Ignacio Balcarce analiza las II Jornadas de la Hispanidad en el Río de la Plata

Ignacio Balcarce tiene 36 años. Es de General Madariaga, un bellísimo pueblo ubicado en el sudeste de la provincia de Buenos Aires, Argentina. Estudió filosofía en la Universidad Católica de la Plata. Católico recalcitrante y con vocación literaria, usa las letras para entender mejor al hombre y el mundo.
¿Qué supone para ustedes organizar estas II Jornadas de la Hispanidad en el Río de la Plata?
Estamos muy contentos con esta iniciativa del Instituto Elevan. Nuestras naciones desorientadas y divididas necesitan una reflexión sobre su identidad. Esa es la propuesta de las segundas Jornadas de la Hispanidad organizadas para el 11 y 12 de octubre. Juntarnos a reflexionar sobre nosotros mismos, sobre lo que somos, sobre lo que queremos ser, sobre nuestra historia, sobre nuestra situación actual, y sobre nuestros propósitos y nuestras posibilidades de futuro.
En nuestros países hay mucho desconcierto; las crisis se repiten, naufragamos en la decadencia y no hay un horizonte próximo de soluciones porque los diagnósticos más precisos no tienen lugar y difusión. Estas jornadas son un espacio de reflexión; un foro de diálogo dispuesto a pensar las causas profundas de nuestra incomodidad social. Somos un pueblo hispano-católico, con hábitos arraigados en ese acervo cultural, pero atenazados en instituciones, discursos, prácticas y gobiernos ajenos a esa identidad, lo que genera una gran tensión en las entrañas mismas de la nación. Todo esto necesita ser elaborado para plantear soluciones.
¿Por qué han elegido como tema Legado y Futuro de la Hispanidad?
Hay un prestigioso legado cultural que queremos asumir. Reivindicamos con orgullo nuestro pasado y pretendemos darle continuidad al flujo de las tradiciones. Las leyendas negras no han podido eclipsar nuestra historia, pero no podemos bajar los brazos. Todos tienen que conocer la formidable tarea que realizó España en América. Entender su magnitud y su sentido. Hay que investigarla, estudiarla y difundirla. Fue una empresa admirable, una hazaña de la Fe. Las exposiciones procuran dar a conocer lo que fue la Cristiandad Hispanoamericana, sus principios rectores, sus prioridades, sus instituciones, sus costumbres. Esa Cristiandad se rompió como unidad política, como imperio.

Si alguien echa una ojeada a ciertos escritos de teología presentes en librerías católicas, a escritos de obispos, o incluso a escritos del propio Magisterio eclesiástico, con profunda aflicción se preguntará: “¿Quién habla en este texto? ¿Un hombre que busca la verdad de Dios o un hombre que quiere destruir en las conciencias lo que recibieron los fieles de parte de Dios como verdad revelada, y también mediante el orden natural de las cosas? ¿De qué Iglesia habla? ¿De qué salvación habla? ¿De qué amor habla? ¿En nombre de qué Iglesia habla este autor?. Con el Concilio Vaticano II surge en la Iglesia católica un afán desbordado y descontrolado de pluralismo, que intenta reinterpretar la propia fe católica desde las categorías del mundo. Lo que se ha llamado, y sigue llamándose, diálogo con el mundo o apertura al mundo. La actividad ha sido y sigue siendo vertiginosa. Hay tantas interpretaciones teológicas, pastorales, doctrinales como ponentes de estas. La unidad de la fe se ha postulado como blanco a derribar alzando la bandera del pluralismo. Porque el pluralismo es unilateral, siendo un pluralismo de secularización. La realidad lo demuestra. Desde el Concilio hemos visto nacer infinidad de denominaciones teológicas sin relación con la Revelación ni con la verdadera vida en Cristo. Como ejemplo nombramos las siguientes “teologías”:






