¿Hacia qué nos enfrentamos los católicos? El arzobispo de Filadelfia nos da su visión
Charles J. Chaputt, el arzobispo de Filadelfia, suele decir cosas interesantes. En esta ocasión ha aprovechado una reunión con sus sacerdotes para lanzar un diagnóstico de la situación que viven los católicos en su diócesis y el futuro que les aguarda que creo que no se aleja mucho de nuestro panorama.
Empieza Chaputt explicando los resultados de un estudio sociológico sobre los católicos de Pennsylvania y su relación con la Iglesia. Los resultados no son malos, al contrario, lo cual es muy meritorio en una diócesis especialmente golpeada por los abusos sexuales y los escándalos de dinero. No obstante, señala el arzobispo, hay algo que sí resulta preocupante: el envejecimiento de los católicos, la poca incidencia de la Iglesia entre los “millenials” (nacidos durante las décadas de los 80 y 90). Y llega a la siguiente constatación:
“La Iglesia de la infancia de la mayoría de los sacerdotes estadounidenses - la vida parroquial de la que en su momento nos enamoramos todos – se está acabando. Y no va a volver, al menos no durante nuestras vidas. La cultura estadounidense ha cambiado drásticamente en los años transcurridos desde la ordenación de la mayoría de mis hermanos sacerdotes”.
¿Qué hacer entonces?

Las descalificaciones que los partidarios del matrimonio (sin adjetivar, matrimonio, según la RAE “unión de hombre y mujer concertada mediante determinados ritos o formalidades legales”) en Irlanda han recibido me han hecho pensar en el creciente clima de intolerancia hacia los que nos aferramos al significado de las palabras.
La revista Cristiandad ha dedicado su número del mes de abril a la figura de San Juan Bosco en el segundo centenario de su nacimiento. Es un número especialmente recomendable, ahora que la educación católica parece, en muchos casos, haber perdido el rumbo. Como hace notar la
Leo un importante artículo del periodista italiano Ricardo Cascioli en La nuova bussola quotidiana y llego a la conclusión de que tenemos que rezar más, mucho más, y confiar en que el Señor, como nos prometió, no nos abandonará ante la avalancha de estulticia que amenaza con ahogarnos.





