La suciedad de las calles de Barcelona, reflejo de la decadencia moral de nuestros días
Barcelona era una de las ciudades más agraciadas de España. Las arterias y venas del centro rebosaban vitalidad. El corazón del casco antiguo bombeaba buen gusto y vestigios de la cristiandad medieval. Los edificios modernistas, filigranas pétreas oníricas, se acicalaban de blanco en un pulso contra la contaminación. El barrio gótico era ciertamente seductor. Había cientos, miles de rincones, que hacían las delicias del turista, nacional e internacional y era el orgullo de los barceloneses. El mediterráneo dulcificaba el rigor invernal, que mutaba en primavera perpetua.
La Barcelona de Colau está tan sucia que a una paloma muerta se le puede velar 6 días en plena Gran Vía
Pero actualmente hay que denunciar que la Barcelona de Colau está muy desaliñada, cada vez más sucia, como nunca lo había estado. Esto se debe a la mala gestión de la alcaldesa, no a los barrenderos, que no tienen ninguna responsabilidad de este desastre. Conozco a una generación de barrenderos de 80 años que contempla con dolor la suciedad de la Barcelona actual.
Bajo la belleza de sus calles se esconde un basural mugriento y destartalado, es la Barcelona que no aparece en las postales. Sucia y muy mal iluminada. Sin duda una gran metáfora de la decadencia moral de nuestra sociedad, en la que mucha gente agoniza con el alma sucia y sin luz en sus vidas.
Los que vivimos en la antigua Barcino padecemos crónicamente la porquería de la ciudad. Exceptuando algunas de las calles principales, hoy epicentro de un parque temático de turismo borreguil, la mayoría de barrios, incluyendo el ensanche, están muy sucios y dejados, parecen tercermundistas.
En Barcelona no se recogen las hojas de los árboles que melancólicas se arrojan al vacío en otoño y se amontonan en una fosa común. Lejos de darle un aspecto poético esta hojarasca zombi y vagabunda, en coalición con la suciedad le da un aspecto bastante desagradable. La abundante basura inquieta en los contenedores repletos sale a tomar la fresca a las aceras. El hedor a orín humano y a excrementos caninos son nauseas del averno en muchas calles del centro. La grasa de los coches, los restos de comida y cartón y los vestigios de alcohol y vomitina impregnan de mugre las aceras y se fosilizan. Las gaviotas carroñeras campan a sus anchas en un guano idílico y las ratas abandonan su confinamiento subterráneo. Pronto se instalaran los jabalíes en nuestras calles.
Esperemos que llueva con abundancia y la ducha celeste haga las labores de los servicios municipales y los efluvios pestilentes se batan en retirada. El turismo de borrachera y la legión de ninis y calaña maleducada, nuevos bárbaros, embadurnan cada día de inmundicia una ciudad que se limpia de manera muy deficiente. Por no hablar de los grafitis que enguarran de manera inmisericorde cualquier bonito portal o cualquier vestigio de belleza.
Este fenómeno es universal, pues ciudades tan espectaculares como Roma tienen determinados barrios, incluso las calles del centro, que parecen una auténtica pocilga. Hoy en día que hay más medios que nunca para limpiar y para la higiene, la dejadez y la suciedad de muchas ciudades es cada vez mayor, reflejo de la decadencia moral de los ciudadanos y sus gobernantes.
Por Javier Navascués
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