El P. Justo Lofeudo analiza el control social y la deriva anticristiana tras la llamada pandemia
El P. Justo Antonio Lofeudo, perteneciente a la orden de los Misioneros del Santísimo Sacramento, comunidad que promueve la Adoración Perpetua, a nivel mundial, recorre España y el mundo entero promoviendo la apertura de capillas en las que, las veinticuatro horas del día, el Santísimo esté expuesto, con un gran equipo de fieles que —organizados en rigurosos turnos— le acompañen de día y de noche, adorando, reparando y consolando, y permitiendo así que otros muchos puedan acercarse para adorar en cualquier momento, porque la capilla está siempre abierta. En esta entrevista analiza aceleración del proceso anticristiano a nivel mundial con motivo de la llamada pandemia.
¿Cómo podría describir la situación de falta de libertad en la que vivimos?
Vivimos una situación que se la podría definir como onírica, en medio de un íncubo. Empezando por esta pandemia y este virus. De pronto una organización mundialista redefine el término pandemia, luego aparece un virus que tiene un poder nunca antes conocido: es letal pero no más que otros virus y mucho menos que algunos; sin embargo, ninguno lo iguala en poder político y mediático. Desde que apareció no se habla de otra cosa, constantemente se dan estadísticas de covid y por la pandemia se confina a enteras poblaciones por largos períodos y no parece tener fin. Y sirve de fenómeno acelerador del proceso anticristiano que, por supuesto, ya estaba en curso. Se cierran iglesias, se deja de tener Misas, se pasa al mundo de la virtualidad, prevalecen las medidas higiénicas, desaparece el agua bendita y aparece el gel, junto con las mascarillas, en tanto se impone la comunión en la mano y de paso se transmite el mensaje que la Eucaristía puede ser vehículo de contagio. El plato estaba servido porque todo contribuyó a crear un clima de miedo en las personas, y de excusa para prescindir del culto, con lo cual se puede deducir que la Eucaristía sea prescindible, y de extremar medidas precautoriamente en desmedro siempre de la Eucaristía. Y esto no vino de afuera, aunque sí que hubo medidas restrictivas para las iglesias y en Francia la autoridad civil pretendió y pretende imponer reglas al culto. Pero, lo peor es que desde adentro se impusieron medidas que cercenaban el derecho de Dios de ser adorado y el deber del fiel de rendirle culto.