Scott Hahn sobre cremaciones y abstinencias
He leído estos días el último libro de Scott Hahn, La esperanza de morir (tranquilos, en el subtítulo se aclara: «el sentido cristiano de la muerte y resurrección del cuerpo»). Es un libro muy del estilo del autor: ordenado, sabe hacia dónde va, sólido y de lectura fácil.
Uno de los temas que aborda Hahn es del auge de la incineración entre los católicos. Es cierto, y lo explica muy bien, que los cristianos siempre hemos sabido que Dios nos resucitará sea cual sea el modo en el que haya acabado nuestro cuerpo: incinerado o devorado por una bestia, Dios volverá a dar vida a nuestro cuerpo. Pero también es verdad que los cristianos se distinguían, entre otras cosas, por inhumar a los fallecidos. ¿Por qué? Pues porque el cuerpo, como parte integral de nuestra persona y como templo del Espíritu Santo que ha sido merecía un trato especial, no entregarlo a las llamas y convertirlo en cenizas, como si fuera una cáscara vacía que tras la muerte ya no tiene mayor importancia. Así fue hasta los años 60 del siglo pasado, cuando la Iglesia, a pesar de seguir recomendando la inhumación, permitió en determinadas circunstancias la incineración.
El cambio se produjo en 1963, cuando Pablo VI, en la instrucción Piam et constantem, abre la puerta a la cremación. Scott Hahn también menciona otro cambio producido bajo ese mismo pontificado, en concreto en 1966, cuando Pablo VI promulgó la constitución apostólica Paenitemini, que permitía la sustitución de la abstinencia y el ayuno por otras formas de penitencia.
Son llamativas las similitudes entre estas dos disposiciones que alteraban la disciplina en vigor desde hacía siglos. En ambas la mayor parte del documento se dedica a reiterar la importancia de lo que estaba en vigor hasta el momento. Se insiste en la importancia de la abstinencia, se reitera la preferencia por la inhumación, insistiendo que ésta seguirá siendo la norma. El Papa incluso llega a escribir, en Piam et constantem, que «la actitud adversa de la Iglesia hacia la cremación ha de ser claramente evidente». Pero después de reiterar por activa y por pasiva la disciplina de siglos, se abre la posibilidad, en determinadas circunstancias, a menudo vagas, de hacer lo contrario. Como señala Hahn: «el no especificar qué circunstancias concretas permitían la cremación hizo que cualquier circunstancia la permitiera». Como me decía un amigo sacerdote, en estas materias, cuando la Iglesia permite una excepción, ésta acaba convirtiéndose en la norma. Lo hemos visto y lo vemos en estos casos y en muchos otros.
Uno no puede dejar de admirarse de la sabiduría de la Iglesia cuando, por ejemplo, mandaba ayunos y abstinencias, obligaciones concretas que a partir de lo material nos hacen vivir con mayor intensidad espiritual. Corría estos días por redes sociales un cuadro con las obligaciones cuaresmales desde tiempos medievales en el que se comprobaba que a medida que se disminuían esas exigencias iba también disminuyendo su cumplimiento. Si algo es tan poco importante que se puede sustituir por no comer chocolate un día, tampoco pasa nada si nos lo saltamos. De hecho pareciera que ahora que recordamos que la Iglesia es maestra en humanidad nos hayamos olvidado de cómo funciona el ser humano.
Lo explica muy bien Hahn volviendo al tema de la cremación: «La Iglesia insiste en que no recomienda la cremación porque no es lo conveniente: para un cristiano lo preferible es que, tras la muerte, su cuerpo sea enterrado. Pero sí permite la cremación. Y ese permiso, unido a la rápida difusión de la práctica, se ha asumido como enseñanza. En este mundo los gestos son más elocuentes que las palabras. El ejemplo vale más que mil palabras. Y eso ha generado confusión no solo acerca de lo que enseña la Iglesia sobre el entierro y la cremación, sino –aún más y sobre todo- acerca de lo que enseña la Iglesia sobre la resurrección y el propio cuerpo. La lección sobre el cuerpo que la cremación enseña a la gente es totalmente contraria a lo que cree la Iglesia. La cremación enseña que el cuerpo es desechable. Enseña que el cuerpo no es parte integral de la persona humana. Y enseña que el cuerpo carece de valor una vez que el alma se ha separado de él: que el cuerpo sigue su curso natural y que ahí se acaba todo para él».
18 comentarios
Saludos cordiales.
Y, dicho sea con todo respeto, siempre acabamos en un documento que afirma una cosa pero permite la contraria.
A mí me parece que hay, como mínimo, mucha imprudencia en estas concesiones que contrarían lo que la Iglesia ha hecho durante siglos. Aunque se escuden en mantener la misma doctrina, pero en realidad la desautorizan por la vía de los hechos.
Pero en fin, ¿quién soy yo para juzgar?
Antes se podía cremar, pero se sabía que las cenizas no eran de libre disposición sino que tenían que reposar en lugar sagrado, destinado para ellas, ahora ya no, los parientes se las llevan y sé de gente que hasta las llevan con ellos cuando hay una fiesta o paseo familiar.
Se van trivializando las realidades de la Fe y con el impulso y apoyo de quienes deberían velar por su integridad.
Hay un peligro el tarro con las cenizas, a la segunda mudanza desaparece por tener un diseño anticuado o similar.
Añado objeciones
Será peliculera, pero la cremación oculta asesinatos.
Tampoco permite a los historiadores investigar.
Así que incinerar, enterrar... Nada de lo material es permanente. Solo el espíritu y las buenas obras que hubiera hecho por Cristo, en Cristo y con Cristo.
Entre las paredes de esta venerable institución religiosa, donde la fe y la devoción se entrelazan con el palpitar de la vida cotidiana, se revela una dolorosa paradoja. Las familias, arraigadas en su fe católica, se ven constreñidas por la carga financiera de dar un último adiós a sus seres queridos. Los costos por una sepultura, como monedas arrojadas a un pozo sin fondo, se tornan inalcanzables para aquellos cuyas manos trabajadoras apenas alcanzan a sostener los sueños más modestos.
Sin embargo, en medio de este oscuro panorama, emerge una luz de esperanza, una alternativa que, si bien podría ser considerada moderna para algunos, encuentra su fundamento en el magisterio ordinario de la Iglesia. Una opción que respeta la dignidad del difunto y alivia el peso económico sobre los hombros de quienes quedan en vida.
La cremación, lejos de ser una desviación de la fe, se erige como una práctica aceptable dentro del magisterio de la Iglesia, siempre que se respeten los rituales y enseñanzas que honran la vida y la muerte. Los columbarios de los lugares sagrados (conventos, iglesias etc), con sus nichos donde reposan las cenizas, ofrecen un refugio sereno y sagrado, donde los recuerdos se entrelazan con la oración por el difunto y el consuelo.
https://www.ambito.com/informacion-general/horror-el-cementerio-la-plata-encuentran-otros-1000-cadaveres-abandonados-y-identificar-n5955976
Yo creo que la Iglesia tendría que insistir con fuerza en "la obligación de dar cristiana sepultura" que recoge el Ritual de Exequias, y obligar a depositar las cenizas en lugar santo en un plazo máximo, y prohibir las exequias con las cenizas pasado ese tiempo o si la familia no las va a enterrar-depositar.
Creo un grave error pastoral lo de permitir guardar una parte.
Saludos cordiales
Sé debería incidir especialmente en que las cenizas del difunto reposen siempre en un lugar sagrado y bendecido por la Iglesia.
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