¡Creer o morir! Historia políticamente incorrecta de la Revolución francesa
Fue uno de los acontecimientos culturales en Francia de 2019: el prestigioso historiador Claude Quétel, con casi 40 libros a sus espaldas, había osado romper el tabú que aún pesa sobre la Revolución francesa y acercarse a ella dejando a un lado los prejuicios ideológicos que la envuelven.
Ahora nos llega la versión en español, ¡Creer o morir! Historia políticamente incorrecta de la Revolución francesa, de la mano de Homo Legens. Un libro que desmonta muchos de los tópicos que rodean a este suceso que ha marcado nuestra historia y que inaugura un nuevo modo de combate contra la religión católica con la Constitución civil del clero y la guerra de exterminio en la Vendée.
He tenido el honor de escribir el prólogo. Os lo adelanto:
“ ¿Se puede escribir un nuevo libro sobre la Revolución Francesa? ¿Tiene sentido? ¿No está todo dicho?
Es probable que una gran mayoría responda afirmativamente. ¿Para qué añadir más páginas a una bibliografía que ya supera lo que se puede leer durante una vida entera?
Claude Quétel, por el contrario, ha tenido la audacia de responder que no, que no todo estaba dicho. Aún más, se ha atrevido a escribir ese libro que faltaba… ¡y ha salido airoso! Porque, digámoslo ya, esta “historia políticamente incorrecta de la Revolución francesa” es un libro magnífico, de esos que hay que leer lápiz en mano, subrayando, y al que hay que volver con regularidad para refrescar esos hallazgos, esos apuntes, esos retratos que aportan una poderosa luz a sucesos que nos han llegado envueltos en brumas.
¿Cuál es el secreto de Quétel?
En primer lugar y, ante todo, un conocimiento exhaustivo y profundo del periodo. Saber, y saber mucho, es la primera condición para escribir algo original sobre cualquier tema, y aquí Quétel cumple con nota. Investigador en el CNRS (Centre national de la recherche scientifique), director científico del Mémorial de Caen, comisario del Centro nacional del libro en Francia, un dato nos pone sobre aviso acerca de con quién estamos tratando: sobre la toma de la Bastilla, un momento particular del proceso revolucionario, Quétel ha escrito tres libros en los que está todo, absolutamente todo, analizado y explicado.
En segundo lugar, una mirada despojada de apriorismos ideológicos. Quétel no solo ha estudiado la Revolución francesa, sino también la historiografía de la misma y es muy consciente de hasta qué punto la toma de partido previa puede distorsionar la lectura que se hace de los hechos, resaltando unos, ocultando otros, retorciendo el relato para que encaje en aquella interpretación que se había decidido de antemano. El anexo final de ¡Creer o morir!, un repaso a las obras que han ido configurando a través del tiempo nuestra visión de la Revolución francesa, es la demostración de que la metáfora del lecho de Procusto es una realidad bien palpable.
Quétel adopta la actitud contraria. Y empieza confesando su ambición: “hacer el relato, libre y detallado, de la Revolución francesa, fuera de todo academicismo y de toda postura. Un relato sincero”. Ni a favor, ni en contra… lo que a veces puede resultar más devastador que aquellos relatos que, cargando en exceso las tintas desde sus primeras líneas, quedan irremisiblemente desacreditados. Algo, por otra parte, muy sencillo de enunciar pero que solo está al alcance de quien ha leído mucho, ha entendido mucho y ha llegado a esa madurez que te permite ver el bosque sin olvidar cada uno de los árboles. Quétel se sabe al dedillo toda la historiografía, pero precisamente por ello prefiere ir directamente a los hechos, a las fuentes, a los textos contemporáneos. Los resultados son espectaculares, consiguiendo un relato apasionante que se lee casi como una novela (como de costumbre, la realidad supera a la más exuberante ficción), en el que nada está predeterminado por fuerzas ciegas, en el que sus protagonistas no son peleles del destino, pero en el que las causas, por escondidas que estén, provocan invariablemente sus consecuencias.
Así, con ¡Creer o morir!, Quétel nos muestra una Revolución francesa liberada de tantas capas como se le han ido añadiendo a lo largo de dos siglos. El ejemplo de la “épica” toma de la Bastilla es paradigmático. Los liberadores de la Bastilla, nos explica el autor, a pesar de lo mucho que buscaron y rebuscaron, solamente encontraron a siete presos: cuatro falsificadores en espera de juicio que aprovecharon para escaparse mientras que los tres otros eran paseados por las calles entre aclamaciones. El problema fue que enseguida resultó evidente que dos de esos tres son dementes que hay que encerrar al día siguiente en Charenton. El único prisionero, supuesta víctima de la crueldad absolutista, que se puede mostrar en público está preso por delito de incesto y pronto hay que apartarlo para no desprestigiar la memorable gesta. En definitiva, ni un prisionero presentable.
¿Qué hacer? ¿Cómo erigir un mito heroico con estos mimbres? Claude Quétel nos explica que esta aparentemente difícil tarea no será problema para los revolucionarios, artistas de la propaganda y la manipulación: se inventarán un octavo prisionero, creación de su fantasía, un tal “conde de Lorges”, cubierto de cadenas y encerrado desde hacía 32 años, que pasa a ocupar las portadas de las gacetas y panfletos del momento y del que se informa que, cuando desorientado expresó no saber adónde ir, la multitud, con una sola voz, le respondió: «la nación te alimentará». Todo producto de la calenturienta imaginación de los panfletistas revolucionarios, reforzada por cuadros poco escrupulosos encargados por los revolucionarios tras tomar el poder. Como se suele decir, así se escribe la historia.
Nos preguntábamos al inicio si tenía sentido aún escribir (y leer) sobre la Revolución francesa. ¿Vale la pena dedicar nuestro tiempo a unos sucesos de hace más de dos siglos? Me atrevo a afirmar que es imposible que, tras la lectura de este libro, alguien tenga la más mínima duda de que sí, y mucho. Y es que, para bien y para mal, la Revolución francesa es el acontecimiento que de forma más evidente inaugura el mundo en que vivimos. En cierto modo, lo que ocurre durante unos años en Francia está tan cargado de sentido que resulta como una condensación de todo lo que va a desplegarse en el ámbito sociopolítico desde entonces. Permítanme la exageración, pero todo lo que ocurre después ya sucedió durante la Revolución francesa. La demagogia parlamentaria, el terror, la manipulación de las masas, el arribismo, la reescritura de la historia, la propaganda política… Todo aquello que consideramos típico de diversos momentos y regímenes está ya presente en esa especie de tragedia griega (con su inexorable destino en forma de mecánica revolucionaria y sus insaciables saturnos devorando a sus hijos) que se desarrolla en Francia durante la última década del siglo XVIII. Conocerla a fondo es comprender la historia contemporánea: no solo tiene sentido seguir estudiándola, sino que es crucial si queremos orientarnos en el presente.
Algunos ejemplos servirán, o al menos eso espero, para convencerlos de la que quizás parezca a algunos una atrevida afirmación. Empezando por la constatación de que con la Revolución francesa se inicia el reinado de la opinión pública y, en consecuencia, los esfuerzos para conformarla. Pronto descubrirán los revolucionarios que la influencia de las obras baratas y populares es mucho mayor que la de las obras caras y prestigiosas. Quétel lo ilustra con una carta de Voltaire a d’Alembert en 1756 en la que podemos leer: «Querría saber qué daño puede hacer un libro que cuesta cien escudos. Jamás veinte volúmenes in-folio harán una revolución: son los libros pequeños de treinta sueldos los que hay que temer. Si el Evangelio hubiese costado doscientos sestercios la religión cristiana nunca habría sido establecida». Hoy podríamos decir que un youtuber es capaz de movilizar más que veinte tesis doctorales.
Otro de los mecanismos que ya aparecen bien a las claras durante las jornadas revolucionarias y que nos resulta por desgracia muy familiar es la descalificación absoluta, radical, del discrepante, de quien se aparta de la doctrina oficial. Quétel nos advierte de que ya en la Revolución francesa el discrepante es declarado enemigo de la humanidad: «se convierte ipso facto en cómplice del oscurantismo y enemigo del progreso, es decir, del género humano». No es que pueda estar errado, algo siempre posible y en ocasiones incluso probable, es que se convierte en enemigo del pueblo, que es algo muy distinto. Como escribe Taine, «como el jacobino es la Virtud, no se le puede resistir sin cometer un crimen». Hoy son cada vez más quienes equiparan discrepancia con crimen y pretenden convertir en delito (de odio, climático, discriminatorio…) cualquier opinión que se desvíe de la doxa oficial del momento.
Pero no se confundan, Quétel no es un nostálgico del Antiguo Régimen, dispuesto siempre a cargar las tintas contra los revolucionarios y a exonerar de toda responsabilidad a Luis XVI y los suyos. Lo decíamos antes, la originalidad de su enfoque es esa mirada libre, no predispuesta por ninguna toma de partido. Una mirada que le permite ver cómo el mito de una revolución “buena” y pacífica que va ser traicionada por una revolución “mala” y violenta es una invención que no resiste el más mínimo análisis de los hechos, que gritan a los cuatro vientos que el terror empieza con sus primeros pasos (para convertirse en Terror, con mayúscula, de forma natural, progresiva y consecuente). Sí, la «leyenda rosa» de la Revolución francesa queda herida de muerte tras la lectura de este libro.
Pero esa misma mirada también muestra sin rodeos ni disimulos todas las deficiencias y errores del rey, sumido en la indecisión y que solo está a la altura de su estirpe y posición en los últimos momentos de su vida. Quétel no nos oculta, al contrario, el desacertado camino tomado por Luis XVI, combinando imprevisión, rigidez e indecisión, como cuando llama a los regimientos suizos a Versalles pero no les ordena actuar, sin comprender que, tal y como escribe Quétel, «la amenaza sin acción es la peor de las soluciones». Algo que, desde padres a gobernantes, deberíamos grabar a fuego en nuestras mentes.
¿Necesitan aún más muestras de que vivimos en el mundo nacido de la Revolución francesa? Fíjense en esta descripción de un conocido y popular político: «Sabía que el hombre de genio habla más a los sentidos que al espíritu: también su gesto, su mirada, el sonido de su voz, todo, hasta su manera de peinarse, estaba calculado sobre un conocimiento profundo del corazón humano. Su elocuencia ruda, salvaje, pero rápida, animada, repleta de metáforas audaces, de imágenes gigantescas, dominaba las deliberaciones de la Asamblea. Su estilo duro, rocalloso, pero expresivo, abundante, hinchado con palabras sonoras, parecido a un duro martillo en manos de un hábil artista, modelaba a su voluntad a hombres a quienes no se trataba de convencer, sino de aturdir y subyugar». Es la descripción que el marqués de Ferrières hace de Mirabeau y que Quétel recoge en este libro, pero encaja a la perfección, al menos parcialmente, en numerosísimos líderes políticos desde entonces, algunos, me atrevo a afirmar, presentes entre nosotros (les dejo a ustedes la tarea de ponerles nombre). Por cierto, que Rivarol, refiriéndose al mismo Mirabeau, nos dejó esta perla a medio camino entre el elogio y la crítica mordaz: «Es capaz de todo, incluso de una buena acción».
Y ya que destacamos las citas que recoge Quétel, no hay duda de que su método de dar voz al juicio, a la opinión, a los comentarios de quienes viven en presente la Revolución francesa es una de las claves que dan valor a este libro y que lo convierten en algo vivo y apasionante, muy alejado del árido tratado abstracto y aleccionador. Como cuando acude a los escritos de Arthur Young, un agrónomo inglés de visita en París, que es testigo de la escasez de trigo en París en 1789. Young se percata enseguida de cuál es la actitud de los revolucionarios y escribe: «Me parece que a los violentos amigos de los comunes no les molesta el alto precio del grano, pues es de gran ayuda para sus posturas y facilita así la apelación a los sentimientos apasionados del pueblo y facilita sus proyectos mucho más que si el precio fuera bajo». Aquello de cuanto peor mejor ya funciona a pleno rendimiento en los albores de la Revolución francesa.
O también cuando reproduce extractos de la carta del intendente de Alençon el 18 de julio de 1789, en la que explica la situación que se vive en aquella localidad del noroeste francés conocida hoy en día por ser la localidad natal de Santa Teresita de Lisieux: «Las revueltas se multiplican y la impunidad de que se jactan, porque los jueces temen irritar al pueblo con ejemplos de severidad, no hace más que enardecerlos». Observaciones que desde entonces han cruzado los Pirineos y son de aplicación a nuestra actualidad más próxima.
O por seguir con los paralelos entre la Revolución francesa y la historia de España más reciente, llama la atención las similitudes entre el ambiente posterior a la caída de Robespierre, el «posTerror», y nuestra Transición, marcados ambos por el veloz realineamiento a la nueva situación. En cuestión de días el gorro rojo, «glorioso ayer, de repente se convierte en objeto de oprobio». París, ciudad sans-culotte, ahora es thermidoriana: se recupera el hablar de usted, el trato de monsieur reemplaza al de ciudadano y el famoso pintor David, que antaño glorificara entre otros a Marat, diseña ahora el traje de los nuevos cinco directores que gobiernan Francia tras el golpe. Se llega incluso a que lo más chic sea tener un pariente guillotinado, que vendría a ser como el haber corrido delante de los grises.
Confío en que si alguien lee estas líneas y duda aún si embarcarse o no en la lectura de ¡Creer o morir! deje atrás sus titubeos y se embarque en esta travesía por la sacudida que cambió el mundo. Se sumergirá en una década (1789-1799) inflamada de pasión, peligrosa, tremenda y cargada de enseñanzas, asistirá a sucesos decisivos casi como si de un espectador contemporáneo se tratara (con la ventaja de que no pondrá en riesgo su vida) y comprenderá mucho mejor no solo aquellos hechos, sino el mundo en que vivimos. Una propuesta que, aunque se pueda rechazar, hará bien en aprovechar.”
30 comentarios
Desde entonces todo es revolución (contra Dios).
También sería interesante abordar qué inteligencia se encuentra detrás de la misma, quiénes son sus impulsores y beneficiarios. Si no desenmascaramos el mal seguiremos bajo su poder.
El tema es interesante, pero que lastima tener que constatar las mentiras revolucionarias con dos siglos de retraso.
Lo tenían claro los Sacerdotes y Religiosos Mártires de París y del resto de Francia por no jurar la constitución civil del clero.
Aconsejo a todos ver o volver a ver este programa:
https://www.youtube.com/watch?v=7_UB5Qfe1YQ
Y lamentar lo que dice el Padre Alfredo Verdoy SJ
En Expaña no les vamos a la zaga. Aquí la oficial ley de memoria histórica nos cuenta que SOLO hay que repudiar los actos acaecidos desde 1936 en adelante, para que asi los niños y no tan niños ignoren la terrible y sádica persecución roja, hija de aquella otra abominable revolución francesa
Sin duda para mal. "Las revoluciones no anticipan el progreso sino que lo retardan" , anotó magistralmente Ortega y Gasset.
Aunque quizás el acontecimiento que inagura el tiempo de decadencia de la Europa cristiana, hay que situarlo dos siglos antes, por la división de la cristiandad que causó la herejía luterana.
[...] el ambiente posterior a la caída de Robespierre, el «posTerror», y nuestra Transición, marcados ambos por el veloz realineamiento a la nueva situación.
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Una de las cosas que estamos aprendiendo en estos tiempos, otro mito que se cae, es el de la velocidad a la que se pueden producir los cambios sociales. No se si es que nos hacemos mayores o si los tiempos son propicios, pero hoy en día se aprendenden muchas cosas sobre el comportamiento humano estando uno atento. Lo cual, además, nos habla acerca de la fragilidad del mundo en el que vivimos y de la importancia de cuidar de todo aquello que lo pueda hace bueno. Por lo que se ve el libro tiene la virtud de servir a modo de mapa tambien para el hoy.
Tambien se agradece mucho la mirada desprejuiciada, algo tan necesario.
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Jorge Soley
Se llega incluso a que lo más chic sea tener un pariente guillotinado, que vendría a ser como el haber corrido delante de los grises.
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Hoy sabemos que hasta los grises corrían delante de los grises.
No me lo pierdo! Y espero se venda como panes.
Aconsejo a todos ver o volver a ver este programa:
https://www.youtube.com/watch?v=7_UB5Qfe1YQ
Y lamentar lo que dice el Padre Alfredo Verdoy SJ
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Lo mejor del programa era cuando De Prada llevaba juntos a Miguel Ayuso y a Fernando García de Cortázar. Yo creo que el pillín lo hacía a posta, jaja.
Voltaire era fanático, libertino, ateo, mujeriego y blasfemo.
Rousseau escribió un libro llamado "Emilio", pero fue un pésimo padre, ya que abandonó a sus hijos y a su concubina. Fue protestante, luego se hizo católico, luego volvió al protestantismo y finalmente regegó de ambas religiones.
La independencia de América a nuestro continente no le ha hecho nada bien. Los revolucionarios dijeron que América era una colonia, y todo el mundo sigue repitiendo esa estupidez.
Aparte de contar la Historia de España a su modo y manera no se contaba nada más porque no consideraban importante que supiéramos lo que estaba pasando en otros países, más allá de frases hechas como llamar a Gran Bretaña "La pérfida Albión", lo de la "conspiración judeo-masónica" y el silencio total sobre México. Así que nos imaginábamos que detrás de eso había grandes e impecables naciones a las que no había nada que reprochar y por eso utilizaba muletillas.
Cuando Franco murió y me di cuenta que había detrás de aquel PRI tan bueno que había acogido a todos los republicanos españoles con tan amorosa solicitud; cuando vi lo que había detrás de la "Pérfida Albión"; detrás de "La España de las Tres Culturas" y en qué consistía realmente el estalinismo le maldije por no haberlo explicado mejor. Hay que tener un ministerio de propaganda que actúe en contra de tus adversarios, que tienen todos los pies de barro, porque si no cuando tú caigas el impresentable vas a ser tú y los demás se saldrán de rositas. Gramsci tenía razón pero Franco, como era de derechas, no cayó en ello lo que indica que su sistema de espionaje, si lo tenía, debía ser un desastre.
La mayoría de los países tienen historiadores que estudian a los demás, los famosos hispanistas británicos, y es sacando sus flaquezas como consolidan su nación, por contraste nosotros somos mejores, pero a Franco no se le ocurrió hacer eso y no había historiadores españoles especializados en historia de otros países, las alusiones a la Revolución Francesa estaban en "La Pimpinela Escarlata" o "Historia de dos ciudades", la prepotencia de la URSS en una novelita para niños titulada "Florecilla de Hungría", y así no vamos a ninguna parte.
Mª Elvira Roca Barea reprocha la poca resistencia que se puso a la "Leyenda Negra". Debe ser una cuestión católica porque el Vaticano hace lo mismo, venga a pedir perdón y perdón dando a entender que si los turcos no lo piden y el Islam tampoco será porque no tienen nada que reprocharse. Y así cuentan unos y otros la historia, desgraciadamente el "y tú más" suele funcionar, renunciar a ello es perder la batalla.
Ahora ya sabemos que entre las revoluciones y los golpes de estado no hay ninguna diferencia, pero antes las primeras eran buenas y los segundos malos.
Así es. Pero la mentira se impuso y el resultado son dos siglos de liberalismo y demoniocracia, de descristianización y, en lo que atañe a España y a los pueblos hispánicos, de quiebra y de disolución de la Christianitas minor.
Muy acertada una observación de África Marteache: los hijos de la revolución francesa "ya no están interesados en ella y, además, creen que no son sus herederos aunque lo sean. Piensan que se han inventado a sí mismos". En efecto, no se creen sus hijos porque la revolución francesa y el liberalismo introdujeron el demoníaco principio de la autodeterminación del individuo y de las sociedades. Se trata de la sistematización de la vieja tentación del Génesis: "seréis como Dios". Los revolucionarios y sus vástagos no creen en la herencia ni en la tradición, ni siquiera en la propia. Sólo en lo que determina su voluntad aquí y ahora. Mañana ya veremos. Los nacionalismos, que todavía seguimos padeciendo en España y de qué modo, no son otra cosa que la traslación a un colectivo lo que el liberalismo del liberalismo: la afirmación de la voluntad para autodeterminarse con independencia de la verdad, de la historia, de lo justo y de lo bueno.
Don Jorge, le agradezco la recomendación. Me haré con este libro inmediatamente. Un saludo
Se "estudian" "hechos", se "consideran" "acontecimientos", se "ponderan" "consecuencias" y se "extraen" "conclusiones anunciadas".¿Y las sociedades y sus fenómenos o expresiones existenciales? ¿Y el ser humano, y sus vicios y virtudes, y su incapacidad para, siquiera, promediar las bajezas, persistentes, de sus actos, con la grandeza, insistente, de su espíritu?
Como siempre: La perspectiva acomodada esconde la pata que le falta a la silla...
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