La corrección política: el arma fundamental del totalitarismo líquido. Entrevista a César Félix Sánchez
César Félix Sánchez es profesor de diversos cursos de filosofía e historia del pensamiento en centros de estudios y universidades de Arequipa, Perú. Conversa con nosotros sobre un tema de actualidad candente: la corrección política.
¿Qué entendemos por corrección política?
El origen de este término se encuentra en el centralismo democrático, esa suerte de oxímoron perverso con el que Vladimir Illich Ulianov alias Lenin bautizó su peculiar –y bastante perfecto- método para tiranizar grupos humanos ad intra. Como se sabe, Lenin consideraba que el partido revolucionario no debía ser un partido de masas (como el partido social-revolucionario ruso, que, recordemos, era el partido de izquierda mayoritario antes de la dictadura bolchevique o como los socialdemócratas alemanes), porque el riesgo de ser un partido de masas era la moderación y el parlamentarismo. Es decir, el amoldamiento a la vieja sociedad y sus tradiciones y jerarquías. Si se quería crear una nueva sociedad, había que crear un partido de cuadros, es decir, de revolucionarios selectos y secretos, que se veía a sí mismo como la vanguardia del proletariado, dispuesto, a la primera oportunidad, a hacerse con el poder. Su relación con las masas tenía que ser a través de organizaciones de fachada (como ligas por la paz o sindicatos), pero siempre habría de ser pequeño y profesional.
El partido de cuadros era gobernado por medio del centralismo democrático, un modo de liderazgo que decidía la «línea política del partido» en base a una supuesta discusión «abierta» entre la oligarquía partidaria más alta. Una vez decidida la «línea del partido», nadie podía discutirla ni cuestionarla. Las alas o tendencias dentro del partido estaban proscritas. Y siendo que, en el estado soviético de partido único, el partido se confundía con la sociedad, los méritos del buen ciudadano en todos los campos de la actividad humana se valoraban en la medida en que este asumiese la «línea política del partido». Si lo hacía, era considerado políticamente correcto y, por ende, un elemento confiable.
Lo curioso es que cuando la lógica de poder variaba, inmediatamente no solo cambiaba lo que era correcto políticamente sino incluso el pasado. Son famosas esas anécdotas de cómo, cuando algún líder histórico caída en desgracia durante las purgas estalinistas, se retiraban las ediciones de la Enciclopedia Soviética y eran reemplazadas por otras, con la misma fecha de impresión, donde páginas enteras y fotografías habían desaparecido, reemplazadas por otros contenidos. Esta corrección política dura se vivió en la URSS y en los países de Europa del Este hasta 1990 y todavía aun hoy se vive en Cuba y en China. En este último caso, esta práctica se encuentra en la base del orwelliano sistema de crédito social que impera en esta nación. En los países de Occidente, sin embargo, es a partir de la década de 1980, que empieza a difundirse una corrección política soft, que surge de las universidades y de los ámbitos académicos y de ONGs a capturar la línea editorial de los medios de comunicación masiva y los aparatos educativos, jurídicos y sanitarios de los estados. En resumen, ambos tipos de corrección política son fruto del totalitarismo.
¿En qué sentido son fruto del totalitarismo? Sus adoradores más bien señalan que la «corrección política» es precisamente un freno a la violencia y una forma de crear una cultura de paz donde nadie se sienta excluido ni marginado por los llamados «discursos hegemónicos»…
Ante todo debemos definir totalitarismo. Me remito al historiador italiano Emilio Gentile en su libro La vía italiana hacia el totalitarismo. Partido y estado en el régimen fascista, que sostiene que es «un experimento de dominación política, puesto en práctica por un movimiento revolucionario (…) que aspira al monopolio del poder y que, después de conquistarlo (…) destruye y transforma el régimen preexistente y construye un estado nuevo, fundado sobre el régimen de partido único, con el objetivo principal de efectuar la conquista de la sociedad, esto es, subordinar, integrar y homogeneizar a sus gobernados, conforme al principio de politicidad integral de la existencia (…) y crear un hombre nuevo (…)». Tenemos entonces que, quienes buscan realizar un experimento de dominación política revolucionaria para crear un hombre nuevo, deben politizar integralmente la existencia humana.