No hay cobertura en el portal de Belén
¿Puede haber una noticia más importante que todo un Dios haciéndose hombre? Ciertamente NO. No me refiero a un falso dios iracundo de la mitología, gestado en la imaginación del poeta. Aludo al Dios verdadero, al que ES, al ser por antonomasia, al que tiene en sí mismo la causa de su existencia.
¿Puede haber una noticia más transcendental que un Dios eterno entrando de lleno en el tiempo? La Historia rasgada de cuajo en dos para siempre, como se rasga el velo del Templo en la Pasión de Mel Gibson, no desde la noche de los tiempos sino desde la plenitud de los tiempos.
Como periodista (y mucho más como creyente) hubiese sido apasionante estar ahí cubriendo la noticia, a pie de césped, de musgo más bien, en la misma cueva. Tal vez la propia Virgen o San José me hubiesen ofrecido sus viandas o un caldo y una manta. Me hubiese apasionado estar presente en ese primer Belén viviente y quedarme esa santa noche en adoración al Niño, con los pastores, al lado de María Santísima y San José. Tal vez acunar al Niño divino e incluso abrazar con toda la reverencia al mismo Dios.
Y ya al amanecer, antes de irme a descansar, me hubiese despedido así:
-Infinitamente agradecido por permitirme estar adorando a Dios en mi noche más feliz, y ser testigo de la Buena Noticia in situ. No quiero molestarles más María, Madre de Dios y Madre nuestra, sólo que antes de la circuncisión, cuando estén más tranquilos, querría tomar en un papiro sus impresiones, de parte de Álvaro para el Correo de Belén. Y lo último más adelante, cuando su divino Hijo se haga mayor, quiero entrevistarle. Prometo no hacer preguntas capciosas, como los fariseos, sino como el periodista, al servicio de la Verdad. Preguntas inocentes al estilo Nicodemo, si quiere de noche, no importa que nos atienda a la vez.
Pero realmente ese día santo la primicia informativa fue filtrada a los pastores, a los sencillos, a los que dormían al raso. Una rueda de prensa celestial, donde los ángeles anunciaron la Buena Nueva a los que nada contaban en la sociedad. Y a los pastores, con pase de favor divino, los recibió en audiencia la Sagrada Familia con el silencio elocuente de un Dios mudo, la palabra Eterna sin balbucear palabra. El Todopoderoso quiso llorar, hacerse frágil y dependiente.
Y sin internet (ni siquiera existía la agencia EFE), una estrella anunció el magno acontecimiento en la pantalla gigante del firmamento. Y unos Magos en Oriente, sintonizando el Canal de la Verdad, siguieron su sintonía.
Para Santa Teresa de Jesús la vida es una mala noche en una mala posada. Ni siquiera contó con esa mala posada el Rey del Universo, que merecía una suite de lujo en un Palace mucho mejor que el de Herodes por su dignidad.
Una cueva, un muladar, fue el habitáculo elegido por el Cielo para acunar el magno acontecimiento. Hubiese sido muy tentador hacerse un selfie con el Niño, María y José. Mejor dicho una osadía, pues me hubiese visto indigno de posar con tan santos protagonistas. Mejor hacerles una foto sólo a ellos y compartir el post al mundo entero. HA NACIDO DIOS. Se ruega máxima difusión.
Difícilmente, pues seguramente no habría cobertura en el portal de Belén, pero principalmente porque María Santísima guardaba todo en su corazón y aún no había llegado la hora de publicar su vida oculta en las redes sociales.
Herodes, al no tener acceso a Belén 24 horas, para estar informado, recurrió a eruditos en las Sagradas Escrituras. El sanedrín de expertos le anunció donde debería nacer el Mesías, pero con la frialdad del condenado, le dio igual. Siguió enmarañado en su vida depravada, con la intención de no servir a Dios, sino a su soberbia y sed de placeres. Y nuevamente el portavoz angélico dio una breve rueda de prensa en sueños a José para anunciar las intenciones perversas del inicuo rey. Hubiese sido muy duro estar ahí para cubrir la matanza de inocentes que celebramos mañana. Ahí, como diría Cake Minuesa, mandan al becario. Mucho mejor cubrir la huida a Egipto con el Niño, María y José.
Por último, tras este sencillo relato, hecho con todo el respeto y con la sencillez del niño que llevamos dentro, les animo a meditar en el nacimiento de Jesús con la composición de lugar del argot ignaciano. Para San Ignacio de Loyola es tan sencillo como imaginarse que son ustedes los que están en el portal de Belén en esa Noche Santa que acabamos de celebrar hace dos días.
Composición de lugar del nacimiento de Jesús en Belén
Como ha de hacerse en cualquier oración, primero le piden a Dios que esté con ustedes y les haga recordar que cualquier gracia que reciban en la oración es, en sí misma, un regalo que Él les da. Después, lean el pasaje del nacimiento Evangelio de San Lucas. Capítulo 2, versículos 1 al 20 y usen la imaginación para ir componiendo poco a poco la escena; como diría San Ignacio, “usted compone el lugar” en su mente.
Luego se preguntan a sí mismos: ¿Quiénes son ustedes en este relato del Evangelio? ¿Son un pastor? ¿Un Rey Mago? ¿Herodes?
Luego: ¿Qué ven? Se pueden imaginar cómo es el portal de Belén, la expresión del rostro de Jesús, de María, de José o cómo son las miradas de los pastores.
A continuación: ¿Qué oyen? Cuando los pastores escuchan al ángel anunciar el nacimiento de Jesús, ¿reaccionan con entusiasmo? ¿Pueden imaginarse la voz de María, de José, el lloro de Jesús?
Finalmente: ¿Qué huelen? Piensen en el olor de los productos naturales con los que obsequian a Jesús, el olor a establo, el olor a incienso y a mira, el del tomillo y romero de la zona…
Entren en la escena. Así es como se puede usar la imaginación y los sentidos para insertarse dentro de la escena. Ahora, sólo falta dejar que el relato del Evangelio se vaya proyectando, casi como si fuera una película.
Y aquí está la parte más importante: Cuando la escena se proyecte en su imaginación, deben prestar atención a cualquier reacción emocional o a nuevas formas de entendimiento que perciban en aras a la conversión y santificación. Por ejemplo, tal vez podrían mirar al Niño con profundo anhelo de no pecar más o tal vez pedirle a la Virgen su pureza, su humildad y a San José tener una buena y santa muerte.
Javier Navascués Pérez
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