¡Nos ama tanto!
Sólo hay en nosotros una facultad de amar, la cual tiende a diferentes objetos y por motivos también distintos. Hay algunos que aman locamente a sus padres, a sus amigos, y no saben, sin embargo, amar a Dios.
Lo que se hace con la criatura debe hacerse con Dios. Sólo que a Dios hay que amarle sin medida y siempre en aumento. El alma que ama de esta manera no tiene sino una sola facultad, una sola vida: Nuestro Señor Jesucristo en el Santísimo Sacramento. “¡Allí está!”, y vive subyugado por este pensamiento. Cuando esto sucede hay correspondencia y comunidad de vida entre Jesucristo y nosotros.
¿Por qué no hemos de llegar a este punto? Para buscar ejemplos de virtud en la Vida mortal de Jesucristo, se retrocede más de dieciocho siglos. Jesucristo podría decirnos: “Me habéis amado en el Calvario porque allí borré vuestros pecados; me habéis amado en el pesebre de Belén, porque me visteis dulce y amable… ¿Por qué no me habéis amado en el Santísimo Sacramento, donde estuve de continuo con vosotros? Vosotros no tenéis que hacer otra cosa que llegaros a mí. ¡Allí estaba yo a vuestro lado!”.
¡Ah!, en el día del Juicio no serán nuestros pecados los que nos causarán mayor espanto ni lo que más se nos echará en cara, porque los pecados se nos habrán perdonado para no recordarlos más, ¡sino que Nuestro Señor Jesucristo nos echará en cara el no haber correspondido a Su Amor! ¡Me has amado menos que a las criaturas! – nos dirá. ¡No has cifrado en mí tu felicidad! ¡Me has amado bastante para no ofenderme mortalmente, pero no lo suficiente para vivir de mí!
Parece que nosotros podríamos decirle: “¿Estamos acaso obligados a amar de este modo?”. Bien sé que no existe ningún precepto escrito de amar así; pero no hace falta que esté escrito. No lo vemos expresamente escrito, pero todo lo proclama altamente: es una ley escrita en nuestro corazón.
Lo que me causa espanto es la conducta de los cristianos que, ocupándose de buen grado y seriamente de todos los demás misterios y fomentando con interés el culto de este o aquel santo, ¡no hagan al menos otro tanto por Nuestro Señor en la Eucaristía!
¿Y por qué será esto o qué razón habrá para obrar así? ¡Ah!, es porque no puede uno mirar atentamente al Santísimo Sacramento sin verse obligado a exclamar: “¡Preciso es que yo lo ame, es necesario que le visite, no puedo dejarle solo, veo que me ama demasiado!”.
Todo lo demás son cosas lejanas, cosas de historia. Eso ya no cautiva tanto al corazón. Podrá, sí, causar admiración; pero lo que al presente debemos hacer es entregarnos, habitar y vivir con Nuestro Señor.
La Eucaristía es la más noble aspiración de nuestro corazón: ¡amémosla apasionadamente! Se le ocurrirá decir a alguno: “Esto es una exageración”. En efecto, ¡el amor no es más que una exageración! Exagerar es ir más allá de lo que la ley exige, y por lo mismo el amor debe exagerar. El amor que Jesucristo nos demuestra quedándose con nosotros sin honores y sin servidumbre, ¿no es también exagerado?
Quien se atiene exclusivamente al estricto cumplimiento de su deber, no ama. No ama sino aquel que siente dentro de sí la pasión del amor. Y vosotros tendréis la pasión de la Eucaristía cuando Jesucristo en el Santísimo Sacramento sea vuestro pensamiento habitual, cuando vuestra felicidad consista en ir a sus pies y cuando vuestro deseo permanente sea complacerle.
¡Ea, vayamos y entremos en Nuestro Señor! ¡Amémosle por Él mismo! ¡Sepamos olvidarnos de nosotros mismos y darnos a este Buen Salvador! Inmolémonos, al menos un poco, por Él. ¿No veis esos cirios y esta lámpara, cómo se consumen sin dejar nada, sin reservarse nada? ¿Por qué no hemos de ser también para Jesucristo un holocausto del que nada quede?
¡No, no; no vivamos nosotros, sino que Jesucristo Sacramentado sea el que viva en nosotros! ¡Nos ama tanto!
Tomado de “Obras Eucarísticas” de San Pedro Julián Eymard
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