P. Martín Rubio: “La autoridad que no actúa según el orden moral se hace ilegítima y hay que resistirla”
P. Ángel David Martín Rubio. Nacido en Castuera (Badajoz): 29-septiembre-1969. Ordenado sacerdote en Cáceres: 29-junio-1997. Cursó los estudios eclesiásticos (1992-1997) en el Seminario Diocesano de Coria-Cáceres. Es licenciado en Geografía e Historia (Universidad de Extremadura, 1987-1992), en Historia de la Iglesia (Gregoriana de Roma, 1997-1999) y en Derecho Canónico (Pontificia de Salamanca, 2009-2012) y Doctor por la Universidad San Pablo-CEU (2010), donde ha sido profesor (2002-2008). Vicedecano y profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad Pontificia de Salamanca entre 2015 y 2018.
Actualmente es Deán-Presidente del Cabildo Catedral de la Diócesis de Coria-Cáceres y Canónigo Penitenciario, Vicario Judicial, Capellán del Santuario de Nuestra Señora de la Montaña (Cáceres) y Profesor del Instituto Superior de Ciencias Religiosas Virgen de Guadalupe, del Instituto Teológico San Pedro de Alcántara del Seminario Diocesano de Cáceres y de la Facultad de Derecho de la Universidad Pontificia de Salamanca. Es autor de varios libros y numerosos artículos, muchos de ellos dedicados a la pérdida de vidas humanas como consecuencia de la Guerra Civil española y de la persecución religiosa. Interviene en jornadas, conferencias y medios de comunicación. Coordina las actividades del “Foro Historia en Libertad” y el Blog “Desde mi campanario” con reflexiones acerca de la historia, la teología y la actualidad inspiradas en el realismo y el sentido común del pensamiento filosófico perennemente válido, concorde con la concepción cristiana del mundo.
Le entrevistamos con ocasión de su participación en el curso que organiza Luz de Trento sobre la Política cristiana.
¿Qué supone para usted participar en este curso de política católica que organiza Luz de Trento al lado de otros destacados ponentes?
Como es lógico, resulta una satisfacción personal que los organizadores del curso hayan pensado en mí para desarrollar dos de los temas propuestos en un curso de tanto interés por su contenido como por la calidad de los demás ponentes. Al mismo tiempo una gran responsabilidad pues espero no defraudar la confianza depositada y poder aportar a las cuestiones sobre el trabajo, el orden económico y la educación la perspectiva histórica y canónica propia de mis estudios en el ámbito universitario.
¿Se puede hablar propiamente de política católica?
Los pronunciamientos del Magisterio pontificio acerca de la concordia que caracterizó a las relaciones entre la Iglesia y el orden político en la Cristiandad medieval y en sus pervivencias posteriores, han dado paso a un discurso eclesiástico que, por el contrario, lamenta la ruptura entre la Iglesia y la Modernidad. En ese contexto, es lógico que se plantee la pregunta que me hace y la respuesta es que la teología puede hacer las aportaciones que son necesarias en el ámbito de la comunidad política desde la fidelidad a la Revelación y al Magisterio perenne de la Iglesia. Esto sin olvidar que ninguna realidad temporal realiza en plenitud una beatitud que la Iglesia solamente espera de una intervención personal de su divino fundador al final de los tiempos.
¿Cómo sería la política según el orden querido por Dios?
Podemos enumerar dos principios al respecto. El primero, que la autoridad exigida por el orden moral emana de Dios y el deber de obediencia impone a todos la obligación de dar a la autoridad los honores que le son debidos, y de rodear de respeto y, según su mérito, de gratitud y de benevolencia a las personas que la ejercen (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 1899-1900). Y en segundo lugar, que la autoridad no saca de sí misma su legitimidad moral y sólo se ejerce legítimamente si busca el bien común y si, para alcanzarlo, emplea medios moralmente lícitos. Cuando los dirigentes proclaman leyes injustas o toman medidas contrarias al orden moral, estas disposiciones no pueden obligar en conciencia. (cfr. ibíd., 1902-1903). La autoridad que no actúa según el orden moral y en orden al bien común, desatiende su fin propio y por ello mismo se hace ilegítima y los ciudadanos tenemos derecho a la resistencia (cfr. Compendio de Doctrina Social de la Iglesia, 396-401).
¿Cuáles son los principales errores del pensamiento moderno y cómo han dinamitado el orden social cristiano?
Más que hacer un elenco de errores, habría que buscar el principio fundante de todos ellos, como hizo Donoso Cortés en su carta al cardenal Fornari (19-junio-1852) «sobre el principio generador de los más graves errores de nuestros días» y algo diremos de esto más adelante al hablar de la relación entre filosofía y teología. Por ahora podemos sintetizar tres cuestiones que se refieren más directamente a la relación entre la Iglesia y la comunidad política.
En primer lugar, la reivindicación del naturalismo político a partir de una consideración de las realidades temporales que lleva a otorgar a la comunidad política una condición de por sí autónoma.
En segundo lugar, y sin entrar aquí en la cuestión acerca de las dificultades que el proclamado derecho a la libertad religiosa supone a la luz del Magisterio anterior, basta constatar que el lenguaje eclesiástico al respecto se diferencia netamente del precedente al Vaticano II. Una vez producido el cambio de discurso, nos encontramos con la incapacidad para una fundamentación objetiva del bien común y de los valores trascendentes sobre los que se construye una comunidad política.
Por último, la consagración del pluralismo en el ámbito de la teología hace imposible la formulación de un discurso teológico-político, limitándose las expresiones en este campo a una vaga formulación de buenos deseos a retaguardia de la evolución progresiva del mundo contemporáneo. El entonces Obispo de Cuenca, D. José Guerra Campos, demandaba en un escrito publicado en el Boletín Oficial de su Diócesis en 1988 una nueva formulación de la doctrina social de la Iglesia porque después de haber dado por bueno el pluralismo permisivista se conformaba con reaccionar contra algunas de sus consecuencias: «Las incoherencias de la predicación actual descubren la necesidad de reedificar la doctrina de la Iglesia».
¿Por qué las reacciones totalitarias no han hecho sino agravar el problema?
El profesor Orella se ocupará en el desarrollo del curso de esta cuestión que plantea de entrada la necesaria conceptualización de lo “totalitario” y que abarcará las diversas formas del socialismo, comunismo, fascismo y nacionalsocialismo.
Creo que la clave de la insuficiencia de estas posiciones radica en la última fundamentación hegeliana de estas formas de reacción contra el régimen liberal-democrático que estaba basado en el racionalismo empirista, especialmente de Locke, y en el que la voluntad y el poder del Estado proceden de la voluntad de los ciudadanos expresada en el sufragio. Esta visión individualista y empírica, es reemplazada a partir de Hegel por la consideración del espíritu universal como realidad primaria y creadora y esto lleva a reconocer en el Estado esa realidad primaria, representación del espíritu, de la nación o del poder, que existe y se justifica por sí mismo. De aquí arrancan las teorías estatistas o socialistas en las que el Estado se considera un poder absoluto que se atribuye la misión de organizar por entero la vida de la sociedad y de los hombres. También fascistas y nacionalsocialistas entroncan su concepción del Estado en las tesis hegelianas con influencias de la filosofía vitalista y existencialista propia de los inicios del siglo XX.
En cuanto a su incidencia en la cuestión que estamos tratando sin duda es muy distinto el proceso de derrota militar sufrido por los fascismos en la II Guerra Mundial que el desarrollo posterior del comunismo hasta desembocar en lo que se ha llamado “la extraña muerte del marxismo” (Paul Edward Gottfried). A partir de Gramsci y de la Escuela de Frankfurt la estrategia de acción política directa dio paso a una estrategia de acción cultural indirecta, fundada en un proceso de transformación de las mentalidades. De esta manera, si el socialismo fue la antítesis del liberalismo, la síntesis sería el magma en que nos movemos, una ideología común que va más allá de la superficial división entre derechas e izquierdas. Además hoy asistimos a la eclosión del wokismo que está imponiendo un nuevo paradigma sociocultural sobre el que se sostiene una civilización distinta a la precedente.
¿Cómo ha dañado a la Iglesia el hecho de que se hayan infiltrado los errores modernos en su seno?
Aquella concordia entre el sacerdocio y el imperio de la que habló León XIII (Inmortale Dei) otorgó una estructura diárquica a la Cristiandad hasta su crisis interna que dio paso a un proceso disolutorio de carácter revolucionario que no ha significado un simple cambio social para adaptarse a nuevas condiciones sino la destrucción de sus estructuras de civilización y su reemplazo por otras nuevas fundamentadas en el pensamiento propio de la Modernidad. El enfrentamiento entre las ideas revolucionarias, plasmadas en el orden sociopolítico impuesto por el régimen liberal, y la Iglesia dio paso al Concilio Vaticano II (presentado por algunos como un peculiar Antisyllabus) que sellaría el intento de reconciliación de la Iglesia con el mundo configurado a partir de la Ilustración y de la Revolución Francesa. En esta desconcertante pirueta late la opinión que atribuye a la Iglesia a una inadaptación a los avances del mundo, consistiendo su superación en un aggiornamento, una puesta al día o actualización que permitiría a la Iglesia encontrar su nuevo espacio. El resultado ha sido expresar la teología política en unos términos que son en buena parte equivalente a las categorías hoy hegemónicas y que se encuentran en las antípodas de aquella “concordia mutua” a la que aludimos al principio, que llenó de contenido a la Cristiandad y de la que hablaron en términos encomiásticos los papas hasta Pío XII.
Pero no basta referirse solamente a cuestiones doctrinales sino que hay que añadir un hecho práctico de enormes consecuencias para la vida social de los cristianos. Durante el siglo XIX y los primeros decenios del XX, la Iglesia había promovido una amplia expansión de la actividad pública, bien mediante la promoción de organizaciones políticas que se denominaban católicas e informaban su acción sobre la doctrina social de la Iglesia o bien mediante otras asociaciones sindicales, culturales, asistenciales… Pero las opciones tomadas después del Vaticano II han supuesto el desvanecimiento del asociacionismo católico no solamente en sus vertientes más estrictamente apostólicas (como la Acción Católica) sino en todo el ámbito de las organizaciones de carácter político y social. Así, previa su desnaturalización en posiciones tendentes al liberalismo o al socialismo, desaparecieron todos los partidos católicos. Es más, la Iglesia ha abdicado casi totalmente de la obligación de hacer frente, de manera efectiva, a la legislación contraria al derecho natural y de favorecer aquellas iniciativas que lo secundan, regulando para ello la acción civil del laicado y esta mentalidad se ha hecho dominante entre los propios fieles.
¿Cómo la vuelta a la sana filosofía y sana teología puede contrarrestar estos errores?
La explicación de las consecuencias que tiene para la teología el abandono de una sana filosofía la podemos encontrar enunciada en la encíclica Humani generis (12-agosto-1950) de Pío XII: «Descuidar, rechazar o privar de su valor a tantas y tan importantes nociones y expresiones que hombres de talento y santidad no comunes, con esfuerzo multisecular, bajo la vigilancia del sagrado Magisterio y no sin la luz y guía del Espíritu Santo, han concebido, expresado y perfeccionado para expresar cada día con mayor exactitud las verdades de la fe, a fin de sustituirlas por nociones hipotéticas y expresiones fluctuantes y vagas de una nueva filosofía, las cuales, como la flor del campo, hoy son y mañana caerán, no sólo es imprudencia suma, sino que convierte al dogma mismo en caña agitada por el viento» (Dz 2314).
A partir de las precisiones formuladas por el Pontífice en esta Encíclica no es posible sostener que la dogmática católica tenga los mismos nexos con todas las corrientes filosóficas. Tampoco basta con una afirmación genérica de la importancia de la filosofía si no se precisa qué sistema en concreto puede prestar un servicio apropiado para la exposición teológica. Es más, en el abandono del tomismo cabe reconocer una puesta en cuestión de los principios que llevaron a León XIII a darle preferencia (Aeterni Patris), especialmente el reconocimiento de la capacidad de la razón humana para conocer la verdad y de la teología para iluminar las verdades de fe en cuanto son inteligibles por analogía.
Como para la filosofía moderna (a partir del nominalismo) no hay acceso a la realidad externa esto desembocará en la reclusión de lo religioso en el ámbito de la inmanencia siendo el sentimiento la fuente de toda la religión. Quienes han aceptado estos planteamientos aplicados a la reflexión teológica, se han instalado en un fundamento subjetivo abandonando los dos quicios del realismo filosófico-teológico: la trascendencia de Dios y el carácter sobrenatural de la fe. El pluralismo teológico indiscriminado (que no hay que confundir con la tradicional distinción de escuelas o corrientes) estima que las fórmulas no expresan el contenido ontológico de la verdad y acaba desembocando en un relativismo dogmático.
Por todo ello se hace necesaria la elaboración de un discurso teológico que, partiendo de la consideración de la Revelación como un depósito de contenidos objetivos, cognoscibles y susceptibles de expresión perenne, recurra a los criterios de conocimiento definidos por el realismo aristotélico-tomista para así superar la incapacidad que se atribuye al hombre para conocer la verdad y expresarla (agnosticismo gnoseológico y egologismo).
¿Cuáles son los fundamentos políticos del orden social cristiano?
Podríamos resumirla en pocas palabras diciendo que, no solamente los actos y comportamientos individuales de los ciudadanos sino la misma estructura política de la comunidad ha de estar subordinada eficazmente al orden moral que se deriva de la Revelación y por lo tanto, se contiene en la Sagrada Escritura y en la Tradición, y es propuesto por el Magisterio de la Iglesia. Este fundamento sobrenatural es radicalmente opuesto a los sistemas constitucionales modernos según el cual el poder procede del hombre y nada tiene que ver con Dios ni con una moral objetiva. Si, además, tales presupuestos son adoptados por personas que se dicen creyentes se incurre en lo que puede llamarse con toda propiedad heterodoxia política pues al negar la dimensión teológica en el plano político se renuncia a reconocer las exigencias éticas del obrar político, considerando a la religión como asunto válido para los actos privados e irrelevante para los de dimensión social.
¿Qué enseña la Iglesia acerca de las diversas formas de gobierno?
La Teología moral enseña que los principales deberes de los ciudadanos corresponden a cuatro aspectos: la patria; la forma de gobierno; los gobernantes y la sociedad política en general. Las formas de gobierno se pueden clasificar según la clásica división tripartita (monarquía, aristocracia y democracia), con sus correspondientes degeneraciones o según la esencia misma de los fenómenos políticos (como el principio de la soberanía y su ejercicio).
Aunque puede existir una vinculación histórica entre una determinada forma de gobierno y una nación concreta que la convierta en especialmente adecuada para ella, filosóficamente y en abstracto, las formas de gobierno son accidentales, ya que todas ellas pueden ser buenas o malas, según el encauce y orientación que reciban. Así, la Iglesia ha declarado con frecuencia por boca de los Sumos Pontífices, que es indiferente a las distintas formas de gobierno mientras sean justas y tiendan al bien común.
Santo Tomás recogió la clasificación aristotélica según la cual la monarquía es la mejor forma de gobierno pero considera que la supera una forma compleja en que se armonicen la democracia en los grupos corporativos de la sociedad, la aristocracia en las altas funciones de gobierno y de defensa y la monarquía en el supremo ejercicio del poder. Esta fue la tendencia en el régimen político que se fue formando en la Cristiandad.
Además de estas consideraciones, en las circunstancias históricas concretas en que nos encontramos, hay que mencionar a los numerosos representantes del pensamiento sociopolítico católico que han demostrado las deficiencias de la democracia no solo desde el punto de vista de los principios, sino también como mecanismo de participación y control del poder. La ausencia en el Estado constitucional de una autoridad que se sustente en una sustancia prejurídica, lejos de ser una garantía de respeto a las libertades y a los derechos humanos, deja a éstos inermes ante los vaivenes de la opinión pública sometida a grupos de presión. Por eso se ha hablado de «la ruina espiritual de un pueblo por efecto de una política», en expresión de Francisco Canals, referida a una forma de gobernar que constituye la aplicación práctica de un sistema erróneo de conceptos sobre la vida y sobre la sociedad. Cerrar los ojos a la conexión entre los procesos políticos y la descristianización que se ha producido en los últimos siglos y se ha acelerado en los últimos decenios sería negar la realidad.
¿Y en cuanto a la separación de la Iglesia y Estado?
Dada la naturaleza y la misión sobrenatural de la Iglesia, ésta es independiente respecto del poder civil, una independencia a la que se oponen las pretensiones totalitarias del Estado moderno que se erige como única fuente de poder y otorga a la Iglesia la consideración de una mera sociedad de derecho privado. Precisamente es en este contexto donde surge el problema de las relaciones entre ambas potestades que se ha tratado de solventar a través de acuerdos entre la Iglesia y el Estado en los cuales se regulan los respectivos derechos y deberes.
Ahora bien, esta cuestión tiene unas implicaciones más profundas: ¿el Estado debe profesar la religión católica e inspirar en ella sus leyes y fines de acción o, por el contrario, tiene que adoptar una posición que oscila entre la neutralidad o la positiva hostilidad? La respuesta a esta pregunta dada desde la teología católica y promovida desde la práctica por la Iglesia hasta fechas bien recientes sostiene que el Derecho y el Estado son sujeto capaz de una inspiración religiosa adecuada a su propia naturaleza. Por tanto, el Derecho positivo debe concretar un Derecho natural que se asienta en la suprema ley divina y el bien común que la autoridad civil reconoce como fin no es ajeno al destino sobrenatural del hombre sino que se debe ordenar a él. Influir con su moral propia en las leyes forma parte de la misión que Jesucristo confió a su Iglesia. Y, cuando deja de hacerlo, no solamente está renunciando a su esencia (el obrar sigue al ser) sino que está privando de su más auténtica definición al orden político como medio al servicio del bien común.
¿Qué condiciones tendrían que darse para el Reinado Social de Cristo?
La teología política que se elabora en un tiempo concreto tiene que confrontarse con un horizonte escatológico y metahistórico. ¿Qué nos dicen, por tanto, al respecto del reinado de Cristo la Palabra de Dios y el Magisterio de la Iglesia? En resumen: que la situación seguirá deteriorándose hasta llegar a su paroxismo, que la falsificación afecta no solamente a lo sociopolítico sino a lo religioso y que la restauración final tendrá lugar por Jesucristo. Es la misma enseñanza que se contiene en la respuesta de Jesús a Pilato: el Reino no viene de este mundo, ni es el fruto de las realizaciones de este mundo sino que es Cristo el que viene a este mundo a reinar (Jn 18, 36-37). Para argumentar estas tres afirmaciones recurrimos a los números 675 a 677 del Catecismo de la Iglesia Católica, unos textos que se distancian sorprendentemente del progresismo característico del entorno conciliar.
El enfriamiento de la caridad y la creciente apostasía son las señales que nos avisan de que tenemos que levantar la cabeza y avivar nuestra esperanza en la pronta intervención de Cristo (Lc 21, 28) mientras que los falsos mesianismos -progresistas o conservadores- no son sino una sucesiva reedición del mesianismo temporal o secularizado tantas veces reaparecido a lo largo de la historia bajo diversas formas. Por tanto, también los cristianos de comienzos del siglo XXI tienen que reconocer los signos de los tiempos (Mt 16, 3), sin esperar, al modo de Lammenais, una Iglesia reconciliada con los principios de la libertad moderna ni imaginar una democracia con valores. Pero sin esterilizar tampoco la propia acción religiosa y social al ver permanentemente frustrada una restauración que nunca acaba de llegar.
¿Por qué merece la pena apuntarse al curso?
Basta ver el enunciado de los temas que se van a desarrollar para que se suscite el interés hacia el Curso organizado por Luz de Trento pero la principal motivación debería ser la necesidad de formación religiosa que tenemos los cristianos en los diversos ámbitos y entre ellos no puede faltar el de la doctrina de la Iglesia en relación con las cuestiones políticas, sociales y económicas. No olvidemos que la oración, la lectura y la formación cristiana son cauces habituales por los que Dios nos da la sabiduría de reconocer su voluntad y de ponerla en práctica. Y Dios nos pide aquello que nos conviene al tiempo que nos da la gracia que necesitamos para poner en práctica lo que nos manda hacer.
Por Javier Navascués
16 comentarios
"... y la Iglesia dio paso al Concilio Vaticano II (presentado por algunos como un peculiar Antisyllabus) ..."
Don Ángel David es aquí muy discreto, como corresponde a su alta dignidad.
"El texto de Gaudium et spes desempeña el papel de un contra-Syllabus en la medida en que representa una tentativa de reconciliación oficial de la Iglesia con el mundo tal y como se presentaba desde 1789."
(Joseph Ratzinger, "Teoría de los principios teológicos", ed. Herder, Barcelona, 1985)
No será así ,de ninguna manera , porque todos los sacerdotes , obispos ,y cardenales de la Iglesia ,con semejante lucidez mental y espiritual ; están siendo relegados por la Iglesia actual ,a un segundo , tercer plano. No interesa a las expectativas de nuevo orden de cosas pagano y anticristiano.
La Iglesia actual está blindada con el nuevo colegio de cardenales nombrado por el Papa Francisco. El ejemplo más significativo lo tenemos en la rápida ascensión del cardenal arzobispo de Madrid.
Este héroe, en lucha feroz contra el pensamiento único dominante, siempre contará con la ayuda de Dios para poder seguir con su noble objetivo y no ser "llamado al orden" por los modernistas y buenistas.
DIOS, FAMILIA Y FE.
Cabe precisar sin embargo, en el sistema constitucional de los EEUU, cuya forma de gobierno es el de una república, el poder no procede del hombre como un absoluto, sino que lo hace a través de la delegación dada por Dios a su criatura, al dotarla de derechos inalienables como el derecho a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad que el gobierno de los hombres tiene el deber de proteger; "siendo que el gobierno que instituyan los hombres, garanticen esos derechos a los gobernados. De lo contrario, si la forma de gobierno destruyera esos principios, el pueblo tiene el derecho a reformarla o abolirla e instituir un nuevo gobierno que se funde en dichos principios, organizando sus poderes en la forma que a su juicio ofrecerá las mayores probabilidades de alcanzar su seguridad y felicidad."
Con las premisas establecidas en esta sustanciosa entrevista, destaco en ella estas palabras:
"El enfriamiento de la caridad y la creciente apostasía son las señales que nos avisan de que tenemos que levantar la cabeza y avivar nuestra esperanza en la pronta intervención de Cristo (Lc 21, 28) mientras que los falsos mesianismos -progresistas o conservadores- no son sino una sucesiva reedición del mesianismo temporal o secularizado tantas veces reaparecido a lo largo de la historia bajo diversas formas. Por tanto, también los cristianos de comienzos del siglo XXI tienen que reconocer los signos de los tiempos (Mt 16, 3)"
Que son claves para comprender en qué momento nos encontramos. Con una falsa iglesia campando a sus anchas.
Gloria a ti Señor Jesús.
El Señor viene.
No obstante observo que se ubican fuera del contexto mariano, según el cual los tiempos actuales avanzan de conformidad al triunfo del Corazón Inmaculado de María en el mundo. Esto plantea una perspectiva diferente.
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