Porqué resucitar a las diaconisas no es una buena idea
No he escrito nada sobre el Sínodo de las Familias que se está desarrollando estos días en Roma. No creo que lo que pudiera escribir consiguiera tener el más mínimo impacto positivo en los asistentes al Sínodo, así que me estoy dedicando a rezar, que me parece una estrategia mucho más eficaz. No me evita unos sustos de muerte, pero al menos alimenta mi esperanza.
Pero sí quiero detenerme un momento en la argumentación que Dwight Longenecker ha escrito a propósito de la sugerencia del arzobispo Paul-Andre Durocher de Gatineau, en el Quebec, a favor de la ordenación de mujeres diaconisas. Lo que ha escrito Longenecker en Crux me ha hecho bien, me ha enseñado y lo ha hecho con argumentos sólidos y razonados.


En su libro Histoire du Citoyen, Jean de Viguerie hace un repaso a los primeros pasos de la Revolución Francesa desde el punto de vista de la aparición de un nuevo tipo de hombre, a imagen y semejanza de la utopía roussoniana, que ha hecho “entrega absoluta de su persona a la generalidad”, como escribía Josep Saige en su Catéchisme du citoyen, aparecido en 1788.
Hace ya casi un año 




