplina militar. Por lo demás., no importa cuán perturbado y estremecido por el miedo esté el animo de un soldado; si a pesar de todo avanza cuando lo manda el capitán, y marcha y lucha y vence al enemigo, ningún motivo tiene para temer que aquel su primer miedo pueda disminuir el premio. De hecho, debería recibir incluso mayor alabanza, puesto que hubo de superar no sólo al ejército enemigo., sino también su propio temor; y esto último, con frecuencia, es más difícil de vencer que el mismo enemigo.
La Humanidad de Cristo
Por lo que se refiere a Cristo nuestro Salvador, lo que ocurrió poco después muestra qué lejos estaba de dejarse arrastrar por la tristeza, el miedo o el cansancio, y no obedecer el mandato de su Padre, llevando con valentía a su término todo lo que antes temiera con miedo provechoso y prudente. Por más de una razón quiso Cristo padecer miedo y tristeza, tedio y pena. (…)
- La primera fue llevar a cabo aquello para lo que vino a este mundo: dar testimonio de la verdad. (…) El mejor y mas comprensivo de los médicos quiso experimentar en sí mismo la tristeza, el cansancio, el miedo a las torturas, mostrando por medio de estos indicios de humana debilidad que era verdaderamente un hombre.
- Vino además a este mundo a ganar para nosotros la alegría por su propio dolor: y ya que nuestra felicidad será consumada en. el cielo tanto en el alma como en el cuerpo, quiso de esta manera padecer no sólo el dolor de la tortura corporal, sino experimentar también en su alma, y de la forma más cruda y amarga, la tristeza, el miedo y el tedio. (…)
-Una última razón, y dado que nada se le ocultaba asu conocimiento eterno, se encuentra en el hecho de que sabía que habría en la Iglesia personas de diversos temperamentos y condiciones. Y aunque la sola naturaleza sin la ayuda de la gracia nada puede hacer para sobrellevar el martirio (el Apóstol dice que ni siquiera se puede exclamar “jesús es el Señor” si no es en el Espíritu), sin embargo, Dios no da la gracia a los hombres de tal modo que se suspendan las funciones y procesos de la naturaleza. 0 bien permite que la naturaleza se acomode a la gracia y la sirva de tal modo que la obra buena sea hecha con más facilidad, o, caso de que la naturaleza esté dispuesta a resistir, Dios hace que esta misma resistencia, vencida y subyugada por la gracia, aumente el mérito de la obra, precisamente en razón de que era difícil de llevar a cabo.
Sabía Cristo que muchas personas de constitución débil se llenarían de terror ante el peligro de ser torturadas, y quiso darles ánimo con el ejemplo de su propio dolor, su propia tristeza, su abatimiento y miedo inigualable. De otra manera, desanimadas esas personas al comparar su propio estado temeroso con la intrépida audacia de los más fuertes mártires, podrían llegar a conceder sin más aquello que temen les será de todos modos arrebatado por la fuerza. A quien en esta situación estuviera y parece como si Cristo se sirviera de su propia agonía para hablarle con vivísima voz:
-"Ten valor, tú que eres débil y flojo, y no desesperes. Estás atemorizado y triste, abatido por el cansancio y el temor al tormento. Ten confianza. Yo he vencido al mundo, y a pesar de ello sufrí mucho más por el miedo y estaba cada vez más horrorizado a medida que se avecinaba el sufrimiento. Deja que el hombre fuerte tenga como modelo mártires magnánimos, de gran valor y presencia de ánimo. Deja que se llene de alegría imitándolos. Tú, temeroso y enfermizo, tómame a Mí como modelo. Desconfiando de ti, espera en Mí. Mira cómo marcho delante de ti en este camino tan lleno de temores. Agárrate al borde de mi vestido, y sentirás fluir de él un poder que no permitirá a la sangre de tu corazón derramarse en vanos temores y angustias; hará tu ánimo más alegre, sobre todo cuando recuerdes que sigues muy de cerca mis pasos -fiel soy, y no permitiré que seas tentado más allá de tus fuerzas, sino que te daré, junto con la prueba, la gracia necesaria para soportarla-, y alegra también tu ánimo cuando recuerdes que esta tribulación leve y momentánea se convertirá en un peso de gloria inmenso. Porque los sufrimientos de aquí abajo no son comparables con la gloria futura que se manifestará en ti. Saca fuerza de la consideración de todo esto y arroja el abatimiento y la tristeza, el miedo y el cansancio, con el signo de mi cruz y como si sólo fueran vanos espectros en las tinieblas. Avanza con brío y atraviesa los obstáculos firmemente confiado en que yo te apoyaré y dirigiré tu causa hasta que seas proclamado vencedor. Te premiaré entonces con la corona de la victoria.”
Entre las razones por las que nuestro Salvador tomó sobre sí mismo las pasiones de la natural debilidad humana, esta última de la que acabo de hablar no es menos digna de consideración. Quiero decir que de verdad se hizo débil por causa del débil, para poder así atender a otros hombres débiles gracias, precisamente, a su propia debilidad. Tan impresa tenía en su corazón la preocupación por nuestra felicidad que todo el proceso de su agonía no parece haber sido delineado sino para dejar bien asentada toda una disciplina de lucha y un método para el soldado que, débil y temeroso, necesita ser empujado -por así decir- al martirio.
¿Cómo es nuestra oración?
Para enseñar que en el peligro o en una dificultad que acecha hemos de pedir a otros que vigilen y recen, poniendo al mismo tiempo nuestra confianza en sólo Dios; y también con la intención de mostrar que tomaría el cáliz amargo de la cruz El solo, en soledad y sin otra compañía, mandó a aquellos tres Apóstoles que El había entresacado de los once y llevado al pie de la montaña, que se quedaran allí, firmes y vigilando con El. Después se retiró como un tiro de piedra. “Alejándose un poco adelante, se postró en tierra, caldo sobre su rostro, y suplicaba que, si ser pudiese, se alejara de El aquella hora: ¡Padre, Padre mío!, decía, todas las cosas te son posibles. Aparta de Mí este cáliz, mas no sea lo que Yo quiero, sino lo que Tú.”
Lo primero que enseña Cristo Rey, y con su propio ejemplo, a quien quiera luchar por El es la virtud de la humildad, fundamento de las demás virtudes y que permite a uno remontarse hacia las más altas metas con paso seguro. Siendo Cristo, en cuanto Dios, igual al Padre, se presenta ante Dios Padre humildemente por ser también hombre, y se postra así en el suelo.
Paremos, lector, brevemente en este lugar para contemplar con devoción a nuestro rey, postrado en tierra en esa actitud de súplica. Si hacemos esto con verdadera atención, un rayo de aquella luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo iluminará nuestras inteligencias y veremos., reconoceremos, nos doleremos, y en algún momento llegaremos a corregir, no diré ya la negligencia, la pereza o la apatía de nuestra vida, sino la falta de sentido común, la colmada estupidez, la idiotez o insensatez con la que nos dirigimos a Dios todopoderoso. En lugar de rezar con reverencia nos acercamos a El de mala gana, perezosamente y medio dormidos; mucho me temo que así no sólo no le complacemos y ganamos su favor, sino que le irritamos y hasta provocamos seriamente su ira.
Seria muy de desear que, alguna vez, hiciéramos un esfuerzo especial, inmediatamente después de acabar un rato de oración., para traer de nuevo a la memoria todo lo que pensamos durante el tiempo que hemos estado rezando. ¿Qué locuras y necedades veríamos allí? ¿Cuánta vana distracción -y, algunas veces, hasta asquerosidades- podríamos captar? Nos quedaríamos de verdad asombras de que todo eso fuera posible; de que, en tan corto espacio de tiempo, pudiera la imaginación disiparse por tantos lugares, tan dispares y lejanos entre sí; o entre tantos asuntos y cosas tan variopintos como carentes de importancia. (…)
Cuando nuestra cabeza deja de prestar atención, ocurre un fenómeno parecido con el cuerpo. (…) En nuestra dejadez y descuido tan pronto paseamos como nos sentamos en un banco; pero, incluso si rezamos de rodillas, procuramos apoyarnos sobre una sola rodilla, levantando la otra y descansando así sobre el pie; o hacemos colocar un buen almohadón bajo las rodillas, y algunas veces (depende de cuán flojos y consentidos seamos) incluso buscamos apoyar los codos sobre un almohadón confortable. Con toda esta precaución parecemos una casa ruinosa que amenaza derrumbarse de un momento a otro.
Por lo que se refiere a nuestra conducta, las mismas cosas que hacemos nos traicionan de mil maneras mostrando que la cabeza está ocupada en algo muy ajeno a la oración. (…) ¿Cómo es posible que nos comportemos así en algo tan importante para nosotros como la oración? ¿De esa manera pedimos perdón por nuestras faltas suplicándole que nos libre del castigo eterno? Porque de tal modo rezamos que, incluso si no hubiéramos pecado antes, nos hacemos merecedores de castigos diez veces mayores al acercarnos a la majestad soberana de Dios con tan poco aprecio.
(…) No deseo que nadie interprete lo que digo pensando que prohíbo rezar paseando o estando sentado o incluso cómodamente echado. No, y de hecho, cuánto me gustaría que cualquier cosa que hiciéramos y en cualquier postura del cuerpo, estuviéramos, al mismo tiempo, elevando constantemente nuestras mentes a Dios, que esta suerte de oración es la que más le agrada. Poco importan a dónde se dirijan nuestros pasos si nuestras cabezas están puestas en el Señor. Ni importa lo mucho que andemos porque nunca nos alejaremos bastante de Aquel que en todas partes está presente.
(…) De todas maneras, no hay que olvidar que algunas ideas que vienen mientras rezamos han podido ser sugeridas por un espíritu del mal, o bien se han deslizado en la imaginación por el natural funcionamiento de los sentidos. Ninguna de estas distracciones, por vil y horrible que sea, es falta grave si la resistimos y rechazamos. Pero, de lo contrario, si la aceptamos con gusto o por falta de cuidado permitimos que crezca en intensidad durante un rato, no tengo la más mínima duda de que su fuerza puede llegar a aumentar de tal manera que sea fatalmente perjudicial para el alma. (…)
La oración de Cristo
Por consiguiente, ya que Cristo Salvador nuestro vio que nada hay más provechoso que la oración, y también que este medio de salvación sería a menudo infructuoso por la negligencia e insensatez de los hombres y la malicia de los demonios (…), decidió El mismo aprovechar esta oportunidad, en su camino hacia la muerte, para reforzar su enseñanza con la palabra y con su propio ejemplo. (…)
Deseaba que supiéramos bien que hemos de servir a Dios no sólo con el alma, sino también con el cuerpo, pues ambos fueron por El creados. Quiso igualmente enseñamos que una -, actitud respetuosa y reverente delcuerpo, aunque tiene su origen y toma su forma del alma, aumenta al mismo tiempo la propiareverencia de ésta y la devoción del hombre a Dios. Quiso así mostrar El la más humilde forma de sujeción, y veneró a su Padre del cielo en una postura corporal que ningún poderoso de la tierra se ha atrevido a reclamar, ni ha aceptado para sí cuando se la han ofrecido voluntariamente (…).
“Volvió después a sus discípulos y los encontró dormidos". En amor amori quid prestat, cuánto sobresale y destaca un amor sobre el otro. El amor de Cristo por los suyos era mucho más grande que el amor con que ellos correspondían, incluso el de quienes más le amaban. Ni la tristeza, miedo, pavor o cansancio, que angustiosamente le afligían cuanto más cercano estaba su cruel suplicio, le excusaron de ir a ver a sus amigos. Estos, aunque mucho le amaban (y sin duda le querían con locura), se durmieron con toda tranquilidad, y, precisamente, cuando un peligro tan grave se cernía sobre su Maestro.
“Y dijo a Pedro: ¿Simón, tú duermes? ¿No has podido vigilar conmigo una hora? Vigilad y orad para que no caigáis en la tentación. El espíritu, si, está pronto, pero la carne es flaca`. ¡Qué fuerza tienen estas palabras tan breves de Cristo! (…) Al dirigirse a Pedro como Simón y reprocharle bajo ese nombre su somnolencia, quería Cristo decir que el nombre de Pedro, dado anteriormente en razón de su firmeza, no era muy apropiado ahora ante su debilidad y su sueño. No sólo interesa aquí notar la omisión del nombre de Pedro (o mejor, Cefas), sino también el hecho de que el mismo nombre de Simón no dejara de llevar su aguijón. Porque, en hebreo (lengua que hablaba Cristo), Simón significa “el que escucha” y también “el que obedece", y en esta ocasión, y contra el expreso deseo de Cristo, Pedro se había dormido: ni escuchaba ni obedecía.
(…) Simón, que ya no Cefas, ¿duermes? ¿Cómo puedes merecer que te llame Cefas, es decir, ‘roca’, si muestras ahora tanta flaqueza que ni siquiera puedes aguantar una hora sin caer en los lazos del sueño? Y por lo que se refiere a tu viejo nombre, el de Simón, ¿puedes ser llamado ‘el que escucha’ cuando te encuentro así dormido? ¿Puedes ser llamado ‘obediente’ cuando, a pesar de que te mandé vigilar, apenas me voy, te echas, empiezas a cabecear y te caes dormido? Hice Yo tanto por ti, ¿y tú te duermes? Yo te hice sujeto de honores, ¿y te me duermes? Hace poco te jactabas de que morirías conmigo, ¿y ahora duermes? Soy arrastrado a la muerte por judíos y gentiles y por uno peor que cualquiera de ellos, judas; y tú, Simón, ¿te duermes? No hay duda de que Satanás está buscando trituraros como el trigo, ¿y tú te duermes? ¿Qué puedo esperar de otros si, en tan grave e inminente peligro, no sólo para mi, sino también para vosotros, incluso tú, Simón, te has dormido?”
Después, y para que nadie pensara que esto afectaba sólo a Pedro, se volvió y habló a los demás: ‘Vigilad y orad, para que no caigáis en la tentación. El espíritu está pronto, pero la carne es flaca.”
Se nos manda aquí orar constantemente. No sólo se declara la utilidad de la oración, sino su inmensa necesidad. Sin ella, la debilidad de la carne nos echa para atrás como la rémora retarda el barco, hasta que nuestras cabezas (sin que importe cuánto deseen hacer el bien) son precipitadas en el mar de la tentación. ¿Qué ánimo está más pronto que lo estaba el de Pedro? Esto enseña cuánta necesidad tenía de la ayuda divina contra la debilidad de la carne.
Cuando el sueño le impidió rezar y pedir ayuda a Dios abrió una rendija al demonio que, poco después, se serviría de su flaqueza para embotar los buenos deseos de su corazón y llevarlo hasta la negación de Cristo con perjurio.
Si esto ocurrió a los Apóstoles, hombres que eran ramas verdes llenas de vida, que entraron en tentación por dejar que el sueno interrumpiera su oración, ¿qué ocurrirá con nosotros que, en comparación con ellos, somos ramas secas, al enfrentamos casi de súbito con el peligro? Y me pregunto cuándo no estamos en peligro, porque nuestro enemigo el diablo anda como león rugiente buscando a quien cae por la debilidad de la carne para arrojarse sobre él y devorarlo. En tan grave peligro, me pregunto qué será de nosotros si no seguimos el consejo de Cristo y perseverando en la vigilancia atenta y en la oración.
Manda Cristo estar despiertos no para jugar a las cartas o a dados, ni en borracheras o festines y juergas, ni por el vino o las mujeres, sino para rezar. Advierte que hemos de rezar, no de vez en cuando, sino siempre, sin cesar: Orate sine intermissione. Nosólo durante el día (pues no parece sea muy necesario mandar a alguien estar despierto de día), sino que aconseja también dedicar a la oración un rato del tiempo que dedicamos generalmente a dormir. Deberíamos estar avergonzados y reconocer nuestra culpa porque apenas decimos una o dos breves oraciones, y además, medio dormidos y bostezando. Enseña el Salvador que hemos de rezar no para vivir en la opulencia, ni en una rueda de placeres sin fin, ni para que algo horrible ocurra a nuestros enemigos, m para que recibamos honores en este mundo, sino “para que no entremos en la tentación". Desea, de hecho, darnos a entender que todos esos bienes terrenales, o bien pueden sernos a la larga perjudiciales, o de otro modo, son nada en comparación con el beneficio y fruto de la oración. Por eso, dispuso en su sabiduría esta petición al final de la oración que había previamente enseñado a sus discípulos, y que es como un resumen:"y no nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del mal".
(…) Continuará-
********************************
Infocatólica agradecerá vuestra generosa colaboración; le sugerimos cómo hacerlo.
3 comentarios
No conocía ese libro y resultó ser todo un hallazgo para mí.
No es lectura rápida ni fácil. Obliga a la relectura y con devota atención.
Que Nuestro Señor Jesucristo nos acompañe y nos deje acompañarle en toda la Cuaresma y en Su Pascua de Resurrección.
Cristina Inés - Rosario - Argentina
Jao
Dejar un comentario