María, "Virgo Potens"
Este gran universo que contemplamos de día y de noche, que llamamos el mundo natural, está regido por unas leyes inmutables que le ha impuesto el Creador, y esas leyes maravillosas lo protegen contra cualquier daño o pérdida sustancial. Una parte de él puede entrar en conflicto con otra, y pueden producirse cambios en su interior; pero considerado en su globalidad, está estructurado para durar para siempre. Por eso dice el salmista: Así está firme el orbe y no vacila.
Así es el mundo natural. Pero existe otro mundo aún más maravilloso. Existe un poder que puede cambiar y someter este mundo visible y suspender y anular sus leyes. Es el mundo de los ángeles y de los santos, de la Santa Iglesia y de sus hijos; y el arma con que pueden domeñar esas leyes es el poder de la oración.
Con la oración puede hacerse todo lo que es naturalmente imposible. Noé oró, y Dios dijo que ya nunca volvería a haber un diluvio que destruyese al género humano. Moisés oró, y cayeron diez plagas dolorosas sobre la tierra de Egipto. Josué oró, y el sol se detuvo. Samuel oró, y vinieron sobre las mieses truenos y un aguacero. Elías oró, e hizo bajar fuego del cielo. Eliseo oró, y un muerto volvió a la vida. Ezequías oró, y el enorme ejército asirio fue castigado y pereció.
Por eso a la Virgen la llamamos poderosa – más aún, veces “todopoderosa” – porque ella más que nadie – más que todos los ángeles y santos – tiene ese gran y eficaz don de la oración. Nadie tiene acceso Dios como Su Madre, nadie tiene los méritos de ella. Su Hijo no le negará nada que ella le pida, y en esto reside su poder. Si ella defiende a la Iglesia, ni lo alto ni lo profundo, ni los hombres ni los espíritus del mal, ni los grandes monarcas, ni la astucia de los hombres, ni la violencia de los pueblos, podrá hacernos ningún mal. La vida del hombre es breve, pero María reina en el Cielo como Reina para siempre.
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John Henry Newman, “Meditaciones sobre las Letanías”
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