Covadonga 2024, reflexiones sobre continuidad y ruptura
Han pasado ya unas semanas desde la peregrinación de Nuestra Señora de la Cristiandad desde Oviedo a Covadonga, en la que ha sido su cuarta edición. Como en anteriores ocasiones fueron unos días de gran gozo, compartidos con el gran regalo que es el capítulo de Santa Eulalia: muchísimos jóvenes congregados en torno a la Virgen (la peregrinación sigue creciendo), reencuentros con antiguos y queridísimos amigos, bastantes kilómetros (que aún resisto) y la centralidad de la Santa Misa, cuidadísima y vivida con enorme devoción. Ya han aparecido diversas crónicas que recogen fidedignamente lo que vivimos quienes tuvimos la dicha de participar este año, así como el vídeo, muy emocionante y recomendable. Un año más he podido constatar cómo la misa tradicional sigue atrayendo a numerosos jóvenes que, en un mundo donde impera lo horizontal, que también se ha infiltrado en la misma Iglesia, descubren la fuerza de lo sagrado.
Este año los días previos a la peregrinación se vieron marcados por las noticias relativas a la posibilidad de restringir aún más la misa tradicional y por la triste y sorpresiva prohibición de celebrar misa en el santuario de Covadonga, durante la conclusión de la peregrinación. Es algo que resulta difícil de entender. ¿Cómo explicar que los cientos de jóvenes de todo tipo que seguían devotamente la misma misa que ha alimentado a generaciones y generaciones de fieles y santos están participando ahora en una celebración que se restringe o prohíbe como si fuera algo peligroso que sólo en circunstancias muy excepcionales se puede tolerar? Citando al P. Gabriel Díaz Patri, «un Rito que fue camino seguro de santidad durante siglos no puede convertirse repentinamente en una amenaza, si la fe que en él se expresa sigue siendo considerada válida». Por otro lado, este clima no deja de ser una inconsistencia absoluta con lo que escribía Benedicto XVI al respecto: «es lícito celebrar el Sacrificio de la Misa según la edición típica del Misal Romano promulgado por el beato Juan XXIII en 1962, que nunca se ha abrogado, como forma extraordinaria de la Liturgia de la Iglesia».
Creo que la clave para entender el motivo de estas restricciones puede vislumbrarse en esa dicotomía de la que hablaba Benedicto XVI cuando contraponía «hermenéutica de la continuidad» y «hermenéutica de la ruptura». La cita anterior del P. Díaz Patri acababa con una coletilla: «si la fe que en él se expresa sigue siendo considerada válida». De allí se sigue que lo que antes la Iglesia creía que era la Misa no puede no creerlo ahora. Y añadía Díaz Patri: «Por eso, para ser legítimos ambos Misales, deben ser ambos «expresiones validas de la misma fe católica» y de ningún modo podrían presentarse como reflejo de visiones opuestas -y menos aún inconciliables- acerca de la acción litúrgica. Quien confíe en la rectitud doctrinal y el valor litúrgico del Misal utilizado ordinariamente, no debería temer su coexistencia con el uso recibido a través de los siglos, al contrario, debería confiar en que esta coexistencia pondrá de relieve una identidad doctrinal. Es precisamente esta defensa de la continuidad la que nos permite comprender que el Papa insista en que la duplicidad de Misales se debe explicar como «dos expresiones de la Lex orandi» que no pueden sino corresponder a una única «Lex Credendi», dentro del marco disciplinar del rito romano; procurando así evitar que se produzca el fenómeno inaudito de la existencia de dos «ritos» de la Misa fundados en principios distintos».
Pero esto, que es así, es negado (abiertamente o con disimulo) por quienes consideran que hay que construir una nueva Iglesia basada en un nuevo paradigma. Para ellos, la misa tradicional, testimonio vivo de la continuidad de la Iglesia a lo largo de los siglos, se les hace insoportable, una rémora que nos conecta con toda la Tradición de la Iglesia desde tiempos apostólicos e impide el florecer de esta «nueva Iglesia» hecha, más que a su gusto, al gusto del mundo, según los criterios del Espíritu del tiempo (por mucho que se empeñen en llamarlo Espíritu a secas, como para confundirlo con el Espíritu Santo). En el fondo creen que «la fe que en él se expresa» ya no puede seguir siendo considerada válida. Es la hermenéutica de la ruptura, abriendo paso a una «Iglesia nueva» que rompe con un pasado considerado superado.
Se trata de algo que ya vio con claridad Joseph Ratzinger y que explica en el capítulo XII de sus memorias, cuando hablando de la época de la reforma litúrgica, confiesa lo siguiente: «yo estaba perplejo ante la prohibición del Misal antiguo porque jamás había ocurrido una cosa semejante en la historia de la liturgia… La imposición de la prohibición de este Misal que se había desarrollado a lo largo de los siglos desde el tiempo de los sacramentarios de la Iglesia antigua comportó una ruptura en la historia de la liturgia cuyas consecuencias sólo podían ser trágicas». De ahí sus esfuerzos para sanar esta inédita ruptura.
Lo cierto es que, durante la peregrinación a Covadonga, a pesar de esos negros nubarrones, vi mucha alegría, mucho gozo y mucha devoción a la Santa Misa. En realidad, lo que vi en los peregrinos, como en otros años, no fue inconsciencia, sino, desde una profunda conciencia del tiempo y las pruebas que vivimos, una sobrenaturalización que hacen realidad las palabras con las que el arzobispo de Oviedo bendecía la peregrinación en su catedral el día de la partida:
«Siempre merodearán en torno a nosotros estos retos que pone a prueba la consistencia de nuestra fe, la fortaleza de nuestra esperanza, la delicadeza de nuestra caridad… Como la Virgen de Covadonga, guardad en vuestro corazón lo que a veces no se entiende, permaneced al pie de cada cruz con la serena certeza de que Él sabe de quién se ha fiado… No os desaniméis por contrariedades de cálculos mundanos que pasarán como pasan sus promotores, que no viven ni entienden el tiempo de Dios, ni os descorazonéis por pruebas en las que vuestra pertenencia filial a la Santa Madre Iglesia se hace difícil o incluso heroica. Los santos nos enseñan su canto de fidelidad cuando los truenos y tormentas parecen acechar nuestro camino sembrando inquietud en el corazón… No tengáis miedo de los que no pueden tocar vuestra alma, aunque dejen cicatrices pasajeras en vuestro cuerpo. La inmensa tradición cristiana y el precioso legado de un patrimonio espiritual, doctrinal y magisterial que hemos heredado de pastores santos y de doctores sabios, nos permite permanecer con paz, agradeciendo tantas cosas bellas y verdaderas que la Iglesia nos dona».
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