P. Manuel Martínez Cano, mCR, un hombre santo, fiel hijo del P. Alba, enamorado de Dios y de España
Falleció el P. Manuel Martínez Cano, mCR. El P. Turú, Superior de la Sociedad Misionera de Cristo Rey, habla de él
El pasado día 3 de julio falleció durante una intervención cardiológica el Padre Manuel Martínez Cano, religioso de la Sociedad Misionera de Cristo Rey, Instituto de vida consagrada fundado por el Padre José María Alba, S.I. Residía en el Colegio Corazón Inmaculado de María que la Sociedad Misionera tiene en Sentmenat (Barcelona).
Natural de Lorca (Murcia), su patria chica de la que tan orgulloso se sentía, tuvo que dejarla para venir a Barcelona, como tantos otros, en busca de trabajo. Allí le esperaba el Señor en los Cursillos de Cristiandad, en las Congregaciones Marianas y en los Ejercicios Espirituales. En estos instrumentos de apostolado se fue encontrando repetidamente con el Padre Alba y, pronto, su corazón grande y entusiasta se sintió arrebatado por el llamamiento que el Rey Eternal le hacía por medio de la palabra y el ejemplo del gran apóstol de la juventud que fue el Padre Alba.
Tras sus estudios de preparación al sacerdocio, fue ordenado presbítero junto con el Padre Antonio Turú, mCR, el 29 de marzo de 1980, por el entonces obispo de Cuenca Monseñor Guerra Campos.
Durante seis años atendieron juntos unas parroquias de la Alcarria conquense y, tras este ministerio parroquial, ambos fueron destinados a la dirección y atención pastoral del Colegio de Sentmenat. Allí, durante cerca de 40 años, el Padre Cano – como le llamaba todo el mundo - se ha dedicado al apostolado con los alumnos: clases, dirección espiritual, misa diaria, confesiones…
Su corazón misionero alternaba su labor pastoral en el Colegio con la predicación de Ejercicios Espirituales, Retiros, Misiones Populares… y con los apostolados que lleva adelante la Unión Seglar de San Antonio María Claret (asociación de seglares también fundada por el Padre Alba): catequesis semanal de niños y de jóvenes, colonias y campamentos de verano, peregrinaciones…
El Padre Antonio Turú, Superior General de la Sociedad Misionera de Cristo Rey, se conoció con el Padre Martínez Cano al coincidir con él en los Ejercicios Espirituales que predicaba el Padre Alba. Ambos vieron clara la llamada que el Señor les hacía a formarse con tan buen Padre. Desde entonces ha convivido más de 50 años con el Padre Martínez Cano. Le hemos pedido que nos responda a unas sencillas preguntas para que podamos conocer más y mejor el ejemplo de vida de este gran sacerdote y apóstol.
¿Qué supuso para usted poder ser el Superior del Padre Martínez Cano?
Ser Superior en cualquier congregación religiosa es siempre una pesada cruz. Sólo la certeza de que el cargo ha sido querido por Dios y que, por ello, no faltará nunca su ayuda, le hace a uno capaz de asumir una responsabilidad tan grande. Y, ciertamente, puedo constatar que la ayuda de Dios nunca falta. Pero, en mi caso, el haber tenido siempre junto a mí al Padre Manuel Martínez Cano, ha constituido una ayuda añadida.
El nacimiento y desarrollo inicial de la Sociedad Misionera de Cristo Rey no fue fácil. Pero la fidelidad inquebrantable del Padre Martínez Cano a nuestro fundador, el Padre José María Alba, S.I., a sus enseñanzas y criterios de actuación, me aportó en todo momento, pero especialmente tras la muerte del Padre Alba, la certeza y seguridad de que vivíamos según el espíritu que nos trasmitió nuestro fundador.
Por otra parte, para el ejercicio del gobierno que debe realizar un Superior, nada es de tanta ayuda como contar, entre los religiosos a los que debe acompañar en el camino de su santificación, con un religioso cuya vida y enseñanzas sean para los demás un ejemplo y estímulo permanente hacia la santidad.
Y eso fue para todos, religiosos y seglares, el Padre Martínez Cano: un referente de fidelidad y entrega al Señor y al mismo tiempo un permanente acicate y aguijón contra la mediocridad espiritual a que nos incitan estos tiempos y algunas espiritualidades melifluas.
Sin duda un hijo fiel del Padre Alba…
Sí, esto bastaría para definirlo. Lo fue por haber sido ganado para la causa de Cristo por el apostolado del Padre Alba. Lo fue porque de él recibió lo fundamental de su formación espiritual y doctrinal, ya desde los tiempos en que vivíamos en una casa con el Padre Alba. Y lo fue porque asimiló, con la reciedumbre que le caracterizaba, el estilo y los criterios doctrinales y pastorales de nuestro fundador.
De alguna manera, parangonando la expresión paulina “sed imitadores míos como yo lo soy de Cristo”, habiendo descubierto en el Padre Alba un gran imitador de Cristo, lo tuvo siempre como su modelo más cercano a imitar. Podríamos decir que desde su conversión tuvo como aspiración permanente irse conformando, identificando cada vez más con el Padre Alba.
Además, seguir al Padre José María Alba, permanecer a su lado en el constante combate contra el naturalismo y progresismo introducidos en la Iglesia y contra la creciente mundanización de eclesiásticos y de seglares, suponía estar dispuestos a sufrir el menosprecio y arrinconamiento del mundo y también de buena parte de aquellos que dicen que es posible seguir a Cristo sin ser crucificados por el mundo. El Padre Martínez Cano, por fidelidad filial al Padre Alba, resistió siempre a la tentación de hacer pactos con sacrificio del ideal. Y también a la más sutil de pretender dar gloria a Dios discurriendo por otros caminos y sendas menos exigentes humana y espiritualmente.
Él sabía que la voluntad de Dios Nuestro Señor había sido que la vida de la gracia que recibió el día de su bautismo rebrotara y se alimentara tomando la sabia del árbol frondoso del apostolado del Padre Alba y que, por ello, debía poner todo su empeño en dar fruto allí donde Dios le había injertado.
Por eso siempre insistía en la importancia de la fidelidad a la voluntad de Dios, pero no como algo abstracto, nebuloso, sino concreto: fidelidad filial a quien Dios utilizó como instrumento de su Paternidad divina para ser en la tierra nuestro padre espiritual. Lo demás, como repetía con frecuencia, son engaños del demonio.
¿Qué virtudes podríamos destacar de él?
Acabo de destacar su fidelidad. Pero la práctica de esta virtud presupone una caridad sobrenatural que se concreta en la entrega sin reservas a la Voluntad de Dios. Por ello fue siempre un ejemplo en la virtud de la obediencia, con una total docilidad a las disposiciones del Superior y un puntual cumplimiento de las reglas y costumbres de la Sociedad Misionera.
A pesar de su delicada salud, siempre tuve absoluta libertad para encomendarle cualquier tarea apostólica, por ardua que fuera (misiones populares, peregrinaciones andando, campamentos juveniles…) porque nunca manifestó estar más preocupado de su salud que de la gloria de Dios y el bien de las almas.
Esto era en su vida no lo primero, sino ¡lo único importante! Ha sido un apóstol a lo san Pablo, sembrando “a tiempo y a destiempo”… Charlando con cualquiera acababa dirigiendo siempre la conversación hacia temas espirituales. En sus tiempos fue un buen jugador de fútbol, deporte que le apasionaba. Como en nuestra congregación religiosa nunca vemos la televisión, al principio, cuando estuvo conmigo atendiendo unos pueblecitos de la Alcarria conquense, aún preguntaba a la gente por el resultado de los partidos. Pero años más tarde decía que ya no perdía el tiempo hablando de esas cosas. Tan sólo le importaba hablar de temas relacionados con la religión.
Cualquier ocasión era buena para él para dar un librito, un folleto, una estampa, una medalla… La entrada a su habitación había quedado convertida en un pequeño almacén de estos pequeños dardos apostólicos que, llevado del celo por la salvación de las almas, lanzaba con cualquier excusa, siempre acompañados de una palabra simpática y una sonrisa murciana.
Estaba convencido de la importancia del apostolado de la prensa. Desde los primeros momentos de nuestra formación con el Padre Alba se caracterizó por este afán de difundir la buena prensa. Cada sábado, al terminar la reunión de los jóvenes, les ofrecía un nuevo libro y, lo hacía con tal gracia e insistencia, que era raro el que se le escapaba sin comprarle “el libro de la semana”. Así fue consiguiendo que cada uno de los jóvenes de la Unión Seglar tuviera una extensa y muy bien escogida biblioteca. Y con ello una sólida formación doctrinal.
Cuando fue nombrado Consiliario de la revista Ave María asumió con gran gozo esta responsabilidad y, convencido como estaba de la importancia de introducir en las casas la buena prensa, no perdía ocasión de dar a conocer la revista.
Y lo mismo su “Contracorriente”, el blog digital en el que lanzaba al océano de internet sus pensamientos y reflexiones con la esperanza de que fueran recogidas en la orilla de algún alma sedienta de bien y de verdad.
¿Qué anécdotas más significativas recuerda?
Recalcando su celo apostólico, al tiempo que otras de sus muchas virtudes, le explicaré varios hechos previos a su muerte que le retratan. El Padre Cano ha sido durante muchos años el capellán de los Campamentos y de las Colonias que organiza la Unión Seglar. El Padre que le acompañó al hospital en la misma mañana en que falleció, estaba en las Colonias. Pues, tal como me ha contado, durante todo el trayecto desde el Colegio de Sentmenat hasta el hospital, el Padre Martínez Cano no dirigió la conversación en ningún momento a preguntar qué le iban a hacer o de qué manera. Sus preguntas iban todo el tiempo dirigidas a cómo estaban yendo las Colonias, qué niños estaban, qué instructores, qué actividades estaban realizando…
Y cuando en los días previos a la intervención le decían que estuviera tranquilo, que lo que le iban a hacer era algo de poca importancia, él contestaba algo así como “¿te crees que estoy preocupado? Si me muero, me voy al cielo”. No sólo era muy valiente, que lo era. También estaba plenamente convencido de las gozosas verdades sobre las postrimerías que nos enseña la fe.
¿Sabe cuál fue su única preocupación con respecto a la intervención que le iban a hacer? Si podría y cómo celebrar la santa Misa esa mañana, debido al ayuno que le exigían los médicos en las horas previas a su ingreso hospitalario.
Conjugaba perfectamente la confianza total en Dios, con la fortaleza de ánimo. Desde hace muchos años, en la mañana del día de san Juan Bautista, los jóvenes de la Unión Seglar suben andando hasta la cumbre de la barcelonesa montaña del Tibidabo. Allí, cada año, algunos de ellos manifiestan su compromiso de vivir plena y conscientemente sus promesas del bautismo, según un formulario que explicita lo básico que debe vivir un buen católico.
Faltaba sólo una semana para que le realizaran la intervención cardíaca. Le pedí si podía subir en coche al Tibidabo para atender en confesión a los jóvenes durante la santa Misa. Se celebraba en la iglesia superior del Templo Nacional Expiatorio del Tibidabo y el acceso se realiza por medio de un ascensor o subiendo unas escaleras exteriores. Varios de los jóvenes le propusieron subir con el ascensor. Pero no lo consiguieron. Les decía que subiría por las escaleras, que nunca había subido por el ascensor. Tuvo que detenerse varias veces para tomar aliento, aprovechando para conversar sobre las Colonias y los Campamentos con los que le acompañaban… Su amor extremo a la pobreza y su fortaleza le acompañaron hasta el último momento.
Ambas virtudes se nutrían en él, como no puede ser de otra manera, en su trato asiduo con el Señor, presente en el sagrario. Más de una vez lo hemos comentado en la Comunidad cómo el Padre Cano pasaba largos ratos de oración personal en la capilla, realizaba frecuentes visitas al Santísimo y tenía una predilección especial por la Adoración Nocturna. De hecho, mientras se lo permitió la salud, se hizo cargo de atender y alentar los turnos de adoradores, dos de alumnos y dos de alumnas que, una noche al mes, alternándose en los cuatro jueves de cada mes, se quedan en el Colegio para adorar al Santísimo Sacramento.
¿Cuál ha sido su principal legado?
Sin duda los incalculables consejos, advertencias, enseñanzas, correcciones, amonestaciones… que tantos y tantos recibieron a lo largo de sus fecundos 43 años de apostolado sacerdotal. Y esto por escrito y de palabra, con maneras suaves y paternales cuando convenía, o con maneras que recordaban la predicación de los antiguos profetas, llamando a las cosas por su nombre. Nunca le preocupó si iba a quedar bien con la persona corregida. Tan sólo miraba al bien del otro.
Con todo, normalmente siempre eran bien recibidos sus consejos y recomendaciones. No sólo por lo acertados de los mismos, sino también porque iban siempre acompañados del ejemplo e integridad de su vida.
Su principal legado ha sido por ello el modelo que nos ha dejado de una vida totalmente consagrada a los ideales que recibió del Padre Alba: gastarse y desgastarse en el servicio a Cristo Rey. Y esto con un solo y vehemente afán: cooperar a la instauración del Reinado Social del Sagrado Corazón de Jesús y el triunfo del Corazón Inmaculado de María, empezando por su Patria, España, a la que tanto amaba, viviendo en la esperanza de que llegue pronto el día en que el Señor cumpla la Gran Promesa que realizó al Beato Padre Bernardo de Hoyos: “reinaré en España y con más veneración que en otras partes”.
Gran conocedor de la doctrina social y política de la Iglesia, veía con gran dolor cómo tantos eclesiásticos ni conocen ni transmiten las enseñanzas del Magisterio en estas materias. Por ello quería mucho a Monseñor Guerra Campos, que fue obispo de Cuenca y de cuyas manos recibió la ordenación sacerdotal. Le admiraba e imitaba en su valiente proclamación de estas enseñanzas, incómodas y molestas para los que quieren coquetear con el neopaganismo social y político.
Pero nunca la ignorancia o la actitud cobarde de tantos que ostentan graves responsabilidades en el gobierno de la Iglesia le apartó ni un ápice del amor filial y respetuoso al Santo Padre y de la fidelidad incondicional a su Magisterio auténtico. Así lo aprendió, sin duda, del obispo, santo y sabio, Monseñor Guerra Campos, y, por supuesto, de su Padre espiritual y maestro, el buen hijo de la Iglesia e imitador de san Ignacio que fue el Padre Alba.
Gracias Padre Turú por darnos a conocer un poco más al Padre Martínez Cano. Nos unimos a sus oraciones por su eterno descanso, al tiempo que pedimos al Señor que suscite muchos y santos sacerdotes deseosos de consagrarse en cuerpo y alma al servicio del reinado social de Jesucristo.
Como sacerdotes diocesanos o ¿por qué no? como religiosos en la Sociedad Misionera de Cristo Rey.
Por Javier Navascués
3 comentarios
Actualmente parece que nos faltan referentes, testigos del amor a Cristo y a la Virgen, El padre Cano LO FUE. Demos gracias por su vida y ejemplo... y eso, ¡a imitarle!
Descanse en paz.
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