El P. Juan Miguel Corral analiza la figura y doctrina de San Juan de Ávila, sobre el que hizo la tesis doctoral
El P. Juan Miguel Corral Cano actualmente está incardinado en la diócesis de Alcalá de Henares. Se ordenó en 2007 y ha desarrollado su ministerio en las diócesis de Madrid, Alcalá de Henares y Phoenix (Arizona, USA). También ha estado como misionero en Venezuela unos meses. En 2019 se doctoró en Teología/Historia de la Iglesia por la Universidad San Dámaso. En el momento presente, trabaja como vicario parroquial en la parroquia Santa Mónica (Rivas-Vaciamadrid), y ejerce como profesor invitado colaborador en la Universidad San Dámaso. Además, está preparando un curso “Vivir la fe en la cultura actual", para el instituto teológico diocesano “Santo Tomás de Villanueva” de Alcalá de Henares.
El P. Juan Miguel Corral Cano hizo una tesis doctoral sobre de los escritos sacerdotales de San Juan de Ávila, centrándose sobre todo en el Tratado del sacerdocio, precisamente por ser esta área la que más brilla en la enseñanza del maestro y modelo de sacerdotes.
¿Por qué decidió hacer una tesis doctoral sobre la figura de San Juan de Ávila? ¿Cuál fue concretamente el objeto de su estudio?
La idea surgió al constatar la necesidad de retomar el estudio científico de las fuentes de San Juan de Ávila. En las últimas décadas, se había escrito bastante sobre su doctrina, unas veces con mayor fidelidad a lo que él dice y otras tomando simplemente como excusa algún escrito suyo para exponer las ideas propias del que escribía. Pero, en cualquier caso, se partía de los textos ya publicados, tanto en lo que se refiere a los escritos del Maestro Ávila como a su biografía. No se hacía apenas investigación, que estaba estancada tal y como la dejaron a mediados del siglo pasado los grandes avilistas de la generación de Abad, Sala Balust y otros. Un trabajo que quedó sin acabar, como se evidencia en la edición de 2000-2003 de las obras completas de San Juan de Ávila en cuatro tomos, la que comúnmente se usa y lleva el subtítulo «edición crítica», pero que aún presenta numerosas lagunas y algunos errores.
Recientemente, sobre todo a raíz de la proclamación de San Juan de Ávila como Doctor de la Iglesia en 2012, ha habido unas cuantas personas que hemos decidido retomar ese trabajo de investigación. Podríamos mencionar algunos nombres como los de Nicolás Álvarez de las Asturias, José Ramón Godino Alarcón o María Jesús Fernández Cordero, que han publicado recientemente importantes trabajos de investigación sobre el Apóstol de Andalucía. En mi caso, decidí ocuparme de los escritos sacerdotales y, sobre todo, del Tratado del sacerdocio, precisamente por ser esta área la que más brilla en la figura de San Juan de Ávila.
San Juan de Ávila es patrono del clero secular español, además de Doctor de la Iglesia ¿Por qué se le considera en la Iglesia maestro y modelo de sacerdotes?
Podemos mencionar varias facetas en las que se manifiesta que San Juan de Ávila es maestro y modelo de sacerdotes. En primer lugar, su doctrina. Cuando se declara a un santo Doctor de la Iglesia, se está reconociendo que en su doctrina hay algo especialmente destacado (eminens doctrina), algo único que aporta al tesoro teológico de la Iglesia y nos ayuda a entender mejor ciertos aspectos de la Revelación. Su enseñanza sobre el sacerdocio tiene muchos elementos originales, que han sido claves en el desarrollo del ministerio sacerdotal en la época moderna. No podemos entrar en detalle, pero baste como muestra un botón: el Santo Cura de Ars tenía las obras de San Juan de Ávila y las leía. Un estudio comparativo de la teología del ministerio sacerdotal nos da razones para pensar que esas virtudes sacerdotales, que brillan como ejemplo en el humilde cura francés, las aprendió en gran medida del Maestro Ávila.
Por supuesto, también en el mismo San Juan de Ávila podemos destacar su propio ejemplo, añadiendo con ello otra faceta en la que se le puede llamar maestro y modelo de sacerdotes. Verdaderamente creó escuela con su entrega, rectitud y buen hacer sacerdotal. Es curiosa la anécdota de que, siglos después de su muerte, en Montilla aún existía el proverbio de decir a alguien «este se cree el Maestro Ávila», cuando se las daba de ser moralmente intachable. Y sin embargo, a pesar de su nivel moral e intelectual y su austeridad, tenía por otro lado un carácter muy afable, que lo hacen particularmente atractivo y accesible. Y por último, también podemos decir que es maestro y modelo de sacerdotes por los frutos de su oración y sacrificios en favor de los sacerdotes, cuyo fruto verdadero sólo Dios sabe.
Sin embargo, no se puede decir de él que destacase como fundador de instituciones para la formación sacerdotal. Tal vez a causa de ese carácter comedido y gentil que le hace tan entrañable, le faltó esa energía, esa determinación con la que se caracterizaron otros grandes reformadores contemporáneos, como pueden ser Cisneros o San Ignacio de Loyola. Él mismo en cierta ocasión se comparaba con este último, en el asunto de fundar una institución para la santidad sacerdotal: decía que él se veía como un niño que llevaba mucho tiempo intentando hacer subir una piedra cuesta arriba rodando, pero no podía. Luego, decía, llegó el P. Ignacio como un hombre fuerte y la subió fácilmente. Eran carismas distintos: San Juan de Ávila estaba llamado a iluminar con su enseñanza, ejemplo y oración, dejando para otros los dones de gobierno.
¿En qué medida sus sufrimientos personales, santamente aceptados, fueron la fuente de donde brotó lo mejor de su doctrina?
A San Juan de Ávila le tocó vivir la persecución más dolorosa y difícil de todas, la que suele llamarse «persecución de los buenos». Fue injustamente privado de partir a las misiones en América, después tuvo que pasar tres años en las cárceles de la Inquisición de manera también injusta, se colocó injustamente en el índice de libros prohibidos un escrito suyo que además él no había autorizado a publicar, y un largo etcétera de injusticias que tuvo que padecer de parte de buenos cristianos y miembros de la jerarquía. Sin embargo, no hay constancia de ninguna queja amarga, incluso sabemos que les pedía a sus amigos desde la cárcel que no albergaran malos deseos contra los que le habían calumniado.
Más aún, será capaz de reconocer, con el paso del tiempo, que fue por medio de esos sufrimientos que nuestro Señor le concedió el poder penetrar más profundamente en el sentido de la Palabra de Dios. «La escritura sagrada la da nuestro Señor a trueque de persecución», le dirá a un discípulo, «y sin esto no aprovecha nada leer». Son palabras que deben hacernos reflexionar.
¿Qué importancia tuvo su tratado del sacerdocio y hasta qué punto debe ser esta obra una referencia para todo sacerdote?
El Tratado del sacerdocio no está entre las obras más conocidas de San Juan de Ávila. De hecho, no se sabía de él hasta mediados del siglo XX, en el que se encontró una copia manuscrita entre otros papeles varios de la Compañía de Jesús. La doctrina que contiene coincide en parte con las pláticas a sacerdotes que ya eran conocidas, pero va más allá. A pesar de su brevedad, es muy rico en enseñanzas. Así que es un escrito de gran valor, y creo que fue providencial que se encontrase en un momento en el que iba a hacer falta, para iluminar la realidad del sacerdocio ante la crisis que se avecinaba.
Pienso que es una obra que todo sacerdote de nuestros días debe conocer, haber leído y releído. Me parece, sobre todo, especialmente importante que nos acerquemos a ella con verdadero deseo de aprender, evitando los prejuicios. En ocasiones descartamos con demasiada facilidad las enseñanzas de los Padres y Doctores, mirándolos con un cierto aire de superioridad y asumiendo que nosotros, por vivir más tarde en el tiempo, sabemos más que ellos. Desde esa actitud, se descarta todo aquello que resulta incómodo, difícil o contracultural, con el hueco argumento de que «era otra época». Por el contrario, me parece mucho más sabio acoger con sencillez el ideal de virtudes sacerdotales que nos presenta el Maestro Ávila. Y cuando veamos que estamos muy lejos de ese ideal en aspectos como la pureza, el amor a la Eucaristía, la caridad pastoral o el espíritu de oración, reconocerlo humildemente y pedir la gracia para mejorar.
¿Cuál era la originalidad de su doctrina?
El estudio de las fuentes de San Juan de Ávila nos ha ayudado mucho a discernir cuáles son verdaderamente sus aportaciones originales. Por ejemplo, se le solía atribuir con frecuencia la comparación entre la Virgen María cuando concibe al Hijo de Dios y el sacerdote cuando consagra, pero en realidad toma esa idea de los tratados medievales sobre el sacerdocio. En cambio, sí debemos destacar como una aportación suya muy importante la insistencia en la obligación del sacerdote de orar por la santidad del pueblo que se la ha encomendado.
Esta faceta del ministerio, la de interceder por el rebaño, estaba bastante olvidada en tiempos de San Juan de Ávila. Él la recupera tomándola directamente de los Padres y enriqueciéndola con sus propias luces. Será una de las doctrinas del Maestro que más influencia tendrá en autores posteriores, como Antonio de Molina o la escuela sacerdotal francesa de Bérulle, y por medio de ellos en toda la espiritualidad sacerdotal moderna: San Vicente de Paul, San Juan Eudes, San Francisco de Sales, San Alfonso de Ligorio, San Antonio María Claret… Quizá uno de los frutos más visibles sea, de nuevo, el Santo Cura de Ars, que se destacó especialmente por su celo en orar y hacer penitencia por la conversión de su parroquia.
¿Cómo presenta su doctrina dentro de la ortodoxia?
Una de las grandes preocupaciones de San Juan de Ávila fue la reforma de la Iglesia, empezando por la jerarquía y terminando por los fieles. Esto lo observamos de manera muy clara en los memoriales que escribió para Trento y para distintos concilios regionales, en los que empieza hablando de cómo el Papa tiene que ser el primero en reformar su vida para dar ejemplo, y luego continúa con los obispos, sacerdotes y laicos. Pero también aparece en algunas anécdotas de su vida, como aquella ocasión en la que, joven sacerdote, se entrevistó con el obispo de Córdoba para que le incardinara en su diócesis, y no tuvo reparo en indicarle con respeto que cierto cuadro que tenía en su aposento era poco edificante.
Las propuestas que hace San Juan de Ávila están siempre fundadas en la Escritura y la Tradición, a las que añade con humildad sus propias sugerencias para poner en práctica los principios inmutables. Lo que más destaca en ellas es su amor a Cristo, a su Iglesia y a los pastores que la rigen, sean estos dignos o no. Esto le lleva a exponer las miserias, cuando es necesario, de manera seria y clara, pero sin caer en una crítica mordaz y destructiva. Se dirige a los pastores directamente para proponerles soluciones, con gravedad y discreción, sin jamás sembrar entre los fieles el descontento y la desafección hacia la jerarquía. Esa es la nota característica que distingue a los grandes santos reformadores de aquella época, de los herejes y cismáticos que tanto daño estaban haciendo en otros lugares. En este sentido, San Juan de Ávila no sólo es un maestro hoy para nosotros por su doctrina, sino también por su ejemplo, que tanto puede ayudarnos en estos tiempos difíciles que vivimos.
Por Javier Navascués
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