24.03.20

Gracias, sacerdotes

El Papa lo dijo en el Ángelus del 15 de marzo, cuando afirmó que «en este tiempo de pandemia no se puede ser como don Abundio», el sacerdote miedoso y pusilánime de la novela Los Novios de Alejandro Manzoni. Una referencia que no necesita de mayores explicaciones para un italiano pero que quizás no sea tan conocida entre nosotros.

Los Novios transcurre durante la peste milanesa de 1630 y es un clásico de las letras italianas que narra diferentes episodios en torno a las aventuras y desventuras de dos prometidos, Lucia y Renzo, que no se pueden casar por culpa de que el señor del lugar, Don Rodrigo, lo impide pues quiere a Lucía para sí. Aquí el papel de don Abundio, el párroco del pueblo de Renzo y Lucía, juega un triste papel, al plegarse a los deseos de Don Rodrigo y negarse a casar a los dos jóvenes. Don Abundio en realidad es un sacerdote que, en palabras de Angelo Paratico, «se ha hecho sacerdote por cálculo y no por vocación, sirve a Dios pero no lo adora y sobre todo no cree en las promesas de vida futura ofrecidas por su religión». De ahí su miedo paralizante, del que no se libra hasta que constata que Don Rodrigo ha fallecido.

Don Abundio, es cierto, es el tipo de sacerdote que suelen reflejar los medios… en el mejor de los casos. Interesado, miedoso, alguien que usa la religión para vivir cómodamente. Podía ser peor, al menos no abusa de nadie, como algunos medios de comunicación nos suelen presentar al sacerdote medio.

Ciertamente Manzoni no deja muy bien la figura del párroco, algo que muchos católicos, entre ellos san Juan Bosco, le echaron en cara. Aunque existieron y existen «don Abundios», el personaje no refleja la realidad de muchísimos párrocos de pueblo, a quienes Guareschi hizo justicia creando a Don Camilo.

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17.03.20

La Eucaristía a la luz de la tradición hebrea

Es difícil ponerse a escribir estos días sobre algo diferente al coronavirus. La pandemia y sus efectos absorben nuestra atención, nuestras conversaciones, nuestras preocupaciones, de tal modo que todo lo demás parece secundario. Por mucho que intentemos mantener el máximo posible de normalidad nuestra vida pivota ahora sobre el coronavirus y, en el mejor de los casos, sobre la oración, tras redescubrir nuestra vulnerabilidad y que el único puerto seguro es Dios todopoderoso.

Pero intentaré escribir algo que pienso que puede hacer bien en estos momentos (al menos a mí me lo ha hecho) a propósito de una reciente lectura. El libro al que me voy a referir es obra de Judith Cabaud y se titula La tradition hébarïque dans l’Eucharistie. Basándose en las transcripciones de una serie de charlas impartidas por Eugenio Zolli (el antiguo gran abino de Roma) durante el año 1953 en la Universidad de Notre Dame, Cabaud nos recuerda que la institución de la Eucaristía, la Última Cena, se desarrolla en el marco de la Pascua judía y, por lo tanto, conocer bien la Pascua judía es una magnífica manera de profundizar en la Eucaristía.

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9.03.20

Bernanos: la libertad, ¿para qué?

Bernanos está de moda. Entiéndase, no es que las conversaciones en el autobús versen sobre el escritor francés (no hay espacio para casi nada más que para el coronavirus), pero últimamente se han publicado en español varios de sus libros, lo que me imagino obedece a que hay un grupito de lectores ávidos por leer a Bernanos.

No es de extrañar. En tiempos de corrección política y de discursos planos, la voz atronadora de Bernanos resuena con una fuerza que casi parecía olvidada. En la última obra de Bernanos publicada por Ediciones Encuentro, La libertad, ¿para qué?, Bernanos se nos presenta como digno sucesor de León Bloy, lanzando invectivas a diestro y siniestro, sin dejar títere con cabeza. Y no se trata solo de los previsibles, que también, es que no se salva nadie: ni la Resistencia, ni los democratacristianos, que «chapotean en cada charco y ponen cara de haber perdido algo para obtener de los camaradas marxistas el ñermiso de volver a buscarlo». Ni siquiera se salva la sacrosanta Revolución Francesa (de la que, por cierto, Bernanos hace una original y, en ocasiones difícil de sostener, interpretación), como cuando escribe que «al decretar el reclutamiento obligatorio, la Convención nacional traicionó la civilización e inauguró el mundo totalitario».

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28.02.20

¿Edad Media terraplanista? Todo es mentira

Estos días nos llegaba la siguiente noticia: «Mike Hughes muere al estrellarse el cohete en el que se lanzó al espacio para probar que «la Tierra es plana». El estadounidense Mike Hughes falleció en la caída del proyectil, que alcanzó el kilómetro y medio de altura para intentar probar con imágenes del horizonte que el planeta es plano».

Más allá de la tragedia, muchos medios han aprovechado para mofarse de esa ridícula idea medieval que gracias al progreso y la ilustración hace tiempo que hemos superado.

Sólo que lo de que la Tierra es plana no tiene nada de medieval.

De hecho, en la Edad Media se conocía perfectamente el pensamiento del astrónomo Ptolomeo, del siglo II d.C., que sostenía que la Tierra era una esfera situada en el centro del universo.

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24.02.20

Corazón Ardiente: vayan al cine y rápido

Este sábado he tenido la suerte de ver Corazón Ardiente, la película sobre el Sagrado Corazón de Jesús que se acaba de estrenar en nuestras pantallas. No soy muy entusiasta de las películas religiosas, a menudo bienintencionadas pero con grandes carencias. No es el caso: Corazón Ardiente funciona muy bien y se ve con interés.

La película combina una trama de ficción que da pie a introducir un documental mientras la protagonista investiga sobre el Sagrado Corazón para su próximo libro. La parte de ficción, basada en hechos reales, fluye bien y mantiene un buen ritmo en todo momento, destacando la interpretación de la mexicana Karyme Lozano. Pero el plato fuerte es la parte documental, que nos ofrece un recorrido por la historia de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, una lograda síntesis que incluye lo esencial.

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