P. Ignasi Fuster: “El cristianismo introduce el sentido reparador y salvador del sufrimiento”

Ignasi Fuster Camp es doctor en filosofía por la Facultad de Filosofía de Catalunya (Universidad Ramon Llull, Barcelona). Nacido en Barcelona el 3 de diciembre de 1970, inició sus estudios de Teología en la Universidad de Navarra, que concluyó en la Facultad de Teología de Catalunya. Obtenida la Licenciatura en Filosofía por la Facultad de Filosofía de Catalunya, recibió el grado de Doctor en Filosofía por la misma Facultad. Actualmente, imparte clases de Antropología filosófica en esta Facultad. Es autor de los libros Sufrimiento humano: verdad y sentido. Una aproximación filosófica según el espíritu tomasiano (2005), Persona y libertad (2010), Persona, naturaleza y cultura (2012), El comenzar y el destinarse de la persona humana (2013), El gran engaño. Una reflexión sobre el sentido de la historia (2015), Meditación sobre el hombre. Una propuesta de synthesis antropológica (2018), Persona y bien. Fundamentos antropológicos de la ética (2021).

Le entrevistamos sobre el sentido del dolor con motivo de una charla que dará el próximo día 20 en la iglesia de Montealegre de Barcelona.

¿Por qué ha decidido dar una charla sobre el sentido del dolor?

Tuve siempre una impresión ante la realidad del sufrimiento… Es un gran misterio. Sobre todo ante el dolor de los inocentes. Brota la pregunta: ¿Por qué? Y aquella pregunta latente en todo intento de defender a Dios: ¿Cómo Dios permite que los inocentes sufran? Hace poco estuve en un hospital de niños. Conmueve ver al niño en la cama del dolor… ¿A quién no le conmueve el corazón? Recuerdo que una vez pregunté a un profesor de teología: ¿Cómo está Dios al contemplar tanto dolor en su mundo amado? Es una de las preguntas más arduas de la historia de la filosofía y de la teología. Quizás los místicos tienen respuestas inefables. Y Cristo es respuesta. Él sufrió. Cristo es inseparable de la Cruz. Está cosido al dolor.

¿Por qué es muy difícil entender el dolor, el sufrimiento, el mal en general… si no es desde una cosmovisión católica?

Si la pregunta ya es ardua y compleja, desde la sola razón o el argumentario humano, precisamente el dolor es lo que en parte se puede entender -debido a la condición corpórea y finita del hombre-, pero que contradice constante y escandalosamente aquel anhelo de felicidad que anida en todo ser humano. El dolor es una piedra de escándalo para todo discurso filosófico y moral, aunque debemos reconocer que también lo es para los creyentes. Pero como usted dice, la cosmovisión católica aporta elementos profundos de comprensión a través de la Palabra revelada. El dolor es constante en la Biblia. Incluso el libro del Apocalipsis es un libro del dolor -y del consuelo-, donde aparece el “misterio de la sangre". Nuestro Maestro atravesó la senda oscura del dolor y luchó para aliviarlo mediante su poder. Parece revelarnos que Dios no quiere el mal, y que por Dios el hombre no debería sufrir el dolor. Algo ocurrió al principio. Dios no quiere el dolor… Es importante esta verdad sobre Dios.

¿Por qué Cristo, muriendo en la cruz, dio sentido al sufrimiento?

Lo asumía en su cuerpo, en su alma y en su divinidad. Y con su poder divino lo transformaba en instrumento de salvación, de verdad, de libertad. La cruz es como una llave que abre las puertas a un sentido salvífico del dolor. A su vez, desde la Cruz todo dolor humano está asumido por el dolor de Cristo, de tal manera que para un cristiano Cristo ya compartió su dolor, posibilitando que podamos compartir nuestro dolor con Cristo. Mi dolor está en el Dolor de Cristo. Hay una comunión con Cristo en el dolor. Jamás sufrimos solos. Alguien, el Maestro invisible, sufre con nosotros, y derrama una gracia para que seamos capaces de soportar la prueba de la Cruz y llevarla con un sentido sobrenatural. Sin embargo, siempre nos mantenemos en el misterio. El cristiano debe luchar y ser discípulo para alcanzar un sentido sobrenatural que siempre se vive en la fe y que es un don del Espíritu Santo. El misterio de la cruz permanece para todos. El cristiano está llamado a vivirlo desde la fe en el Maestro.

¿Por qué sin la luz de la fe es muy difícil comprender el sentido del dolor?

Humanamente, el sufrimiento conduce a la tristeza, a la rabia, a la contradicción. ¿Por qué no podemos escapar del sufrimiento? De hecho, toda civilización es una tentativa para aliviar el sufrimiento humano, que constituye una nobilísima tarea de la humanidad. Cuando ves los hospitales, los avances de la medicina, las curas paliativas, el tratamiento del dolor… ves todo el esfuerzo humano por aliviar el dolor, como hacía Jesús al venir al mundo. Pero siempre resta un dolor anímico, un sufrimiento espiritual, la tristeza de la muerte, el desgarro por la desaparición de los seres queridos. Y el alma humana queda anegada en la impotencia, la tristeza, e incluso una desesperación al ver desvanecerse el sueño humano. Kierkegaard decía paradójicamente que el hombre desespera de sí mismo.

De hecho, uno de los principales motivos de increencia es el mal en el mundo, la gente no comprende como un Dios bueno permite el mal…

Sí, debemos reconocer que el dolor de los inocentes es piedra de escándalo para los creyentes… De alguna manera el dolor pone a prueba nuestra fe, la imagen de Dios, nuestra relación con el Señor. Muchos argumentan que el mal aniquila toda posible creencia. Me venía a la mente Santo Tomás, que llegó a afirmar que la existencia del mal prueba la existencia de Dios, porque el mal demuestra la existencia de un bien y de un Sumo Bien. Por mucho que el mal de la muerte afecte a nuestra existencia, siempre hay un bien más fuerte: el del alma inmortal que no sucumbe ante la muerte. Si hay mal es porque existe el bien, trataría de explicar santo Tomás. Pero mantenerse en el bien y en la fe en el Bien sumo que es Dios resulta esforzado, arduo, y a veces se hace difícil. En el dolor nos damos la mano todos los hombres en busca del sentido.

Habría que diferenciar entre el mal físico (que a veces no se puede evitar) y el mal moral, que en cierta manera depende de nosotros evitarlo con la ayuda de la gracia…

Completamente. El mal físico rodea nuestra condición corpórea y nuestro existir en el mundo. Ahora bien, el verdadero mal es el mal moral. Curiosamente, nuestro tiempo lucha contra las enfermedades y todo mal de carácter físico, pero apenas advierte las desgracias y las consecuencias tremendas del mal de carácter espiritual, que es la culpa humana. Esto hace pensar. Parece que la humanidad no acaba de acertar en el diagnóstico del problema. La Revelación es impresionante porque nos revela que el origen del dolor se halla en una primera culpa. El mal físico está más vinculado al mal culpable de lo que aparentemente parece. Aquí se abre una cuestión profunda: ¿Cómo se relacionan? El cristianismo introduce aquí el sentido reparador y salvador del sufrimiento -que desde la psicología y en el orden social también se experimenta de algún modo-. El que se siente culpable se suele hacer víctima de su culpa y siente la necesidad de sufrir por la culpa cometida. El cristianismo eleva a un nivel universal esta experiencia psicológica y social. De ahí que el cristiano luche contra el pecado mortal (y venial) -ahora que iniciamos la Cuaresma-.

¿Por qué el mal, el dolor, el sufrimiento… es finalmente una consecuencia del pecado original, algo que no era querido en el plan inicial de Dios?

Es un dato revelado: el estado de la justicia original. En el fondo habla de una bella historia. Aunque el cuerpo humano sea vulnerable al dolor, Dios en su amor y bondad quiso preservarlo de esa condición. Sin embargo, cuando el hombre peca y rompe sus lazos de amistad con Dios, la soberbia de su yo, echa por la borda los dones divinos de impasibilidad -e inmortalidad-. De este rechazo de Dios y de sus dones, sobreviene el estado de exilio y dolor que Dios ya advierte a nuestros primeros padres en el Paraíso: el dominio, el sudor, el dolor de parto, la lejanía de Dios, la sensación de abandono… Pero Cristo volvió al mundo para, a través del dolor, subsanar el pecado de nuestros primeros padres y volver a elevar por encima de las expectativas del Paraíso a la humanidad. Hay algo curioso: en la pena se halla la salvación. A los dones preternaturales -así los llama la teología- le correspondería la luz de la Gloria que generosamente gozaremos en el Cielo.

¿Qué medios nos ha dado Cristo, a través de su Iglesia, para vencer el mal y el sufrimiento?

Es muy interesante, porque la Iglesia señala el fin último de nuestra vida (conocer y amar a Dios) y nos conduce hacia Él. La Iglesia de este modo nos acompaña y ofrece los medios. En una palabra: nos consuela. Cabe el milagro de la curación física. Nos ofrece el sacramento milagroso de la unción. La Palabra de Dios y la Pasión de Cristo nos consuelan. El hermano de fe nos conforta. Y el misterio de la gracia ilumina y fortalece al cristiano en medio de sus dolores físicos y morales. La Iglesia es modelo del Buen samaritano, que como dice un prefacio de la Misa, cura nuestras heridas con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza. La virtud teologal de la esperanza acrisola nuestro dolor y nos convierte en artífices y testigos acreditados del Amor de Dios en el mundo.

¿Cómo los santos nos han enseñado a sublimar el dolor y a ofrecerlo por amor a Cristo crucificado?

La vida de los santos es un ejemplo para los cristianos: cómo vivieron la contradicción, la persecución, la tortura, la muerte. Necesitamos del testimonio del otro. Quizás el testimonio sea la mayor lección sobre el valor sagrado del dolor, más que la charla, la teoría o la doctrina. Aunque todo ayuda, porque la doctrina inspira al testigo y el testigo corrobora la doctrina. El santo vivió la paciencia y la fortaleza en los sufrimientos. Y testimonian que el dolor acrisola, purifica, transforma y nos conecta con la verdad más originaria de nuestro ser personal. Hace pocos días vi a una mujer que vivía una situación de dolor. Y vi algo que he visto pocas veces: una mirada reluciente, bella, pura…

¿Por qué todo lo que se sucede sea bueno o malo, contribuye al bien de los que aman a Dios?

Es doctrina de San Pablo. Detrás está la doctrina evangélica de la Providencia divina. Santo Tomás distinguía entre la Providencia que aprueba y la Providencia que concede o permite. Dios aprueba el bien de las criaturas que resulta benéfico para las otras criaturas. Pero cuando la criatura se tuerce del camino recto, entonces Dios lo concede -permite-. Sin embargo, en el misterio de su omnipotencia y sabiduría, creemos que aprovecha la desgracia para el bien de los que le aman y la conversión de los que no le aman. Es el misterio divino de la Providencia. En todo caso, incluso esta doctrina tiene una cierta base natural: así como en tantas ocasiones el dolor nos hace despertar al bien y repara el mal, también el dolor posee inherente un poder transformador -porque en él no hay ápice de culpa-.

Si se me permite la expresión, parece pulir el diamante en bruto que es el hombre con toda su viscosa pecaminosidad. Recordemos a los santos que tras un episodio de dolor se han abierto a la Verdad. Pensemos en Ignacio de Loyola en el lecho de su enfermedad. Parece que en el dolor hay algo de revelador y transformador. El dolor incide en nuestra existencia a través de la sensación negativa, pero también incide hacia la verdad de nosotros mismos. Y la gracia divina aprovecha las situaciones de dolor para ayudar a la incisión de la santidad.

Por Javier Navascués

1 comentario

  
Juan Mariner
Tengamos muy en cuenta los conceptos sadismo y masoquismo.
17/03/25 9:11 AM

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