La ejemplar claridad de las cinco pruebas de la existencia de Dios
El filósofo Edward Feser es uno de los más reconocidos escritores y polemistas estadounidenses actuales: National Review lo califica como «uno de los mejores escritores contemporáneos sobre filosofía». Uno de sus libros que mayor impacto y debate ha generado es Five Proofs of the Existence of God. El libro acaba de ser publicado en España por Ediciones Cor Iesu con el título Cinco pruebas de la existencia de Dios.
El también filósofo David Bentley Hart glosaba el libro de Edward Feser para Church Life Journal, la revista del McGrath Institute for Church Life de la Universidad de Notre Dame. Ahora, con motivo de la publicación de su edición en español, vale la pena volver sobre sus palabras:
«Edward Feser tiene un don para hacer accesible material filosófico bastante abstruso a lectores ajenos al mundo académico, sin comprometer el rigor de los argumentos ni omitir detalles difíciles. Esta es una de las virtudes más raras entre los académicos, en parte porque se necesita una paciencia considerable tanto para adquirirla como para practicarla, y en parte porque requiere un deseo genuino de hacer llegar ideas difíciles a aquellos a los que normalmente se les ocultan.
Un ejemplo de este don es su libro Cinco pruebas de la existencia de Dios: en él, Feser se ha propuesto explicar y defender varios de los argumentos tradicionales más exigentes en favor de la realidad de Dios, de la forma más completa posible, de manera que se comunique su coherencia interna a lectores que pueden no tener una formación formal específica en filosofía, pero que están dispuestos a seguir un argumento hasta su final.
También es una virtud por parte de Feser que el único Dios por el que se toma la molestia de aportar argumentos es el Dios del «teísmo clásico». No desperdicia su atención en debates (del tipo demasiado deprimente en la filosofía anglófona de la religión) sobre la posible realidad de un único «ser supremo» que existe junto a otros seres menores, en el mismo plano ontológico (por así decirlo), y que se diferencia de ellos sólo en virtud de su «máxima grandeza», o de alguna otra propiedad que lo hace mucho más grande y mucho más antiguo que todas las demás cosas. Feser entiende claramente que, incluso si se pudiera demostrar que tal ser existe, esto no nos acercaría a la comprensión de la verdadera fuente de toda la realidad (que para los monoteístas es a lo que la palabra «Dios» se refiere idealmente), sino que simplemente nos proporcionaría una entidad más cuya existencia debe ser explicada. Por eso sólo se ocupa del Dios común a las tradiciones intelectuales de todos los grandes credos teístas: el manantial trascendente e infinito de todo ser, único, eterno, simple, que no admite ninguna división en su interior entre esencia y existencia, el acto absoluto del que dependen todas las cosas finitas y condicionadas, y por tanto la única «razón suficiente» posible para la existencia de todo.
El título del libro podría hacer pensar que se trata de una reflexión extensa acerca de las cinco vías de santo Tomás, y por supuesto Feser se identifica como tomista. Pero, de hecho, las cinco pruebas que aquí se abordan proceden de diversas fuentes antiguas, medievales y modernas, y constituyen lo que Feser considera los cinco argumentos tradicionales más sólidos en favor de la realidad de un Dios trascendente. El primero de ellos -la llamada prueba «aristotélica»- procede del hecho del «movimiento» (o, mejor, del «cambio») de la potencia al acto en todas las cosas finitas, y llega a una reducción necesaria de todo ese movimiento a un primer motor inmóvil. Feser es especialmente bueno aquí al explicar que la deducción causal avanzada por este argumento apunta no a una primera causa eficiente inicial dentro de una secuencia de efectos consecutivos, sino más bien a la única condición incondicionada sustentadora y duradera que en cada instante permite la actualidad de las cosas finitas y mutables. El segundo argumento es una prueba «neoplatónica» que parte de la realidad de la naturaleza compuesta (y, por tanto, condicional) de todas las cosas existentes hacia un Ser Uno trascendente como simplicidad absoluta e infinita, fuera del cual nunca podrían darse las condiciones necesarias para la realidad de cualquier cosa finita.
El tercer argumento lo llama Feser la prueba «agustiniana»; procede desde la realidad de los universales, las proposiciones, las verdades abstractas, las posibilidades lógicas, etc., hasta aquella realidad en la que todas estas cosas deben subsistir necesariamente: que (así concluye finalmente el argumento) debe ser el intelecto divino. Feser denomina a esto la teoría «escolástica» de las formas (en contraposición a la platónica o aristotélica), aunque es una designación un tanto arbitraria; sería más exacto históricamente hablar de ella como la teoría «neoplatónica» o «patrística», que es cierto que fue heredada y conservada por la mejor tradición escolástica, pero que es muy anterior a la Edad Media. En cualquier caso, Feser consigue poner de manifiesto la fuerza lógica de este enfoque mejor que la mayoría de quienes han tratado de exponerla.
El cuarto argumento es la prueba «tomista», que -como apenas es necesario decir- procede de la distinción lógica de la esencia y la existencia en todas las cosas finitas, compuestas o condicionadas, a la realidad necesaria de la perfecta convertibilidad de la esencia y la existencia en el único actus essendi subsistens divino. Y la quinta -la prueba «racionalista»- es a la vez una defensa del Principio de Razón Suficiente y una demostración de que, llevado a su último término lógico, este principio conduce de nuevo al Dios del teísmo clásico, como única explicación posible de todo lo que tiene la razón de su existencia fuera de sí mismo.
En cierto sentido, por supuesto, todas estas pruebas, excepto la tercera, son versiones diferentes del mismo argumento básico: un ascenso deductivo de lo causado a la primera causa, de lo condicionado a lo incondicionado, de lo contingente a lo absoluto, del explicanda al primum explicans. Sin embargo, esto es en realidad el principal punto fuerte del libro, ya que cada argumento refuerza a los demás e ilumina progresivamente la gran intuición lógica que los une a todos.
Tal vez el aspecto más atractivo del enfoque de Feser sea el método un tanto escolástico que ha ideado para sí mismo. Cada una de las cinco pruebas en cuestión se expone primero, paso a paso, de forma paciente y completa, pero también concisa; cada exposición se recapitula luego destilándose en una serie de proposiciones numeradas, que conducen a una conclusión inevitable; y luego cada prueba se defiende contra las objeciones más típicamente planteadas contra ella. El libro concluye con un tratamiento algo más general de la relación entre Dios y el mundo en la tradición metafísica del teísmo clásico, así como con una consideración y refutación más deliberada de las críticas más persistentes a esa tradición. Se repiten aquí algunos puntos ya expuestos anteriormente en el texto, pero (como puede atestiguar cualquiera que enseñe) esa es una virtud de cualquier texto que intente transmitir una visión filosófica más amplia a aquellos que se están adentrando en ella. Y estas páginas ponen de manifiesto con especial claridad que el Dios «metafísico» del teísmo clásico debe, si nuestro razonamiento es coherente, estar revestido de todos los atributos «personales» del Dios de la fe, sobre todo del intelecto y la voluntad.
En resumen, el de Feser es un logro admirable, y este libro puede recomendarse para el aula, pero también, afortunadamente, no es sólo para el aula. Consigue mucho en un espacio bastante ceñido y lo hace con una claridad ejemplar. De hecho, se encuentra entre los mejores volúmenes de este tipo disponibles actualmente.»
8 comentarios
2. Dios, uno y verdadero, nuestro creador y Señor, puede ser conocido con certeza a partir de las cosas que han sido hechas, con la luz natural de la razón humana. Pero, es posible y conveniente que el ser humano sea instruido por medio de la revelación divina acerca de Dios y del culto que debe tributársele, pues el rebaño no entiende de filosofía, metafísica ni teología. Pues, el ser humano puede ser divinamente elevado a un conocimiento y perfección que supere lo natural, y no que pueda y deba finalmente alcanzar por sí mismo, en continuo progreso, la posesión de toda verdad y de todo bien.
3. La razón humana es dependiente del Logos de Dios, por lo que puede serle mandada la fe por Dios. La Fe divina se distingue del conocimiento natural sobre Dios y los asuntos morales, por consiguiente se requiere para la Fe divina que la verdad revelada sea creída por la autoridad de Dios que se revela. Y la revelación divina puede hacerse creíble por signos externos (históricos), por lo que los hombres no deben ser movidos a la fe sólo por la experiencia interior de cada uno o por inspiración privada. Pues, los milagros son signo externo o hecho histórico (obras libres de Dios para demostrar Su autoridad y personalidad de Cristo), que pueden ser conocidos con certeza y pueden probar legítimamente el origen divino
del Cristianismo. El asentimiento a la fe cristiana es libre, no es producido por ningún argumento de la razón humana, ni la gracia
de Dios es necesaria sólo para la fe viva que obra por la caridad. Por tanto, la condición del fiel católico y de aquellos que todavía no han
llegado a la única fe verdadera no es la misma, de manera que los católicos no pueden tener una causa justa para poner en duda, suspendiendo su asentimiento, la fe que ya han recibido bajo el Magisterio de la Iglesia, hasta que completen una demostración científica de la credibilidad y verdad de su fe porque corren el riesgo de ser malditos.
1. El problema no es el entendimiento de la pasividad de Dios frente al mal, eso es herejía. Dios nos ha hecho a Imagen en racionalidad y libertad. Y Dios respeta nuestra libertad. El problema es nuestro por el pecado original y por continuar eligiendo el mal.
2. Dios se ha Encarnado, se ha Revelado en nuestra Compañía, y nos ha dicho que es la Verdad y el Camino y la Vida. El mal no tiene nada que hacer pues todo poder en el mundo ha sido vencido en la Cruz.
3. Dios permite el mal para nuestra santificación. Y si el mal crece y crece en el mundo es porque muchos caen en la tentación. Pero, la gloria de Dios está reservada para quienes cumplen Su Voluntad, quien carga su cruz con amor y sigue a Cristo sabe que Dios existe, que el mundo pasa, que su fe que obra en la caridad en Cristo no integra el mal y da a conocer al único Salvador de la Iglesia y del mundo.
El mal es un accidente que inhiere en un bien como privación.
Pero el hombre que obra mal con malicia lo hace libremente. Es decir, la propia naturaleza de la libertad humana implica la posibilidad de obrar mal, aunque la libertad no es la facultad de elegir entre el bien y el mal. La libertad es la capacidad de la voluntad de optar entre distintos bienes.
Dios jamás quiere el mal. Atribuírselo es una aberración. Pero evidentemente lo permite. Ante el porqué de esto nos topamos con el misterio.
La existencia de Dios y la libertad humana son hechos claramente constatables. Podemos tener una idea adecuada, pero no exhaustiva, de ambas nociones.
Es decir, podemos afinar intelectualmente ambas nociones pero de modo asintótico (y valioso por sí mismo), porque entrañan la noción de ser.
Somos como gotas de agua que fluyen de una misma fuente, busquemos pues la unidad, aunque cada gota es única, somos de la misma naturaleza y nuestro Ser es el mismo Ser que originó la vida y toda la creación.
Disponemos del libre albedrío para nuestra perfección y desarrollo espiritual, todo lo que nos sucede tiene un sentido oculto que para bien o para mal es necesario, pues en este camino siempre es posible rectificar y mostrar arrepentimiento desde el corazón y el perdón, obrando positivamente somos capaces de elevarnos y alcanzar la luz de nuestro verdadero Ser.
El único hombre que tiene el mismo ser de Dios por naturaleza es Cristo, cuya naturaleza humana fue asumida por el Verbo.
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