(Bruno Moreno/InfoCatólica) Hace unos días, estalló la que quizás pueda considerarse la primera crisis de los ordinariatos anglocatólicos, desde que Benedicto XVI firmase la constitución Anglicanorum Coetibus. Con este documento, el Papa otorgaba la posibilidad de formar ordinariatos personales a comunidades procedentes del Anglicanismo que deseasen entrar en comunión con la Iglesia Católica junto con sus clérigos y gran parte de su liturgia.
Hasta hace muy poco tiempo, todo parecía ir sobre ruedas. El Ordinariato para Inglaterra se creó el 15 de enero de 2011. En él se integraron cinco antiguos obispos anglicanos, ya ordenados como sacerdotes católicos, y otros sesenta clérigos anglocatólicos, que también han sido o serán ordenados en la Iglesia Católica. A ellos se sumaron unos 900 laicos ingleses, que emprendieron una preparación sobre la fe católica durante la cuaresma y fueron recibidos en la Iglesia en Pascua. El Ordinariato recibió el nombre de Ordinariato Personal de Nuestra Señora de Walsingham y fue encomendado al Beato John Henry Newman como su patrono. Como primer ordinario, se nombró a Mons. Keith Newton, antiguo obispo anglicano, que recibió el título de monseñor.
Junto a este primer ordinariato, se pusieron en marcha los trámites necesarios para crear otros similares en Canadá, Australia o Estados Unidos, en los cuales, además de antiguos miembros de la Comunión Anglicana, se integrarían fieles y clérigos de otros grupos anglicanos separados de esa Comunión, el más importante de los cuales era la Traditional Anglican Communion (TAC), muy presente en Australia, África y Canadá.
Hace unos días, sin embargo, estalló lo que podría haberse convertido en la primera crisis seria del proceso de creación de los ordinariatos desde la publicación de la Carta Apostólica de Benedicto XVI. En varios medios de comunicación, salieron a la luz unas supuestas declaraciones del Arzobispo Hepworth, primado de la Traditional Anglican Communion, provenientes de la filtración de una carta privada del mismo a Monseñor Peter Elliott, el encargado de la implementación de Anglicanorum Coetibus en Australia. En esta carta, Hepworth se quejaba de un plan del responsable de la creación del Ordinariato canadiense, el arzobispo católico de Toronto, Thomas Collins, de desmantelar las comunidades parroquiales anglocatólicas en Canadá y hacer que sus fieles se integrasen en las parroquias católicas durante un periodo de entre cuatro y seis meses, en el que no recibirían los sacramentos. Esto se debía al hecho de que la catequesis realizada con el Catecismo de la Iglesia Católica por parte de la TAC no resultaba suficiente para Monseñor Collins.
A estas dificultades se sumaban las grandes diferencias existentes entre los clérigos anglocatólicos procedentes de la Iglesia Anglicana de Inglaterra y los clérigos de la Traditional Anglican Communion. Los primeros tienen un periodo de formación muy largo y comparable al de los sacerdotes católicos, de modo que, en Inglaterra, fueron ordenados como diáconos después de un rápido periodo de formación durante la cuaresma (al que se sumará una continuación más prolongada en el futuro). En cambio, en la TAC, la formación de los clérigos varía mucho y, a menudo, apenas reciben una preparación formal. Esto hacía, según Hepworth, que el arzobispo de Toronto hubiera decidido que los clérigos de la TAC debían asistir durante un tiempo no especificado a un seminario católico antes de ser ordenados como diáconos. Durante ese tiempo, las parroquias anglocatólicas de Canadá permanecerían cerradas.
Como consecuencia de estos problemas, el Primado Hepworth decía a Monseñor Elliott: “Ya le advertí en julio del año pasado de la posibilidad de que el ordinariato inglés fuera el primero y el último en crearse. Esa posibilidad es ahora más probable”. Además, acusaba al obispo Thomas Collins, de hacer descarrilar el proceso y aseguraba que iba a suspender temporalmente las conversaciones con la Iglesia Católica. Asimismo, utilizando un lenguaje extremadamente airado, señalaba que los canadienses pertenecientes a la TAC abandonaron la Comunión Anglicana hace treinta años, por su deseo de mantener la fe católica y, “después de tantos años de trabajo y sacrificio, la destrucción irresponsable de sus comunidades, el desprecio absoluto por su integridad eclesial y la forma brutal en la que estos edictos se comunican constituyen poderosas trabas a la unidad, en contraste con el propósito y el lenguaje tan claros de la Constitución Apostólica Anglicanorum Coetibus”. Finalmente, también se quejaba de la “burda insensibilidad cultural que supone el redescubrimiento del término Católicos Romanos por parte de los obispos católicos, en contraste con la delicada redacción de la Constitución Apostólica”.
El viernes, sin embargo, The Anglo-Catholic publicó unas aclaraciones de Monseñor Collins que desmentían que fuera a tomar las medidas que se habían anunciado. Afirmó que nunca se le habría ocurrido cerrar las parroquias anglocatólicas en Canadá ni obligar a sus fieles a integrarse en las parroquias católicas locales. Además, indicó que aprecia la catequesis que ya han recibido esos fieles anglocatólicos y simplemente tiene la intención de que esa catequesis continúe con la ayuda de algunos sacerdotes católicos que harán de “mentores” de los mismos, sin dirigir las parroquias anglocatólicas.
En cuanto a los clérigos de la TAC, el arzobispo de Toronto afirmó que ningún clérigo anglocatólico sería rechazado por el mero hecho de que necesite estudios adicionales, sino que se pondrían en marcha programas para que se pudieran realizar esos estudios, teniendo en cuenta las circunstancias individuales y las responsabilidades personales de cada uno.
Tras estas declaraciones de Monseñor Collins, las aguas parecen haberse calmado, aunque aún no se conoce la postura oficial del Primado Hepworth y de la Traditional Anglican Communion. Es difícil saber si lo único que sucedió fue que algunos medios digitales dieron demasiada importancia a lo que sólo eran rumores poco fiables o si los interesados, tanto obispos católicos como responsables anglocatólicos, han conseguido arreglar privadamente una auténtica crisis, dando marcha atrás en algunas decisiones o declaraciones poco prudentes. En cualquier caso, lo que parece claro es que la crisis, ya fuera real o únicamente virtual, se ha resuelto o está en camino de resolverse. En consecuencia, los diversos grupos de anglocatólicos continúan su marcha hacia la Iglesia Católica, en lo que puede calificarse de uno de los mayores logros ecuménicos de los últimos cien años.