(Informador) Mons. Florencio Armando Colín describió el ambiente de zozobra, incertidumbre, marginación, pobreza relativa, además del acoso de las autoridades migratorias, cada vez más intenso, que se ha manifestado en la separación de muchas familias de migrantes en el país vecino.
El prelado planteó que al margen de los innumerables estudios económicos que demuestran la contribución de ese sector a la economía estadunidense al tomar trabajos que nadie más está dispuesto a ocupar, lo cierto es que los propios migrantes deberían poner en la balanza los y contras de su situación.
“Algunos sienten que son afortunados porque lograron cruzar, encontraron trabajo y un rincón donde dormir y porque envían dólares a su familia, pero siguen siendo migrantes e ilegales, obligados a desplazarse en busca de trabajo y siempre con el temor de que ese sueño termine trágicamente”, externó.
El obispo explicó que las diócesis visitadas se ubican casi en la frontera con Canadá, donde los migrantes viven mayoritariamente en viejas y deterioradas casas rodantes y cuando llega el invierno a la región de los grandes lagos norteamericanos el trabajo del campo se extingue.
Mons. Colín Cruz puso como ejemplo lo que llamó un “ciclo desalmado” con la cosecha del blueberry (mora azul) en Kalamazoo: “es un trabajo difícil, los árboles son muy pequeños y sólo se puede recolectar el fruto en horas muy específicas pues si hay humedad no se puede pizcar”.
El prelado mexicano comentó que la gente vive atada a los vaivenes del temporal, atenta a la orden para poder pizcar, trabajar muy rápido para poder sacar el día y esperar en el desasosiego que la niebla pueda darles oportunidad de obtener alguna paga. Mientras, contó, viven expectantes y a salto de mata de las autoridades migratorias y cuando la labor termina recorren el país en el miedo intranquilo por hallar trabajo y no ser deportados.
Deportados aunque lleven diez años viviendo en EE.UU
Mons. Colín Cruz señaló que allí se puede observar de primera mano la situación muy compleja de los migrantes, sus tragedias, los peligros de la deportación y las injusticias; todo en medio del arduo trabajo cotidiano. Y subrayó que aun cuando familias enteras lleven más de diez años viviendo allá, si los detienen las autoridades migratorias las deportan.
El obispo aseguró que, incluso, entre los proyectos de defensa y protección de migrantes en Estados Unidos hay uno que consiste en difundir entre los familiares de los migrantes que permanecen en sus países de origen que “el sueño americano no es tal sueño”. De igual forma, aumenta de manera constante el número de migrantes que regresan a sus lugares de origen más pobres de lo que estaban cuando partieron.
“Allá para vivir cuesta mucho. Algunos logran salir adelante o tener un trabajo medianamente estable, pero son muy pocos, la mayoría no lo logra”, recalcó el prelado.