José R. Ayllón: “El materialismo siempre ha sido el hermano pobre de la filosofía”
José R. Ayllón (Cantabria, 1955). Coordinador editorial de Nueva Revista. Ha sido profesor en la Universidad de Montevideo, en la Universidad de Navarra y en dos colegios. Ha escrito las biografías El hombre que fue Chesterton y Sophie Scholl contra Hitler. Autor de los ensayos: El mundo de las ideologías, 10 claves de la educación, 10 ateos cambian de autobús y Desfile de modelos (finalista en el premio Anagrama). Entre sus novelas se encuentran Querido Bruto, Etty en los barracones, Otoño azul y Vigo es Vivaldi. Sus últimos títulos son El mundo de las ideologías y Ética actualizada. www.jrayllon.es
Una de las preguntas más profundas en filosofía es plantearse por qué hay algo en lugar de nada…
Yo diría que es la más profunda: ¿Dónde está la fuente del río de la existencia? Y la respuesta no es el Big Bang, porque lo que entonces estalla era algo que existía previamente.
A 300.000 kilómetros por segundo, la luz tarda casi 100.000 millones de años en atravesar el diámetro del Universo. ¿No son dimensiones imposibles de imaginar, abrumadoras para nuestra mente?
Nuestra física atómica hizo saltar por los aires el Universo ‘controlable’ de la física clásica, el mundo de Copérnico, Kepler, Galileo y Newton. Cuando Pascal dice sentirse perdido en los espacios infinitos, está expresando magistralmente un ‘horror vacui’ que bien pensado es sobrecogedor: estás en la piscina de tu casa y, de repente, te ves nadando en medio del océano.
Todo apunta a un Creador, algo que desde la filosofía clásica siempre estuvo presente. ¿Quiénes fueron los primeros en ponerlo en duda?
Muchos científicos y filósofos griegos y romanos concibieron a Dios como Arquitecto del Universo. La Biblia, en cambio, habla del Creador y de la creación desde su primera página. Ambas posturas, siendo muy diferentes, superan el materialismo y apuestan por la trascendencia. Sin embargo, la negación de Dios se irá imponiendo en Occidente, a partir del siglo XIX, de la mano de algunos enciclopedistas franceses, de Comte y Marx, de darwinistas radicales…
¿Qué supuso en la historia de la filosofía la aparición del materialismo dialéctico, con la desaparición del Ser trascendente y su sustitución por la materia eterna y el azar ciego?
El materialismo siempre ha sido el hermano pobre de la filosofía. Además de empobrecer nuestra forma de pensar, supone una triple violencia: contra el ser humano, contra la realidad y contra Dios. Esa violencia no es una forma de hablar: conocemos muy bien la cuenta de resultados del Comunismo y del Nazismo.
¿Por qué el origen y la formación del Universo, la aparición de la vida, la diversificación de las especies y el origen del hombre siguen siendo los grandes misterios?
Porque pertenecen a un pasado imposible de recuperar, sobre el que solo caben conjeturas, hipótesis, suposiciones. Por eso es importante algo que siempre hizo Darwin: distinguir muy bien entre lo que sabemos, lo que ignoramos y lo que suponemos. Si no se empieza por ahí, no se juega limpio.
Tras exponer las principales hipótesis, vuelve a la frase de Stephen Hawking: ¿Por qué el universo se ha tomado la molestia de existir?
Sencillamente, se trata de una pregunta inevitable, brillantemente formulada. De alguna manera, esa interrogación espontánea es la respuesta natural al ‘antinatural’ planteamiento ateo de Hawking. Algo parecido viene a decir C.S. Lewis cuando nos pregunta si todo el Universo es explicable por un conjunto de leyes. Su respuesta es magistral: “Sí, todo el Universo es explicable por un conjunto de leyes, salvo esas mismas leyes y salvo el mismo Universo”.
El pensamiento católico siempre habló de un perfecto equilibrio entre la fe y la razón. ¿En qué medida su rigor científico le hace abordar el asunto de manera objetiva, al margen de las creencias y opiniones personales?
¿No le parece que objetividad es lo que Dios ha producido objetivamente? Copérnico, Mendel y Georges Lemaître, protagonistas de tres grandes revoluciones científicas, eran sacerdotes católicos, y nadie duda de su objetividad. Católicos eran Pascal, Descartes, Galileo… Todos ellos, estudiando la Naturaleza, tenían claro que estaban estudiando la obra de Dios.
¿Cuál es su respuesta personal a estas grandes preguntas sobre el origen del universo?
Coincido con Newton y Lemaître, con Francis Collins y Antony Flew. Se puede resumir en una línea: El Dios de la Biblia es el Dios del ADN, del Big Bang y de la evolución biológica.
¿Qué es lo que aporta este trabajo de interesante a todo lo que se había escrito hasta ahora?
Me parece que nadie controla ‘todo lo escrito’ en un momento dado. Por mi parte, además de modernizar el lenguaje y los argumentos, me gustaría contribuir a la compenetración entre ciencia, filosofía y teología.
¿En qué medida ha procurado que sea un libro ameno y accesible para el lector?
Para mí se trata de un empeño apasionante, que llevo persiguiendo desde hace décadas, con resultados siempre mejorables…
Por Javier Navascués
6 comentarios
Por lo demás, solo subrayar una de las últimas frases #El Dios de la Biblia es el Dios del ADN, del Big Bang y de la evolución biológica#.
Cuando el 22 de octubre de 1996 el papa Juan Pablo II, en un mensaje a los miembros de la Academia Pontificia de Ciencias, afirmó que “hoy, casi medio siglo después de la publicación de la encíclica [Humani generis (1950) de Pío XII], nuevos conocimientos llevan a pensar que la teoría de la evolución es más que una hipótesis”, el mundo saltó de gozo, aplaudió una rendición más de los católicos a la mentalidad dominante y los medios de comunicación titularon: “La Iglesia acepta el evolucionismo”.
Cierto que Juan Pablo II no había afirmado exactamente tal cosa, en términos rotundos e inequívocos, pero razonablemente tampoco podía esperar que, al utilizar las sugerentes palabras que deliberadamente utilizó, el mundo entendiera cosa distinta, y así ocurrió. Hoy la vulgata evolucionista ha sido masivamente asimilada por la casi totalidad de quienes todavía se consideran católicos, sin diferencia alguna con el resto de sus contemporáneos.
Y sin embargo Juan Pablo II tenía razón en cierto sentido, claro está que no en el sentido querido por él: el evolucionismo es más que una hipótesis; más que como simple hipótesis o incluso teoría o diversas teorías científicas, el evolucionismo ha funcionado desde sus orígenes como una ideología, más en concreto como una máquina de guerra ideológica contra las verdades que nuestra santa fe católica, y hasta en parte la razón, nos enseñan sobre Dios y la creación.
Desde sus comienzos, la difusión y asimilación del evolucionismo llevaron consigo la negación de la creación y, reputándose que Dios no era ya necesario para explicar la existencia del hombre y de todas las cosas, también al ateísmo. “Darwin produjo la justificación intelectual que esperaban los ateos” (Richard Dawkins, uno de esos "darwinistas radicales", biólogo y popular divulgador científico, él mismo ateo).
En el plano vulgar o de la opinión popular, la idea de que el universo surgió de una explosión inicial y de que la vida sobre la tierra apareció primero bajo forma de organismos extremadamente elementales, luego cada vez más complejos a lo largo de millones de años (cuantos más mejor) con la evolución progresiva de las especies, incluso el hombre que procedería de algún simio o ancestro común, ha llegado a consagrarse como la única “visión científica” del mundo.
¿Y qué dice nuestra santa fe católica? “Al principio creó Dios el cielo y la tierra … “, son las palabras con que comienza el Génesis. En tiempos de San Pío X, en concreto en 1909, la Pontificia Comisión Bíblica (entonces órgano del Magisterio) afirmó que, entre otros hechos narrados en los primeros capítulos del Génesis, tocan a los fundamentos de la religión cristiana (1) la creación de todas las cosas hechas por Dios al principio del tiempo, (2) la peculiar creación del hombre, (3) la formación de la primera mujer del primer hombre y (4) la unidad del linaje humano. Es una enseñanza magisterial que ha caído en el olvido.
El IV Concilio de Letrán había ya definido en 1215 que desde el principio del tiempo Dios “creó de la nada a una y otra criatura, la espiritual y la corporal, es decir la angélica y la mundana, y después la humana, como común, compuesta de espíritu y de cuerpo”.
Definición literalmente reafirmada por el Concilio Vaticano I en 1870, poco después de la publicación de El origen de las especies (1859) por Charles Darwin, y hasta citada en el Catecismo de Juan Pablo II (par. 327) pero, de hecho, casi siempre pasada por alto en la actual predicación y enseñanza de la fe. Desde la catequesis infantil, se enseña hoy en parroquias y colegios católicos que el Génesis es un conjunto de mitos y alegorías.
Cuando todavía se acepta hoy recordar a este propósito alguna enseñanza anterior al Concilio Vaticano II, generalmente nadie se remonta más atrás de la encíclica Humani generis (1950) de Pío XII.
Esto porque allí se afirma por Pío XII que “el magisterio de la Iglesia no prohíbe que, según el estado actual de las ciencias humanas y de la sagrada teología, se trate en las investigaciones y disputas de los entendidos en uno y otro campo de la doctrina del “evolucionismo”, en cuanto busca el origen del cuerpo humano en una materia viva y preexistente”, lo cual agrada a los oídos modernistas.
Mucho menos les agradan las palabras que siguen: “pues las almas nos manda la fe católica sostener que son creadas inmediatamente por Dios.”
Y mucho menos todavía (ni siquiera se cita en el Catecismo de Juan Pablo II, a diferencia de lo afirmado respecto de la creación de las almas inmediatamente por Dios) la condena inequívoca del poligenismo (negación de la unidad del linaje humano) que en la misma encíclica se hace por Pío XII:
“Porque los fieles de la Iglesia no pueden abrazar la sentencia de los que afirman que después de Adán existieron en la tierra verdaderos hombres que no procedieron de aquél como del primer padre de todos por generación natural, o que Adán significa una especie de muchedumbre de primeros padres.”
¿Cabría, junto al condenado evolucionismo poligenista, otro evolucionismo monogenista, apto para católicos, compatible con “el pecado original que procede del pecado verdaderamente cometido por un solo Adán y que, transfundido a todos por generación, es propio a cada uno”?
Imaginable en teoría, sí, pero cosa de broma o de risa para los genuinos evolucionistas como el diablo (que no Dios) manda.
¿Y por qué no renunciar entonces a ese funambulesco evolucionismo para católicos y regresar al sentido común y sobrenatural?
Otra cosa es decir que dicha descendencia de las especies no está demostrada. Bien, pero entonces no tiene nada de malo hacer ver que incluso se demostrase, eso no implica nada contra la existencia de un Dios Creador ni permite prescindir de ella.
Saludos cordiales.
Dios omnipotente pudo haber querido otra forma de producirse la creación, pero la quiso como afirman el IV Concilio de Letrán, el Concilio Vaticano I, San Pío X y Pío XII. Entre otras cosas, de manera que todos los hombres descendemos de Adán y Eva, creada la segunda a partir del primero, y en cuya descendencia se transmite el pecado original por vía de naturaleza.
Cierto también que, en teoría, cabe imaginar una evolución de las especies, si es que llegara a demostrarse, conciliable con el monogenismo. Pero ese evolucionismo apto para católicos es un disparate y una broma completa para la ideología evolucionista. Y es la ideología evolucionista la que ha triunfado y debemos combatir sin contorsiones funambulescas.
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