Llamamiento al Santo Padre
Nos hacemos eco del importante “Llamamiento al Papa Benedicto XVI para volver a un Arte sacro auténticamente católico”, una iniciativa en cuya elaboración han participado algunos reconocidos eclesiásticos y que ha sido firmada por varios laicos, de diversas profesiones.
Ofrecemos, a continuación, la parte introductoria del texto y el Llamamiento con el cual se concluye. Para leer la totalidad del texto, que consta de 7 breves capítulos, puede descargarse aquí el documento completo, cuya lectura recomendamos muy especialmente.
Para adherir a este Llamamiento, debe enviarse un email a [email protected], indicando el nombre, apellido, lugar de residencia y profesión. Los nombres de los firmantes se podrán consultar públicamente en este sitio.
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Llamamiento a Su Santidad, el Papa Benedicto XVI, para volver a un Arte sacro auténticamente católico
Iglesia y arte
a. Beatísimo Padre, desde hace muchos años la Iglesia Católica experimenta, “con gran turbación, confusión y perplejidad de sus fieles” en palabras de su venerado predecesor Juan Pablo II, una nueva época –muy opuesta a las precedentes– en su bimilenaria y armoniosa relación con todas las musas del Arte. Una nueva época marcada por la rebelión y el desprecio del arte contemporáneo hacia “las formas vivas o las formas de los seres vivos” según la definición de Ortega y Gasset; es decir, de desprecio hacia el realismo figurativo que durante milenios ha caracterizado el deseo de los diferentes lenguajes artísticos de ilustrar con riqueza, armonía y esplendor todas la realidades invisibles, para dar un lugar digno a la Hostia consagrada.
b. La vía para la recuperación de una buena relación entre el arte y la Iglesia Católica ya fue indicada en 1964 por Su Santidad el Papa Pablo VI, en el memorable “Discurso a los artistas”, del que Usted quiere ahora, con su gesto paterno, indicar la relevancia. Su amado predecesor indicaba por aquel entonces los siguientes puntos para el relanzamiento de un “pacto” entre los artistas y la Iglesia:
I. “Si queremos dar, volvemos a decir, autenticidad y plenitud al momento artístico religioso, a la Misa, es necesaria su preparación, su catequesis. En otras palabras, es necesario hacerla tomar o acompañar por la instrucción religiosa. No es lícito inventar una religión, hace falta saber qué ha sucedido entre Dios y el hombre, cómo Dios ha decretado algunas relaciones religiosas que hay que conocer para no volverse ridículo, balbuciente o aberrante. Es necesario estar instruidos. Y Nos pensamos que en el ámbito de la “Misa del artista”, aquellos que quieran manifestarse como verdaderos artistas, no tendrán dificultad en asumir esta sistemática, paciente y tan benéfica y provechosa información.
II. “Existe además una necesidad del laboratorio, esto es, de la técnica para hacer bien las cosas. Y aquí cedemos la palabra a vosotros, que diréis qué es necesario para que la expresión artística que hay que dar en estos momentos religiosos tenga toda su riqueza de expresividad de modos y de instrumentos, y si es precisa también la novedad”.
III. “Añadiremos, por último, que no basta con la catequesis ni con el laboratorio. Es necesaria la característica indispensable del momento religioso: la sinceridad. No se trata sólo de arte, sino de espiritualidad. Hace falta entrar en la celda interior de uno mismo y dar al momento religioso, artísticamente vivido, eso que aquí se expresa: una personalidad, una voz cavada en la profundidad del ánimo, una forma que se distingue de cualquier disfraz de escenario, de cualquier representación puramente exterior; es el Yo que se encuentra en su síntesis más plena y quizá más fatigosa, pero también más gozosa. Es preciso que aquí la religión sea verdaderamente espiritual, y entonces sucederá para vosotros aquello que la fiesta de hoy, la Ascensión, nos hace contemplar. Cuando uno entra en sí mismo para encontrar todas estas energías y dar la escalada al cielo –en ese cielo donde Cristo se ha refugiado– nos sentimos, en un primer momento, inmensamente, infinitamente lejanos”.
c. Santidad, cuarenta y cinco años después de aquellas palabras, los resultados son modestos, por no decir decepcionantes. Vemos crecer día a día edificios sagrados despojados de lo sacro y construidos sin ningún conocimiento de la liturgia, sino modelados sobre el funcionalismo o sobre el antojo irreflexivo y arbitrario del arquitecto creador. Vemos que en nuestras iglesias abundan imágenes y simbolismos como mucho genéricamente “religiosos”, pero que no ilustran ninguna realidad genuinamente católica o, aún peor, que distorsionan la verdad suma de la Encarnación. Vemos nuestros sagrados Leccionarios rebosar de pueriles y deformes dibujos que parecen una digna introducción a aquellas celebraciones que Vuestra Santidad, cuando era cardenal, había ya estigmatizado como “liturgias degeneradas en show” (“Prefacio” a La reforma de la liturgia romana, de Klaus Gamber), que pueden devastar y ridiculizar las propias capacidades de las musas del Arte de significar e ilustrar las cosas de Dios. Y escuchamos cada vez más melodías y cantos que, por su carácter prosaico, no tienen ya nada que ver con la solemne tradición de la melopeya Gregoriana. En resumen, el arte y la arquitectura sacras no parecen favorecer hoy el encuentro dulce y vivificante con el único Dios verdadero, sino más bien obstaculizarlo y pervertirlo constantemente.
I. Las causas de la situación actual
II. Las referencias teológicas
III. El encargo
IV. Los artistas
V. El Espacio Sagrado
VI. Música sacra y Cántico litúrgico
VII. Adecuación litúrgica y “Naodomia”
Llamamiento
Por todas las razones aquí expuestas, con la seguridad de recibir de Su Santidad la escucha paterna y por ello la atención misericordiosa del Vicario de Cristo, os suplicamos, Beatísimo Padre, que queráis leer en este nuestro sincero llamamiento la más apremiante preocupación por las terribles condiciones en las que se encuentran hoy todas las artes que han acompañado siempre la sagrada liturgia; además de una modesta, humildísima petición de auxilio a Su Santidad para que el arte y arquitectura sacras puedan volver a ser y a mostrarse verdadera y profundamente católicas; para que así las multitudes de fieles –también los más sencillos e ignorantes– puedan volver a asombrarse y a deleitarse con esta noble y penetrante belleza aún y siempre presente en la casa del Señor, y de ella volver a guardar en el corazón las más altas y nuevas enseñanzas; para que en definitiva la Iglesia pueda revelarse – también en esta era de mundanas, irracionales y deseducativas barbaries– la única verdadera, concienzuda y atenta promotora y custodia de un arte nuevo y verdaderamente “original”, en condiciones hoy también –como siempre ha aflorado en tiempos precedentes– de retomar el vigor de la antigüedad, de su ínclito y eterno Origen, es decir, del sentido más íntimo de la Belleza que resplandece en la Verdad de Cristo.
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