(AICA) “No se trata de un tema que pueda quedar librado a una consideración privada o de mercado, sino que en cuanto hace al bien de la persona y de la sociedad se convierte en un tema social y político. Esta relación adquiere un relieve mayor cuando se la considera en un mundo globalizado; esta situación reclama gobiernos capaces de generar políticas que valoren y defiendan la dimensión humana, espiritual y cultural del trabajo”, subrayó el arzobispo en su reflexión semanal.
El prelado consideró que “para devolver al trabajo su importancia social y cultural es necesario partir siempre del hombre”, aunque reconoció que “muchas veces, sólo se considera el trabajo como parte de una cadena productiva. Esto, que es útil para determinar los costos de un producto, no alcanza para definir su significado”.
Mons. Arancedo afirmó que “la reflexión lleva, necesariamente, a un planteo más amplio que requiere de una concepción del hombre y su realización, como del bien común y la equidad de la sociedad. El trabajo es el centro de la cuestión social, porque es el hombre el sujeto que lo realiza. Por ello decimos que la mayor pobreza del hombre es no poder trabajar, o no tener trabajo”.
El arzobispo santafesino sostuvo que “hay una pobreza que siempre será objeto de asistencia, pero hay otra que necesita y espera la oportunidad de integrarse al mundo del trabajo. Aquí entra la presencia del Estado con su responsabilidad de generar políticas activas en la creación de trabajo con su necesaria capacitación. Es prioritario, por ello, recrear una cultura del trabajo”.
“La cultura es una realidad que se trasmite y vamos construyendo, somos deudores y protagonistas de ella. En nuestro caso diría que la cultura del trabajo tiene dos fuentes principales de transmisión que no siempre se valoran, me refiero a la familia y a la escuela. Estos ámbitos deben ser privilegiados por una sabia política de Estado, por ser lugares donde se promueve, se cuida y se testimonia el valor del trabajo”, indicó.
Y el prelado exclamó: “¡Cuántas veces las urgencias políticas de los gobiernos descuidan esta mirada de largo alcance, a cambio de réditos inmediatos! ¡Cuánta ausencia de testimonio de una cultura de trabajo reciben nuestros niños! ¡Cuánta cultura de un hoy sin horizontes entretiene a nuestros jóvenes!”
Por último, Mons. Arancedo estimó que “la cultura del trabajo necesita de ideales que merezcan el esfuerzo y de valores que den sentido a este esfuerzo. Apostar a la familia y a la escuela es asegurar el futuro y la equidad de la sociedad. Este sería el mayor logro de nuestra generación”, y elevó una oración a Dios por “los trabajadores, sobre todo por quienes no tienen trabajo”.