Robbie relata sus luchas para dejar la pornografía y la adicción al sexo desordenado
Robbie estudió la licenciatura en docencia de inglés. Es sub-director en un instituto católico de nivel preparatoria. Tiene un testimonio muy potente de conversión, que puede ayudar a muchas personas que están atrapadas en graves desórdenes contra el sexto mandamiento. Ciertamente no es fácil salir del vicio, pero con la ayuda de Dios se puede escapar de las garras de Satanás.
¿Cuáles fueron las circunstancias de su vida para que viviese su afectividad desde la homosexualidad?
Nací en un hogar en el cual mis padres estaban distraídos. Fueron lo mejor que las circunstancias de su matrimonio permitieron. Crecí en una familia en la cual se dieron diferentes realidades dolorosas en el matrimonio de mis padres, infidelidades, exceso de alcohol o vicio de apuestas. No tuve padres malos, simplemente estaban distraídos de las diferentes circunstancias que pueden afectar a los hijos.
En la escuela primaria, cerca de la edad de los 8 o 9 años, tuve mi primera experiencia visual con el sexo opuesto, una amiguita de mi edad que me mostro sus partes íntimas para que las tocara. Al poco tiempo después tuve otra mala experiencia visual con una amiga de la abuela de un amigo. Mientras le cortaba el pelo a mi amigo, ella pasaba a mi lado y me mostraba su ropa interior. Estas malas experiencias fueron alimentando una atracción al mismo sexo, sumado al hecho de ser el único varón en un hogar con 3 hermanas y una mayor convivencia con mi madre que con mi padre.
Ya por ahí de los 11-12 años, tuve la experiencia más fuerte en mi niñez, los tocamientos de un primo las noches que nos reuníamos para jugar videojuegos todos los primos. Al inicio, recuerdo que no supe como reaccionar. No era un tema que se tratara con mis padres. No hablábamos nunca de los temas sexuales ni el que había que hacer en caso de que algo así sucediera. Así que mi reacción al tocamiento no buscado, fue simplemente el aparentar que estaba dormido, solamente que mi cuerpo reaccionó. Los tocamientos continuaron durante un año, aproximadamente.
Todo lo anterior, me llevó a una hipersexualidad que a tan temprana edad no pude controlar. Caí en una especie de adicción a la pornografía, a la masturbación y todo lo relacionado con el sexo. Esto me llevó a mi primera relación sexual con otro “hombre” a mis 14-15 años. Era un amigo de la familia. Fue allí donde inicié mi caminar profundo y prolongado en el mundo de la homosexualidad. Un camino en el cual andaría cerca de 7 u 8 años. Un camino en el cual también creí que amaba, que “el amor era amor”, que Dios incluso nos había hecho así, un camino en el cual aprendí que uno puede creer, real y profundamente, que lo que se “siente” es verdad y real. Pero, llegaría el día en el que Dios iluminaría mis oscuridades, aquellas que necesitan colores y luces para anestesiarlas, llegaría el día en el que Dios silenciaría la falsa algarabía y música para permitirme escuchar su voz, llegaría el día en el que incluso me permitiría sentir el dolor que mis actos le causaban en su corazón. Y sería ese momento, en el cual iniciaría mi conversión.
¿Cómo fue ese proceso de conversión a la fe?
Comenzó con un sacerdote, el Padre Gustavo. Iniciaría todo con una invitación a un retiro de jóvenes en el cuál me abriría un poco a saber quien realmente es Dios. Es aquí donde resalto la importancia de tener sacerdotes que inviten a la conversión, sacerdotes que vayan tras las ovejas perdidas, no para dejarlas en su pecado, sino para mostrarles al Verdadero Dios por quien se vive. Sacerdotes que no callen la Verdad ante un mundo que ama la mentira. Todo inició allí, en un encuentro con Dios. Un encuentro en el cuál conocí al Dios verdadero, pero que en mi humanidad y pecado, lo desfiguraría para hacerlo algo que se adecuara a lo que yo quería vivir.
Pero tras un primer acercamiento a Dios quiso poder compatibilizar ambas cosas…
Mi desfigurar a Cristo, me llevaría a convertirme en un “católico homosexual”. Recordemos que el demonio clava sus garras más fuertemente cuando Dios está rescatando a sus hijos. Mi pecado y el aferramiento a lo que yo llamaba “amor” me llevó a incluso acudir a Misa y orar a Dios para que el mundo entendiera que mi estilo de “vida” no era malo, que Dios así nos había hecho, que el vivir en la homosexualidad no era pecado y que sí era “amor”. Mi oración iba enfocada a que el mundo nos entendiera, nos aceptara y abrazara nuestra homosexualidad. Dios respondió a mi oración, pero de una manera que no esperaba. Una manera que me doblaría las rodillas, me tiraría al piso, y me haría voltear hacia Él.
¿Cuándo comprendió que el Señor le pedía cambiar radicalmente de vida?
Es importante mencionar que mi conversión no fue de un día para otro, no amanecí deseando o sintiendo atracción por las mujeres. No amanecí dejando de sentir atracción por quien llamaba mi pareja. Pero si amanecí con algo esencial….confianza y esperanza.
Mi proceso fue de alrededor de 3 años. Años durante los cuales Dios me enseñó que lo que realmente se requería para dejarlo obrar en mi corazón no era mi “Sí”.
En una noche sin luces, sin colores, sin arcoíris, sin música, ni desordenada compañía. Una noche que jamás vi venir. Tenía alrededor de 19-20 años. Recuerdo estar acostado en mi cama, con las luces apagadas, listo para dormir. De pronto, la atmosfera de mi corazón cambió. A mi mente y corazón vendrían las pláticas de retiros, de las homilías, vendría la Palabra misma. Pero sobre todo, vendría una amargura y tristeza que, ahora sé, era la misma tristeza que mis actos, mi elección de vida, estaban causando al Corazón de Jesús. En ese momento, me puse a llorar en mi corazón. Era un grito de Amor, el grito de Dios llamándome a orar, pero realmente a orar con Él. Esa noche sería mi noche con Jesús en el huerto. Entre el llanto y amargura del alma, solo pude tirarme de la cama, ponerme de rodillas y orar a Dios. Recuerdo mis palabras: “Dios mío, sé que no soy quien tu quieres que sea, sé que en este momento me escupirías, me vomitarías. Sé que no soy lo que tu has creado. Ayúdame, mándame una mujer de la cual me enamore tan perdidamente que pueda ser lo que tu quieres que sea”. Fue esa noche, cuando realmente escuché a Dios en mi corazón, en mi alma. Fue entonces cuando entendí lo que Dios me pedía….mi conversión. Y fue esa noche, en la que realmente, empezó mi caminar dejándome encontrar por Dios. o mi “No” a todo lo que me alejaba de Él. Aprendí que Dios nos regala, en su infinito amor, ese “Sí”. Pero que nuestro “No” a lo que nos aleja de Él es realmente lo que permite que Dios vaya ordenando nuestros afectos, le desata las manos para poder obrar. Ese “No” al pecado nos quita la condición de esclavos y nos permite que Dios nos lleve a la Tierra Prometida. Nos permite que Él nos rescate.
Durante esos años, aprendí a decir “no” al pecado, aún cuando mi humanidad quería decir “sí”. Aprendí a decir “no” por el hecho de saber que, desde la razón, Dios me pedía que me negara a pecar, aún cuando el sentimiento me invitaba a decir “sí”. Hermanos, Dios nos pide que demos el “no” a lo que nos aleja de Él. Y fue así, que llegué a un día en el que de pronto, después un par de años en donde hubo recaídas, ya no volví a caer. Dios siempre estaba recordándome el camino, levantándome e invitándome a no pecar más, hasta que de pronto el mismo sexo ya dejó de atraerme. De pronto, mi hombre desordenado del pasado parecía un extraño al cual yo no reconocía. Simplemente llegó un día en el que Dios me había rescatado del desorden del mundo y en mí ya no había cabida para la vida homosexual.
¿En qué medida la vida en Dios le hizo más feliz que cuando estaba en el pecado?
La vida en Dios me hizo feliz. Cuando viví en la homosexualidad, creía ser feliz, creía amar, genuinamente creía que era feliz. No contaba con que Dios me mostraría lo que realmente era la felicidad, el amor y la verdad.
¿Qué supuso para usted conocer a la que sería su futura esposa y cómo fueron los años de matrimonio con ella?
Lucía, mi esposa, fue el instrumento de Dios más hermoso para mi conversión. Fue la respuesta a mi oración en esa noche en la que Dios me habló. Fue con ella con quién conocí realmente el Amor que Dios tiene para sus hijos. Ese amor en el que dos se hacen uno, y uno vive solo para amar al otro. Cuando éramos novios, una noche me preguntó sobre mi pasado, y le conté sobre él. Al terminar le pregunté si eso cambiaba en algo nuestra relación, temiendo yo un adiós. Su respuesta me fundió en amor con ella. Sus palabras fueron: “no mi amor, solamente me duele que hayas tenido que sufrir tanto para encontrarme, pero ya estoy aquí, y ahora todo va a estar bien”.
Nos casamos el 1 de marzo del 2008, después de 2 años de noviazgo, a sus 24 y a mis 25 años de edad. Fueron los años más hermosos de mi vida, pero también hubo dolor, ese dolor que te fusiona con la persona que amas. En el 2014 perdimos a nuestro hijo al nacer prematuro, Jesús Roberto. Fue el dolor más grande que ambos experimentaríamos. Juntos pudimos volver a sonreír y disfrutar nuestra vida en amor. Ahora sé que incluso Dios permitió que ella fuera mi todo, y que yo también lo fuera todo para ella en Dios. Entiendo que era necesario para sanar todo lo que debía ser sanado. La cama fue ordenada con ella. Cuando alguien me pregunta sobre cuando he sido pleno, mi respuesta siempre es “cuando estaba con ella”.
Lucía me hizo el hombre más feliz, realmente el más feliz del mundo. Nuestro amor fue el regalo más grande que Dios me ha dado. Fueron casi 12 años de amor y felicidad. Hasta que un día, el miedo y dolor volvió a tocar nuestra puerta. Dios permitió que ella se reuniera con nuestro hijo. En 2017, un 20 de agosto, ella fue recibida en la casa de Dios.
¿Cómo aceptó el fallecimiento por cáncer de su esposa?
Abandonado a Dios y en Dios. Con inmenso e indescriptible dolor. No hubo un reclamo a Dios inmediato. Cuando Lucy falleció solamente pude ir al templo y llorarle frente a la Cruz. Mis palabras a Cristo fueron “no sé que hacer, no sé como seguir viviendo, si es posible llévame con ellos. No sé como vivir sin ella, por favor, ayúdame, no sé como lo vas a hacer, pero sé que puedes hacerlo”.
Hubo un momento en el que pensé terminar con mi vida, pero en ambas ocasiones se me venía la voz de mi esposa diciéndome “no, shulito” (así me decía ella de cariño). Me abandoné en Dios y en sus Misas. Dios me mandó un ejercito de sacerdotes, seminaristas, hermanas religiosas que me abrazaron en el servicio a Él. Consagrados que en los primeros dos años posteriores al fallecimiento de mi esposa fueron quienes me mostraron esa ternura y amor que Dios quería darme.
Claro, ha habido días en los que le he dicho a Dios “para esto me sacaste de Egipto?” Momentos en los que mi humanidad, en dolor, me hace ser un hijo rebelde. Pero Dios me ha revelado que hay dolores que Él permite lleguen a nuestra vida para ser purificados, y sé, que mis vestiduras debían ser purificadas.
Cristo me ha enseñado a abrazarme a la cruz y seguirle. Me ha hablado de sus bienaventuranzas, pero sobre todo, me ha mostrado a su Madre, María, quien me ha acompañado todo este tiempo. Yo no entendía el dolor, hasta que un día la Virgen María me dio la respuesta: “porque sé lo que estás viviendo, perdí a mi esposo, perdí a mi hijo, sé del dolor y las ganas de volver al Padre”. Ese día, dejé de sentirme solo, ese día me supe acompañado, ese día Dios me regaló la confianza y esperanza de nuevo.
Una vez fallecida su esposa, ¿Por qué decidió dar testimonio de esta parte de su pasado, que muchos no conocían?
Varias veces mi esposa y yo platicamos sobre mi intención de querer contar mi testimonio a aquellas personas que estaban viviendo en donde yo alguna vez estuve. Ella simplemente me contestaba “aún no es tiempo”.
Posteriormente a su fallecimiento, en un retiro tres meses después de su partida, escuché interiormente su voz diciendo: “shulito, ya es tiempo”. Dios ha puesto y permitido todo. Incluso este mismo momento es Dios queriendo que leas sobre las maravillas que Él puede hacer en tu vida. En este mismo instante, Él, quiere mostrarse como realmente Él és. Dios es quien quiere que sepas que el mismo Dios que ha hecho el cielo, las estrellas, el universo entero y todo lo que habita en él, puede cambiar y ordenar ese corazón que late dentro de ti. Es en este momento en el cual, Cristo mismo quiere que sepas que no estás solo, que siempre ha caminado contigo y quiere llevarte a la casa de su Padre.
Hermano, hermana, no tengas miedo, Dios quiere que vivas, pero que realmente vivas en Él. No tengas miedo, no pierdas la esperanza, no te cierres al Amor verdadero y más grande que vas a conocer en tu vida. Yo, alguna vez creí en lo que el mundo ofrece. Yo, alguna vez creí ser feliz. Sé lo que es vivir separado de Dios, sé lo que es vivir desfigurando a Dios, pero también sé lo que es vivir permitiéndole caminar a mi lado. Créeme, Dios puede, Él esta vivo y quiere que realmente seas feliz.
Ahora siente que el Señor le pide una entrega, pero está rezando por conocer lo que quiere Dios concretamente de usted…¿Cómo está siendo este proceso de discernimiento?
Como me recomendó el Padre Javier Olivera: “Me aventé a la pileta”. He vivido un pre-seminario, en mi juventud viví para mí, en mi vida joven-adulta viví para mi esposa, y fui muy feliz. Ahora, Dios me pide que viva para Él. Quiero ser sacerdote, quiero ser sacerdote Santo. Quiero entregar mi vida enteramente a Él. Solo para Él. Jesús me ha mirado a los ojos……y vi cual grande amor hay en ellos. Cristo me ha llamado, me ha dicho que el camino no será fácil, pero que siempre estará a mi lado durante todo el camino, pero sobre todo al final de él.
Por Javier Navascués
4 comentarios
¡Maravilloso!
Decía San Alberto Hurtado.
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