Blanca Mollá, una joven que al borde de la muerte sintió el amor de la Virgen y cambió de vida
Blanca Mollá es una joven de Madrid. Su madre se mudó a Valencia a los 4 años. Nació con una grave alergia a la proteína de la leche de vaca, que derivó en asma y problemas inmunológicos. Es técnico en Farmacia y continúa con sus estudios. En esta entrevista nos cuenta su largo proceso de conversión, pese a su temprana edad. Al estar al borde de la muerte y sentir la presencia amorosa de la Virgen, su vida cambió y hoy persevera con entusiasmo en el camino de la fe.
Háblenos brevemente de la devoción de la infancia y de los primeros recuerdos de la Eucaristía…
Desde pequeña siempre fui muy respetuosa con la Iglesia, al estar en un colegio católico me educaron desde la Fe. En mi niñez, no entendía porque solo recibía los sacramentos en el colegio y fuera del colegio no. Me apunté al coro del colegio por lo que pasé un poco de tiempo más cerca del Señor y siempre obedecía y escuchaba atentamente las clases de religión. Por aquel entonces, tuve una relación con Dios muy superficial. En mi casa mi madre solo se preocupaba de cosas de su vivencia diaria sin tener a Dios. Difícilmente podía conocerlo más de lo que me enseñaban mis profesores.
En mi primera comunión todo estaba enfocado a la celebración de después, una gran fiesta en un hotel de 5 estrellas y apenas importaba el hecho de recibir el cuerpo sagrado de Jesús. Ahí desconocía, el gran regalo que Jesús me haría 2 años después, donde mi vida cambiaría para siempre. Descubrí la historia de Laura Vicuña, una niña santa que rezó por la conversión de su madre porque convivía con un hombre sin estar casados. Mi madre se encontraba en la misma situación y yo decidí rezar para salvar a mi madre como hizo aquella niña.
La experiencia de sufrir bullying por ser piadosa le hizo rebelarse…¿Cómo pudo pasar a defender posturas contrarias a la ley de Dios?
Yo rezaba por mi madre para que conociera a Dios. Yo no lo conocía mucho, pero si le pedía que por favor, ella le conociera. Y en el Cielo, aunque no hay contestador automático, fue escuchada la oración. Cuando mi madre comenzó con su conversión, pudimos compartir en profundidad esta experiencia y yo también descubrí, incluso mejor que ahora, lo sencillo que era seguir a Cristo y experimentar su amor.
Le tenía tal devoción que solo de ver su cuerpo en la cruz me ponía a llorar. Mi madre y yo nos animamos a consagrarnos a la Virgen y en aquella consagración fue oficiada por un sacerdote americano que estaba en España. Él era muy cercano a mí y tras hablar con mi madre, él le pidió ser mi director espiritual. Mi madre me llevaba a menudo con él y en una conversación nos habló de la importancia para la santidad de rezar el santo rosario. Y comenzamos en la capilla del Hospital Clínico de Valencia a rezar junto a más niños el rosario y teníamos luego la adoración.
Al mismo tiempo, comencé a profundizar más en Jesús recibiendo catequesis por parte de mi madre y de las hermanas del Arca de María. Esto se reflejaba en mi vida, incluso en los accesorios que llevaba. No me ponía collares sino rosarios y en el colegio siempre defendía a Jesús, pero todo esto, se convirtió en risas maliciosas, burlas, marginación e insultos… Yo pedía a Jesús poder perdonarles de corazón y durante un tiempo lo conseguí, pero quería ser aceptada y tener amigos para poder ser feliz y tener paz, pero esto no ocurrió. Me escondí y decidí protegerme de ese sufrimiento, con un pensamiento: si Dios no existía no podía tener mala conciencia si pecaba y actuaba como el resto, y de esta manera me separé de Él.
Me declaré atea ante el mundo, empecé a “creer” en cosas como el horóscopo, me engañé pensando que la verdadera libertad era lo contrario a lo que me habían enseñado, por lo que empecé a aceptar el pecado. No soportaba rezar o ir a Misa porque yo quería en ese momento pensar que no existía Dios, pero en cambio si creía, en una especie de energías…Ahora lo pienso y no entiendo como llegué hasta ahí porque es ridículo.
Y en la adolescencia se lanzó de lleno al mundo…¿Pero por qué el mundo nunca le llenó?
Fui muy vanidosa y muy soberbia. Mi vida parecía ir bien, le gustaba a muchos chicos, tenía muchas amigas y me gustaba hacer lo que todos hacían. Aunque no soportaba ser hipócrita conmigo misma y con los demás, la conciencia no me dejaba tranquila y la verdad que no podía engañarme pensando que de verdad era feliz con tanto resentimiento en mi corazón. No era feliz, no tenía paz y no me soportaba a mi misma. Llegó la ansiedad, pensé que las cosas del mundo iban a calmar mi ansiedad y mejorar mi vida, pero no, todo iba de mal en peor.
Llegó un momento en el que estaba emocionalmente muy afectada, empecé a no encajar otra vez, me rechazaban y me volví contra Dios. El mundo en el que quería encajar me dejó sola, fue todo un gran engaño.
También experimentó un gran vacío, tristeza y depresión…¿Cómo es esa sensación de falta de sentido y de ausencia de ganas de vivir?
Mi madre insistía en que fuera a Misa, a rezar en familia, nos daba consejos a mí y a mi hermana en los que mencionaba a Dios y yo no lo soportaba. Quería pensar que la vida tenía otro sentido fuera de Él, que de verdad existía la felicidad como la estaba buscando y me refugié en mis amigas. Les di la decisión de hacerme feliz cuando ellas mismas no sabían tampoco ser felices. Me sentía tan sola en este mundo que no tenía ganas de continuar.
Mi madre continuamente estaba preocupada y durante ese tiempo en el que yo estaba en contra de sus ideas, no teníamos una buena relación. Yo tenía muchas visitas al hospital por mi alergia y no quería continuar así. Quise acabar con todo y mi único refugio fue pensar “Blanca, aguanta un poco porque si no, no estarás con Dios” (es gracioso como sabía que Él estaba ahí por más que yo lo negaba). A pesar de esto yo me seguía odiando y me sumergía más, más y más en un mundo sin Dios para ser feliz.
En el confinamiento tuvo un primer acercamiento a Dios, aunque superficial y sin constancia…
En el año 2020, antes del confinamiento, empecé a experimentar mareos, desmayos, espasmos, dolores musculares… por lo que mi madre me llevó al hospital en más de 8 ocasiones en a apenas 2 meses. No entendíamos que me ocurría, tras diversos diagnósticos fallidos, una doctora de Madrid nos sugirió que podía ser un efecto secundario a un medicamento.
Tras realizarme diferentes estudios, se confirmó que efectivamente mi cuerpo había rechazado ese medicamento por lo que tuve que llevar otro tipo de vida hasta que yo mejorase. En ese momento empecé a conocer más la vida de algunos santos, especialmente la medicina de Santa Hildegarda, que tuvo gran importancia en mi recuperación.
Un jueves tuve una crisis muy fuerte y mi madre, llorando se abandonó en la oración con un rosario en su mano. Al recuperarme y con un gran dolor en mi corazón, le dije a mi madre, que Jesús me llamaba a través de la enfermedad. Después de aquel episodio, al poco tiempo, llegó el Covid y la cuarentena, y en aquella época comencé a rezar el rosario con mi madre todos los días y además tuve la oportunidad de tener una larga confesión. A pesar de este breve episodio de acercamiento de mi alma a Dios, volví a tener miedo de volver a sufrir, de llevar la cruz siguiendo a Jesús y decidí volver a alejarme.
Háblenos de su experiencia rezando el Rosario camino de Medjugorje y ¿cómo le fue cambiando?
Volví al mundo y a un distanciamiento con Dios con el pecado y esta vez, fue peor que la primera vez. Mi madre sufría mucho, yo hacía lo que hace la gente de mi edad, pero no me llenaba y sentía de nuevo que no encajaba en nada. Pensaba que si no salía con mis amigos y hacía lo mismo que ellos me iba a quedar sola. En una quedada con amigos, conocí a un chico. En ese momento andábamos los dos igual de confundidos, pero teníamos algo en común: los dos teníamos unas madres muy creyentes en la Virgen y en Jesús .
Cuando llegó el verano, íbamos en coche camino a Medjugorje, mi madre vive allí y yo intento estar todo el tiempo posible lo más cerca de ella. Nos quedaban pocas horas para llegar a la frontera de Bosnia y Herzegovina y le dije a mi madre; ¡mamá, como me gustaría que viniera mi novio y que se convirtiera!, (es gracioso porque pedía por él aunque yo seguía en el mundo).
En ese viaje, comencé a hablar con mi madre de temas profundos y a escuchar canciones preciosas sobre Jesús … y me volví a sentir yo misma. Fue como si hubiera despertado de un sueño en el que mi vida la estuviera dirigiendo con sin fin de malas decisiones. Fue como como despertar y arrepentirme de todo.
Pero no fue hasta tener una experiencia cercana a la muerte, cuando vino esa conversión profunda al sentir la presencia de María…¿Cómo fue la vivencia?
Llevaba todo el verano en Medjugorje, Bosnia y Herzegovina, y mi novio, vino a verme la última semana antes de regresar a España. Había planificado algunas actividades con él, y a la mañana del día siguiente de llegar, íbamos a subir al monte Podbrdo. Como no habíamos desayunado, hicimos una parada en un restaurante para tomarnos un café. Eran amigos de mi madre, y solíamos ir a menudo. Le había dado un día antes un brick de leche vegetal, ya que tengo anafilaxia a la leche de vaca.
Aquella mañana, trabajaba un camarero que había sido padre de gemelos hacía pocos meses y no descansaba bien. Ante el cansancio, se equivocó y me puso leche normal. Poco a poco, empecé a no poder hablar, y al poco tiempo ya no podía respirar. Mi novio llamó a mi madre y ella vino en coche casi de inmediato y me inyectó la adrenalina. La medicación siempre me había hecho efecto casi instantáneo pero esta vez no fue así.
En el centro de emergencias no sabían cómo tratar mi alergia y mi madre pidió que llamaran a la ambulancia y me llevaran al Hospital. Mi madre me volvió a pinchar una segunda adrenalina y ahí le dije: “mamá esta vez me muero, te quiero”.
Llegó la ambulancia y no dejaron que mi madre subiera, ella tenìa que venir detrás en el coche. En aquel trayecto al hospital en la ambulancia sabía que era mi fin, mi madre también lo sabía. Me dolía no poder respirar pero no me asustaba morir, y pensaba en María y en Jesús y me quedé dormida pensando en ellos. Repetía constantemente sus nombres y aquello me dio paz, solo deseaba encontrarme con ellos. Me dejé ir y una vez en ese estado, vi diferentes rayos de luz amarillos, que me llevaron hasta una cruz, resaltándola y tras esto vi a la Virgen a mi lado, dándome mucho amor. De repente me desperté en la UCI, sin saber cuanto tiempo llevaba en este estado y vi a mi madre al lado de mi cama, sentí que mi cuerpo estaba muy frío, y me sorprendió poder despertar.
Le dije a mi madre: “He estado con la Virgen” y recuerdo que ella se puso a llorar mientras me decía: “en el trayecto al hospital mientras le iba rezando rezando a la Virgen, sentí que debía de estar preparada porque te ibas a ir con ellos a las 12:00 pm. Solo le pedía a la Virgen, que así como Dios le había dado la gracia a ella de que su hijo muriera cuando ella estaba a sus pies en la cruz, que te dejaran morir cuando yo también estuviera a los pies de esta cama". Después nos confirmaron que a las 12.00 pm había sufrido una parada cardiorrespiratoria y tuvieron que reanimarme. Estuve 5 días en la UCI del hospital de Mostar.
Al regresar a España, fui a la catedral de Valencia, y allí me encontré la misma Virgen que vi en aquella experiencia. No la conocía y al preguntar a mi madre que advocación era, me sorprendió que era la virgen Inmaculada. Yo nací un 8 de Diciembre, el día de su fiesta.
¿Cómo fue la convalecencia y su firme propósito de no alejarse de Dios?
Durante mi estancia en el hospital, oía canciones católicas que me daban esperanza, canciones en las que se repetían frases tales como ” Dios te tiene un futuro lleno de esperanza” y es algo que me motivó a confiar en Él y en los planes que tenía para mí.
En el periodo de recuperación del hospital, también decidí no volver a utilizar las redes sociales. No aportaban nada a mi alma y sentía que no me hacían ningún bien. Desde entonces estoy tranquila y siento paz en mi alma.
En el hospital conocí a enfermeras y enfermos maravillosos. Era la más joven, y encima con el idioma, que no me ayudaba, estuvieron muy pendientes. Había un padre franciscano que me traía diariamente la Eucaristía. Luego supe que mi madre había pedido esto a unos amigos de Mostar y ellos se habían esforzado mucho para que pudiera comulgar y estar con Jesús en mi recuperación. Al darme de alta, hubo una religiosa irlandesa que Dios le regaló un don de sanación muy fuerte y quiso rezar por mí al enterarse de que había estado en la UCI, y al rezar, ella me dijo: “tu mejor medicina es Jesús Eucaristía”.
¿Cómo le ayudan los sacramentos a perseverar?
El proceso de conversión no tiene fin. Es una lucha interna cada día y no es fácil seguir a Dios. Te levantas, caes y vuelves a levantarte. La tentación siempre está y hay que mantenerse firme. Sigo en mis más y mis menos, aunque sé, que al menos, esta vez no quiero saber nada de lo que ofrece el mundo.
Cuando me confieso estoy volviendo a Él una y otra vez en su infinita misericordia y cuando comulgo siento a Jesús en mi corazón. Cuando le presento mis problemas en la adoración, me acuerdo de que Él también fue tentado, llevó su cruz y encima multiplicado…En ese momento que lo recuerdo, Jesus se vuelve mi motivación.
¿Por qué aspira a recuperar el amor a Dios que tenía cuando la dirigía el padre Henry?
Cuando rezábamos el rosario de los niños con el padre Henry en el hospital clínico de Valencia, él me dijo que tuviera cuidado con la vanidad. Y en aquel momento me reía, hasta que una vez me lo crucé por la calle y yo no lo saludé porque me avergoncé. Un tiempo más tarde me enteré de que falleció y me entristeció mucho. Habíamos tenido una relación cercana y él siempre se preocupó de mí y de mi madre, quería que fuéramos santas.
Cuando pasó lo de la UCI en Medjugorje, por una “causalidad” vi un documental llamado “Soy fuego” que trataba de su vida y me puse a llorar con muchísima pena, porque comprendí que sus oraciones por mí y mi madre habían dado muchísimo fruto. En el tiempo en el que él fue mi director espiritual, nada tenía ningún misterio para mí y se me hacía todo sencillo y fácil para ser santa. Sentía el amor, el perdón, el dolor de Jesús, la tristeza de lo mundano y la lógica sencilla de todo. Aspiro a volver a ser así algún día, eso sí, esta vez con la fortaleza del Espíritu Santo. Sinceramente creo que él intercedió por mí y mi familia para acercarnos en un camino de santidad.
Por Javier Navascués
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