(Sic/InfoCatólica) Tras escuchar una breve lectura de la Palabra, ante miles de fieles y peregrinos congregados en la plaza y sus alrededores, el Papa recordó que el don más querido que podemos ofrecer a la Virgen es nuestra oración, las invocaciones “de agradecimiento por el don de la fe y por todo el bien que cotidianamente recibimos de Dios” y las “de súplica por las diversas necesidades, por la familia, la salud, el trabajo, por cada dificultad que encontramos en la vida”.
Benedicto XVI subrayó que en nuestro acto de veneración a la Madre de Dios es siempre más lo que recibimos de Ella que lo que podemos ofrecerle, pues nos regala un mensaje destinado a cada uno de nosotros, a la ciudad de Roma y al mundo entero. “Ella nos habla con la Palabra de Dios que se hizo carne en su vientre y su “mensaje” no es otro que Jesús”, dijo el Papa.
Anticipo de la salvación para cada hombre
“Y como el Hijo de Dios se hizo hombre entre nosotros, así también Ella, la Madre ha sido preservada del pecado por nosotros, por todos, como anticipo de la salvación de Dios para cada hombre. Así María nos dice que estamos llamados a abrirnos a la acción del Espíritu Santo para poder alcanzar, en nuestro destino final, el ser inmaculados, plenamente y definitivamente libres del mal”.
El Santo Padre insistió en que María dirige este mensaje a todos los hombres y las mujeres de esta ciudad y del mundo, incluso a quienes no les interesa, a quienes ni siquiera recuerdan qué es la Fiesta de la Inmaculada y a quienes se sienten solos y abandonados, porque Ella nos mira con el amor mismo del Padre y nos bendice.
Corazón inmaculado
“Se comporta como nuestra abogada y así la invocamos en el Salve, Regina: Advocata nostra”. Incluso si todos hablaran mal de nosotros, ella, la Madre, hablaría bien porque su corazón inmaculado está sintonizado con la misericordia de Dios. Así ella ve la Ciudad: no como una aglomeración anónima, sino como una constelación donde Dios conoce a todos personalmente por nombre, uno a uno, y nos llama a resplandecer con su luz”.
“La Madre nos mira como Dios la ha mirado a ella, humilde jovencita de Nazaret, insignificante a los ojos del mundo, pero elegida y preciosa para Dios” dijo Papa al afirmar que el mensaje que recibimos a los pies de María Inmaculada es un mensaje de confianza y de esperanza que no está hecho de palabras sino de su propia historia, la de una mujer de nuestra estirpe que dio a luz al Hijo de Dios.
La santidad como destino
“Y hoy nos dice: este es también tu destino, el vuestro, el destino de todos: ser santos como nuestro Padre, ser inmaculados como nuestro hermano Jesucristo, ser hijos amados, todos adoptados para formar una gran familia, sin fronteras de nacionalidad, de color, de lengua, porque uno sólo es Dios, Padre de cada hombre”.