(2) La belleza del combate
Con el alma en vilo rogando por la paz en Siria, puede parecer desconcertante el título de este artículo, y sin embargo no es así. Porque en algunos corazones que claman por la paz, precisamente, se asoman a veces las peligrosas garras del desánimo y la resignación, y que pueden incluso ser máscaras de la pereza.
Y es que entre las muchas antinomias que contaminan nuestra fe, y por ende nuestro corazón, está esa -falaz, por cierto- que opone la paz al combate, o identifica a éste con la mera violencia. Es peligroso hacer interpretaciones a la ligera… Nos parece preciso, entonces, detenernos un poco, porque la identificación de términos que no son sinónimos puede acarrear en este caso, daños en el corazón mismo de nuestra conciencia.
¿Por qué tantos jóvenes se ven atraídos por los espejismos que les “venden” las ideologías de turno, abandonando el puesto que les cabe en la Viña del Señor? Miremos a tantos guerrilleros marxistas, miremos a tantos pobres chicos encandilados por la filosofía voluntarista nietzscheana… ellos tal vez no buscan la violencia, pero aman el combate, vislumbran su belleza, y los conquista la idea de una entrega absoluta y radical hasta dar en ello incluso su vida. Y el demonio se ríe, agazapado detrás, mientras muchos católicos se creen que el ideal zen de la ataraxia puede ser genuinamente defendido como la Paz de Cristo… y se equivocan. Han caído en la trampa más peligrosa: la del liberalismo. Éste, aunque sabe ser muy cruel (y miremos si no, la Revolución Francesa, y las leyes que hoy impone contra la ley natural), tiene siempre el antifaz de lo “políticamente correcto”, de la medianía…de la mediocridad. El pacifismo no es la búsqueda de la paz, no; y el modelo budista no es precisamente el de la santidad cristiana.
San Pablo, el Apóstol por antonomasia, nos insta a librar el “buen combate” de la fe (1Tm 6, 11-12), añadiendo inmediatamente un verbo que dice vencimiento de un obstáculo: “conquista la Vida eterna”. Y el Catecismo trae esta cita en el tratamiento nada menos que del Primer Mandamiento: “El fiel cristiano debe dar testimonio del nombre del Señor confesando su fe sin ceder al temor” (Cf. Mt 10, 32; 1Tm 6, 12).
Formando parte por el bautismo, aquí en la tierra, de la Iglesia Militante, podríamos decir que la condición de “combatiente” es inherente al cristiano lúcido, que sabe que el sentido de nuestra vida es siempre un más allá de lo inmediato, aunque éste nos embriague. ¿Se trata de la muerte? ¡Todo lo contrario! Se trata de la vida, de la salud, de la juventud y la alegría. Es lo que nos hace reconocer en el Apocalipsis, el libro de la Esperanza, jamás de la tristeza
La condición bendita del cristiano militante es, pues, la de aceptar la vida como combate Regio, por las almas, tras el Gran Rey-Capitán, de Quien nos habla San Ignacio en los Ejercicios Espirituales, y que “a cada uno en particular llama y dice: Mi voluntad es de conquistar todo el mundo y todos los enemigos, y así entrar en la gloria de mi Padre; por tanto, quien quisiere venir comigo, ha de trabajar comigo, porque siguiéndome en la pena, también me siga en la gloria….”(Cf. Nro. 93 y siguientes).
Personalmente, creo que una de las más magníficas escenas que en el cine recogen este espíritu, es la de Kenneth Branagh en la película “Enrique V”, basada en la obra homónima de William Shakespeare, en la arenga a las tropas antes de la batalla de San Crispín, pues como dice S. Ignacio, “El llamamiento del rey temporal ayuda a contemplar la vida del Rey eternal”.
Si tenemos conciencia de las horas difíciles que vivimos en nuestra época, tendríamos que examinarnos acerca de nuestra disposición al combate con el corazón debidamente agradecido por este llamado. El pusilánime, en cambio, sólo teme, cobarde, porque no mira al Rey, sino sólo su pobre espada, desentendido de la Verdad y la Justicia. No mira más allá. Y en vez de pacífico, se torna pacifista, acomodaticio y vomitivo, porque una tranquilidad que se anhela más que la Verdad, es la de los puercos, no la del Paraíso. Así imagino al mal ladrón, renegando siempre de su patíbulo, en vez de valorar el honor de vivir esa Hora junto a Cristo.
Habría que indagar, -además de las políticas maltusianas-, en la influencia de una espiritualidad blandengue y pusilánime, en esta generación tan inclinada a la homosexualidad y al travestismo, que abomina de la virilidad tanto como de la virtud. Y por supuesto, reniega siempre de las palabras “fuertes”, para terminar tarde o temprano, en la desesperanza primero, y en la desesperación después.
Pienso entonces que la oración más perfecta, ha de ser, en cierto modo también, combate. Probablemente el más eficaz, por lo que Sta. Teresita, que quería ser mártir y guerrero, eligió el Carmelo. Cuando Moisés bajaba los brazos dejando de orar, se perdía la batalla. Y esto es paradigmático, en cada paso de nuestra historia. Porque rezar es resistir. Resistir el arrastre de la marea del mundo, fijándonos en lo eterno. Resistir la corriente de la acción, para vivir la Pasión.
Resulta elocuente, asimismo, que Ntro. Señor elogiase la fe del centurión, un combatiente, diciendo que “ni en Israel he encontrado una fe tan grande” (Lc.7, 1-10). Podemos decir entonces que hay ciertas características que distinguen al “buen” combate del falso:
-Se nutre de la oración, sine qua non
-Se abraza a la Cruz
-Admite lágrimas, pero deja una alegría en el fondo del alma…!
Sigamos mirando, pues, las noticias alarmantes que nos señala el mundo, y sabiendo que no podemos esperar mucho humanamente de este nuevo Herodes, que no vacila en decretar la muerte de los propios hijos de su patria abogando por el aborto irrestricto. Vemos los silencios cómplices, y las injusticias manifiestas, ¿y qué nos cabe, ante lo que parece imposible de resistir? Cabe el combate.
Pero como no puede combatirse sin armas, hay que contar con las que nunca pueden agotarse: la oración incesante -con y sin ganas-. Cabe aún la palabra, la imagen, el gesto; cabe el canto (sólo el que espera una Alborada es capaz de cantar). Cabe aún el silencio afilado como espada, cuando el mundo pide aplauso y apostasía. Caben los himnos de esperanza, que hielan el Infierno cuando se sabe con certeza inquebrantable que la Cruz es nuestro signo de victoria, que el Corazón Inmaculado de María triunfará y somos Sus soldados.
No. No hay sitio para el desánimo; pues la hora del testimonio -cada uno en su puesto- siempre es bendita, promisoria y luminosa como la aurora.
23 comentarios
Ciertamente, el pacifismo nada tiene que ver ni con la paz política ("Si quieres la paz, prepárate para la guerra" , enseñaban sabiamente los romanos) ni mucho menos con la paz cristiana, que se ha de conseguir (D.m) en el Cielo, luego de un arduo y sostenido combate.
Mientras la Iglesia a través de muchos obispos, incluso el de Roma, quieren evitar mayor guerra; (---) parece que la multiplicará.
¿Tiempos apocalípticos?
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Rta: Alfonso: la Iglesia, como su Cabeza, que es Cristo, seguirá siendo signo de contradicción hasta el fin de los tiempos. Hay guerras que siempre deben tratar de evitarse, y otras que siempre deben afrontarse. Cuidado con no distinguir bien cada una, porque en ello va nuestra salvación.
Rece cada día 3 Ave María y un 1 Padrenuestro... y no deje de remar hacia la orilla.
Una lucha espiritual.
Pues Jesús lo explicó al reves... 'id detrás de la oveja perdida'.
Bueno como invitas al final que cada uno combata como buen soldado de Cristo en el frente que el Señor nos puso, con las armas más poderosas, el escudo de la VIRTUD-ORACION, la espada de la VERDAD-ESTUDIO y la fuerza del VERDADERO AMOR-CARIDAD y seguros que el Corazón Inmaculado de María vecera. Sigamos orando por Siria.
Papa Francisco.
"Bienaventurados los mansos; porque ellos heredarán la tierra"
Nuestro Señor Jesucristo.
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Rta: Antonio: la mansedumbre no está en absoluto reñida con el combate, y aún me atrevería a afirmar que todo lo contrario: sólo el manso es capaz de librar el buen combate. Cuidado con hacerle el juego al "mundo".
"Jesús no tiene necesidad de un ejército para expulsar a los demonios, no necesita la soberbia, no necesita la fuerza, el orgullo. ‘¿Qué palabra es esta que ordena con autoridad y poder a los espíritus impuros y estos se van?' la palabra humilde, mansa, con mucho amor; es una palabra que nos acompaña en los momentos de Cruz. Pidamos al Señor que nos dé hoy la gracia de su Luz y nos enseñe a distinguir cuando la Luz es suya y cuando es una luz artificial, hecha por el enemigo, para engañarnos".
Papa Francisco.
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Rta: Antonio: retomo la última frase del Papa:"Pidamos al Señor que nos dé hoy la gracia de su Luz y nos enseñe a distinguir cuando la Luz es suya y cuando es una luz artificial, hecha por el enemigo, para engañarnos". Si hay una "luz artificial", realmente maléfica, es la que pretenda que tomemos sólo una parte de la enseñanza de la Iglesia, en detrimento de otra. La oposición dialéctica no es católica. Jesús "no necesita" un ejército, pero su Madre es aclamada por la Iglesia como "terrible como ejército formado para batalla", y San Miguel Arcángel es "Príncipe de la milicia celestial".
Por favor, no utilicemos la palabra del Sumo Pontífice, precisamente, para oponerla al Catecismo: aprendamos a leerla en su "contexto", que tiene 2000 años.
12 Porque nuestra lucha no es contra enemigos de carne y sangre, sino contra los Principados y Potestades, contra los Soberanos de este mundo de tinieblas, contra los espíritus del mal que habitan en el espacio.
13 Por lo tanto, tomen la armadura de Dios, para que puedan resistir en el día malo y mantenerse firmes después de haber superado todos los obstáculos.
14 Permanezcan de pie, ceñidos con el cinturón de la verdad y vistiendo la justicia como coraza.
15 Calcen sus pies con el celo para propagar la Buena Noticia de la paz.
16 Tengan siempre en la mano el escudo de la fe, con el que podrán apagar todas las flechas encendidas del Maligno.
17 Tomen el casco de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios.
18 Eleven constantemente toda clase de oraciones y súplicas, animadas por el Espíritu. Dedíquense con perseverancia incansable a interceder por todos los hermanos,
"Fe y violencia son incompatibles"
Papa Francisco.
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Rta: Como verá, unifiqué dos comentarios suyos para abreviar las respuestas. Como se advierte, esta supuesta apología de la mansedumbre que ud. esgrime, le debe causar no poca violencia, y eso es porque quizá, ud. esté aprisionado en las trampas de la dialéctica, que mencionaba más arriba. Le sugiero la lectura del Catecismo de la Iglesia Católica, nro. 2263-2267, sobre la legítima defensa, y 2302-17, sobre la defensa de la paz. A sus precisiones debemos remitirnos, evitando polémicas inútiles.
No hay ejemplo más pleno de virilidad y valentía que poner la otra mejilla, rompiendo la espiral de la violencia, el odio y el mal.
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Rta: Estimado Antonio: en un comentario anterior le cité el Catecismo, que es bastante claro al respecto. No hay allí materia para argumentar que los católicos debemos convertirnos en budistas ni en "hippies" esgrimiendo el pacifismo, porque repito: los cristianos somos y debemos ser pacífiCOS, según las Bienaventuranzas, pero no pacifiSTAS. El pacifismo no es cristiano, porque se desentiende de la justicia imperada por la caridad. A fin de aportar algo más claro sobre el tema, cito el muy oportuno artículo del p. Horacio Bojorge aparecido en la revista Fe y Razón: http://feyrazon.org/Bojira1.htm
" La verdadera fuerza del cristiano es la fuerza de la verdad y del amor, que comporta renunciar a toda violencia. ¡Fe y violencia son incompatibles! ¡Fe y violencia son incompatibles! En cambio, fe y fortaleza van juntas. El cristiano no es violento, pero es fuerte. ¿Con qué fortaleza? La de la mansedumbre, la fuerza de la mansedumbre, la fuerza del amor. "
Papa Francisco.
Y lo de poner la otra mejilla no es de hippismo es de seguidores valientes y recios de Nuestro Señor Jesucristo.
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Rta.: Me alegra mucho que el Catecismo nos una, Antonio. Que María, Madre de la Iglesia, lo bendiga.
En ese sentido, estoy de acuerdo que no hay una guerra justa (si por ella se entiende una guerra en que sólo murieran los culpables) pero (siempre hay un pero)… eso no prueba que toda paz sea soportable, ni siquiera admisible.
Como bien decía Espinoza: ‘Si hay que llamar paz a la esclavitud, a la crueldad, a la barbarie o al aislamiento, no hay nada más lamentable para los hombres que la paz’.
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Rta.: Sr. Anónimo, disculpe pero creo que se ha equivocado de blog. El tema de la guerra justa no es cuestión opinable para los católicos. Por supuesto que hay guerra justa, y me/lo remito nuevamente a los nros. del Catecismo de la Iglesia Católica que cité más arriba, como dato elemental. Al igual que la legítima defensa, no se sigue de ello que todas sus consecuencias sean buenas o deseables, pero no puede negarse, en buena lógica ni doctrina, su legitimidad.
Juan Pablo II
¿Que Dios manda tomar las armas? Pues a tomarlas. ¿Que Dios manda sufrir pacientemente? Pues a aguantarse. Ahí creo que están las verdaderas "mansedumbre y humildad de corazón" que nos exige NSJC. Mansedumbre para aceptar la prevalencia de la voluntad de Dios sobre la mía; incluso sobre mi comodidad, sobre mis opiniones. Humildad para estar en la Verdad, para reconocer y acatar a la Verdad, que es la voluntad de Dios. Que puede proponerme "cosas grandes" como a la Ssma. Virgen, o bien cosas pequeñas, pero todo hecho a su mayor gloria.
Cuando los Cruzados salían a reconquistar Tierra Santa, había entre ellos mucha gente de pueblo, ignorantes de las artes de la guerra, que además salían sin las provisiones mínimas para la empresa. Pero sólo una cosa les importaba: seguir la voluntad de Dios. Cuando el Papa les prometió por medio de las indulgencias, que quienes muriesen en el intento tenían asegurado el Cielo, ya no dudaron.
Parece metira que haya que recordar que la gloriosa Cristiandad, la que dio su impronta a Europa y de cuyas rentas vive todavía lo que se ha dado en llamar la "Civilización Occidental", nació en una batalla, la del Puente Milvo, cerca de Roma. Y que fue Dios mismo quien propuso usar sus divinas insignias a los vencedores.
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Guillermo, creo que te quedas muy corto, no, fíjate bien que no es así. Lo que se opone a "femenino" no es "masculino" (lo cual tendría su lógica), sino "macho", o sea "bruto", "irracional", "instintivo". Verás una y mil veces opuestos el "feminismo" al "machismo", englobándose en este último todos los vicios y ninguna virtud. Y en el mismo tren se confunde "autoridad" (propio del varón, cabeza de la mujer) con "autoritarismo", denostándose así todo tipo de autoridad.
Pero tampoco en el muy promovido feminismo hay virtudes, qué va. No se trata de "femeneidad" sino de una horrible caricatura representada por arpías aborteras y caprichosas, ambiciosas y egoístas, las que son propuestas como el paradigma del feminismo.
Hay que tener mucho cuidado de no caer en el terreno de categorías que de católicas no tienen nada, entonces un católico no tiene nada que hacer allí. Un católico no puede ser ni feminista ni machista. Tampoco "homófilo" u "homófobo". Son trampas dialécticas que debemos evitar con sumo cuidado.
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Rta: Así es, Ricardo, insisto en que uno de los peores tumores de la espiritualidad contemporánea que se dice católica, es el hábito del pensamiento dialéctico, que NO es católico.
Lo de actuar a título particular según lo que Dios quiera es muy peligroso. -----
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Rta.: Antonio: elimino lo que se aparta del tema de este artículo; ya le he respondido, no tiene caso seguir polemizando si nos remitimos al Catecismo, que es punto de referencia para lo que aquí se refiera. Aquí nadie propone actuar a título particular, pero los santos no son "descanonizables" por ser políticamente incorrectos en un tiempo determinado.
Animo!!!
Continúe dando "luz", en medio de tantas tinieblas!!!
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Agradezco mucho el aporte, Guillermo. Aquí tienen el enlace a un oportuno artículo de Juanjo, en que aparece ese bellísimo poema: http://infocatolica.com/blog/delapsis.php/1110070252-lepanto-ntra-sra-del-rosario
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