InfoCatólica / La Buhardilla de Jerónimo / Categoría: Importado

17.04.09

El Custodio de las cosas sagradas

Un importante aunque poco conocido colaborador del Maestro de las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice es aquel que tiene la función de Custodio del Sagrario Apostólico. Hace algunos meses ha sido nombrado un nuevo Custodio que, en una entrevista concedida hoy a L’Osservatore Romano, ha hablado acerca de la historia del cargo, sus funciones, y los objetos litúrgicos de valor que se conservan en la Sacristía Pontificia. Ofrecemos nuestra traducción.

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Una función que se remonta al siglo XIV, un servicio constante y fiel al Papa en todo lo necesario para las celebraciones litúrgicas, una presencia atenta y discreta a la que se le ha confiado tesoros de gran valor religioso, artístico e histórico. Es la figura del Custodio del Sagrario Apostólico, que desde 1352 es elegido del interior de la Orden de San Agustín. Una vida en estrecho contacto con todo cuanto concierne a los objetos litúrgicos reservados al Papa: casullas, estolas, capas pluviales, cálices, patenas, cruces, mitras. El reciente nombramiento del padre Paolo (Pavel) Benedik es una ocasión para redescubrir esta figura que, a lo largo de los siglos, ha tenido roles y tareas importantes. Hemos pedido al religioso agustino eslovaco que ilustre las funciones actuales.

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¿Nos explica la figura y las funciones del Custodio del Sagrario Pontificio dentro del Palacio Apostólico?


Debemos remontarnos a 1352, cuando Clemente VI eligió a su sacristán de entre la Orden de San Agustín. En 1497, Alejandro VI con la Bula Ad sacram confió esta tarea exclusivamente a los agustinos y Clemente VIII en 1595 elevó el cargo de sacristán a la dignidad episcopal. Sucesivamente, León XII estableció que el sacristán fuera también párroco de los Palacios Apostólicos y camarlengo de los párrocos de Roma. En 1929, con la creación del Estado de la Ciudad del Vaticano, Pío XI estableció que el sacristán pro tempore fuese también el Vicario general. Pablo VI, con el motu proprio Pontificalis domus del 28 de marzo de 1968, definió el oficio de sacristán, llamado también comúnmente “el párroco del Papa”: cuidar el culto divino y las capillas pontificias en el palacio apostólico, en la Casa Pontificia y en Castel Gandolfo; ocuparse del buen funcionamiento de la sacristía pontificia, de la lipsanoteca y del tesoro litúrgico, y ocupar el cargo de Vicario General de Su Santidad para la Ciudad del Vaticano, con excepción de algunos documentos papales y de lo publicado por L’Osservarore Romano.


El cargo de varios siglos terminó el 14 de enero de 1991 cuando Juan Pablo II, con un quirógrafo, suprimió la figura del sacristán como había sido concebida hasta entonces. El cuidado espiritual del Estado de la Ciudad del Vaticano fu confiada al Arcipreste pro tempore de la Basílica de San Pedro, mientras que la jurisdicción sobre el Palacio lateranense pasaba al cardenal vicario para la diócesis de Roma. El oficio de sacristán quedaba suprimido y sus funciones confiadas al Maestro de las celebraciones litúrgicas. La parroquia de Santa Ana continuaba siendo atendida por los agustinos, mientras que los religiosos en servicio en la sacristía pontificia pasaban a depender del Maestro y uno de ellos sería nombrado Custodio del Sagrario apostólico, es decir, de las reliquias y objetos preciosos que allí son conservados. El último sacristán fue el agustino holandés Pietro Canisio van Lierde.

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Ésta es la historia. ¿Y sus tareas específicas?

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15.04.09

Elogio vaticano al documento del obispo de Lancaster

Hace algunos meses, hacíamos referencia a un interesante documento de Mons. O’Donoghue, obispo de Lancaster, en el que afirmaba que la Iglesia de Inglaterra y Gales estaba perdiendo su identidad católica. Ahora ha sido el Cardenal Antonio Cañizares, prefecto de la Congregación para el Culto Divino, quien ha elogiado el documento por aquellas partes en las que habla de la sagrada Liturgia.

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Otra importante figura vaticana ha intervenido para elogiar al excelente documento “Iglesia, ¿lista para la Misión?” del Obispo O’Donoghue. En esta ocasión, el Cardenal Cañizares Llovera, Prefecto de la Congregación para el Culto Divino, ha dicho:


“Esta Congregación está agradecida por la referencia que Su Ilustrísima hizo a las muchas ‘sombras’ que han obstaculizado la celebración de la Liturgia en los recientes años, y por su observación de la necesidad de que brille la luz de la obediencia particularmente en la celebración de la Liturgia, ya que los sacerdotes y el pueblo ‘no tienen una libertad ilusoria por la cual pensar que podemos hacer lo que queremos’” (“Iglesia, ¿lista para la Misión?”, p.54).


El Cardenal Cañizares expresó también la gratitud de la Congregación hacia el Obispo Patrick O’ Donoghue por “insistir en que espera que todos dentro de su diócesis sigan las necesarias normas litúrgicas”.


Hablando del documento en su conjunto, el Cardenal dijo: “La consideración minuciosa de este documento, su competente presentación, y el deseo global de la publicación de Su Ilustrísima de tratar las cuestiones que la Iglesia afronta no sólo en la diócesis de Su Ilustrísima sino en toda Inglaterra, hacen de ‘Iglesia, ¿lista para la Misión?’ una lectura oportuna”.

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14.04.09

La siguiente frontera de los progresistas: un cristianismo ateo

Por ahora, seguimos en el ámbito del moribundo protestantismo histórico (que no debe ser confundido con aquellas denominaciones protestantes carismáticas y pentecostales, rígidas y moralistas al límite del sectarismo, y en gran expansión). Pero la experiencia de los últimos cuarenta años nos enseña que el catolicismo no es inmune a las influencias (mejor dicho, a las “pulmonías”) que provienen del protestantismo, transmitidas por aquellos virulentos gérmenes patógenos que son teólogos progresistas, liturgistas iconoclastas, innovadores obstinados, etc. Quién sabe si llegaremos también nosotros a resultados como éstos.


¿De qué estamos hablando? En Holanda, un pastor protestante ateo (debería ser un oxímoron, ¿no es cierto?), que se había hecho conocer publicando un manifiesto ateo, invita al Sínodo general de su “Iglesia” (las comillas son nuestras) a abrir un debate sobre la existencia de Dios. Muchos miembros de la “Iglesia” estarían convencidos de la utilidad de un debate de este género, como escribe este pastor, Klaas Hendrikse, al secretario general de su “Iglesia”, el pastor Arjan Plaisier. De hecho, según una encuesta reciente, uno de cada seis miembros ya no cree en la existencia de Dios o no está seguro de ella.


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9.04.09

En el corazón del misterio de la salvación

Entrevista que Monseñor Guido Marini ha concedido a L’Osservatore Romano sobre las celebraciones litúrgicas del Sacro Triduo Pascual presididas por Su Santidad Benedicto XVI.


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¿Puede indicarnos un tema de fondo, la idea guía del sacro triduo 2009?


Está en una frase del Evangelio de Juan: “Los amó hasta el extremo” (13, 1). Los ritos litúrgicos de la Semana Santa nos conducen al corazón del misterio de la salvación, al centro del designio providencial mediante el cual Dios ha querido salvar a la humanidad. Cada celebración, con la modalidad propia del signo litúrgico, hecho de palabras, gestos, silencios, imágenes, música y canto, intenta conducir a la contemplación dolorosa del misterio de la miseria humana. Éste último, a su vez, es iluminado por el misterio de la infinita misericordia del Salvador: sólo en Cristo resucitado de la muerte, “camino, verdad y vida”, encuentra luz el misterio del hombre. Todo debe dejar revelar la belleza del rostro de Dios, cuyos rasgos son la verdad y el amor, la Verdad que es Amor: “los amó hasta el extremo”.

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8.04.09

El Triduo Pascual: notas históricas

Traducción del artículo publicado por el Padre Matias Augé sobre la historia del Sagrado Triduo Pascual.


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Los primeros testimonios explícitos de la celebración anual de la Pascua son de la mitad del siglo II y provienen de las Iglesias de Asia Menor que celebraban la Pascua el 14 de Nisán, día en que los judíos tenían prescrito inmolar los corderos. Estos cristianos, llamados precisamente “cuartodecimanos”, convencidos de que la muerte de Cristo había sustituido el Pesah judaico, celebraban la Pascua ayunando el 14 de Nisán y terminaban el ayuno con la celebración eucarística que tenía lugar al final de la vigilia nocturna entre el 14 y el 15 de Nisán. Las otras iglesias, guiadas por Roma, celebraban la Pascua el domingo después del 14 de Nisán.


Eusebio de Cesarea (+ 339-490) nos informa en su Historia Eclesiástica (5, 23-25) que esta diversidad de fechas provocó una seria controversia entre Roma y las Iglesias del Asia Menor, polémica que llegó a su culmen en tiempos del papa Víctor (193-203). La controversia no consistía en el dilema de si la Pascua recuerda la muerte o si en cambio recuerda la resurrección de Cristo sino en el dilema de si la Pascua debía ser celebrada en el día de la muerte o en el día de la resurrección de Cristo. Es de notar que, en el curso del siglo III, se impone la fecha dominical de la Pascua.

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