El gobierno de la Curia Romana en tiempos de Ratzinger (I)
Ofrecemos nuestra traducción de la primera parte de un interesante análisis titulado “El gobierno de la curia romana en tiempos de Ratzinger” que ha sido realizado por el reconocido vaticanista Paolo Rodari. Una vez que sea publicada, esperamos poder ofrecer también la siguiente entrega.
***
La crisis que, en las últimas semanas, ha embestido violentamente al gobierno de la curia romana (además de las críticas judías por la oración del Viernes Santo reintroducida con el Motu Proprio Summorum Pontificum y las polémicas austríacas por la renuncia que se vio obligado a presentar el obispo auxiliar de Linz Gerhard Maria Wagner y que ayer ha sido aceptada por el Papa, son importantes los malhumores por el levantamiento de las excomuniones a los lefebvristas y al obispo negacionista de la Shoah Richard Williamson - parece no haber afectado mucho a Joseph Ratzinger. Una demostración de esto ha tenido lugar el sábado pasado. Mientras la mayoría de los obispos y purpurados hablaba de la necesidad de “explotar” el caso Williamson para poner en marcha aquella reforma de la curia que lleve a los puestos de mando a personas más capaces de traducir la mente iluminada del Pontífice en acciones de gobierno, él, Benedicto XVI, ha tomado una decisión que ha parecido ir en la dirección opuesta. En lugar de mantener la unificación de dos dicasterios de cuya utilidad muchos dudan – el Pontificio Consejo Justicia y Paz y el Pontificio Consejo para la Pastoral de Migrantes e Itinerantes – los ha desmembrado de nuevo, dejando Justicia y Paz al cardenal Renato Raffaele Martino (aunque por poco tiempo) y confiando Migrantes e Itinerantes al secretario de la Congregación para las Iglesias Orientales, monseñor Antonio María Veglió, obispo de 71 años.
Un contrasentido, dicen muchos. ¿Es posible? ¿Es posible que el Papa no se de cuenta que la macchina de la Iglesia necesita de otras intervenciones? ¿Es posible que no entienda que es hora de barrer con actos fuertes de mando aquella “suciedad” que en el 2005 (en el Vía Crucis que precedió por pocos días al cónclave que lo eligió para la sede de Pedro) había denunciado estar presente en la Iglesia? ¿Es posible que no comprenda que, sin un gobierno capaz y competente, acciones como la lectio de Ratisbona, el nombramiento del polaco Stanislaw Wielgus como arzobispo de Varsovia, el levantamiento de las excomuniones a los lefebvristas, e incluso (como para dar un ejemplo significativo) la puntualización de las diferencias existentes entre las “iglesias” católicas y ortodoxas y las “comunidades” protestantes (¡cuántas polémicas siguieron al documento “Respuestas a preguntas relativas a algunos aspectos acerca de la Doctrina sobre la Iglesia” redactado en el 2007 por la Congregación para la Doctrina de la Fe!), están destinadas a sufrir fuertes críticas que, precisamente porque provienen del interior de la Iglesia, socavan su valor e importancia?