Cardenal Sarah: «sobre la credibilidad de la Iglesia Católica»
El cardenal Sarah acaba de publicar un breve texto en Le Figaro que aborda cuestiones de gran calado, como lo que constituye el fin de la Iglesia, su relación con el mundo o el fundamento de su credibilidad. Le Figaro la presenta así: «El cardenal guineano ofrece una aguda reflexión sobre la situación de Occidente y de la Iglesia cuando los católicos se preparan para celebrar la fiesta de la Asunción».
A continuación el texto que nos ofrece este pastor y maestro:
Nadie es demasiado en la Iglesia de Dios
«La duda se ha apoderado del pensamiento occidental. Tanto los intelectuales como los políticos ofrecen la misma impresión de decadencia. Ante la ruptura de la solidaridad y la desintegración de las identidades, algunos miran hacia la Iglesia católica. Le piden que de una razón de vivir juntos a individuos que han olvidado lo que les une como un solo pueblo. Le piden un suplemento de alma para hacer soportable la fría dureza de la sociedad de consumo. Cuando un sacerdote es asesinado, todo el mundo se ve afectado y muchos se sienten golpeados en lo más profundo.
Pero, ¿es la Iglesia capaz de responder a estas apelaciones? Es cierto que ya ha desempeñado este papel de guardián y guía de la civilización. En el ocaso del Imperio Romano, fue capaz de transmitir la llama que los bárbaros amenazaban con extinguir. Pero, ¿sigue teniendo aún hoy en día los medios y la voluntad para hacerlo?
En el fundamento de una civilización, sólo puede haber una realidad que la supere: una invariante sagrada. Malraux lo señaló con realismo: «La naturaleza de una civilización es lo que se construye alrededor de una religión. Nuestra civilización es incapaz de construir un templo o una tumba. Se verá obligada a reencontrar su valor fundamental o se descompondrá».
Sin un fundamento sagrado, los límites protectores e infranqueables quedan abolidos. Un mundo completamente profano se convierte en una vasta extensión de arenas movedizas. Todo está tristemente abierto a los vientos de la arbitrariedad. Sin la estabilidad de un fundamento que supera al hombre, la paz y la alegría -signos de una civilización destinada a durar- son constantemente engullidas por el sentimiento de precariedad. La angustia del peligro inminente es la marca de los tiempos bárbaros. Sin fundamento sagrado, todos los vínculos se vuelven frágiles e inconstantes.
Algunos piden a la Iglesia católica que desempeñe este papel de fundamento sólido. Les gustaría que asumiera esta función social: ser un sistema coherente de valores, una matriz cultural y estética. Pero la Iglesia no tiene otra realidad sagrada que ofrecer que su fe en Jesús, Dios hecho hombre. Su única finalidad es hacer posible el encuentro de los hombres con la persona de Jesús. La enseñanza moral y dogmática, así como la herencia mística y litúrgica, son el marco y el medio para este encuentro fundamental y sagrado. De este encuentro nace la civilización cristiana. La belleza y la cultura son sus frutos.
Por eso, para responder a las expectativas del mundo, la Iglesia debe reencontrarse a sí misma y hacer suyas las palabras de San Pablo: «No quise saber nada entre vosotros, sino a Jesús y a Jesús crucificado». Debe dejar de pensar en sí misma como algo suplementario al humanismo o a la ecología. Estas realidades, aunque buenas y justas, son para ella sólo consecuencias de su único tesoro: la fe en Jesucristo.
Lo sagrado para la Iglesia es, pues, la cadena ininterrumpida que la une con certeza a Jesús. Una cadena de fe sin ruptura ni contradicción, una cadena de oración y liturgia sin ruptura ni negación. Sin esta continuidad radical, ¿qué credibilidad podría seguir teniendo la Iglesia? En la Iglesia no hay cambios de opinión, sino un desarrollo orgánico y continuo que llamamos tradición viva. Lo sagrado no se puede decretar, se recibe de Dios y se transmite.
Por eso, sin duda, Benedicto XVI pudo afirmar con autoridad: «En la historia de la Liturgia hay crecimiento y progreso pero ninguna ruptura. Lo que para las generaciones anteriores era sagrado, también para nosotros permanece sagrado y grande y no puede ser improvisamente totalmente prohibido o incluso perjudicial. Nos hace bien a todos conservar las riquezas que han crecido en la fe y en la oración de la Iglesia y de darles el justo puesto.» En un momento en que algunos teólogos pretenden reabrir la guerra litúrgica enfrentando el misal revisado por el Concilio de Trento con el que se utiliza desde 1970, es urgente recordarlo. Si la Iglesia no es capaz de preservar la continuidad pacífica de su vínculo con Cristo, no podrá ofrecer al mundo «lo sagrado que une a las almas», en palabras de Goethe.»
Más allá de la querella de ritos, está en juego la credibilidad de la Iglesia. Si ella afirma la continuidad entre lo que comúnmente se llama la Misa de San Pío V y la Misa de Pablo VI, entonces la Iglesia debe ser capaz de organizar su cohabitación pacífica y su enriquecimiento mutuo. Si se excluyera radicalmente una en favor de la otra, si se declararan irreconciliables, se reconocería implícitamente una ruptura y un cambio de orientación. Pero entonces la Iglesia ya no podría ofrecer al mundo esa continuidad sagrada que es la única que puede darle la paz. Al mantener en su seno una guerra litúrgica, la Iglesia pierde su credibilidad y se vuelve sorda a las llamadas de los hombres. La paz litúrgica es el signo de la paz que la Iglesia puede aportar al mundo.
Por tanto, lo que está en juego es mucho más grave que una simple cuestión de disciplina. Si reclamara un viraje de su fe o de su liturgia, ¿en nombre de qué se atrevería la Iglesia a dirigirse al mundo? Su única legitimidad es su coherencia en la continuidad.
Aún más, si los obispos, responsables de la cohabitación y del enriquecimiento mutuo de las dos formas litúrgicas, no ejercen su autoridad en este sentido, corren el riesgo de no aparecer ya como pastores, guardianes de la fe recibida y de las ovejas que les han sido confiadas, sino como dirigentes políticos: comisarios de la ideología del momento más que guardianes de la tradición perenne. Se arriesgan a perder la confianza de los hombres de buena voluntad. Un padre no puede introducir entre sus hijos fieles la desconfianza y la división. No puede humillar a unos poniéndolos en contra de otros. No puede condenar al ostracismo a algunos de sus sacerdotes. La paz y la unidad que la Iglesia pretende ofrecer al mundo deben ser vividas en primer lugar en su interior. En materia litúrgica, ni la violencia pastoral ni la ideología partidista han dado nunca frutos de unidad. El sufrimiento de los fieles y las expectativas del mundo son demasiado grandes para meterse en estos caminos sin salida. ¡Nadie está de más en la Iglesia de Dios!
24 comentarios
"La Iglesia"?
Yo formó parte de la Iglesia Católica y No pienso asi.
Porqué no ser más directos, sin miedos ni respetos humanos y decirlo de esta manera:
"Algunos Obispos consideran que la Iglesia es un complemento de la ecología y de la mundanidad, y eso ofende a Dios"
Sin pretender llevar la contraria, sino profundizar mejor la cuestión, el cardenal dice:
«La angustia del peligro inminente es la marca de los tiempos bárbaros.»
No puedo evitar pensar en una época que, hasta donde sé, era plenamente cristiana, aunque ya se comenzaban a ver signos de del comienzo de la decadencia, me refiero al siglo 14, en que vino la peste negra: ¿acaso esa sociedad, que no era precisamente bárbara, no respondió también con angustia del peligro inminente? Agradezco si se me aclara esta situación.
¿Será porque si un miembro de la iglesia peca, ese pecado personal, individual, afecta al resto de la Iglesia, y por tanto a Ud. y a mí, pudiéndose decir entonces que "peca la Iglesia" no como autora, sino "en su miembro pecador"?.
Tal vez (no afirmo, y corríjaseme si yerro), sucede algo así como con el pecado de Adán, del que ni Ud. ni yo fuimos autores, y sin embargo Ud. y yo "pecamos en Adán".
El pecado, nuestros pecados, son parte del Misterio de la Fe.
Afortunadamente, en la Misa, ya desde el comienzo, nos reconocemos pecadores y rogamos "a vosotros hermanos" que intercedáis por mí a Dios...
Ave Maria, gratia plena. Dominus tecum...
¡Y gracias, Señor, por el Cardenal Sarah!. Bendícelo.
(Porqué no ser más directos, sin miedos ni respetos humanos y decirlo de esta manera: "Algunos Obispos consideran que la Iglesia es un complemento de la ecología y de la mundanidad, y eso ofende a Dios")
Siempre me llamó la atención ese modo de expresar.
En realidad está dejando implícito que la cabeza de la Iglesia puede hablar en nombre de todos, y que en ese acto quedan borradas y quien sabe si no aceptadas, las diferencias... esto no es verdad, y no puede ni debe serlo.
Pero lo mismo se puede decir de cuando el presidente de un país hace afirmaciones en primera persona, y toma compromisos que comprometen a la ciudadanía, como si los comicios ganados le dieran la prerrogativa de afirmar: mi país decide tal cosa, cuando el que lo decidió fue sólo él. Y en consecuencia corriendo riesgos de meter a su país en situaciones de injusticia irreversibles.
Hay una parte, en todo caso, de la Iglesia que pasteliza con el mundo, y los otros aliados del éste. ¿Están en la Iglesia? Porque quizás ni están.
Los seguimos cubriendo porque...no queremos escándalo. Pero no se puede cubrir a las dos partes. Se cubre a la débil o a la fuerte.
Más claro y con seriedad de argumentos no se puede hablar. No hay respetos humanos en sus palabras, lisa y llanamente expone el mal que supone un cambio radical en la doctrina y liturgia de la Iglesia, generando un vacío de contenidos y esencia que deja a las almas huérfanas.... decir eso es decir mucho sobre las situación en que se encuentran hoy los católicos, ante los vaivenes doctrinales. No puede decirse que en sus palabras hay respetos humanos cuando utiliza frases tales como " mo se puede humillar a unos poniéndolos contra otros, no se puede condenar al ostracismo..."
La mundanidad y el ecologismo es una deriva ya conocida, pero no todos están al tanto, y no viene al caso en esta cuestión, el cardenal habla para todos.
Me han impactado especialmente estas palabras que he copiado porque está advirtiendo lo que ocurre con muchos, yo diría que muchísimos obispos: no son verdaderos pastores, sino dirigentes políticos-funcionarios que deben la mitra a su superior. Para mí está muy claro. Sólo falta decir quién es su superior, aunque yo y ustedes, queridos lectores, lo sabemos.
Pone las cosas en su sitio, y sabe lo que para nosotros los católicos es lo importante.
Javidaba
Lo de pecamos en Adan, no creo que es correcto, Adan pecó, y nosotros heredamos el pecado original. Que es una tendencia hacia el pecado, pero no es lo mismo que pecar.
Adan peco solito, y Eva también. Y nosotros cada uno tenemos nuestros propios pecados. Heredamos las consecuencias de los pecados de nuestros antepasados.
Buenísimos Cardenales (Muller, Sarah, Burke; etc.), dicen cosas maravillosas a los medios de comunicación; pero pienso que deben tener la valentía de encarar al Papa y decírselo a él.
Ni una ni otra, pueden ser obtenidas en la desorientación del relativismo impune, denunciado y ostensiblemente avasallador y anárquico que se advierte; por un tiempo que parece ya mayor del prudente, para la decantación de una reflexión y testimonio de vida de quiénes son pastores calificados y comprometidos ante el Señor.
Humildemente y con caridad fraterna, por cierto; la cual no excluye y sí requiere prudente y decisivo ejercicio de la autoridad instituida.
Si callamos, "las piedras gritarán"!
Muchas gracias por el artículo!!! Que Dios nos Ampare!!!!
"Muy bueno todo lo que dice el Cardenal, pero ... se lo debe expresar al Papa; para eso lo tiene tan cerca y a eso le obliga su investidura: a ser asesor y consejero del Sumo Pontífice.
Buenísimos Cardenales (Muller, Sarah, Burke; etc.), dicen cosas maravillosas a los medios de comunicación; pero pienso que deben tener la valentía de encarar al Papa y decírselo a él."
Concuerdo contigo, aunque no sabemos de lo que hablan con él cuando se reúnen. Sería deseable que se lo dijeran de frente y sin pelos en la lengua. Lo único que vemos después son fotos de ellos sonrientes platicando con el Papa como si nada. ¿Qué pensar de ello?
Recordé una anécdota que me platicó un periodista católico (ya fallecido) que en los años 70 le reprochó vivamente a un obispo latinoamericano su postura marxista y populista, la reacción del obispo fue visceral, se puso rojo de furia y empezó a insultar al humilde pero valiente periodista, él lo contaba con satisfacción al haber enfrentado a ese obispo que él consideraba un Judas de la Iglesia de Cristo.
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