Hace unos quince años, en un monasterio benedictino de Chile donde estaba yo dando Ejercicios, conocí a un joven médico psiquiatra uruguayo, el Dr. Verdier, de buena experiencia clínica y docente, hoy académico de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Y me comentó entonces su interés en hacer una extensa recopilación del Magisterio apostólico acerca de la Psicología y la Psiquiatría. Yo le animé cuanto pude, pues realmente hay una necesidad muy grave y urgente de iluminar el mundo de la psicología con la visión verdaderamente cristiana del hombre, y del hombre enfermo en su mente o en su ánimo.
Y hace poco, felizmente, en la colección normal de la BAC, se publicaba la obra de Pablo Verdier Mazzara (ed.), Psicología y psiquiatría. Textos del Magisterio pontificio (Madrid 2011, 372 páginas). Bendigamos al Señor. Pocos campos mentales están tan mundanizados como el de la psiquiatría. Cuando los sacerdotes hallamos en la dirección espiritual alguna persona que está recibiendo atención psiquiátrica, cuántas veces comprobamos que, aun siendo competente y católico el profesional que le atiende, le está dando orientaciones difícilmente conciliables con la doctrina y la moral de la Iglesia. Es decir, le está haciendo daño. O no les está haciendo el bien que debería hacerle. Hallar un psicólogo o un psiquiatra que esté bien preparado en su ciencia y que posea una formación doctrinal católica profunda y firme es una gracia de Dios muy grande. Y poco frecuente.
Permítanme que, al paso, haga un recuerdo muy agradecido al médico psiquiatra toledano Dr. Rafael Sancho de San Román, que tantas veces nos ayudó a Don José Rivera (+1991), a mí, y a tantos otros, en la atención de personas con dolencias diversas en su ánimo. Un buen psiquiatra católico es algo que hoy no tiene precio. Tanto el mundo secular, como también el mundo de la Iglesia, aunque en grados y modos diversos, están hoy tan trastornados que con relativa frecuencia se encuentran entre los increyentes y también entre los católicos —sacerdotes y religiosos, solteros y casados, jóvenes, adultos y ancianos—, que tienen dolencias psicológicas a veces muy penosas y duraderas, y que requieren una buena atención del psiquiatra, y si es el caso, también del sacerdote. ¡Pero tanto el uno como el otro han de tener una doctrina verdadera y profundamente católica! De otro modo más que ayudar al paciente lo que harán es complicarlo y hundirlo más.
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