El oso del Papa
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En la dedicación de la parroquia romana de San Corbiniano – una liturgia ejemplar por el cuidado y la participación de los fieles, entre los cuales muchísimos niños- estaban presentes tres sucesores del fundador de la diócesis de Freising: además de Joseph Ratzinger, hoy Papa con el nombre de Benedicto XVI, los cardenales Friedrich Wetter y Reinhard Marx. Un hecho excepcional, que el párroco subrayó en su caluroso saludo inicial.
En la homilía, el obispo de Roma, sucesor del primero de los apóstoles, improvisó una breve reflexión sobre este monje francés atraído por la vida contemplativa que llegó a Roma para fundar un monasterio. Pero aquí su vida cambió de modo inesperado: el Papa lo ordenó obispo para Baviera, donde la población “quería hacerse cristiana pero faltaba gente culta, faltaban sacerdotes para anunciar el Evangelio”.
Una opción, la de Gregorio II, que se reveló de universalidad – el santo, de hecho, “vincula Francia, Alemania, Roma”, subrayó el Papa – y al mismo tiempo de unidad: Corbiniano nos dice que “la Iglesia está fundado sobre Pedro” y que era la misma “como hoy”. Por una razón muy sencilla: Cristo es el mismo, “la Verdad, siempre antigua y siempre nueva, actualísima, presente, y abre la llave del futuro”.
Hablando a los fieles, Benedicto XVI hizo referencia al oso que quiso colocar en su escudo, episcopal y luego papal. Joseph Ratzinger había escrito de él por primera vez en el libro autográfico, tan pequeño como precioso, que publicó a sus setenta años y donde recogió sus recuerdos hasta la ordenación episcopal. Contando cómo al animal que había atacado al caballo de Corbiniano, en viaje a Roma, le fue impuesto por el monje llevar su carga, Ratzinger, siguiendo las huellas del predilecto Agustín, explicaba que aquel peso – el cargo episcopal de quien “tira el carro de Dios en este mundo” – fue impuesto a Corbiniano y al obispo africano, atraídos ambos por la contemplación y por el estudio. “Pero precisamente de este modo estoy cerca de Ti, te sirvo, Tú me tienes de la mano”, concluía el cardenal ya en Roma. Confiándose al único Señor, como hace cada día Benedicto XVI. Que sigue muy encariñado con su oso.
g.m.v.
(Editorial de L’Osservatore Romano, 21 de marzo de 2010)
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Fuente: L’Osservatore Romano
Traducción: La Buhardilla de Jerónimo
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