Mons. Santiago Calvo habla de su biografía de D. Marcelo, con el que estuvo 43 años hasta que murió
Monseñor Santiago Calvo Valencia nació en Cuenca de Campos (Valladolid), el 16 de marzo de 1938, A los once años ingresó en el Seminario de Valladolid, en el que estudió los cursos de Latín y Humanidades, y de Filosofía. En la Universidad Pontificia de Comillas (Santander) obtuvo la licenciatura en Teología. Fue ordenado sacerdote en Comillas por el Nuncio de Su Santidad Mons. Hildebrando Antoniutti, el 2 de abril de 1961, y en el mes de julio de ese mismo año Don Marcelo, que unos meses antes había sido nombrado Obispo de Astorga, le llamó para que fuera su secretario particular.
Acompañándole estuvo en Roma durante las cuatro etapas del Concilio Vaticano II. Trabajó como voluntario en la secretaría general del Concilio y estuvo presente, dentro del Aula Conciliar, en todas las sesiones del Concilio en las etapas tercera y cuarta. Al ser nombrado Don Marcelo González arzobispo Coadjutor de Barcelona, continuó con él en aquella Diócesis y lo mismo hizo cuando Don Marcelo fue designado arzobispo de Toledo – Primado de España y Cardenal. Después de la jubilación de Don Marcelo, continuó atendiéndole hasta, su fallecimiento el 25 de agosto de 2004 y después ha seguido ordenando y estudiando su archivo. Ha sido Deán de la Catedral Primada y capellán de la residencia de las Religiosas Angélicas.
En la actualidad es Prelado de Honor de Su Santidad, Arcipreste honorario de la Catedral Primada y el encargado de cuidar, ordenar y estudiar el archivo personal del Cardenal Don Marcelo, que consta de más de ciento cincuenta cajas.
En esta entrevista analiza los principales aspectos de su libro Don Marcelo. Navegante y sembrador. Volumen I.
¿Qué supuso para usted poder estar tantos años cerca de D. Marcelo?
Una gracia de Dios, que cambió los planes que yo tenía cuando fui ordenado sacerdote. Yo pensaba y deseaba ir de cura a un pueblo y, al cabo de dos o tres años, irme de capellán castrense. Me llamaba la vida militar.
Don Marcelo me escribió, invitándome a que me fuera con el, como colaborador inmediato, el arzobispo de Valladolid, diócesis de la que yo era presbítero, y el Vicario General me animaron a que fuera y junto a Don Marcelo y estuve con él los 43 años que fue obispo, hasta que murió.
¿Cuál es el principal legado que dejó en la Iglesia?
Don Marcelo dejó como legado varias cosas. En primer lugar, el ejemplo de su amor a Jesucristo y a la Iglesia, sin escatimar esfuerzos, ni sufrimientos. Su trabajo incansable para que el rostro de la Iglesia resplandeciera con el Evangelio y la doctrina recta, siendo testigos en el mundo del ejemplo que Nuestro Señor Jesucristo nos dio. Para eso trabajó, escribió y sobre todo predicó de palabra y por escrito.
¿Y qué le aportó a usted personalmente?
Un ejemplo constante de amor y servicio a la Iglesia, y a la vida y a la doctrina de Jesucristo.
¿Por qué decidió escribir esta biografía en dos tomos?
Porque publicarlo en un solo volumen de más de 1.700 páginas era imposible.
¿Por qué considera hoy muy oportuna la biografía?
Porque en ella aparece la figura de una persona, que fue ejemplar en su vida de niño, de seminarista, de sacerdote y de obispo, en una determinada época de la historia de España y de la Iglesia. Creo que, en esta biografía, dedicada a la persona de Don Marcelo como figura central, aparece el ambiente social, político y religioso de 50 años de la historia de la segunda mitad del siglo XX, con unos rasgos importantes, que son poco conocidos o totalmente ignorado.
¿Qué podemos destacar de su infancia y de sus años de seminarista?
Su sencillez, su honradez, su piedad, su obediencia, su caridad y su amor al trabajo, acomodadas en su ejercicio, a su edad y a su estado.
¿Qué cualidades tenía como sacerdote?
Siempre su vida de piedad, profunda y sencilla, su esfuerzo por desarrollar las facultades que Dios le había dado, para servicio de Dios y del prójimo. Su empeño en formarse bien, sobre todo en su época de seminarista, y durante toda su vida.
Cultivó en sí mismo las virtudes humanas de respeto y educación para con los demás, su formación académica, fomentada con el estudio continuo del ambiente en que se movía, con el conocimiento de ciencias profanas y sobre todo con la doctrina de la Iglesia, actualizada continuamente con lo que iban diciendo los distintos papas que conoció, para trasmitirlo mejor a los demás en los distintos ambientes muy variados, en que se fue desarrollando su vida.
Se esforzó para mantener y crecer en virtudes, trabajando para poder ayudar, con su ejemplo, las obras y la palabra, a conocer el Evangelio a los demás, sobre todo a los que más lo necesitaban.
¿Por qué era llamado el Manolete del púlpito?
A él le disgustaba que le comparasen con el torero, que estuvo de moda en España los años cuarenta. Pero así le llamaban en Valladolid, sobre todo los estudiantes universitarios y los aficionados a los toros. Decían que, como aquel gran torero, iba derecho a los asuntos que trataba, siempre con elegancia, pues tenía una dicción excepcional con una voz que le acompañaba, con conocimiento profundo de lo que exponía y con una habilidad excepcional para hacerse entender por todos y por mantener la atención del pueblo, como lo hacía aquel torero cuando actuaba en los ruedos. Como Manolete se arrimaba mucho al peligro, exponía asuntos difíciles, llegaba hasta el momento en que parecía que iba a sobrepasar el límite de lo permitido y le podía coger el toro (la censura, que desde distintos puntos le siguió siempre) y manejaba los recursos oratorios de tal manera que lograba salir airoso, aunque a veces tuviera que sufrir alguna cogida, pero eran “gajes” del oficio.
Siendo gran predicador y conferenciante y de probada virtud, ¿fue lógica su ordenación episcopal?
Fue más que lógica. Desde muy joven fue obediente y libre, que vivió y manifestó su entusiasmo por Jesucristo, siempre admirador de la grandeza de la Iglesia y confiado en la fuerza del sacerdocio. Esos sentimientos que sintió desde niño, fueron creciendo con la edad, y llegaron a su plenitud con los años y la experiencia, cuando desarrolló sus grandes cualidades al honroso servicio de Dios y de los hombres, como Obispo y cardenal de la Iglesia. Por todo esto, fue muy lógica y razonable su elección para obispo.
¿Qué podemos destacar de su etapa como obispo de Astorga?
Su resistencia a ser obispo, porque se consideraba indigno de recibir tal Ministerio. Se opuso a que lo nombraran. Al fin, aceptó por humildad y por obediencia al Papa, lo mismo en Astorga que después para ir de arzobispo a Barcelona.
En Astorga fue feliz con aquella genta tan buena, con unos sacerdotes ejemplares y celosos trabajadores. Desde el principio fomentó reuniones con los sacerdotes de las distintas comarcas de la diócesis, fundó la emisora Radio Popular de Astorga y el semanario diocesano “Día 7”, fomentó las obras de caridad, creó colegios nuevos, donde entonces no existían y aprovechó todos medios que tuvo a su alcance para elevar el nivel espiritual y humano de todos los diocesanos, sobre todo de las comarcas más necesitadas, como la comarca de La Cabrera y el barrio de Cuatrovientos, en Ponferrada. Fomentó las vocaciones consagradas al sacerdocio y a la vida religiosa, terminó las obras y abrió el seminario menor de La Bañeza, que llegó a tener 600 alumnos. Y fundó la Casa Sacerdotal.
¿Cómo vivió el Concilio Vaticano II, desde la ilusión inicial hasta una cierta decepción con el posconcilio después?
Recibió la convocatoria del Concilio Vaticano II, siendo sacerdote, con toda la ilusión, y ya como obispo, lo vivió con la misma ilusión desde su preparación hasta que se clausuró, con verdadero interés y cariño. Lo preparó en su diócesis con todo entusiasmo. Tuvo siete intervenciones en el aula conciliar, una de las cuales fue alabada públicamente por el Papa Pablo VI, que se fijó en él para nombrarle después arzobispo de Barcelona, y cuando estaba preparando la aplicación de los documentos conciliares en Astorga, fue trasladado a la ciudad condal. Del Concilio fue siempre entusiasta y, como dijo varias veces y en distintas ocasiones, el papa Benedicto XVI, lo aplicó, tanto en Barcelona como en Toledo, de forma ejemplar.
Del posconcilio, fue admirador y cumplidor fiel de lo que se había dicho, en las reformas que iban realizando de acuerdo con los documentos conciliares, pero muy crítico con la forma en que se intentaba recurrir a esos textos, sin atender a lo que en ellos estaba escrito o tergiversando muchas veces lo que en el Concilio se había acordado. En estas apreciaciones coincidía en lo que dijeron los tres Papas, que dirigieron la Iglesia, sobre todo lo que afirmaron Pablo VI y Benedicto XVI.
¿Por qué fue tan complicada su etapa como arzobispo de Barcelona?
Eso habría que preguntárselo a quienes desde el día después del nombramiento lo complicaron y dijeron públicamente, sin conocerle, que le harían la vida imposible. La etapa fue complicada desde el principio. Don Marcelo sabía que allí estaban esperando un obispo que fuera catalán y él era castellano. Él no era el candidato que habían acordado la Nunciatura y el Gobierno. Según dijo el que era entonces Nuncio en España, el Papa cambió el orden “rayando la violación del Concordato”, porque quería que a Barcelona fuera el obispo de Astorga. No lo conocía personalmente, pero tras oirlo hablar en el Concilio, había seguido sus pasos e indicó al Nuncio en España que aceptara ir D. Marcelo como arzobispo Barcelona.
Y así aceptó Don Marcelo, por pura obediencia, conocedor de que muchos querían hacerle desde el principio la vida imposible, como amenazaron repetidas veces, por teléfono y por escrito. Cuando estábamos llegando a Barcelona, yo le oí decir las mismas palabras que Jesucristo dijo cuando iba a Jerusalén a sufrir la pasión.. “Ecce ascendimus Jerosolimam” “Estamos llegando a Jerusalén”. Y en Barcelona trabajó e hizo todo lo que estuvo en su mano en el servicio de la Iglesia, hasta que el Papa dispuso su traslado a Toledo. Él supo que así obedecía y servía de nuevo al Papa, su legítimo superior, que le llamaba a servir a la Iglesia en otra parcela.
¿Qué supuso para él su nombramiento como arzobispo de Toledo, Primado de España y Cardenal?
Por un lado, sentimiento, porque dejaba Barcelona, donde había trabajado a veces hasta el agotamiento, con toda la ilusión para servir a la Iglesia, aplicando el Concilio con fidelidad; y por otra parte, con alegría porque venía a la diócesis Primada de España, también por mandato del Papa, en donde iba a poder desarrollar plenamente sus planes de aplicación del Concilio Vaticano II, fomentando la vida cristiana, en unión de los sacerdotes, de los religiosos y los seglares, libre de las presiones y de los pretextos que muchos le habían puesto para servir con fidelidad el mandamiento del Santo Padre en Barcelona.
¿Cómo contribuyó a la formación del clero y de los fieles?
Para la formación espiritual del clero, insistió con mucha frecuencia en la celebración de los ejercicios espirituales y en los retiros mensuales. En Toledo fundó la Casa de San José, para la formación permanente del clero, con cursillos continuos sobre diversos asuntos, con el fin de que fueran pasando todos los sacerdotes de la diócesis, para estudiar los problemas que pudieran ir presentándose en la vida de la Iglesia con el paso del tiempo. Prestó también mucha atención a la asistencia económica y personal del clero, para lo que fundó una nueva casa sacerdotal.
Se dedicó con todas sus fuerzas a la atención y al fomento de las vocaciones consagradas, con atención especial al seminario, exigiendo desde el principio completa fidelidad al Papa y a sus enseñanzas, examinando las circunstancias concretas de la diócesis a la que venía a servir, mirando también a las necesidades de la Iglesia en otras diócesis de España y del mundo.
El seminario, que algunos habían querido cerrar, proponiendo trasladar a los 17 seminaristas que había, a otros seminarios, creció hasta llegar a los 190 alumnos y formar durante los 23 años que Don Marcelo fue arzobispo de Toledo a 414 sacerdotes, muchos de los cuales están sirviendo a la Iglesia en otras diócesis de España y del extranjero, sobre todo en Perú, y del que han salido 22 obispos.
En las visitas que hizo personalmente a todas las parroquias de la Diócesis, además de las observaciones que hacía en algunos lugares, insistía siempre en cuatro cosas: la invitación a la santificación de las obras de cada día, el seminario y el fomento de vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, la catequesis, las instituciones de caridad, sobre todo la Cáritas parroquial y diocesana y el apostolado seglar con el fomento de las asociaciones de fieles, tanto de la Acción Católica, como de otros movimientos que ya existían o los nuevos, que iban surgiendo.
Reunió un sínodo diocesano, cuando hacía doscientos treinta y un años que se había celebrado el anterior. En la etapa preparatoria del mismo participaron más de once mil seglares en grupos distintos, durante cinco años, y casi un centenar de ellos tomaron parte en la celebración de las distintas sesiones sinodales. Las constituciones que se aprobaron fueron un refuerzo para revitalizar la vida cristiana en la diócesis.
Durante su pontificado se reabrieron las causas de beatificación y canonización de los muertos durante la Guerra Civil por profesar su fe. ¿Hasta qué punto fue positiva su contribución en esta materia?
Don Marcelo, cuando llegó a Toledo, se encontró con una diócesis en que habían sido martirizados más de una tercera parte del clero diocesano.
Antes de llegar, había conocido, muy de cerca, a dos mártires de la persecución religiosa de 1936: José Valentín Cuadrillero, sacerdote asesinado en Badajoz, nacido en Villanubla, el pueblo de Don Marcelo, unos años más joven que él, y del que había recibido clases de latín, durante el verano los dos primeros años de seminarista; y Don Florentino Asensio Barroso, obispo de Barbastro, con el que Don Marcelo se había confesado muchas veces en el seminario de Valladolid, y que fue cruelmente martirizado, antes de fusilarle, a los cinco meses de su llegada como obispo a Barbastro.
En las diócesis de Toledo fueron asesinados en la persecución religiosa el año 1936, 297 sacerdotes, un subdiácono y cuatro seminaristas diocesanos, más 55 religiosos varones, de cuatro órdenes religiosas diferentes. Llevó adelante el proceso de 12 de los mártires diocesanos, que fueron beatificados por el papa Juan Pablo II, sin esperar a que se realizaran los largos procesos de beatificación del resto de los 285 restantes, porque se hubieran alargado demasiado. También intervino en los procesos de los religiosos. Pidió al Papa Pablo VI y después reiteró la petición al Papa Juan Pablo II para que fueran beatificados los mártires de la persecución religiosa en España de los años 1934 a 1939, y, asistió a la beatificación de las tres carmelitas descalzas de Guadalajara, las primeras que fueron beatificadas en esta persecución y a todas demás beatificaciones que le fue posible.
En todas sus intervenciones se fijaba con insistencia en el valor y el ejemplo de los que habían sido martirizados y en su fidelidad a Jesucristo y a la Iglesia, sin fijarse en quienes les habían asesinado, para que nadie pudiera decir que con la exaltación de la virtud del martirio se fomentaba la división entre españoles.
¿Qué aspectos desarrollará en la segunda parte del libro, aún por editar?
En el primer tomo, hemos seguido en gran parte, un orden cronológico; en el segundo tomo, sin dejar el orden cronológico, hacemos más una exposición de temas concretos: sus relaciones con el papa Juan Pablo II y la visita del Papa a Toledo en 1982, relaciones con el nuncio Dadaglio, el sínodo diocesano, atenciones especiales a Talavera de la Reina, la beatificación de los mártires del año 1936, relación con los judíos, que pedían una sinagoga, y con los musulmanes, que querían una mezquita y muchos otros temas de importancia, etc. Con ello, el tomo II puede resultar tan interesante como el tomo I o acaso más.
Por Javier Navascués
6 comentarios
Quiera Dios qu pueda publicar todo cuanto de sabe
Muchas gracias monseñor D.Santiago Calvo.
2. A mi parecer el estado actual de la Iglesia en España tiene mucho que ver con la gestión de Don Vicente Enrique y Tarancón, y Don Marcelo.
3. Para continuar con el símil de la tauromaquia, Don Marcelo cuando tuvo el toro enfrente, salió corriendo y evadió el problema ad intra que se revela hoy.
4. Me estoy refiriendo a los espías y “curas rojos” en el final del Franquismo, que no se si Don Santiago ha incluido en el tomo I, o si lo incluirá en el tomo II.
5. Nadie puede negar el deterioro de las relaciones, en la parte final del Franquismo, entre la Iglesia y el Régimen, que salvó a la Iglesia.
6. La progrez de ahora no se puede entender sin la progrez de entonces.
7. El Espíritu del Concilio Vaticano II, el caso Añoveros, la Teología de la liberación, la ETA, el atentado contra Carrero Blanco o la cárcel para Sacerdotes de Zamora son síntomas de un toro, de una Bestia de la tierra, que ahora vemos las consecuencias de sus cornadas. Reitero, no es oro todo lo que reluce.
"La creciente actividad subversiva del clero no era en modo alguno debidamente neutralizada por la jerarquía eclesiástica. Fui testigo, con más tristeza que desdén, de la ambivalencia de determinados prelados y sobre todo de su falta de gallardía. Resultaba escandaloso en algunos ver cómo se aprestaban a apuñalar al régimen que en ocasiones habían servido sin vacilación y sin desmayo […] El Régimen no se benefició de la Iglesia, ocurrió exactamente lo contrario. (Utrera Molina, 2008, p. 249).
Claro que se cometieron errores, pero dentro del caos eclesial católico (universal), fue un faro.
Yo no achacaría tanto al clero, conocí como gobernadores civiles actuaron, y obispos también, si no al Concordato vigente entonces y la acogida a sagrado, entre otras.
Los frutos de D. Marcelo siguen vigentes.
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