César Félix Sánchez Martínez es doctor en Humanidades por la Universidad de Piura, Perú, así como bachiller y magíster en filosofía, bachiller y licenciado en literatura y lingüística y diplomado en historia. Es profesor en varios seminarios diocesanos y casas religiosas de formación. Es actualmente presidente de la filial en Arequipa, Perú, de la Sociedad Internacional Tomás de Aquino.
¿Qué supone celebrar en 2023 el 700 aniversario de la canonización de santo Tomás de Aquino?
Supone celebrar un acontecimiento fundamental en la historia de la Iglesia y de la civilización. La canonización de santo Tomás de Aquino el 18 de julio de 1323 por el papa Juan XXII supone la rehabilitación definitiva de su pensamiento luego de las condenas indirectas parisinas y oxonienses (1277) de algunas proposiciones suyas. Aunque la orden dominica nunca dejó de profesar y defender las doctrinas tomasianas, sus obras siguieron circulando en la facultad de artes de París y la Sede Apostólica jamás refrendó esas censuras, la canonización del Doctor Communis fue una reivindicación plena, no solo de su sistema filosófico y teológico, sino de los fueros de la razón y de su armonía con la fe y, por tanto, un rechazo permanente a todo irracionalismo.
¿Por qué esto es así?
Para comprender mejor este punto basta comparar la trayectoria de las escolásticas no cristianas, que carecieron de una figura como el Aquinate.
Recordemos que, en el mundo musulmán, el pensador que acabaría prevaleciendo sería el «destructor de los filósofos», el escéptico Algazel (s. XI), contra el todavía socrático Avicena (s. X) y contra la incoherente doctrina de la «doble verdad» de Averroes (s. XI). Algazel cree demostrar que la razón es fuente de contradicciones y solo cabe atenerse a la verdad revelada en los textos sagrados, que incluso acaba reducida a mera voluntas ordinata interpretada por juristas y otras figuras de poder. Las consecuencias de ese giro las experimentamos hoy de manera directa: basta revisar cualquier noticiero.
En el caso del pensamiento judío, Maimónides (s. XII-XIII) sostiene que, aun si la razón puede demostrar la existencia de Dios, no puede demostrar nada sobre su esencia. Así, estamos ante un semiagnosticismo perjudicial para la metafísica, que no será ya apta para refutar con eficacia las derivas panteístas con sus peligrosos correlatos prácticos, sea mágico-cabalísticos, sea revolucionarios en política, pero siempre antropolátricos.
En cambio, el pensamiento del Aquinatense preserva a la fe cristiana y a la civilización nacida de ella de estas derivas, recogiendo la herencia esencial del mundo clásico, y armonizándola con las verdades reveladas de la religión del Logos encarnado, así como con las doctrinas de los doctores y padres de la Iglesia previos (pues «los contiene a todos», como diría en feliz expresión Juan XXII). Dios, al ser el Logos y elSumo Bien, no puede mandar nada irracional ni maligno y esta verdad no solo nos viene por fe sino por comprobación racional. Además, santo Tomás defiende también la existencia de una ley natural, que puede ser conocida y cuyo origen se encuentra en Dios, y al hombre como poseedor de dignidad y de derechos. No es casual, por tanto, que fueran la Santa Sede y la Orden de Predicadores, bastiones tomistas aun en medio de las borrascas nominalistas, humanistas y protestantes, quienes, durante la época de los descubrimientos, hayan sentado las bases del derecho internacional.
En conclusión, santo Tomás de Aquino es el gran antídoto contra la «deshelenización» denunciada por el recordado Benedicto XVI en el discurso de Ratisbona (2006). De haber prevalecido sus detractores, quizás la gran crisis de irracionalidad que envuelve ahora a Occidente y a la cultura humana en general se habría precipitado antes. De ahí que san Pío X haya advertido en Pascendi (1907) que abandonar al Aquinate en metafísica redundaría en «grave daño». Lástima que a partir de las últimas cuatro décadas del siglo XX no se le hiciera más caso.
¿Cómo podríamos sintetizar el pensamiento de santo Tomás?
En lo filosófico, ante todo, como un socratismo, como la culminación del intento de Sócrates, Aristóteles y Platón de entender la realidad y conocer la virtud contra el escepticismo y el relativismo moral de los sofistas de todas las épocas.
Es, como diría el padre Santiago Ramírez O. P., una filosofía del orden: de la distinción entre orden natural y sobrenatural, entre naturaleza y gracia, entre fe y razón; del orden de las cosas (físico y metafísico), del orden del pensamiento (lógica), del orden de los actos humanos (moral), etc. Pero en santo Tomás, parafraseando a Maritain, se distingue para unir. No como una simple yuxtaposición retórica o un eclecticismo amorfo, sino desde la profundización orgánica, necesaria, coherente y, en ocasiones, correctiva del viejo verso del poema parmineideo: el ser es y el no ser no es. Todo su pensamiento se fundamenta en una metafísica del ser.
¿En qué consiste la metafísica del ser?
Tanto la comprobación de las cosas sensibles, sujetas al cambio constante, pero siempre exigiendo un fundamento invariable, como la enseñanza bíblica de Éxodo 3, 14 («Yo soy el que Soy») nos hablan de la primacía del Ser, de aquello que es, sobre el Devenir, lo que se está haciendo, lo que cambia. Un error en este punto puede acabar siendo catastrófico, como veremos después.
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