Las palabras del Papa sobre el terrorismo islámico en el avión de regreso de la JMJ, unas declaraciones que expresan sus opiniones personales sobre un tema complejo y que no suponen ninguna enseñanza magisterial, han llamado la atención de muchos.
En primer lugar llama la atención el esfuerzo, mejor o peor fundado, del Papa por no agravar la delicada situación que vivimos, por rebajar la tensión, por intentar no quebrar aún más el precario equilibrio en que se debate el mundo. La aportación del Papa en favor de la paz es pues meritoria y de gran importancia.
Pero también llama poderosamente la atención la equiparación que hace entre “violencia islámica” y “violencia católica". En sus propias palabras: “todos los días cuando leo los diarios, veo violencia, aquí en Italia, alguien que mata a la novia, otro que mata a la suegra. Y estos son católicos bautizados, son católicos violentos”. Y añadió que si habla “de violencia islámica, debo hablar de violencia católica y no, los islámicos no todos son violentos, no todos los católicos son violentos”.
Una de las trampas retóricas que se utiliza, por ejemplo, en los debates políticos es tomar un concepto del adversario y cambiarle el sentido para así poder ridiculizarlo y dejarlo en evidencia. Suele ser bastante eficaz… pero no deja de ser una trampa. Algo similar ocurre en esta equiparación: nadie emplea el término “violencia islámica” en el sentido de “actos violentos perpetrados por musulmanes"; el término se usa para significar “actos violentos motivados por lo que enseña el Islam” (el Corán, sus suras, los hadiths…).
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