La maledicencia
Quiero comenzar estas reflexiones con esta antigua anécdota:
Un joven discípulo de Sócrates llega a casa de éste y le dice:
- Escucha, maestro. Un amigo tuyo estuvo hablando de ti con malevolencia…
- ¡Espera! –lo interrumpe Sócrates- ¿Ya hiciste pasar por las tres rejas lo que vas a contarme?
- ¿Las tres rejas?
- Sí. La primera es la verdad. ¿Estás seguro de que lo que quieres decirme es absolutamente cierto?
- No. Lo oí comentar a unos vecinos.
- Al menos lo habrás hecho pasar por la segunda reja, que es la bondad. Eso que deseas decirme ¿es bueno para alguien?
- No, en realidad, no. Al contrario…
- ¡Ah, vaya! La última reja es la necesidad. ¿Es necesario hacerme saber eso que tanto te inquieta?
- A decir verdad, no.
- Entonces –dijo el sabio sonriendo- si no es verdadero, ni bueno, ni necesario, sepultémoslo en el olvido.
Uno de los pecados de la lengua es la maledicencia, el cual no solo afecta la sociedad en general, sino también a todos los que profesamos la fe cristiana y que no por eso nos vemos libres de emitir juicios negativos en perjuicio del prójimo y de nuestros hermanos en la fe.
El diccionario de la Real Academia Española define la palabra maledicencia como la acción o hábito de hablar con mordacidad en perjuicio de alguien, denigrándolo. El Catecismo es aún más preciso y define como maledicencia cuando, sin razón objetivamente válida, se manifiesta los defectos y las faltas de otros a personas que los ignoran. San Basilio el Grande, en sus Reglas Breves explica que está permitido manifestar el pecado del hermano, con exclusión de todos los casos donde se habla de otro con el fin de difamarlo o burlarse de él. Esto no quiere decir que es un deber cristiano ocultar los defectos del prójimo (o lo que consideramos tales), pero si evitar manifestarlos a otros cuando no hay una razón válida para ello.
Por qué evitar la malediencia
La razón la explica el Catecismo de la siguiente manera:
“El respeto de la reputación de las personas prohíbe toda actitud y toda palabra susceptibles de causarles un daño injusto (cf CIC, can. 220). Se hace culpable
…
Todo buen cristiano ha de ser más pronto a salvar la proposición del prójimo, que a condenarla; y si no la puede salvar, inquirirá cómo la entiende, y si mal la entiende, corríjale con amor; y si no basta, busque todos los medios convenientes para que, bien entendiéndola, se salve (S. Ignacio de Loyola, ex. spir. 22).Maledicencia y calumnia destruyen la reputación y el honor del prójimo. Ahora bien, el honor es el testimonio social dado a la dignidad humana y cada uno posee un derecho natural al honor de su nombre, a su reputación y a su respeto. Así, la maledicencia y la calumnia lesionan las virtudes de la justicia y la caridad” CEC 2478-2479
Que nos impulsa a la maledicencia
Muchas son las razones por las que somos impulsados a caer en la maledicencia, pero se puede decir que una de las principales es la envidia o el rencor. A este respecto explicaba San Juan Climaco: “Los demonios intentan por todos los medios hacernos pecar y, cuando no obtienen lo que quieren, nos impulsan a criticar a los que se equivocan. Al hacer esto, infectan nuestra resistencia a sus tentaciones. Has de saber que la maledicencia es la señal de los que guardan rencor y de los que sufren por celos: con alegría acusan y critican las enseñanzas o acciones del prójimo” .
San Nilo de Ancira también dice: “Algunos que parecen ignorados a pesar de su devoción, buscan la fama a través de la maldad e, impulsados por la envidia que otros le han infundido, se esfuerzan en encontrar pretextos para criticar a los que son primeros en la virtud”.
Entre otras razones que le atribuyen los padres está la superficialidad, las habladurías, la costumbre de contar chismes. Caritone el Confesor dice también que “Evita, con todas tus fuerzas, juzgar a tu hermano, porque el juicio nace de un alma llena de desprecio. El que critica se comporta como un fariseo, porque se presenta como un santo para autojustificarse”
Un ejemplo típico de maledicencia es el que critica por medio de la burla y la mofa lo que considera algunos defectos del prójimo. Las primeras palabras del libro de los Salmos están dedicadas a ensalzar como bienaventurado al hombre que “ no sigue el consejo de los impíos, ni en la senda de los pecadores se detiene, ni en el banco de los burlones se sienta” .
Otro tipo de maledicencia muy común es el chisme, porque la persona se habitúa a criticar y a hacer resaltar los defectos aparentes o reales del prójimo. Este tipo de maledicencia es particularmente peligrosa porque hace propenso a la persona que la practica a caer en otros pecados de la lengua como el juicio temerario o la calumnia. El juicio temerario es aquel que, incluso tácitamente, admite como verdadero, sin fundamento suficiente, un defecto moral en el prójimo; la calumnia esa aquella que, mediante palabras contrarias a la verdad, daña la reputación de otros y da ocasión a juicios falsos respecto a ellos. Cuando nos hacemos eco de rumores o acusaciones infundadas sobre el prójimo, corremos riesgo de hacernos cómplices también de juicio temerario y de calumnia. EL hecho mismo de comentar estas acusaciones con personas que las ignoran nos hace instrumento y colaborador del originario de la calumnia.
No es lícita moralmente la maledicencia ni siquiera para hacer referencia a personalidades públicas
En una ocasión una compañera me comentaba que todos podíamos tener la opinión que quisiéramos respecto a personalidades públicas sin que eso implicara alguna falta moral, dando a entender que no había problema en que alguien expresara públicamente juicios negativos sobre ese tipo de personalidades. En este caso hay que distinguir entre la opinión personal privada sobre alguien, y la manifestación en público de dichas opiniones y las consecuencias que pueden tener en la reputación ajena.
Es aquí donde también es importante distinguir entre la libertad legal para criticar incluso en forma destructiva al prójimo (e incluso respecto a esto la libertad de expresión tiene sus límites), y la libertad moral para hacerlo. Los cristianos no somos libres moralmente de caer en maledicencia, y en el caso de personalidades públicas la materia grave del objeto del acto moral puede ser mayor, porque afecta su imagen respecto a un mayor número de personas.
Las faltas contra la reputación del prójimo deben ser reparadas
A este respecto dice el Catecismo:
“Toda falta cometida contra la justicia y la verdad entraña el deber de reparación aunque su autor haya sido perdonado. Cuando es imposible reparar un daño públicamente, es preciso hacerlo en secreto; si el que ha sufrido un perjuicio no pude ser indemnizado directamente, es preciso darle satisfacción moralmente, en nombre de la caridad. Este deber de reparación concierne también a las faltas cometidas contra la reputación del prójimo. Esta reparación, moral y a veces material, debe apreciarse según la medida del daño causado. Obliga en conciencia” CEC 2847
La Biblia y los padres de la Iglesia y la maledicencia
Respecto a los padres de lglesia, hay un fragmento de un libro bastante completo publicado aquí:
Los padres combaten la maledicencia y la crítica
La Biblia también condena duramente la maledicencia, y por el contrario nos invita a practicar la virtud opuesta: la benedicencia. Aquí algunos textos bíblicos al respecto:
“Si alguno se cree religioso, pero no pone freno a su lengua, sino que engaña a su propio corazón, su religión es vana.” Santiago 1,26
“Que no te llamen murmurador, no enredes a los demás con tu lengua, porque sobre el ladrón cae la vergüenza, y una severa condena sobre el que habla con doblez” Eclesiástico 5,14
”El que murmura se perjudica a sí mismo, y el vecindario le detesta” Eclesiástico 21,28
“No habléis mal unos de otros, hermanos. El que habla mal de un hermano o juzga a su hermano, habla mal de la Ley y juzga a la Ley; y si juzgas a la Ley, ya no eres un cumplidor de la Ley, sino un juez” Santiago 4,11
“Muchos han caído a filo de espada, pero no tantos como las víctimas de la lengua. Dichoso el que de ella se protege, el que no ha probado su furor, el que no ha cargado su yugo, ni ha sido atado con sus cadenas. Porque su yugo es de hierro, y sus cadenas de bronce. Trágica es la muerte que ocasiona, ¡es mucho mejor el abismo! Pero no tiene poder sobre los piadosos, en sus llamas no se quemarán. Los que abandonan al Señor caerán en ella, en ellos prenderá y no se apagará. Como un león se lanzará contra ellos, como una pantera los desgarrará. Mira, valla tu hacienda con espinos, guarda bien tu oro y tu plata. Balanza y pesos para tus palabras, puerta y cerrojo para tu boca. Guárdate bien de resbalar con la lengua, no sea que caigas ante el que te acecha” Eclesiástico 28,18-26
“Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia” Efesios 4,31
“Si alguno no cae hablando, es un hombre perfecto, capaz de poner freno a todo su cuerpo. Si ponemos a los caballos frenos en la boca para que nos obedezcan, dirigimos así todo su cuerpo. Mirad también las naves: aunque sean grandes y vientos impetuosos las empujen, son dirigidas por un pequeño timón adonde la voluntad del piloto quiere. Así también la lengua es un miembro pequeño y puede gloriarse de grandes cosas. Mirad qué pequeño fuego abrasa un bosque tan grande. Y la lengua es fuego, es un mundo de iniquidad; la lengua, que es uno de nuestros miembros, contamina todo el cuerpo y, encendida por la gehenna, prende fuego a la rueda de la vida desde sus comienzos. Toda clase de fieras, aves, reptiles y animales marinos pueden ser domados y de hecho han sido domados por el hombre; en cambio ningún hombre ha podido domar la lengua; es un mal turbulento; está llena de veneno mortífero. Con ella bendecimos al Señor y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, hechos a imagen de Dios; de una misma boca proceden la bendición y la maldición. Esto, hermanos míos, no debe ser así. ¿Acaso la fuente mana por el mismo caño agua dulce y amarga? ¿Acaso, hermanos míos, puede la higuera producir aceitunas y la vid higos? Tampoco el agua salada puede producir agua dulce. ¿Hay entre vosotros quien tenga sabiduría o experiencia? Que muestre por su buena conducta las obras hechas con la dulzura de la sabiduría. Pero si tenéis en vuestro corazón amarga envidia y espíritu de contienda, no os jactéis ni mintáis contra la verdad. Tal sabiduría no desciende de lo alto, sino que es terrena, natural, demoníaca.” Santiago 3,2-15
Moraleja
Cuando vayas a decir algo malo de los demás, detente y piensa: ¿Es algo bueno lo que voy a decir? ¿Es necesario que lo diga? ¿Beneficia a alguien que lo diga? ¿Qué hay dentro de mí que me mueve a decirlo?, y si no es bueno y tampoco necesario simplemente sigue la regla básica de la prudencia:
…Si no tienes nada bueno que decir de tu prójimo, mejor no digas nada.
7 comentarios
Posiblemente por alguna cuestión de traducción, el "nos obligan" puede ser mejor que sea nos mueven, nos inclinan o nos sugieren (en el pensamiento), y fracasando nuestra voluntad, así pecamos.
Cuanta verdad en esta frase, extraída del enlace recomendado de los Padres de la Iglesia.
Por cierto, Feliz Navidad a tí y a los tuyos. Paz en Cristo.
Se predica poco sobre ella, me parece.
Y la tenemos poco en cuenta a la hora del examen de conciencia.
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