La admirable clarividencia de un gran Pontífice
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El 3 de septiembre de diez años atrás, Juan Pablo II presidía en Roma la beatificación de los papas Pío IX y Juan XXIII. Por este motivo, L’Osservatore Romano ha publicado hoy una entrevista sobre la figura del Beato Pío IX a Monseñor Walter Brandmüller, profesor de Historia de la Iglesia medieval y moderna en la universidad de Augusta (1970-1997) y presidente del Pontificio Comité de Ciencias Históricas desde 1998 hasta el año pasado. Ofrecemos nuestra traducción en lengua española.
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Comencemos por las cuestiones políticas cruciales que Pío IX tuvo que enfrentar durante el pontificado: ¿cómo leer sus opciones, en particular frente al Risorgimento, a la revolución de 1848 y a la cuestión de la unificación italiana?
Más que comenzar, yo diría que ya habría que cerrar este discurso. Comprendo la sensibilidad de una cierta historiografía hacia estas temáticas, que tanta importancia han tenido para Italia. Pero al juzgar a un Papa nos movemos en un nivel mucho más alto, esencialmente religioso. Por eso no es posible entender verdaderamente a Pío IX leyendo su persona y su acción en clave política, sobre todo italiana. Prescindamos, por lo tanto, de esta visión demasiado reduccionista. En primer lugar, un Pontífice es maestro y pastor de la Iglesia de Cristo. Y es en esta perspectiva que se explica la actitud de Mastai Ferretti, también durante la primera guerra de independencia italiana y frente al movimiento del Risorgimento.
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¿Y el mito del Papa liberal?
Conviene dejar de lado estas simplificaciones que no son capaces de reconstruir una personalidad compleja e importante como la de Pío IX. Que fue visto indudablemente también bajo esta luz, y no sin alguna razón. Aunque eran excesivas, además de interesadas, las manifestaciones de entusiasmo republicano suscitadas por la actitud de apertura del futuro Pontífice en los años de su episcopado en Spoleto y luego en Imola.
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Sin embargo, no se puede negar que su acción ha tenido un fuerte valor político en aquel tumultuoso momento histórico.
Ciertamente, pero en el Papa siempre prevalecieron la dimensión auténticamente pastoral y las motivaciones religiosas de sus opciones. Bajo este perfil, es realmente impresionante su magisterio. Y es admirable, sobre todo, la sensibilidad con la cual él reacciona frente a las corrientes intelectuales que se estaban difundiendo. Estamos tan sólo a medio siglo de la revolución francesa y los creyentes han de hacer frente a su insidioso legado. Y bien, ya en la primera encíclica, la Qui pluribus, de 1846, el Papa Mastai afronta una cuestión fundamental y, por tanto, decisiva para el futuro del catolicismo: la relación entre fe y razón.
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Tema hoy particularmente importante para Benedicto XVI.
Así es. No olvidemos que Pío IX dedica a la cuestión una serie de documentos – de los cuales normalmente no se habla – con el fin de defender la verdad católica de los dos extremismos opuestos: el racionalismo, que absolutizaba la razón, y el así llamado tradicionalismo, que la subvaloraba. En aquellos textos, el Pontífice pone en evidencia la necesidad de conjugar fe y razón en un conjunto armonioso según la tradición católica: una doctrina repropuesta en 1870 con la Dei Filius del concilio Vaticano I. No es difícil ver los puntos de contacto con Benedicto XVI, que desde el inicio de su pontificado está profundizando este tema precisamente para responder a los desafíos planteados por el debate cultural y por los fermentos intelectuales de nuestra época. En este sentido, no podemos dejar de admirar la clarividencia de Mastai Ferretti.
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Que ha pasado a la historia, sin embargo, como el Papa del Syllabus.
También aquí es necesario despejar el campo de los equívocos, generados sobre todo por la ignorancia o por el escaso conocimiento de los textos. El Syllabus de Pío IX denuncia todas las formas ideológicas, políticas y sociales de violación de la fe católica y de los derechos de la Iglesia: en sustancia, condena aquellos errores de los que surgirían luego las grandes tragedias del siglo XX. Por lo tanto, no son fundadas la agitación y la hostilidad frente a ese documento, a menudo juzgado – entonces y también hoy – a priori, tal vez sin siquiera haberlo leído.
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Sin embargo, generalmente se lo considera una condena de la libertad de pensamiento y del progreso.
Yo no conozco ninguna afirmación del Syllabus que contradiga el concilio Vaticano II. La cuestión es otra. Se trata de conocer y de leer correctamente un documento magisterial: leerlo, quiero decir, con los ojos del historiador y del teólogo. Hay reglas precisas, basadas en la lógica más elemental, que deben seguirse para interpretar en su intención este texto.
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¿El mismo discurso vale para el concilio Vaticano I, abierto en 1869?
Sin duda. Basta considerar las dos constituciones dogmáticas aprobadas en 1870: la Dei Filius, dedicada precisamente a la relación entre fe y razón, y la Pastor Aeternus, sobre el primado y la infalibilidad del Romano Pontífice. En mi opinión, la primera reviste una importancia incluso mayor que la segunda, porque en ella se afronta directamente la cuestión de las ideologías y de los movimientos que inquietaban el panorama intelectual y exigían una respuesta también en el plano teológico. Para el futuro de la Iglesia esto era un paso fundamental. Por otra parte, debe decirse que la Dei Filius no ha podido evitar el nacimiento del modernismo. Pero considero que esto ha sido favorecido, de hecho, por la fallida recepción de la enseñanza de Pío IX por parte de la teología de la época.
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El pontificado de Mastai Ferretti ha dado un notable impulso a la piedad y a la vida espiritual del pueblo de Dios. ¿Qué ha representado, en este sentido, el dogma de la Inmaculada Concepción?
Más allá del significado doctrinal de aquella definición – basada en una consulta al episcopado a nivel mundial – debe subrayarse su valor espiritual. Demuestra, sobre todo, la gran sensibilidad de Pío IX hacia la realidad sobrenatural de la fe, en particular respecto a la cuestión del pecado y de la gracia. Un tema que considero de gran actualidad porque la misma conciencia falta a muchísimos hombres de nuestro tiempo y a los mismos cristianos: no por casualidad, éste es otro de los temas que es particularmente importante para Benedicto XVI.
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¿En esta dirección se encuentra también el esfuerzo de renovación y de promoción de la vida consagrada emprendido por Pío IX?
Se trata de un aspecto absolutamente singular de su pontificado. En 32 años, el Papa Mastai Ferretti aprobó canónicamente 160 órdenes religiosas, muchas de las cuales femeninas y misioneras. Un dato sorprendente si se considera, además, que varias comunidades surgieron precisamente en Francia, donde la revolución había arrasado con todo. Y esto confirma que buena parte de la cosecha del pontificado de Pío IX ha sido recogida después de su muerte. Como continúa siendo recogida actualmente.
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Fuente: L’Osservatore Romano
Traducción: La Buhardilla de Jerónimo
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