J. Ignacio Apoita: “Los presos no quieren voluntarios curiosos sino personas que se integren en sus vidas”

Juan Ignacio Apoita Gordó es licenciado en Derecho, con la especialidad jurídico-económica, por la Universidad de Deusto (Bilbao), posgrado en Integración Europea por la Universidad de Ámsterdam (Países Bajos) y P.D.G. por el IESE. Ha sido Director de RRHH y Miembro del Comité de Dirección del Grupo BBVA hasta Marzo 2015. Desde entonces ha participado como Asesor y Consejero en diversas empresas. Actualmente se desempeña como Presidente de IT&People (desarrollo de software para RRHH) y Miembro del Consejo Social de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), entre otras colaboraciones. Casado desde hace 37 años y con dos hijos, viene colaborando con la Parroquia de Nuestra Señora de La Moraleja, Alcobendas-Madrid, como servidor del grupo de Emaús, catequista de Confirmación para adultos y miembro del Consejo Pastoral y del Consejo Económico Parroquial. Colabora en la pastoral penitenciaria de la Diócesis de Madrid, a través de la organización CONCAES, en un programa semanal de evangelización para internos en Centros Penitenciarios.

¿Cómo decidió entregarse al apostolado en las cárceles?

Hace poco más de cinco años, en una reunión del grupo de Emaús hombres de la parroquia se presentó Mariano, invitado para compartir con nosotros una experiencia personal. Era alguien que había cumplido condena en la cárcel madrileña de Estremera y quería trasladarnos su agradecimiento por las visitas que a ésa y otras cárceles hacían voluntarios de CONCAES (Confraternidad Carcelaria de España). Se trataba de una organización sin ánimo de lucro, que nació en Estados Unidos y estaba expandiéndose por todo el mundo. En España desarrollaban varios programas en el acompañamiento a presos (“internos”, en el argot más oficial) y uno de ellos era “La Peregrinación del Prisionero (L.P.P.)”, un programa para ayudar a conocer a Jesucristo y para vivir la fe en el seno de la Iglesia Católica.

Tras escuchar a Mariano y ver lo importante que estas visitas de voluntarios y la profundización en su fe habían sido para su etapa en la cárcel, la llama en mí estaba ya encendida. Un rato de oración en días posteriores y la decisión de tocar la puerta de CONCAES estaba tomada. Me recibieron (fuimos varios los que, a título individual, sentimos la llamada a ese servicio), me formaron sobre los principales usos y costumbres carcelarios y solicitaron los permisos de entrada a Centros Penitenciarios. Algunos meses después comenzó la actividad.

¿En qué consiste la labor que realiza? ¿Podría especificárnosla?

A los centros vamos, normalmente, en grupos de dos o tres personas. En mi caso, en estos cinco años de servicio, he ido siempre en compañía de mi amigo Jesús, quien también escuchó aquellas palabras de Mariano. Puntualmente nos han acompañado terceras personas, Mª Paz (Q.E.P.D.), Ana, Gabriel y Sergio. Y siempre bajo la coordinación del equipo de CONCAES.

Nos iniciamos en la cárcel de Alcalá-Militar y después hemos desarrollado nuestra labor en distintos módulos del Centro Penitenciario de Estremera. El primer día en que entras a un nuevo módulo es toda una vivencia. Los internos están en sus horas de descanso, entre el desayuno y la comida, distribuidos por el salón común o el patio exterior, agrupados en torno a distintos juegos de mesa, o conversando, haciendo deporte, leyendo, escribiendo alguna solicitud de permiso,… Entran dos o tres “bichos raros” y comienzan a saludar alegremente a unos y a otros, dándoles la mano e invitándoles a unas sesiones de grupo que iban a comenzar, con carácter semanal, en ese módulo. “¿Y de qué van esas sesiones?”, nos preguntan. “De conocer mejor a Jesucristo y de aprender a vivir con ÉL”.

Obviamente la asistencia es libre y voluntaria y, por otro lado, no les reporta ningún beneficio penitenciario. Poco a poco tratamos de animar a unos y a otros. O bien por interés en el tema, o por acompañar a otros, o por curiosidad (“¿y estos tíos que vienen todas las semanas?”), siempre celebramos la sesión semanal. Con mayor o menor asistencia. No importa. En las cosas de Dios el número no es importante.

Y siempre hablamos de Dios. Por supuesto que hay infinidad de conversaciones individuales, muchas ganas de contarnos su situación personal y sus problemas específicos y, por supuesto, les escuchamos y acompañamos en su angustia. Pero siempre, siempre, juntamos al grupo que quiera participar en una sala y hablamos de Dios. Hablamos todos, internos y visitantes, desde nuestras situaciones personales. En Mateo 18, 20 leemos “donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”.

¿Cómo siente la responsabilidad de formarse y de tener que hablar de Dios?

El primer programa que se imparte desde CONCAES, La Peregrinación del Prisionero (LPP), tiene su propio material de apoyo. Al terminar el curso a cada interno se le da un certificado de asistencia y una Biblia. A partir de ahí, iniciamos un programa de Discipulado, para profundizar y compartir las experiencias de Fe e Iglesia.

En nuestro caso, desde nuestra experiencia como catequistas en nuestras respectivas parroquias, nos basamos en el Catecismo de la Iglesia Católica, comentando con detalle sus distintas partes, nos adaptamos y aprovechamos el calendario litúrgico para explicar y compartir esos momentos del año, leemos el Evangelio del día o del Domingo anterior, e incluso hemos podido ver y comentar películas como La Pasión de Cristo o La Cabaña. “A cada día le basta su afán” (Mateo 6,34).

En cualquier caso, las reuniones se celebran en un clima de mucha libertad y flexibilidad, donde debe predominar la actitud de respeto y escucha a las intervenciones de los demás. Cada temática despierta opiniones o vivencias personales que rara vez tienen oportunidad de compartir entre ellos en otros ambientes dentro de la cárcel. Asisten internos de todo tipo, creyentes que en algún momento de su vida han sido practicantes, creyentes “a medias”, evangélicos que conocen bien la Biblia, “enfadados con Dios”, agnósticos,……Con todos ellos tenemos respeto y escucha para hablar de Dios.

¿Qué es lo que le está aportando esta labor? ¿Qué es lo que ha aprendido de los presos?

Como siempre que uno actúa en servicio a los demás, y llamado a ello por el Señor, se recibe mucho más de lo que se da. Esta relación de cercanía y confianza que se va generando con estas personas privadas de libertad y conscientes de su pasado y su presente está repleta de emociones…

Nos emociona cada encuentro, la alegría con la que te esperan, sus sonrisas…también sus momentos “bajos”, cuando no entienden, no comprenden,… cuando te cuentan cómo rezan y leen la Biblia que les has dado, cuando te hablan de su condena y los años que tienen por delante, cuando te hablan de su familia, de sus hijos… Emociones y emociones. Unas veces sales feliz de lo vivido y muchas otras veces sales con el corazón roto por el dolor que padecen.

De la relación con los internos he aprendido muchísimas cosas. En primer lugar, a no juzgar. A nadie. Nunca preguntamos a ningún interno por su delito (aunque muchos de ellos te lo cuentan en cualquiera de las conversaciones personales). Muchos acaban en la cárcel debido unas veces a la cuna donde han nacido y el entorno vivido “desde siempre”; otras veces a un error, a una malísima decisión en un determinado momento de la vida; en otras ocasiones, …… ¿Qué hubiera hecho yo?. “No juzguéis para que no seáis juzgados” (Mateo 7,1). “No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores” (Lucas 5,32)

En todo caso, es maravilloso vivir los casos de aquellos que, conscientes de su error, están claramente arrepentidos y ansiosos por poder tener una segunda oportunidad en la sociedad. ¡Qué pena que exista tan poco trato individualizado y se prolonguen las penas de privación de libertad cuando la persona ya está preparada para convivir libremente en sociedad!

También nos llena de admiración ver la fortaleza en la Fe de aquellos que se refugian en Dios. Quieren saber más de ÉL, cuidan de los compañeros más débiles del módulo y dan ejemplo de comportamiento a los demás. Y transmiten esperanza. “Esperanza” es el gran tesoro a descubrir y cuidar en ese ambiente. Dios es así de generoso y derrama Su Amor en quienes más padecen. Y allí, lo ves.

No voy a alargarme más. Tan solo añadiré que sus palabras y muestras de agradecimiento por nuestra presencia y nuestras conversaciones son continuas. Valoran muy especialmente la constancia, que vayamos semana tras semana y mes tras mes y con un propósito transparente que nunca escondemos, hablar de Dios y de la vida, pasión, muerte y resurrección de Jesucristo y de la Iglesia Católica. Nuestro aprendizaje es claro: no están esperando un “turismo de voluntariado”, que aparece esporádicamente para curiosear; quieren a personas que se integren en sus vidas en esta difícil etapa. Así lo percibimos.

¿Cómo la oración le da fuerza y luz para poder hablar de Dios?

Con frecuencia me surgen dudas sobre mi vida cristiana, es mi combate interior. ¿Está la oración suficientemente presente en mi vida?, ¿participo debidamente en la vida sacramental?, ¿respondo al llamado del Señor a evangelizar y servir a otros? La confesión y la dirección espiritual me ayudan con los caminos para encontrar respuestas.

Trato de preguntar al Señor por la mejor forma de servirLE y creo que me pide que continúe con esta labor de evangelización en Centros Penitenciarios y que lo haga sin pensar que estoy haciendo algo “especial”, sino con toda sencillez y humildad. Quiere que vaya con quienes están privados de libertad y acompañarles, escucharles, estar con ellos,….y hablarles de Dios, de amor, de misericordia y de esperanza.

Nuestros últimos metros antes de ingresar al módulo penitenciario los utilizamos, cada día, para invocar en voz alta al Espíritu Santo, con la Oración del Cardenal Verdier, “Oh Espíritu Santo, Amor del Padre y del Hijo, inspírame siempre……”.

¿Cómo animaría a otros católicos a hacer éste u otro apostolado?

Bueno, yo no soy un ejemplo para nadie. He tenido muchos años de intensa actividad profesional con poca inquietud por encontrar tiempo para labores de apostolado de este tipo. Solo en esta época de la vida, con un ejercicio profesional más flexible, he encontrado el tiempo para servicios así.

Me atrevería a sugerir que no se siga ese ejemplo. Que, aún en momentos exigentes en el plano profesional, se encuentre un “pequeño” espacio para servir a los más necesitados de la sociedad. Quizás de manera puntual, un rato a la semana. Es bueno que no se deje para “otro momento posterior de la vida”. Hay muchísimas opciones y muchos católicos comprometidos que pueden guiarnos. En lo que se refiere al acompañamiento penitenciario, del tipo que hacemos nosotros, una mañana a la semana sería suficiente. Y formando un grupo de tres o cuatro personas podrían cubrirse las obligadas ausencias puntuales. Seguro que CONCAES podrá ayudar en la organización del grupo a aquellos que muestren interés.

Por Javier Navascués

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