El doctor Rodrigo Ruiz Velasco analiza las similitudes entre Guerra Cristera y la Cruzada Nacional Española

Rodrigo Ruiz Velasco Barba. Licenciado en Historia y Maestro en Historia de México, por la Universidad de Guadalajara. Doctor en Ciencias Sociales, con especialidad en Historia, por el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, nivel 1. En el año de 2011 la Cámara de Comercio de Guadalajara le concedió el “Premio Presbítero Agustín Rivera” al primer lugar en la modalidad de tesis de posgrado y trabajos de investigación en Sociología e Historia. Ha publicado más de treinta trabajos de investigación y divulgación histórica en revistas y libros colectivos editados en México, España, Argentina, Chile y Colombia. Desde 2018 es miembro del Seminario Permanente sobre las Derechas en México, del Instituto Nacional de Antropología e Historia. Desde el año de 2019, es secretario de redacción de Fuego y Raya, revista semestral hispanoamericana de historia y política, que publica el Consejo de Estudios Hispánicos Felipe II. Desde el año de 2014 es profesor de asignatura en la Universidad Panamericana, campus Ciudad de México.

¿Hasta qué punto tienen presentes a los cristeros los católicos del México de hoy?

Como en otras muchas naciones así llamadas occidentales, México sufre un proceso de secularización. A principios del siglo pasado, era muy marginal la población que no se identificaba como católica. En el año de 2020, según el INEGI, sólo el 77% de los mexicanos se reconocieron tales. Este es un dato que, con todo, no refleja la gravedad del proceso, pues todavía de aquellos que se afirman católicos un alto número no son practicantes. En ese descenso porcentual de la población católica no sólo ha influido el ateísmo o agnosticismo, sino en buena medida la penetración de las llamadas iglesias protestantes. Estos datos tienen una repercusión en la respuesta a su pregunta.

Por otro lado, en mi experiencia de casi 15 años como profesor de historia he podido ver que hay un desconocimiento generalizado sobre la guerra cristera entre los jóvenes. Y no sería mucho más optimista respecto a las generaciones inmediatamente precedentes.

Desde 1929 que concluyó formalmente la guerra cristera ―aunque en los años treinta hubo otra fuerte escalada antirreligiosa y otro movimiento cristero menos numeroso―, tanto la Iglesia Católica como el Estado emanado de la Revolución mexicana buscaron a menudo atenuar su conflictiva relación. Por tanto, el recuerdo de lo ocurrido se pudo tornar incómodo. Durante décadas, la enseñanza oficial de corte laicista silenció aquel episodio y, cuando no, los escritores en la órbita gubernamental procedieron a tergiversarlo. Según esto, los cristeros habrían sido grupos de bandoleros fanáticos manipulados por la clerigalla. Naturalmente, siempre hubo también un catolicismo militante que mantuvo viva la llama de su recuerdo, junto con su abierta reivindicación.

En algunos casos, como ocurrió con la revista David, o con la Editorial Jus dirigida por Salvador Abascal, ese esfuerzo de mantener viva la memoria provino de los mismos actores supervivientes, o de simpatizantes que perpetuaron esa lucha a través de libros o revistas, en el marco de la historia o la novela. Cabe apuntar también que en 2012 hubo un esfuerzo muy interesante por dar a conocer una versión de lo acontecido a través de la película apologética, For greater glory, o Cristiada, dirigida por Dean Wright y con la colaboración del actor Eduardo Verástegui. Pese a todo ello, en un contexto donde el catolicismo político-social pierde músculo con el correr de las décadas, el referente de la lucha cristera tiende a diluirse.Desde luego, esa supervivencia de la memoria cristera es relativamente más fuerte en algunos sectores de la sociedad mexicana dentro de regiones específicas como Los Altos de Jalisco.

¿Cuál fue el principal legado histórico de los cristeros?

Pienso inmediatamente en el testimonio de los mártires de aquella época. Si bien habría que distinguir entre los cristeros, que eran combatientes, y quienes ―sin participar en el movimiento armado― más bien fueron víctimas de aquella persecución religiosa. Algunos de ellos han sido beatificados o canonizados. Cabe mencionar a sacerdotes como Santo Toribio Romo, San Cristóbal Magallanes o Miguel Agustín Pro. A laicos como San José Sánchez del Río o Anacleto González Flores. En mujeres como doña María del Carmen Robles, entre otras. Todos ellos dieron un sublime testimonio de su fe, que pese a todo permanece incólume y en contraste con una sociedad en creciente apostasía.

En alusión expresa a los combatientes cristeros, se me viene a la mente la declaración del obispo de Huejutla, José de Jesús Manríquez y Zárate, quien consideraba que la misión histórica de México fue cumplida con el ejemplo dado por los cristeros, que era enseñar «a los pueblos cómo se defiende la fe y la civilización contra la barbarie moderna, lanzándose intrépidamente contra los eternos enemigos de la civilización». Manríquez y Zárate llegó a ver la Cruzada nacional de 1936, explícitamente, en continuidad con la lección ofrecida por los cristeros mexicanos.

El historiador José Fuentes Mares ―entonces no precisamente un ferviente católico― llegó a confesar en una de sus obras famosas que «La Cristiada fue hazaña del pueblo mexicano, no del gobierno o sus soldados. Esa guerra probó que el pueblo mexicano existe, aunque por lo general guarde silencio o duerma». Al mismo tiempo confesaba que le aterrorizaba «pensar que hombres como los de la Cristiada hayan desaparecido» y prefería «suponer que andan por allí, confundidos entre los que salen de casa a ver a quién compran o a ver a quién venden». A mi juicio, ronda en torno a estas reflexiones el legado cristero. Asombra ver cómo pudieron levantarse y sostenerse en condiciones tan extremadamente adversas.

¿Cómo la sangre derramada en México fue semilla de nuevos cristianos?

Es tentador evocar aquella frase que se atribuye a Tertuliano. Si bien aquellos primeros siglos ―con sus atroces persecuciones por parte del imperio romano― fueron el marco del ascenso cristiano, la historia de los cristeros en México se encuadra más bien en el proceso de resistencias a su declive. A la separación de la Iglesia Católica y el Estado en México decretada en el siglo XIX, que en realidad se tradujo en una mal disimulada subordinación al Leviatán liberal, ha seguido el distanciamiento entre la Iglesia y la sociedad y el asalto a la familia, que se agudiza en nuestros días. Con todo, en ese panorama al menos aparentemente desfavorable para la fe católica el testimonio dado por esos rebeldes sigue siendo providencial. En este punto mencionaré a uno de ellos en relación con una anécdota personal: Mi tío abuelo, Javier Ruiz Velasco, peleó en los ejércitos cristeros a cortísima edad. Era él apenas un adolescente. Perdió su vida a manos de los hombres del gobierno en aquella guerra. Ese buen combate de un habitante rural de Jalisco no figura en los libros de historia, pero como suelen rezar los requetés carlistas: “Ante Dios nunca serás héroe anónimo”. Puedo creer que su sacrificio pudo tener alguna relación con mi propia conversión. Valga este breve comentario para rendirle mi homenaje y gratitud, a poco de cumplirse cien años de iniciado aquel conflicto armado.

Poco se habla del proyecto político que tenían los cristeros. ¿Qué nos puede decir de él?

Es difícil hablar de un solo proyecto político de los cristeros. También está pendiente ver si representaban verdaderamente al conjunto. En un inicio, los cristeros eran partidas de hombres que se habían levantado en armas de manera más o menos espontánea, sin mucha conexión entre ellas. Esa falta de unión y liderazgo fue en algún grado cubierta por una serie de organizaciones que se sumaron a la lucha y pretendieron coordinar o encabezar al movimiento cristero. Aunque entre ellas hubo sociedades secretas (o reservadas) como «la U», o las Brigadas Femeninas Santa Juana de Arco, la más importante fue la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa. Esta última fue creada en 1925 como reacción frente al intento de crear un cisma, una «iglesia católica apostólica mexicana» independiente de Roma y del Papa (Pío XI).

Después de protagonizar sin éxito acciones de resistencia pacífica, al comenzar el año de 1927 la Liga se alzó en armas y en varios momentos intentó dar un cauce político al movimiento cristero. Aunque el propósito inicial de la rebelión cristera era evitar la aplicación de la legislación anticatólica y que en México pudiera celebrarse legalmente el culto religioso, los líderes de la Liga también tuvieron que pensar en la posibilidad de que una reforma de las leyes fuera inviable dada la intransigencia del gobierno. Por tanto, tuvieron que avanzar hacia un proyecto político que reemplazara al del gobierno callista. En este tenor, las ordenanzas de los cristeros ―allí donde lograron controlar un territorio― hicieron a un lado la anticatólica Constitución de 1917 y prefirieron restablecer la de 1857 con algunas reformas, según un Manifiesto publicado por René Capistrán Garza. En éste se reconocía a la «religión católica apostólica romana como la única verdadera».

En el Plan de los Altos, de mediados de 1928, se decía, toda su causa quedaba resumida en una «sola palabra: LIBERTAD. Libertad de conciencia y religiosa, libertad de trabajo, libertad de imprenta; ¡TODAS LAS LIBERTADES!». Enseguida se desconocía la Constitución de 1917 y el restablecimiento de la liberal de 1857, más moderada, «sin las sectarias [Leyes] de Reforma» y con algunas incorporaciones episcopales. El plan se afirmaba en concordancia con «las modernas tendencias democráticas». Se incluía la soberanía del pueblo y el derecho al voto para las mujeres, al tiempo que tomaban para sí el título de «REVOLUCIONARIOS de verdad». En estos proyectos pueden verse varias señas características del catolicismo político mexicano, cuando menos del siglo XX. Atribuían el impulso anticatólico a una minoría masónica y tiránica, y consideraban que una auténtica democracia llevaría al orden social que consideraban conveniente. A mi juicio, sin embargo, quienes pretendieron dar un programa político al movimiento se confundieron al incorporar aspectos de la modernidad en su sentido axiológico. La propia Constitución de 1857 que restablecían había sido condenada por la Iglesia en el siglo anterior.

En la llamada Constitución de los Cristeros (1927) por otra parte, que es otro ejemplo interesantísimo, se desconocían tanto la Constitución de 1917 como la de 1857, se afirmaba la soberanía nacional y se adoptaba como gobierno la forma republicana, representativa, demócrata, federal, compuesta por municipios libres. Asimismo, se asumía la división de poderes: Judicial, Legislativo, Ejecutivo y Municipal. En conjunto, creo que todos estos proyectos eran híbridos, mezclaban tradición y modernidad.

¿Cuáles serían las principales similitudes entre la Guerra Cristera y la Cruzada Nacional de 1936 en España?

Como refiere Stanley Payne, «la religión definió el conflicto español hasta extremos nunca vistos en ninguna otra guerra revolucionaria» por aquellos años en Europa. Si se sigue el estudio clásico de Jean Meyer, lo mismo podría aseverarse respecto a la oposición armada que entre 1926 y 1929 hubo en México frente al Estado y su legislación anticlerical. El denominador común de ambas es, pues, el factor religioso. En los dos casos, México y España, hubo una respuesta del pueblo católico a una agresión por parte de un Estado secularizador. Esto es, tanto en España como en México el impulso hostil y descristianizador provenía del gobierno, mientras que las respuestas tuvieron un amplio eco cívico y popular. Si bien en el ejemplo mexicano, en la práctica más bien esa movilización armada católica se concentró en la región centro-occidente del país.

Sin embargo hay diferencias importantes…además del tema monárquico, ¿cuáles podría destacar?

Hubo ciertamente muchas diferencias y sería imposible detallar aquí todas ellas. Puede verse, por ejemplo, una mayor pluralidad de fuerza políticas interviniendo en el conflicto español: monárquicos carlistas y alfonsinos, fascistas, nacionalistas vascos y catalanes, comunistas, socialistas y anarquistas. Varias de estas fuerzas no tenían mayor representación en México. En cuanto a las operaciones militares fueron también muy distintas. La cristera fue mayormente una guerra de guerrillas. Los cristeros acechaban en el campo y sorprendían cuando creían oportuno a las fuerzas del gobierno. En pocas ocasiones las fuerzas cristeras lograron adueñarse de poblaciones de importancia. En España hubo por el contrario un frente continuo y se libraron batallas convencionales con armamento moderno por ambas partes, con la participación de unidades extranjeras.

En España el episcopado español cerró filas en defensa de la fe, pensemos en la famosa Carta Colectiva del episcopado español y en la legitimación moral de la cruzada…¿Por qué no sucedió lo mismo en México?

Aunque tampoco fue totalmente unánime la Iglesia en España, efectivamente ofreció una postura más cohesionada. Tal vez es necesario dimensionar la furia anticlerical en uno y otro sitio para entender mejor la actitud de ambos episcopados. Mientras en España el número de los religiosos asesinados se aproximó a los 7,000, incluyendo a una docena de obispos, en México fueron en torno a 90 los sacerdotes muertos en manos de sus perseguidores. Stanley Payne pudo decir alguna vez que en España el clero estuvo en la llamada zona roja destinado al exterminio, y que en México la persecución religiosa tuvo como objetivo más a los seglares.

A acercarse la hora del conflicto armado, en México los obispos se hallaban muy divididos. Podían coincidir en su rechazo a las medidas anticlericales, pero no se pusieron de acuerdo en la manera de enfrentarlas, ni en la estrategia o táctica que era necesario adoptar ante semejante desafío.

Ello se vio desde un inicio cuando, a mediados de 1926, antes del estallido de la lucha armada, habiendo la jerarquía condenando las leyes persecutorias y apoyado otras expresiones de resistencia pacífica, el sector más combativo de los obispos promovió y consiguió que Roma aprobase la suspensión del culto religioso como protesta que procuraba forzar al Estado a recular. Una vez desencadenado el conflicto armado, quienes decidida y abiertamente apoyaron a los cristeros fueron en realidad pocos obispos ―José de Jesús Manríquez y Zárate, José María González y Valencia, Leopoldo Lara y Torres, pocos más―. Una buena parte no apoyó claramente al alzamiento o fue neutral, e incluso hubo un sector del episcopado que condenó con energía a los cristeros.

Al final, el sector moderado y conciliador del episcopado logró que los obispos beligerantes fueran desacreditados ante Roma, y el papa Pío XI fue decantándose por una salida negociada con algunas concesiones por ambas partes (A la hora de la verdad quien cedió más fue la Iglesia, que terminó aceptando un acuerdo sin mayores garantías en junio de 1929, que el gobierno pronto incumplió). Los principales prelados que apostaban por la conciliación fueron Pascual Díaz Barreto ―obispo de Tabasco y futuro arzobispo de México― y Leopoldo Ruiz y Flores ―arzobispo de Morelia y en su momento delegado apostólico―. Entre las razones que este grupo arguyó para justificar su posición figuraron que el movimiento cristero no tenía oportunidad de vencer militarmente, además de la preocupación porque se prolongase por más tiempo la suspensión pública del culto religioso. Este grupo esgrimía que se estaba produciendo un gravísimo daño a las almas y a la moral del pueblo si no se llegaba a algún arreglo que reanudase las Misas y la vida sacramental en todo el país. Estaban desesperados por llegar a un arreglo con el gobierno mexicano.

¿Cuál es la causa por la que los cristeros fueron derrotados mientras que en España acabaron venciendo contra pronóstico los nacionales?

Fueron varias causas. Una de ellas se sigue de su interrogante anterior. En España los sublevados recibieron de la jerarquía eclesiástica, encabezada por el cardenal Gomá, un sostén mayoritario y más contundente. Mientras que en México no existió entre los obispos y el clero un consenso o una voz dominante que lograra apretar las filas resueltamente en favor de los cristeros.

En mi opinión, también es muy necesario mirar en cada caso el contexto geopolítico. En España entre 1936 y 1939, los nacionales contaron con importante ayuda exterior. Fundamentalmente de los gobiernos italiano, alemán y portugués. Ese apoyo permitió a los nacionales contrarrestar e incluso superar los auxilios recibidos por el gobierno republicano del Frente Popular, sobre todo de la Unión Soviética y del propio gobierno mexicano del presidente Lázaro Cárdenas. En cambio, entre 1926 y 1929 los cristeros en México no contaron con ninguna significativa ayuda militar y logística desde el exterior. Cuando preparaban su alzamiento los miembros de la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa, ingenuamente algunos de sus dirigentes esperaron generosa ayuda por parte de los ricos católicos estadounidenses.

Eso no ocurrió. Al contrario, el gobierno de Washington respaldó al presidente mexicano, Plutarco Elías Calles, y le suministró el socorro y el armamento necesario para sostenerse. El embajador estadounidense en México, Dwight Morrow, auspició «los arreglos de 1929» que hirieron de muerte a la rebelión cristera. La actitud estadounidense se muestra a menudo determinante en la historia de México, como con amargura reconocía el poeta e historiador regiomontano Alfonso Junco Voigt: «Pero, ¿dónde está, de hecho, nuestra independencia? Toda nuestra política tiene que contar con Washington. Revolución con su apoyo, es triunfo; con su hostilidad, es derrota. Y ante este regulador infalible, tenemos que ser, mal que nos pese, lo que quiera la Casa Blanca».

Otra razón que explica la derrota cristera y que difiere de la Cruzada Nacional fue la actitud del Ejército. Mientras en España una parte importante se alzó en armas contra el gobierno del Frente Popular, en México el Ejército fue enemigo de los cristeros. Hubo, sin embargo, una coyuntura tardía donde pudo reproducirse en México algo semejante a lo ocurrido en España. Esto se dio en el primer tramo de 1929, cuando el Ejército mexicano se dividió a consecuencia del asesinato del general Álvaro Obregón, cuyos partidarios se alzaron en armas contra los callistas que a la sazón se encontraban en el poder. Pese a la desconfianza entre cristeros y obregonistas, de no haber sido por la rápida derrota de los segundos pudo haberse dado una convergencia que implicase un desafío mayor para las fuerzas leales al gobierno callista.

Sin embargo muchos mártires españoles se inspiraron en los mártires mexicanos, que si bien fueron muchos menos si que les unía el dar la vida por Cristo Rey…

A propósito de esto le mencionaré algunas conexiones interesantes: El historiador Ángel Arias señala que Eugenio Vegas Latapié, intelectual fundador de Acción Española, publicó en España antes de la Guerra Civil, la novela cristera Héctor, de David G. Ramírez, con el ánimo de encender entre los suyos ese mismo espíritu combativo, por Dios y por la Patria. Estas conexiones corren en ambas direcciones porque, en los años treinta, según algunas versiones, uno de los más destacados líderes de la segunda guerra cristera, Lauro Rocha, leía Defensa de la hispanidad de Ramiro de Maeztu. Mientras llevaba a cabo mis pesquisas, quien me brindó esta información fue el prestigioso historiador Jean Meyer.

Entre las jerarquías eclesiásticas de ambos países también es visible esta conexión. Cuando se publicó la Carta Colectiva del Episcopado Español a los obispos del mundo entero, en junio de 1937, donde se denunciaba la persecución que sufrían a manos de los rojos, el episcopado mexicano respondió ―con Luis María Martínez como arzobispo de México a la cabeza― para manifestar simpatía hacia sus hermanos de la Península, expresaban «la profunda pena que nos ha causado la sangrienta persecución que viene padeciendo desde hace un año en la gloriosa Iglesia de España, nuestra Madre Patria». Se sabían identificados los obispos mexicanos porque ellos mismos llevaban experimentando desde mucho tiempo atrás las incesantes persecuciones, si bien no tan letales como las que sucedían entonces en España. El deseo expresado por los obispos mexicanos era que «España, tierra de mártires, de santos, de guerreros y de conquistadores, resurgirá más pujante después de esta terrible prueba, y así como en otro tiempo la escogió Dios para traer la luz del Evangelio a nuestra Patria y a todo el continente Hispano-Americano, así confiamos que se servirá de ella para derramar por el mundo, en fecha no lejana, nuevos haces de la inextinguible luz del Evangelio que ha vivificado toda su Historia».

La misiva en respuesta del cardenal Gomá se firmó en Pamplona el 14 de octubre de 1937, y en ella se afirmaba que el mensaje de los prelados mexicanos había sido recibido en «lo íntimo de nuestra alma, conmoviéndola profundamente, por ser de Hermanos y de Hermanos que saben de persecuciones». El cardenal de Toledo aseguró entonces que «Nuestros sacerdotes, religiosos y fieles, aprendieron del templo heroico de sus hermanos de Méjico que la fe y la caridad cristianas conservan en el siglo XX la eficacia recibida de Jesucristo y que hizo gloriosos los primeros siglos con el martirio de los confesores de la Fe. Y por esto nuestros fieles, en la hora de la persecución, recogieron de manos de los mártires mejicanos el lema de su bandera y murieron con el mismo grito de victoria: “Viva Cristo Rey”.»

¿Por qué la Guerra Civil Española no dejó indiferente a ningún intelectual mexicano? ¿Cuáles fueron sus principales reacciones?

La guerra civil en España se vivió con gran pasión en México. Este fue el tema de mi investigación doctoral hace siete años, y desde entonces sigo los rastros. La prensa y los intelectuales dividieron sus afectos entre ambos bandos, y de algún modo esto reflejaba la sociedad políticamente polarizada de aquel entonces, en pleno cardenismo (1934-1940). Recuérdese que el gobierno del general Lázaro Cárdenas no disimulaba su inclinación socialista. Desde muy pronto respaldó en 1936 al gobierno del Frente Popular Español, contra la mayoría de la oposición que criticó ese apoyo. Por tanto, muchos destacados intelectuales que estaban en la órbita gubernamental, y que en no pocos casos eran funcionarios o diplomáticos del régimen, sostuvieron la causa que abrazara su propio gobierno. Entre ellos puedo resaltar nombres como los muralistas Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros, los poetas Carlos Pellicer y Octavio Paz, el escritor Alfonso Reyes, o los políticos Narciso Bassols y Vicente Lombardo Toledano.

En sus argumentos había cierta variedad: vieron el conflicto en España como lucha de clases y por tanto, del pueblo contra las clases privilegiadas. También hubo entre ellos quienes lo interpretaron como revolución y progreso contra reacción, democracia contra fascismo, o incluso como el conflicto del soberano pueblo español contra una invasión extranjera. El otro lado de la colina resulta quizá más interesante. Cuando menos porque es mayormente desconocido. Es «el lado oculta de la luna», en expresión de Jean Meyer. Muchas veces se ignora que en México, pese a la posición oficial de su gobierno, hubo una vigorosa defensa escrita del llamado bando nacional. Especialmente ―aunque no exclusivamente― entre los católicos. Puedo mencionar, como mero botón de muestra, a los filósofos José Vasconcelos y Jesús Guisa y Azevedo, el pintor Gerardo Murillo, los escritores e historiadores Alfonso Junco y Carlos Pereyra. En su pluma hubo de todo, algunos interpretaron el conflicto como una lucha de la civilización cristiana contra la barbarie comunista, como una pelea entre el orden y el desorden, e incluso hubo quien lo vio desde sus simpatías por el fascismo. ¿Por qué les movió tanto lo que ocurría en España? En buena parte, porque vieron allende mucho de lo que pasaba aquende. Además, creyeron que los sucesos de España repercutirían en México.

Por Javier Navascués

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