El profesor López Quintás explica los procesos de vértigo y de éxtasis, dos maneras de orientar la vida
Alfonso López Quintás es catedrático universitario y miembro de diversas Academias, entre ellas la Real Academia Española de Ciencias Morales y Políticas, Alfonso López Quintás es cofundador del «Seminario Xabier Zubiri» (Madrid), fundador del proyecto educativo Escuela de Pensamiento y Creatividad y doctor honoris causa de la Universidad Francisco de Vitoria (Madrid). Para difundir su pensamiento se crearon la «Cátedra López Quintás de creatividad y valores» en la universidad Anáhuac Norte (México D.F.) y la «Fundación López Quintás para el fomento de la creatividad y los valores» (Madrid).
¿Por qué le ha interesado divulgar la contraposición entre vértigo y éxtasis?
Porque descubrí que son dos procesos que deciden la orientación de la vida humana. A los jóvenes les interesa mucho tener bien claro ante la mente estas dos formas de proceder. El vértigo es una forma de seducción que les promete un sinnúmero de gratificaciones, pero al final se lo quita todo. El éxtasis es exigente al principio porque pide una actitud de generosidad, pero al final lo da todo: una impresionante plenitud personal. Pero esto lo captan bien los alumnos cuando se les describe bien cada uno de tales procesos.
¿Podría describirlos, de modo que los jóvenes los puedan grabar en sus mentes, para saber a qué atenerse?
Comencemos por el proceso de vértigo. Si soy egoísta y me encuentro con algo que me gusta y me apetece sobremanera ─pongamos un caso muy corriente entre los jóvenes: el de una chica atractiva─, lo primero que deseo, puesto que soy egoísta, es enamorarla para «poseerla», tenerla lo más posible a mi disposición.
Si lo consigo, siento «exaltación», euforia ─no exultación o alegría, que surgirán luego, al hablar del encuentro─. Siento euforia porque no hay nada que nos exalte más que poseer algo que enardece los instintos. La euforia es llamativa y ardiente, pero se desvanece rápidamente, pues pronto me doy cuenta de que, al rebajar a la chica y verla como si fuera un objeto, no puedo encontrarme con ella, porque el encuentro implica respeto.
Esta frustración me produce tristeza. Y la tristeza, cuando se la vive una vez y otra, parece envolvernos y cerrarnos las puertas hacia el encuentro y la alegría. Esa sensación de encierro en mí mismo me causa angustia, la impresión de no tener salida. De ahí surge el sentimiento de desesperación.
Por eso, muy acertadamente, en el «Proyecto Hombre» suelen, en este momento desolado, llevar a los drogadictos a un centro donde no reine el ideal del egoísmo, sino el de la generosidad y la entrega.