Crisis de la vida religiosa: Mons. Rodríguez Carballo la asume y explica
En este lúcido y fundamentado artículo, publicado hoy en L’Osservatore Romano, que ahora ofrecemos en nuestra traducción al español, el Arzobispo José Rodríguez Carballo, Secretario de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, hace referencia a la actual crisis de la vida religiosa y consagrada, y sus verdaderas causas.
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Desde hace tiempo se habla de “crisis” en la y de la vida religiosa y consagrada. Y para justificar este diagnóstico frecuentemente se recurre al número de los abandonos, que agudiza la ya de por sí alarmante disminución de vocaciones que golpea a un gran número de institutos y que, si continúa así, pone en serio peligro la supervivencia de algunos de ellos. No entro aquí en el debate acerca del carácter positivo o no de la “crisis” de la que se habla. Es cierto, sin embargo, que, teniendo en cuenta el número de los abandonos y que la mayoría de ellos tiene lugar en edad relativamente joven, dicho fenómeno es preocupante. Por otra parte, considerando el hecho de que la hemorragia continúa y no parece detenerse, los abandonos son ciertamente síntoma de una crisis más amplia en la vida religiosa y consagrada, y la cuestionan, por lo menos en la forma concreta en que es vivida.
Por todo esto, si bien es cierto que no podemos dejarnos obsesionar por el tema – toda obsesión es negativa-, es también cierto que frente al problema no podemos “mirar para otro lado” o “esconder la cabeza”. Por otra parte, si bien es cierto, también, que son muchos los factores socioculturales que influyen en el fenómeno de los abandonos, es también cierto que no son la única causa y que no podemos referirnos sólo a ellos para tranquilizarnos y para explicar este fenómeno, hasta ver como “normal” lo que no lo es.
No es fácil conocer con precisión el número de los que abandonan cada año la vida religiosa y consagrada, también porque hay prácticas que van a la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, otras que son llevadas por la Congregación para el Clero, y otras que terminan en la Congregación para la Doctrina de la Fe. En todo caso, las cifras de las que disponemos son consistentes, como se puede ver por los datos que nos son ofrecidos por las primeras dos Congregaciones.
Nuestro dicasterio, en cinco años (2008-2012), ha dado 11.805 dispensas: indultos para dejar el instituto, decretos de dimisión, secularizaciones ad experimentum y secularizaciones para incardinarse en una diócesis. Se trata de una media anual de 2361 dispensas.
La Congregación para el Clero, en los mismos años, ha dado 1188 dispensas de las obligaciones sacerdotes y 130 dispensas de las obligaciones del diaconado. Son todos religiosos: esto da una media anual de 367,7. Sumando estos datos con los otros, tenemos lo que sigue: han dejado la vida religiosa 13.123 religiosos o religiosas, en 5 años, con una media anual de 2624,6. Esto quiere decir 2,54 cada 1000 religiosos. A estos habría que agregar todos los casos tratados por la Congregación para la Doctrina de la Fe.
Según un cálculo aproximado pero bastante seguro, esto quiere decir que más de 3000 religiosos o religiosas han dejado cada año la vida consagrada. En el cómputo no han sido insertados los miembros de las sociedades de vida apostólica que han abandonado su congregación, ni los de votos temporales.
Ciertamente los números no son todo, pero sería de ingenuos no tenerlos en cuenta.
Antes de indicar algunas de las causas de los abandonos, creo que es oportuno decir que es casi imposible relevar con exactitud tales causas. ¿El motivo? Es muy sencillo: no tenemos datos totalmente confiables. A veces, una cosa es lo que se escribe, otra cosa es lo que se vive. Además, en muchos casos lo que dicen los documentos, de los que se dispone al final de un procedimiento, no necesariamente coincide con la causa real de los abandonos. Sin embargo, de la documentación que posee nuestro dicasterio se pueden identificar las siguientes causas.
Ausencia de la vida espiritual – oración personal, oración comunitaria, vida sacramental -, que conduce, muchas veces, a apuntar exclusivamente a las actividades de apostolado, para así poder seguir adelante o para encontrar subterfugios. Muy a menudo esta falta de vida espiritual desemboca en una profunda crisis de fe, para muchos la más profunda crisis de la vida religiosa y consagrada y de la misma vida de la Iglesia. Esto hace que los votos ya no tengan sentido – en general, antes del abandono hay graves y continuas culpas contra ellos – y ni siquiera la misma vida consagrada. En estos casos, obviamente, el abandono y la salida “normal” es más lógica.
Pérdida del sentido de pertenencia a la comunidad, al instituto y, en algunos casos, a la misma Iglesia. En el origen de muchos abandonos hay una desafección a la vida comunitaria que se manifiesta: en la crítica sistemática a los miembros de la propia comunidad o del instituto, particularmente a la autoridad, que produce una gran insatisfacción; en la escasa participación en los momentos comunitarios o en las iniciativas de la comunidad, a causa de una falta de equilibrio entre las exigencias de la vida comunitaria y las exigencias del individuo y del apostolado que lleva a cabo; en buscar fuera lo que no se encuentra en casa…
Los problemas más comunes en la vida fraterna en comunidad, según la documentación a nuestra disposición, son: problemas de relación interpersonal, incomprensiones, falta de diálogo y de auténtica comunicación, incapacidad psíquica de vivir las exigencias de vida fraterna en comunidad, incapacidad de resolver los conflictos…
En lo que respecta a la pérdida de sentido de pertenencia a la Iglesia, a veces es dada por la falta de verdadera comunión con ella y se manifiesta, entre otras cosas, en el no compartir la enseñanza de la Iglesia sobre temas específicos como el sacerdocio a las mujeres y la moral sexual.
Todo esto termina con la pérdida del sentido de pertenencia a la institución, llámese comunidad local, instituto religiosa o Iglesia, que es considerada sólo en cuanto puede servir los propios intereses: por ejemplo, la casa religiosa, muchas veces, es considerada como “hotel” o una simple “residencia”. La falta de sentido de pertenencia lleva, a menudo, también a abandonar físicamente la comunidad, sin ningún permiso.
Siempre me ha impresionado ver religiosos que abandonan la vida religiosa o consagrada con toda naturalidad, incluso después de muchos años, sin que esto suponga ningún drama. Es claro que no dejan nada, porque su corazón estaba en otra parte.
Problemas afectivos. Aquí la problemática es muy amplia: va desde el enamoramiento, que se concluye con el matrimonio, a la violación del voto de castidad, sea con repetidos actos de homosexualidad – más en los hombres, pero igualmente presente, más de lo que se piensa, entre las mujeres -, sea con relaciones heterosexuales, más o menos frecuentes. Otras veces los problemas afectivos tienen una clara repercusión en la vida fraterna en comunidad, porque conciernen al mundo de las relaciones, provocando continuos conflictos que terminan por hacer invivible la comunidad. Finalmente, los problemas afectivos pueden ser tales que se llegue a la convicción de no poder vivir la castidad y se decide, también por motivos de coherencia, abandonar la vida consagrada.
Cuando se trata de identificar las causas o de proponer orientaciones, pienso que es necesario hacer una radiografía, aunque breve y limitada, de la sociedad de la que provienen nuestros jóvenes, los jóvenes que se dirigen a nosotros, así como las fraternidades que los acogen.
Lo primero evidente a todos es que estamos en un mundo en profunda transformación. Se trata de un cambio que trae consigo el paso de la modernidad a la post-modernidad. Vivimos en un tiempo caracterizado por cambios culturales imprevisibles: nuevas culturas y sub-culturas, nuevos símbolos, nuevos estilos de vida y nuevos valores. Todo ocurre a una velocidad vertiginosa.
Las certezas y los esquemas interpretativos globales y totalizantes que caracterizaban la era moderna han dejado lugar a la complejidad, a la pluralidad, a la contraposición de modelos de vida y a comportamientos éticos que se han mezclado entre ellos de modo desordenado y contradictorio: son todas características de la era moderna.
Mientras en la modernidad existía la plausibilidad de un proyecto global, de una idea matriz, de un “norte” como faro de comportamiento, el momento actual está caracterizado por la incerteza, por la duda, por el replegarse en lo cotidiano y en lo emocional. Así se vuelve difícil distinguir aquello que es esencial de lo que es secundario y accidental.
Esto produce en muchos: desorientación frente a una realidad que se presenta de tal modo compleja que no se puede percibir; incerteza a causa de la falta de certezas sobre las cuales anclar la propia vida; inseguridad por la falta de referencias seguras. Todo se une a una gran desilusión frente a las preguntas existenciales, consideradas inútiles, ya que todo es posible y lo que hoy es, mañana deja de ser.
Nuestro tiempo es también un tiempo de mercado. Todo es medido y valorado según la utilidad y la rentabilidad, también las personas. Estas, en términos de mercado, valen lo que producen y valen en cuanto son útiles. Su valor oscila, por lo tanto, en base a la demanda. Tal concepción mercantilista de la persona llega a privilegiar el hacer, la utilidad, e incluso la apariencia sobre el ser.
Vivimos, también, en un tiempo que podemos definir el tiempo del zapping. Zapping, literalmente, quiere decir: pasar de un canal a otro, sirviéndose del control remoto, sin detenerse en ninguno. Simbólicamente, zapping significa no asumir compromisos a largo plazo, pasar de un experimento a otro, sin hacer ninguna experiencia que marque la vida. En un mundo donde todo está facilitado, no hay lugar para el sacrificio, ni para la renuncia, ni para otros valores similares. En cambios, estos están presentes en la opción vocacional que exige, por lo tanto, ir contracorriente, como es la vocación a la vida consagrada.
Finalmente, es necesario señalar también que en el mundo en que vivimos, y en estrecha conexión con lo que hemos llamado “mentalidad de mercado”, está el dominio del neo-individualismo y la cultura del subjetivismo. El individuo es la medida de todo y todo es visto, medido y valorado en función de sí mismo y de la autorrealización. En un mundo así, en el que cada uno se siente único por excelencia, frecuentemente no existe una comunicación profunda. El hombre actual habla mucho, aparentemente es un gran comunicador, pero en realidad no logra comunicar en profundidad y, en consecuencia, no lograr encontrarse con el otro.
Como conclusión de nuestra reflexión nos planteamos la pregunta: en una sociedad como la nuestra, ¿es posible permaneces fieles a una opción de vida que está llamada a ser definitiva e irrevocable?
La respuesta me parece sencilla si tenemos en cuenta a muchos consagrados que viven alegremente la fidelidad a los compromisos asumidos en su profesión. De todos modos, para prevenir los abandonos, sin la ilusión de poder evitarlos totalmente, creo necesario lo que sigue.
Que la vida consagrada y religiosa ponga en el centro una renovada experiencia del Dios uno y trino y considere esta experiencia como su estructura fundamental. Lo esencial de la vida consagrada y religiosa es quaerere Deum, buscar a Dios, vivir en Dios.
Que la opción por el Dios viviente (cfr. Juan 20, 17) no se viva en el encerrarse en un misticismo separado de todo y de todos, sino que lleve a los consagrados a participar en el dinamismo trinitario ad intra y ad extra. La participación en el dinamismo trinitario ad intra supone relación de comunión con los otros y lleva consigo el don de sí mismo a los demás. Por otra parte, vivir el dinamismo trinitario ad extra implica vivir críticamente y proféticamente en el seno de la sociedad.
Que haya una decisión clara de anteponer la calidad evangélica de vida al número de miembros o al mantenimiento de las obras.
Que en la cura pastoral de las vocaciones se presente la vida consagrada y religiosa en toda su radicalidad evangélica y se haga un discernimiento en consonancia con dichas exigencias.
Que durante la formación inicial se asegure un acompañamiento personalizado y no se hagan “descuentos” en las exigencias de una vida consagrada que sea evangélicamente significativa.
Que entre la pastoral vocacional, formación inicial y permanente, haya continuidad y coherencia.
Que durante los primeros años de profesión solemne se asegure un adecuado acompañamiento personalizado.
Un bello proverbio oriental dice: “El ojo ve sólo la arena, pero el corazón iluminado puede entrever el fin del desierto y la tierra fértil”. Miremos con el corazón. Tal vez podremos ver aquello que otros no ven.
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Fuente: L’Osservatore Romano
Traducción: La Buhardilla de Jerónimo
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Y la única solución es Cristo. Curiosamente, las Congregaciones más jóvenes son las más sanas. Esto tendría que hacer pensar a muchos superiores y lo que se dice de la falta de vida de oración es cierto. Sé de algún convento aquí en España, donde ni los novicios rezan antes de acostarse. Esto no es broma.
Yo diría que las órdenes deben retornar, todas, ya, al carisma de la regla de quién las fundó. Y limpiarse ya teologías extravagantes o devaluadoras del espíritu religioso. Con ese inicio meridianamente claro, cada una volverá a su ser.
A partir de ahí, unas, más necesarias en nuestro mundo actual, reverdecerán. Otras, menos necesarias, verán disminuir su tamaño. Y otras, inservibles, desaparecerán.
Y no pasará nada. Los institutos religiosos están para servir a Dios en el mundo de una forma u otra. Se crean con una finalidad, y mientras sean útiles a Dios en ese camino, el Espíritu Santo les proveerá de vocaciones.
En mi muy particular experiencia: cuanto más se semejan los miembros de un instituto religioso a los laicos (escasa vida de comunidad, poca frecuentación de oración y sacramentos, vestiduras y hábitos seglares) menos vocaciones tendrán: a fin de cuentas, para vivir como un laico, uno no se hace religioso.
A fin de cuentas, a modo de "darwinismo religioso", las órdenes que sobrevivan o incluso crezcan (que también las hay) darán una pista, siguiendo sus métodos y valores, a las demás.
Y alabado sea Dios, que es lo único importante.
Y respecto a lo que decía Nelson, creo que tiene mucha razón. La fe es lo importante. Yo lo pienso a menudo: si tuviera que aceptar la teología de cierta generación de religiosos, NUNCA ME HUBIERA HECHO RELIGIOSO.
En una empresa secular, una rotación por debajo del 10% ya se considera extraordinaria. Si sumamos a esto que se trata de una profesión mal pagada, con extremos sacrificios y cero vida familiar, la tasa de rotación debería considerarse un auténtico milagro.
¿No les parece excesivo proponer "cambios" (cualquier cambio que este sea) y afectar al 99.95% de los religiosos que están muy felices con su trabajo por un 0.05% que no lo están?
Y digo esto, aún suponiendo que ese 0.05% estuviera saliendo por causas graves, cuando en la mayoría de los casos no es así.
Me parece mucho más preocupante la escasez de vocaciones y ese es un problema completamente distinto. Pero perder a tres de cada mil religiosos cada cinco años, no puedo considerarlo una crisis.
Y todo lleno de análisis de la " modernidad" - con aplausos casi- y de la posmodernidad - críticas -.
No se puede dar lo que no se tiene. Y no se tiene aquello que nos llena el corazón y la mente.
El mismo texto refleja la causa de fondo= mundanizacion.
Han aparecido nuevas fundaciones, pero queda mucho todavía para poder ver el grado de autenticidad que tienen. Durante un tiempo parecía que florecían los Legionarios de Cristo, y todos sabemos lo ue ha pasado allí. Mucho barniz y por dentro abundante podredumbre, aunque obviamente muchas buenas personas.
Coincido en el meticulos recuento "ad usum Delphini" que nos ofrece Mons. Rodríguez Carballo, que, desde la atalaya franciscana parece observar la recesión en muchos hábitos de la sociedad. En un lenguaje diáfano y aquilatadamente preciso hace acopio de buenas razones, sin embargo, todo estos elementos, como los que acertadamente aporta Maga-(lius) yo ahondaría en el eje transversal que supone reconocer la pandemia sistémica en forma de anemia del símbolo a la que subyace un hombre desestructurado doliente de mediación simbólica ante el Misterio en nuestra contemporaneidad. Todo es un despropósito en el hombre, cómo van a librarse las sacrosantas vocaciones. El hombre se encuentra imbecilizado, gravita en la tibieza sin rumbo. Las nuevas cristologías a-crísticas que se han entreverado de sistemas neo-gnósticos de muy diverso sabor también ejercen un influjo. Una Iglesia más ajena a todo eso que ha confundido proselitismo como sana y recta evangelización podría haber abierto la puerta a una vía de escape. En contra, la deriva neopelagiana comienza a ejercer su soberanía global: despersonalización - descristianización.
Se dirá: más valor tiene la caridad fraterna en la comunidad, el apostolado, etc. Ya, ya. Pero caridad y apostolado lo pueden practicar los laicos y sac. diocesanos tanto o más. Lo más valioso y propio de los religiosos es la obediencia. Y prácticamente ha desaparecido en la mayoría de las congregaciones antiguas. No hay observancia. No hay mandatos, como no sea obtenidos por consenso. En castellano popular: cada uno hace lo que le da la gana.
Sobre la crisis (soy sacerdote diocesano)es una crisis existencial, muchos/as se dan cuenta la poca consistencia, base, que tiene a lo largo del tiempo esa opcion de vida por la que optaron, casi siempre por culpa de uno, por haber llegado a una anemia espiritual con la que uno ya no se sostiene.Solucion, lo de siempre la cruz, sacramentos, Maria,comunidad....
Lo dijo la santisima virgen Maria en la Salette 1846 "los sacerdotes por su mala vida se han convertido en cloacas de impureza"
Yo intuyo que tienen que estar en continua transformación y revisión, me da la impresión que se da demasiado el estatismo, aunque no todo lo nuevo por ser nuevo sea admisible, eso está claro.
Jesucristo no fundó ni monasterios,ni órdenes religiosas, ni sociedades de vida apostólica o de especial consagración, etc, etc, muchas han surgido como formas de seguimiento de Cristo, para dar respuesta a necesidades sociales, espirituales en períodos históricos concretos, tienen su papel y misión importante, pero también precisan revisión y cambios. Y que surgan formas nuevas.
Indudablemente que son problemas viejos, que siempre han existido, pero ahora con mas rigor y mejor comunicación se hacen mas patente, los vientos del Vat II no tienen influencias negativas, mas que en el conocimiento de los hechos que han existido.
El gran misterio de la época presente no es que haya herejes, pecadores que dejan los hábitos, sino que quienes debieran intervenir para frenarlo no hacen nada o lo que hacen sirve de poco por no tener el deseo, o capacidad, para tomar medidas claras.
Hay una renuncia por parte de la autoridad a ejercerla como debiera, y ese es el gran problema. Llevamos desde después del Concilio oyendo de humos de Satanás, crisis terrible y similares, pero ¿qué hacen los que están arriba por detenerlo? Poco muy poco y a los gobernante se les juzga por sus resultados. ¿Quién pensaría que Zapatero no es responsable de haber dejado España como un solar? ¿Sería de recibo haber oído a zapatero de que hay muchos parados como si él no tuviera nada que ver con el tema?
El buen diagnóstico es lo primero para tratar a un enfermo, falta que el médico tenga, quiera o sepa aplicar los remedios. El problema actual es que los médicos no actúan como tales, sino como meros enfermeros.
La iglesia tiene crisis, no por el mundo secular o pos moderno-qué tambien han influido y hacen sus mermas- pero tiene sus problemas dentro de la misma,o sea nosotros mismo: ya sean teólogos-que ya no creen en La Palabra-, Sacerdotes y jerarcas incubridores de crimenes espantosos-que eso se "pasaba" en tiempos del oscurantismo, pero ahora es una burla, no denunciarlos y hacer penitencia- laicos secularizados hasta la medula, fieles piadosos pero sin pastor etc. pero bendito Dios que es fiel a su promesa-estaré con ustedes hasta el último dia-amén
San Pablo nos dice que nos perdimos por la desobediencia y que hemos de volver a Dios por la obediencia. Salir de la propia voluntad para sujetarse día a día a la voluntad de Dios con la mediación de la Regla de vida y la autoridad del superior. Eso está en el alma de la vida religiosa.
Si falla la fe en el valor de la obediencia, la vida religiosa se extingue. Los superiores no mandan porque los religiosos no obedecen, como no sea en mero consenso dialogado. Y los religiosos no obedecen porque los superiores no mandan, y aguantan los mayores abusos. La Regla de vida libremente profesada no se obedece, se deja a un lado la observancia.
Y la vida religiosa se acaba, se extingue. No tiene sentido.
En el artículo (241) de mi blog desarrollaba hace unos días este tema.
Me gustaría saber vuestra opinión en este tema que nombro.
Sí. Así es. Pero va más allá de lo que muchas personas fuera de la vida religiosa se imaginan. Se imaginan el desmadre relativista moderno, mala teología, falta de hábitos, etc. Y es correcto.
Pero también puede disfrazarse tras la Suma de Teología, hábitos y latines. Yo pertenezco a un instituto donde hay todo eso. Pero falta la autoridad. Por autoridad no me refiero a la que puede tener un general sobre sus soldados, sino a la de un verdadero padre espiritual. La autoridad de un médico de almas que no manda por mandar, sino que manda el tratamiento adecuado. Eso que aquellos que acudían a los viejos padres del desierto pedían al decir: "Padre, una palabra de vida"(las demás clase de mandatos siempre existen, es imposible organizar algo sin ellos). Entonces puede haber Santo Tomás, latines y hábitos, pero estar cada religioso librado a la buena de Dios en su formación espiritual (más allá de la teoría que aprenda en la universidad), y sobrevive el que tiene especial aptitud para arreglárselas solo.
Como digo, más allá de los desórdenes gruesos, que todos se imaginan, hay problemas más difíciles de diagnosticar, que uno ve cuando está dentro.
Por qué se han llenado los monasterios y conventos de personas que han venido a mejorar de vida, cosa que no está mal. Qué ocurre cuando hay un montón de miembros viviendo en Europa, que han venido de otros sitios.
Por qué olvidamos que la M. Teresa de Calcuta, pide pagar como un estudiante hasta la profesión solemne. Quizás para evitar venir a medrar?
Por qué no se afrontan los problemas de las comunidades con energía.
Por qué no se pone orden a muchas situaciones de injusticia.
Me ha parecido mucho más de lo mismo, el que se fue tiene la culpa y no tenía vocación.
Para ese viaje no hacen falta alforjas.
Otro punto: estoy de acuerdo que hoy es mas dificil mandar que obedecer!!!
Ya no es de moda mandar...
demasiados buscan la vida religiosa para "sistemarse" organizarse, no son verdaderas vocaciones.
Y por ultimo: en que creen o cuanto creen los religiosos hoy? como se quieren? que ambiente hay en sus comedores???
Todos y cada uno de los miembros que conforman una comunidad religiosa tenemos un pasado, experiencias, ya sea asimiladas, aceptadas o todo lo contrario. Y es ahí donde surge la problemática que se convierte como en un globo de nieve que va cayendo y se va agrandando. Ante estas situaciones la comunidad debe (tiene la obligación) de apoyar a los miembros débiles (que se les suele llamar problemáticos.)
Cuando la Comunidad religiosa se convierte en “mercado” se destruye al más débil, al más insegur@ y termina saliéndose de la comunidad, es norma; no encuentra lo que buscaba.
La Comunidad también puede ser “secuestrada” por lidercill@s que les importa poco la formación religiosa de l@s aspirantes. Es por eso que se necesita una constante renovación en la vida consagrada. Agradezco su atención. Paz y bien.
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