La actual proliferación de tatuajes de todo tipo merece que nos detengamos por un momento. No esperen ustedes ningún tratado sobre el asunto, me limitaré a compartir algunas reflexiones al respecto.
El tatuaje tiene una larga historia y siempre se había asociado a la pertenencia a determinados colectivos: una tribu, una organización militar, un grupo criminal. Los tatuajes de las maras centroamericanas o de la yakuza japonesa son de este estilo y están perfectamente codificados, unos códigos que dan abundante información sobre quien los porta.
Pero los tatuajes del vecino, del camarero que nos atiende, del cantante que escuchamos, son otra cosa. Pura creatividad, sin códigos establecidos: cada uno se tatúa caprichosamente lo que desea. Se trata, confiesan, de expresar su personalidad, mostrar en la piel su identidad, quiénes son. Leía a Mark S. Milburn, quien escribía sobre este tema una apreciación que me parece relevante: los tatuajes nunca son irónicos ni sutiles, sino que pretenden ser didácticos; enseñarnos lo que realmente es quién los porta.
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