Mons. González Chaves continúa profundizando en la espiritualidad josefina según la Tradición de la Iglesia
Mons. Alberto José González Chaves
Galardón Alter Christus Atención al Clero y a la Vida Consagrada
Nació en Badajoz en 1970 y fue ordenado sacerdote en Toledo en 1995 por el Cardenal Marcelo González Martín. Su primer destino pastoral fueron las parroquias de Peñalsordo y Capilla, en la provincia de Badajoz, pero pertenecientes a la archidiócesis de Toledo. De 2006 a 2014 ha trabajado en la Congregación para los Obispos, en la Santa Sede. En 2008 se doctoró en Teología Espiritual en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum, de Roma, con una tesis sobre “Santa Maravillas de Jesús, naturalidad en lo sobrenatural". En 2011 Benedicto XVI le nombró Capellán de Su Santidad. Desde 2015 es Delegado para la Vida consagrada en Córdoba. Dirige Ejercicios Espirituales y cursillos en España e Hispanoamerica. Es autor de artículos y libros de Espiritualidad y liturgia, y hagiografías sobre Rafael Merry del Val, San José Maria Rubio, el Beato Marcelo Spínola, Santa Maravillas de Jesús, Santa Maria Micaela del Santísimo Sacramento, Santa Génova Torres, San Juan Pablo II, el Beato Tiburcio Arnaiz… Su última obra es la biografía del más reciente Doctor de la Iglesia y Patrono del clero secular español, San Juan de Ávila.
Poco se habla de San José en la Sagrada Escritura pero se habla de él como un hombre justo que equivalía a santidad. ¿Por qué esta falta de información no menoscaba su grandeza?
Prácticamente bastarían dos palabras de la Sagrada Escritura, gratia plena, para llegar a definir el dogma de la Inmaculada Concepción, avalado asimismo por una larga tradición de escritores eclesiásticos y por el sensus fidelium. Del mismo modo, nos resultan suficientes las dos palabras con que el Evangelio retrata a José para colegir de ellas su altísima santidad. Estas palabras son, como se sabe, vir justus: José era varón justo. Y así como también la Santísima Virgen María, según enseñan San Agustín y muchos otros Padres de la Iglesia, y Santo Tomás de Aquino, fue preparada por Dios para que concibiese a Cristo primus in mente quam in ventre, o sea, antes en su alma que en su cuerpo, así también la predestinación de San José, ab æterno, postulaba una santidad singular.
En la Sagrada Escritura el concepto “justicia” es sinónimo de santidad. “José, el esposo de María, siendo justo, no quiso denunciarla” (Mt 1, 19). La justicia de la que se habla aquí no es tanto ese concepto jurídico o incluso moral que nosotros reconocemos en esta palabra, y que se compendia en una tajante y lacónica expresión latina: unicuique suum: dar a cada uno lo suyo. En la mente de los autores sagrados la justicia es la reunión de todas las virtudes.
En el Antiguo y el Nuevo Testamento, el Justo por antonomasia es el Mesías que ha de de librar a su pueblo, Israel. Por eso, cuando se dice de alguien, fuera de Cristo, que es justo, se quiere señalar que tiene la posesión perfecta de todas las virtudes. Esto, explica San Jerónimo y San Juan Crisóstomo, significa la palabra “justo” adjudicada a José. “Justo” es, pues, el dotado de toda virtud. En este sentido emplea con frecuencia la Escritura la palabra justicia. Por ejemplo, Job era “hombre justo y veraz” (Job 1, 1). Así pues, en la línea de los Padres de la Iglesia y de la Sagrada Escritura hemos de interpretar y que José es llamado “justo” no sólo porque posee de modo eminente la primera de las cuatro virtudes morales o cardinales, sino porque estuvo lleno de todo género de virtudes.
Siendo las virtudes y los dones del Espíritu Santo los principios activos de la gracia, distintos entre sí sustancialmente pero interdependientes, ellos son los que desarrollan y manifiestan la santidad, y por ellos actúa la gracia en los santos.
Las virtudes sobrenaturales, infundidas con la gracia santificante en un grado proporcional a ésta, dependen de ella en su desarrollo y su ejercicio, puesto que son como sus potencias sobrenaturales. De aquí se infiere que si San José posee, como es razonable por su unión con María y José, un grado de gracia y santidad que le coloca por encima de todos los santos, salvando a la Sma. Virgen, lo mismo se predica de sus virtudes: las poseyó todas en grado perfecto. Y como las virtudes están conectadas en estrecha dependencia, informadas, unidas y animadas por la caridad, si poseyó José esa caridad en grado eminente, en ese mismo grado poseyó todas las virtudes.
En el Bendito Patriarca ese racimo unificado de virtudes se desarrolló admirable y orgánicamente por su íntimo contacto y estrecha familiaridad con Jesús, fuente de toda virtud participada por los hombres, y con María. Si el contacto y la proximidad de José con Jesús y María fueron tan excepcionales, es lógico que también fuese extraordinaria su semejanza con Ellos en la gracia, y en la manifestación de ésta, que son las virtudes.
Como los siete dones del Espíritu Santo, infundidos por Dios con la gracia, crecen juntamente con la caridad y vienen a perfeccionar las virtudes elevándolas para que obren al modo divino, esos dones actuaron de manera extraordinaria en San José. El don de entendimiento purificó su fe. El de sabiduría perfeccionó su ardiente caridad. El de ciencia completó su conocimiento de las cosas humanas, capacitándole para juzgar con certeza sobre lo que debía obrar. El de consejo corroboró su virtud de la prudencia. El de piedad imprimió en su alma un tierno afecto filial hacia Dios. El de fortaleza le hizo aceptar una misión tan superior a sus fuerzas y perseverar gozosamente en ella. El de temor le ayudó a vivir siempre sometido a Dios con filial reverencia, reconociendo humildemente su pequeñez ante la Majestad Divina y el caudal de gracia que la Providencia le había regalado.
Por tanto, la sucinta denominación de José como “varón justo” que nos da la Sagrada Escritura no sólo no resulta insuficiente, ni disminuye su grandeza, sino que encierra ella sola toda la admirable santidad que no podemos sino barruntar en el alma preciosa de San José.
San José nunca pensó mal de la Santísima Virgen; pensó en abandonarla pero nunca pensando mal sino intuyendo un misterio que no comprendía.
Se suele hablar de las “dudas” de San José, siempre en torno al antipático verbo “repudiar", lo que, según algunas traducciones, él hubiera podido hacer con María. Pero en este punto hay que ser exhaustivos.
Cuando María queda encinta por obra del Espíritu Santo, José, naturalmente se apercibe del estado de su desposada. Y experimenta la consiguiente angustia o zozobra interior ante una nueva situación que él no conocía ni podía controlar. Ante lo que se vienen llamando “las dudas” del Patriarca, los Padres y Doctores de la Iglesia dan tres soluciones, realmente poco concluyentes, aún más, casi contrarias.
La primera es que José, sin más habría creído a María caída en adulterio. Según la segunda opinión, José habría conocido el misterio de la Encarnación y, por pura humildad y espíritu de temblorosa reverencia, habría determinado retirarse, sintiéndose indigno, y abandonar ocultamente a María. La tercera respuesta quiere que la causa de dejar José a María fuese la ignorancia del misterio ante el cual se encontraba, puesto que, convencido él de la inocencia de la Virgen, habría resuelto dejar todo a Dios y retirarse discretamente de la escena, en tanto se ponía en claro la verdad de lo acaecido. Estás serían las tres posturas. Ciertamente, ante una triple opción de José (acusar a María, abandonarla en secreto o llevarla consigo a su casa) sabemos lo que hizo y lo que en principio pensó hacer José: “Siendo justo, no quiso denunciarla y resolvió repudiarla en secreto” (Mt 1, 19).
La traducción literal del griego de Mateo sería: “José, como fuese justo, por tanto no quisiera exponer a María a la ignominia pública". De aquí se deriva el propósito del Santo: dejar a su Esposa libre, pero de modo oculto, sin público proceso. Esta es la solución que apunta San Juan Crisóstomo, quien dice que era tal la bondad de José que no quería causar la más mínima pesadumbre a la Virgen y, ya que no le era permitido por la ley retenerla, y que acusarla y llevarla a juicio era conducirla infaliblemente a la muerte, él no hizo ni una cosa ni otra, sino que, conduciéndose por encima de la ley, sin acusarla ni reprocharla, pensó tan solo en abandonarla.
En su Libro IV a las Sentencias, Santo Tomás de Aquino abunda en esta postura diciendo: “José no quiso abandonar a María para tomar a otra, o por alguna sospecha, sino porque temía, en su humildad, vivir unido a tanta santidad, por eso le fue dicho: No temas” (Mt 1, 20). Así pues, según esta sentencia, convencido de la santidad de María, José habría suspendido el juicio, dejando el asunto en manos de Dios.
Por eso quizá más que hablar de “dudas” habría que decir “luchas” o “noche oscura” de San José.
San José es la cabeza de la Sagrada Familia y modelo de viriridad y de autoridad, algo que está puesto en cuestión hoy en día en el que se quiere destruir el modelo de familia tradicional.
En realidad, hablar de “familia tradicional” es una tautología o pleonasmo, o sea, una superabundancia gratuita de palabras que añade a “familia” un epíteto que le es intrínsecamente identitario. Hablar de “familia tradicional” sería como hablar de “Iglesia tradicional” o de “católico tradicional": el sustantivo lleva implícito el adjetivo. Porque no hay más que un modelo de familia: fundada sobre el matrimonio, contrato natural elevado por Dios Nuestro Señor a la categoría de Sacramento, y que es la unión de un hombre con una mujer para toda la vida.
Ese matrimonio, para que sea tal, ha de estar fundado en una mutua fidelidad y comunicación de bienes que se apoya sobre una base antropológica, antes que afectiva, sensible: los esposos deben saber que el matrimonio es indisoluble y abierto a la vida. Admitir el divorcio, o la anticoncepción como método regulador de la natalidad, no convierte a una familia de tradicional en moderna, sino que simplemente hace que la familia se suicide. Las consecuencias no es necesario ir muy lejos a buscarlas.
Uno de los funestos corolarios de lo expuesto es el menoscabo o la total desaparición del principio de autoridad. Esto que hoy, por un influjo más lejano de los falsos postulados de la Revolución Francesa, y por una influencia más cercana e insistente de muchos medios de comunicación con su falsa antropología, se da en tantos ámbitos de la sociedad, se verifica también en la familia con consecuencias muy poco halagüeñas. El principio de autoridad, que debe ejercer el cabeza de familia, y que va unido como usted me plantea en su pregunta, a la virilidad, da a la familia seguridad y fortaleza. A la esposa, apoyo y también autoridad sobre los hijos. A estos, espíritu de obediente docilidad y humilde y fructífera receptividad para aprender a ser buenos cristianos y honrados ciudadanos. Estos que ahora se llaman se llaman “valores", y que siempre, con lenguaje más sobrenatural y filosófico, hemos llamado “virtudes", resplandecen de manera evidente y eminente en San José, cabeza de la Sagrada Familia que hoy por eso se nos presenta con más actualidad que nunca en un empeño pastoral urgente: la reconstrucción y fortalecimiento de la familia, combatida desde mil flancos y en tantos casos desestructurada y desnaturalizada.
A este propósito recordamos que el Cardenal Caffarra, hombre de confianza de San Juan Pablo II para fomentar el estudio y la promoción de la familia y de la vida, recibió de la Hermana Lucía de Fátima en el Carmelo de Coimbra esta confidencia: la última batalla de Satanás será contra la familia.
San José es patrono de la Iglesia Universal, de los seminaristas, de la buena muerte….de los trabajadores… su importancia en la Iglesia siempre fue muy grande, pero, ¿se podría decir que nunca fue ensalzado como realmente merece?
Ningún santo es ensalzado nunca como realmente merece porque en realidad al venerar al santo veneramos la obra del Espíritu Santo en él y la gloria extrínseca de Dios en la belleza de su vida y de sus acciones. Por tanto, si glorificar a un santo es glorificar a Dios en él, nunca lo hacemos de manera proporcional. Esto puede predicarse a fortiori de San José, siendo como es el primero entre todos los santos. Por eso se dice en teología que es objeto de un culto de “protodulía". La adoración o latría se reserva a Dios nuestro Señor y la dulía a los Santos. Mientras que honramos a la Santísima Virgen con culto de hiperdulía, veneración superior a los demás santos, San José es destinatario de un culto de protodulía porque es el primero entre todos los santos. Ahora bien, el mejor culto y veneración al Bendito Patriarca, como sucede con la verdadera devoción a María, es la cabal, delicada y fiel imitación de sus virtudes. En nuestra época de independencia de pensamiento, orgullo intelectual y dictadura del relativismo, es urgente la humildad. Esta es sin duda la virtud que más brilla en la frente del Patriarca Nazareno, tan amante del silencio, la modestia y la discreción; tan buscador del último lugar que no le oímos nunca hablar en el Santo Evangelio. Por ello la auténtica imitación de San José es el amor al ocultamiento orante, el trabajo silencioso y la humildad abnegada, vividos en una ardentísima caridad hacia Jesús y a María, y por Ellos al prójimo, sintiendo en su corazón un celo de almas que le hace verdaderamente “corredentor” en cuanto que partícipe activo de la obra redentora del que la tierra se llamó su hijo y en cuanto esposo castísimo de la que al pie de la cruz ejerció la sublime misión de Corredentora de la Humanidad, con el único Mediador, Sacerdote eterno y sumo: Jesucristo.
¿Cómo podemos vivir la verdadera devoción a San José (háblenos también de las principales devociones y documentos para profundizar más en su figura)?
Ya ha quedado respondida en parte en la anterior cuestión, pero ya que se me pide hablar de las principales devociones a San José, me atrevo a invitar a recitar cada día sus Letanías, un breve racimo de invocaciones que dibujan un perfil muy completo de la personalidad y la misión del Custodio del Redentor. Hay otras oraciones muy antiguas y muy bellas. Una es la que podemos muy provechosamente decir los sacerdotes en la sacristía, una vez revestidos con los ornamentos sagrados, y preparándonos con un silencioso momento de oración a la celebración del Santo Sacrificio. Es la antigua oración O felicem virum, Beatum Joseph, en la cual llamamos al Bendito Patriarca varón bienaventurado y feliz porque tuvo la dicha de que a Aquel a Quien muchos reyes quisieron ver y no vieron, y oír y no oyeron, él no solo Le vio y Le oyó, sino que Le vistió, Le llevó en sus brazos, Le custodió y Le alimentó. Después de recordar la hermosa misión de José en la antífona y de invocarle “ruega por nosotros, glorioso San José, para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo", la oración latina pide a Dios Nuestro Señor saber tratar a su Hijo Jesucristo en el altar con el mismo cariño y mimo con que le trató José en la tierra.
Otra antigua oración es aquella con la que cada día debemos pedir la virtud de la santa pureza al Esposo castísimo de María. En su “Historia de un Alma", Santa Teresita, recordando que desde su infancia la devoción a San José se confundía en ella con el amor a la Santísima Virgen, dice que recitaba desde muy niña esta oración: “Oh, custodio y padre de vírgenes, San José, a cuya fiel custodia fueron encomendadas la Inocencia misma, Cristo Jesús, y la Virgen de las vírgenes, María: por estas dos carísimas prendas tuyas, Jesús y María, te ruego y te suplico me alcances que, preservado yo de toda mancha, sirva siempre con alma pura, corazón limpio y cuerpo casto a Jesús y a María. Amén".
Otra de las grandes oraciones a San José, ésta más extensa y completa, es la compuesta por el Papa León XIII, que mandó en su encíclica Quamquam pluries que se recitase en el mes de octubre al final del Santo Rosario. Es la conocida plegaria A Te, Beate Joseph: A Vos, bienaventurado San José, acudimos en nuestra tribulación… Esta oración tiene un matiz especial de intercesión por la Iglesia en tiempos que empezaban a ser particularmente difíciles para la pureza de la fe y las costumbres.
Hay otras bellas oraciones a San José para ser dichas por los trabajadores, los padres o familias enteras, los seminaristas y sacerdotes, o para encomendar a los agonizantes y moribundos. En cuanto a los documentos para crecer en el conocimiento y el amor al glorioso Patriarca, los principales son las encíclicas o cartas apostólicas de los últimos Sumos Pontífices, tan provechosas y sólidas, sobre la figura y la misión de San José.
Por Javier Navascués
2 comentarios
oracionesydevocionescatolicas.com/novena_capa_san_jose.htm
En los Manuales de Teología raramente existe algún espacio para la reflexión sobre la temática josefina. Talvez aparezca un poco en algunos tratados de Mariología, pero nada más.
Los Catecismos, por lo general, siguen la misma línea, omitiendo el aporte de San José a la Obra de la Salvación humana.
La Liturgia, desproporcionadamente, apenas dedica dos celebraciones a San José, en todo el año, mientras que la Virgen está presente, prácticamente en todos los meses del calendario.
Ciertamente no se puede equiparar, sin más, a José con María, pero no hay duda alguna de que ambos concurrieron, de manera singular y excelente (una como Madre y el otro como Padre), al servicio de la Encarnación del Verbo, según la misión señalada por Dios. Ambos, por tanto, son acreedores a un mismo amor y exaltación por parte de todos aquellos que nos hemos beneficiado con los bienes de la Salvación.
Quiera Dios que, uno de los frutos más significativos de este Año Josefino, que se acerca a su final, sea el que,a nivel individual y comunitario, nos animemos a dar más espacio a San José en nuestra vida de Fe, pública y privada.
No temamos seguir invocando y presentando a María, unida siempre a su Esposo San José y nunca sin El.
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