Newman y el papel de los sentimientos en la vida cristiana

Imagen: Matt Botsford | Unsplash.com

No vamos a descubrir a Newman a estas alturas. Pero sí podemos insistir en el valor de sus escritos, siempre orientadores y capaces de arrojar luz donde menos te lo esperas.

Es lo que me sucedió al leer sus Sermones parroquiales, correspondientes a su época anglicana. Allí hay uno, titulado «El valor de los sentimientos en la vida cristiana» y que data del 3 de julio de 1831 que me parece que es de una inesperada actualidad.

Si hace casi dos siglos el peligro del emotivismo ya acechaba a muchos buenos cristianos, hoy en día ese riesgo es el aire que respiramos. Por eso las advertencias de Newman, que se dirige a un cristiano que ha experimentado un impacto emocional de tipo religioso que lo he enfervorizado, son tan útiles ahora como en 1831 (y quizás más necesarias).

Recomienda Newman: «Haz uso de lo emocional mientras te dura, porque las emociones no esperan a nadie. ¿Sientes compasión cuando ocurre algo que apela a tu caridad? ¿O el impulso generoso y audaz de sacrificarte por los demás? Cualesquiera que sean tus sentimientos, estos u otros, no pienses que los tendrás siempre. Te aproveches de ellos o no, irás sintiéndolos cada vez menos y, a medida que la vida pase, terminarás por no sentir en absoluto esas ardientes y repentinas emociones».

Los sentimientos, pues, son mudables. Hay que aprovecharlos, pero sabiendo que pueden esfumarse en cualquier momento. Y sobre todo fundar nuestra vida espiritual en algo más sólido.

Así describe Newman a quienes lo basan todo en lo emotivo: «Creen que ser religioso es sentir estas agitaciones interiores y se entregan a sus cálidos sentimientos por ellos mismos, y se confían en ellos, porque creen que están empeñados en algún ejercicio propiamente religioso y se jactan de sus sentimientos como una prueba de su estado espiritual. Pero no los usan, que es lo único que deberían hacer, como un estímulo para actos concretos de amor, misericordia, verdad, mansedumbre, santidad. Después de disfrutar de este lujo durante algún tiempo, la excitación, claro, decae; ya no se sienten como antes.

Caen porque no tienen raíces. Como no han sabido convertir sus sentimientos en principios, actuando sobre ellos, carecen de fuerza interior para vencer la tentación de vivir mundanamente, que les asalta de continuo. Su espíritu se ha agitado como el viento mueve el mar, levantando olas en un momento dado, pero luego cesa y el agua vuelve a su primera inmovilidad.

Desdeñan la sencilla obediencia a Dios, como si fuera una moral poco ilustrada, así la llaman, y buscan esos fuertes excitativos que les han enseñado a considerar como la esencia de lo religioso y que ya no pueden provocar por sí mismos. Recurren a nuevas doctrinas, o van detrás de extraños maestros, todo para seguir soñando con su devoción artificial y para no caer en la cuenta de que los sentimientos y las pasiones son algo que nosotros no podemos provocar».

Como adictos a las emociones, buscan siempre nuevas y más intensas emociones que los vuelvan a electrificar espiritualmente… hasta que ya no las encuentran y entonces, como no habían edificado nada sólido, son derrotados por la mundanidad.

Nótese que Newman no desdeña los sentimientos, al contrario, anima a usarlos como «estímulo para actos concretos de amor, misericordia, verdad, mansedumbre, santidad». Pero es muy consciente de que vienen y van y de que si nos quedamos sólo en ellos, nos servirán, tras la agitación momentánea, de mayor o menor duración, de bastante poco.

Reflexiones, me parece, que deberían ser consideradas por tantísimos hoy en día.

 

1 comentario

  
Birlibirloque
Buenísimo.
Y sí, es Newman.
05/07/24 4:16 AM

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