Nostalgia de futuro o el desafío transhumanista
El transhumanismo quizás no haga tanto ruido como otras cuestiones «societales», pero va avanzando en silencio, especialmente en las mentalidades, a la espera de que muchas de sus promesas (¿o más bien habría que decir amenazas?) se hagan realidad. Un paso, el de la teoría a la realidad que, si bien en algunos aspectos está todavía muy lejos, en otros ya podemos casi tocar.
Porque ya está aquí y porque promete alterar profundamente nuestras vidas y la vida de la humanidad en su conjunto, conviene saber a qué nos enfrentamos. Y aquí, el libro de Roberto Esteban Duque, Nostalgia de futuro, es sin duda una pieza importante.
El autor, permítanme la exageración, lo sabe todo sobre transhumanismo. Siendo más realistas, quizás hay algo que desconoce… pero será muy poco. Su libro es un ejercicio de erudición en el que nos expone los mil y un detalles de ese mundo, de ese cosmos de pensamiento que son las corrientes transhumanistas, las que apuestan por superar el ser humano. Es por ello un libro para quien quiera conocer a fondo, para quien no le basta con cuatro ideas y un par de ejemplos.
En Nostalgia de futuro encontrarán los detalles que les hacían dudar, cómo distinguir entre posthumanistas y transhumanistas, o entre posthumanistas distópicos y posthumanistas radicales… Aprendemos los orígenes ilustrados del transhumanismo, que «adopta la idea de progreso de Condorcet» y repasamos de la mano de Roberto Esteban Duque a los principales autores de esta corriente. Sale uno de su lectura sabiendo más, desde luego, pero también siendo consciente de lo mucho que aún desconoce. Es aquello que ya experimentaron los clásicos: cuanto más sé, más consciente soy de mis lagunas.
Pero no es solo el libro un ejercicio de exposición erudita. También nos da algunas claves para poder juzgar sobre el asunto. Por ejemplo, insistiendo en que los transhumanistas no se plantean el estudio de la naturaleza humana, simplemente actúan sobre ella desde planteamientos utilitaristas. De ahí la dificultad para establecer qué entienden por mejora: «si el hombre no tiene naturaleza, no hay criterio para decidir qué es una mejora y qué empeora las cosas». O señalando, con Gregory Stock, que «no nos debe caber la más mínima duda de que si somos capaces de manipular embriones, lo haremos. Y ello marcará el inicio del autodiseño humano». La eugenesia como destino ineludible.
También explica cómo, al menos desde Julian Huxley, el proyecto transhumanista pretende erigirse en nueva religión «que postula el deber moral de trascender los límites biológicos del ser humano y de dirigir conscientemente la evolución» como modo de «manifestar al Dios inmanente en la historia». Un proyecto en el que también colaboró el amigo de Julian Huxley, entonces director general de la UNESCO; el jesuita Pierre Teilhard de Chardin.
Los dos últimos capítulos del libro son importantes, pues después de exponer las diferentes versiones del credo transhumanista, el autor hace una lectura crítica que incide en la importancia de saber qué es un ser humano y alerta sobre el peligro de que «el propio cuerpo humano queda degradado en tato es tomado como una herramienta mejorable al servicio de fines externos». Resuenan aquí ecos gnósticos. Y es que, explica Roberto Esteban Duque, «el transhumanismo parte de un postulado difícilmente demostrable, a saber: el hombre es un ser que se reduce solo y exclusivamente a sus conexiones neuronales… El transhumanismo utiliza un concepto reduccionista de naturaleza humana donde esta queda simplificada a pura materia». Tampoco es aceptable la confusión en la que incurre el transhumanismo entre límites y males, ni la identificación entre cerebro humano y cerebro artificial, lo mismo que la asunción de la acientífica teoría de género.
Como ven, estamos ante un tema apasionante, con cruciales derivadas. Quienes quieran profundizar en él, encontrarán en este Nostalgia de futuro abundante materia para su reflexión.
5 comentarios
Que se busque una "cabeza pensante" y se desprecie lo demás a base de acabar con el templo del espíritu que Dios nos dio es, desde luego, un rasgo gnóstico, como regalar poesías a una señorita es un rasgo romántico. El Gnosticismo nunca fue una religión sino una ideología transversal que, a lo largo de los siglos, sigue colándose por todas partes, pero, una vez comprendido, puede detectarse.
Sobre Teilhard de Chardin, hay que incidir en que fue un falso católico, un falsario, aunque hubiese recibido el sacramento del orden, tal y como demostró Philip Trower y se puede ver en las traducciones que ha hecho Daniel Iglesias en este portal.
2. Pues una partícula (materia) no se diferencia de otra igual según en la persona que esté. Esto es, los átomos del prójimo no son distintos de los átomos de nuestro cuerpo, no tienen identidad propia. Entonces, los antropólogos materialistas/marxistas deben responder a la pregunta ¿qué nos diferencia uno de otros si no son los átomos?
3. Pues, la materia no actúa por un fin porque no es inteligente, aunque esté en las neuronas.
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