(VIS/InfoCatólica) Nacida en una noble familia de Bolonia, Catalina se traslada a los diez años a Ferrara, donde entra como dama de honor en la corte de Niccoló III de Este. Allí recibe una esmerada educación que le servirá posteriormente en la vida monástica, en la que “valorizará mucho el patrimonio cultural y artístico adquirido en aquellos años”, dijo el Papa.
En 1427, con catorce años, deja la corte para consagrarse a Dios en una comunidad de jóvenes muchachas. Dos años después la responsable del grupo funda un monasterio de agustinas pero Catalina y algunas otras prefieren seguir la espiritualidad franciscana transformando la comunidad en un nuevo monasterio de Clarisas.
“En esta fase de su vida, explicó el Santo Padre, son notables sus progresos espirituales, pero también son grandes y terribles las pruebas que debe atravesar. Vive en la noche del espíritu, sacudida también por la tentación de la incredulidad en la Eucaristía. Pero después de tantos padecimientos, el Señor la consuela con una visión de la clara presencia real eucarística”. También en otra visión Dios le revelará el perdón de sus pecados y Catalina sentirá con fuerza el poder “de la misericordia divina”.
En 1431 la santa tendrá otra visión, esta vez del Juicio Final, que la llevará a “intensificar sus oraciones y penitencias por la salvación de los pecadores”. “El demonio, dijo Benedicto XVI, continúa tentándola y Catalina se confía totalmente al Señor y a la Virgen María. En sus escritos nos deja algunas notas claves de esta lucha misteriosa de la que sale victoriosa con la gracia de Dios”.
Siete armas espirituales
Las notas están recogidas en su único libro: “Las siete armas espirituales”. Para luchar contra el mal es necesario, escribe Catalina:
- Esmerarse siempre por obrar el bien;
- Creer que solos no se puede hacer nada que sea realmente bueno;
- Confiar en Dios y, por amor suyo, no temer nunca la batalla contra el mal, tanto en el mundo como dentro de nosotros;
- Meditar con frecuencia los hechos y las palabras de Jesús, sobre todo su pasión y muerte;
- Recordar que moriremos;
- Tener fijos en la mente los bienes del Paraíso;
- Familiarizarse con la Sagrada Escritura, llevándola siempre en el corazón para que oriente todos nuestros pensamientos y acciones”.
“En el convento, Catalina, no obstante estuviera acostumbrada a la corte ferraresa, cumple todos los servicios, incluso los más humildes, con amor y obediencia”, ha observado el Santo Padre, recordando que la santa aceptó también por obediencia “el oficio de maestra de novicias, aunque pensaba que era incapaz de desempeñar ese encargo”. Con el mismo espíritu aceptará el traslado a Bolonia como abadesa en un nuevo monasterio, aunque hubiera preferido terminar su vida en Ferrara.
Catalina muere el 9 de marzo de 1463 y es canonizada por Clemente XI en 1712. “Con sus palabras y su vida -concluyó el Papa- nos invita a dejarnos guiar siempre por Dios, a cumplir su voluntad diariamente, aunque a menudo no corresponda a nuestros proyectos, a confiar en su Providencia que nunca nos deja solos. En esta perspectiva, Santa Catalina nos enseña a redescubrir el valor de la virtud de la obediencia”